sábado, 4 de octubre de 2008

ADIOS

Ni una más, ni una menos. Han sido sesenta y dos semanas y media en las que he ido dejando, en el interminable espacio digital de este cuaderno de bitácora, aquellas cosas que pasaban por mi mente y salían de mi teclado. Un año, y un poco más, de encuentros con las esquinas desapercibidas de la actualidad, solapadas muchas veces por las grandes inercias de las cosas política y económicamente importantes.

He escrito sobre lo que ocurre al otro lado del Atlántico, en esas tierras que hablan en español y portugués y sobre las que hace muy pocos días, Mario Vargas Llosa, en una magistral conferencia que pronunció en Barcelona decía que, a diferencia de las antiguas colonias norteamericanas, que unieron sus fuerzas para ser mejores, cayeron en el enfrentamiento nacionalista, con reyezuelos megalómanos y déspotas al frente, para perder la oportunidad de haber sido auténticamente grandes.

Las "coincidencias" magníficas de la ciencia y el origen divino del hombre –con ocasión del acelerador de partículas de Ginebra- porque ahora ya no es posible imponer, a pelo, la fe sobre el conocimiento. El placer de investigar simplemente por hacerlo, que he tenido la gran oportunidad de conocer en la vida e inquietudes químico-orgánicas del catalán Ballester Boix, al que estoy biografiando en clave divulgativa para que se sepa la grandeza de lo que hizo.

La duda razonable de que el país que hizo y deshizo la legalidad del racismo, el que subastaba al peso a los negros traídos desde las costas africanas, tenga realmente superada, en los últimos rincones de su conciencia social, la absurda superioridad del hombre blanco y elija finalmente presidente a un afroamericano que enseña Derecho Constitucional en Chicago.

Nuestra condición de “hormigas” a la sombra de la geoestrategia internacional. Los JASP, (Jóvenes sobradamente preparados), ahora ignorados por el sistema de oportunidades laborales que podrán -¿querrán?- cambiar las reglas del juego cuando los que estamos un poco más arriba en la pirámide de edades nos echemos a un lado.

Y el humor catalán, que es catalán y además muy fino. Y el resbaladizo y frágil debate de la propiedad de los idiomas, que defiendo pertenecen a los pueblos y no a sus próceres circunstanciales. O la sencillez de la prudencia del ahorro, que aparece como la gran panacea solamente cuando la sofisticación del enriquecimiento facilón se va al garete. O la deslumbrante innovación de los modos de enseñar que la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Rios llevó a cabo en los Institutos Escuela de Madrid y Barcelona hasta que la Guerra Civil nos llevó de nuevo a aquello de “la letra con sangre entra” y las orejas de burro para el más palurdo de las clases del Florido Pensil.

El hambre. Los curas “rojos” de la Teoría de la Liberación que de momento ya han llegado a la presidencia del Paraguay. El sentido del humor y la vida. El agua que separa insolidariamente a los pueblos de las riberas de los ríos en lugar de unirlos. La impopularidad de los pueblos más poderosos del mundo. O los rasgos de esa casta de personas que crecen con el calendario sin tomar decisiones realmente trascendentales en su vida y ponen la zancadilla a quienes corren demasiado.

La corrupción, “no n´hi un pam de net”, como bien dicen los catalanes. Africa y la amnesia de una Europa que aún no ha pagado su deuda con ese continente negro tan bien descrito por Ryszard Kapuscinski y Joseph Conrard. La incomprensible complejidad de las cosas sencillas. El miedo en el País Vasco, mi tierra, que gracias a la magia del cine, acabará siendo aceptado por los incrédulos más resistentes. La grandeza de las reflexiones proféticas de Oriana Fallaci.

Las nuevas tecnologías. La administración electrónica. La insoportable popularidad, en la pasarela del papel rosa y los “prime time” televisivos, de quienes realmente no han dado un palo al agua en toda su vida. Los ladrones de palabras que patentan, en China, remedios naturales milenarios que son patrimonio del pueblo mejicano.

La lista es tan larga que, si realmente tienen ustedes interés, no tienen más que armarse de paciencia y viajar con el ratón de su ordenador hasta la columna de la derecha y mirar los archivos de esta página que hoy cierro por espacio indefinido, seguramente largo, porque he de centrarme en nuevos proyectos profesionales y me falta tiempo.

Recuerdo que un canal de la televisión argentino, emitía un programa de humor en torno a su selección de futbol, con ocasión del Mundial de España de 1982, en el que las marionetas hincaban despiadamente el diente al entrenador y a los jugadores. En un “gag” genial en el que se acercaba el minuto 90 y la selección blanquiazul podía aún empatar, aquellos muñecos gritaban una y otra vez “¡Tiempo, tirano, pará un cacho la mano!”

Pues eso, el tiempo ni se detiene, ni se adelanta, ni se retrasa…. y tampoco se puede estirar. Y por eso este "blog" llega hasta aquí, encantado de haberles conocido. Ayer, cuando le comentaba esta despedida a Mónica Terribas, todo un talento y carácter periodísticos, me decía que el “blog” es duro, esclaviza un poco y que además no sabes quien te está leyendo, salvo que avises a los que te interesa que lo hagan.

Puede que tenga parte de razón, pero en mi caso, esa suerte de esclavitud ha sido consentida y buscada porque, a falta de un rincón en las páginas de los diarios, he encontrado una hoja en blanco en la que podía razonar, pensar y proponer lecturas sobre la vida.

Y además, cuando apagaba mi ordenador y la pantalla se quedaba negra, sabía que en algún lugar, sin amarillear como hace el papel cuando pasan los años, estaban todas esas ideas para volver a leerlas cuando quisiera.

Adiós y muchísimas gracias.

Javier Zuloaga

martes, 30 de septiembre de 2008

CORONAS Y TRICORNIOS

¿Soportará la tradición británica la demolición de los muros que Enrique VIII levantó entre Inglaterra y el Vaticano como despecho al no reconocimiento papal de su boda con Ana Bolena?

¿Aguantarán sus cimientos históricos un cambio de esta naturaleza, que haría que ya no fuera imposible un rey o una reina católica y que se acabara con la preferencia masculina en la sucesión al trono inglés?

Cromwell no sobrevuela sobre la vida de los británicos, pero los monárquicos escépticos deben estar en aumento cuando desde la misma sede del gobierno, en Downing Street, se ha impulsado que las reglas lo sean para todos, sean o no miembros de la familia real.

Un diario, “The Guardian” tiene buena culpa de todo esto, ya que durante ocho años y desde su merecido prestigio, ha defendido el acatamiento por parte de la monarquías británica, del acta sobre derechos humanos aprobada por el parlamento de Londres en el año 2000 y que, como sus hermanas de los países libres, excluye cualquier tipo de discriminación entre los ciudadanos.

El asunto tiene bemoles, muchos bemoles porque, si todo prospera después de las próximas elecciones y la Commonwealth lo ratifica, nos hallaríamos ante el primer caso de la historia del mundo en el que las nuevas leyes se han llevado por delante los más imperiales e intangibles símbolos nacionales de un país.

Pero el asunto, seguro que lejano, encaja muy bien en los tiempos de reinvención y descubrimientos que vivimos, tanto en el orden económico, como en el científico y, si me apuran, también el teológico.

Hace dos semanas en este mismo blog, Deslumbrante e inquietante , escribía sobre el acelerador de particulas de Ginebra y de qué manera las colisiones conceptuales entre ciencia y religión sobre el origen del hombre, estaban siendo sorteadas, en lo terminológico, por parte de quienes buscan el “big bang” –hablando del “segundo de Dios"- y en gestos religiosos de acercamiento al laicismo no anticlerical y la rehabilitación de quienes, siglos atrás, defendieron la evolución de las especies o la simple rotación de la tierra.

Pues el acelerador de partículas se ha estropeado y el debate se ha quedado en el “pause” justo cuando ya se sacaban conclusiones en torno al asunto. Stephen Hawking, con el artilugio del tiempo estropeado, ha afirmado que la ciencia no deja mucho espacio para Dios. “La cuestión es ¿el modo en que comenzó el universo fue escogido por Dios por razones que no podemos entender o fue determinado por una ley científica?. Yo estoy con la segunda opción”, ha afirmado el científico en una reciente entrevista, en la que también dice creer que cuando se descifre todo el genoma humano, se podrán modificar aspectos como la inteligencia y habrá seres “mejorados” y seres “no mejorados”.

The New York Times ofrecía una interesante reportaje sobre el dilema de los Estados Unidos en torno al origen del hombre. Según una encuesta de Gallup, casi la mitad de los adultos creen que Dios creo todas las especies, mientras son cada vez más los estados que han modificado sus programas, tras sentencias favorables a explicar la evolución en las escuelas, por considerarla “el principio organizador de las ciencias naturales”. El diario explica muy bien la perplejidad de los alumnos de esos estados que ven cómo en la escuela les explican cosas hostiles a su fe.

Es decir, que a los británicos les descafeínan la corona y, vaya usted a saber, si el asunto puede llegar afectar a la cabeza de la iglesia anglicana, que es la misma en la reposa la corona de los Windsor. Y los americanos andan con el alma dividida entre el avance de la ciencia y el poder de la fe, por el subidón mental que ha provocado el acelerador de particulas entre los grandes pensadores.

Tanta cuestión trascendental está pasando un tanto desapercibida por la crudeza de la crisis financiera norteamericana, su difícil solución y las voces críticas que comienzan a oirse en Europa por el contagio en el mundo global.

El Presidente del Parlamento Europeo, Hans-Gert Poettering, en una entrevista a “El País”, afirmaba tajantemente que no se pueden dar 700.000 millones a los bancos y olvidarse del hambre y se felicitaba, pese a todo, del modelo económico europeo, más intervencionista que el liberal americano.

En mi afán de buscar algo diferente, atosigado por la crisis y lo que había antes del segundo cero del nacimiento del universo, veo que se nos escapan cosas de cierta enjundia. He arrancado dos noticias que merecían la pena.

Una habla de que la Guardia Civil, sin duda también afectada por la globalización, ha optado por encargar sus uniformes y tricornios a empresas de China, lo que preocupa –y mucho- a las 6.000 empresas afiliadas al Consejo Intertextil Español. Han protestado ante Rubalcaba porque de los 528 millones de euros de productos textiles comprados por la Administración, la mitad son uniformes.

El asunto no es banal, como tampoco lo es lo de la corona de los Windsor en las sienes de un católico o –esta es la segunda noticia- que una ciudadana india haya sido condenada a cadena perpetua porque el polígrafo al que se sometió, estableció que no estaba diciendo la verdad.

Javier Zuloaga

miércoles, 24 de septiembre de 2008

DOMINGOS DE COLOR SALMON

Cada domingo, día emblemático de la conciliación profesional-familiar, los diarios con mayores posibilidades incluyen sus páginas “salmón”. En tiempos bonanza, esta información añadida eran una suerte de regocijo para los inversores medianos y pequeños y más de uno se llenaba los pulmones de autosatisfacción al ver lo bien que le salía aquello de “jugar” en una bolsa en la que cada día podía encontrar nuevas y variadas opciones para colocar el dinero ocioso de su saldo bancario.

La euforia era tanta, que quien se había apalancado en posiciones más conservadoras, resultaba ser un poco obtuso. Todo eran alegrías, pero ahora que truena, los “salmones” nos sitúan, en un plano opuesto, alguno dice que similar al de octubre de 1929, cuando se desencadenó, en Nueva York la mayor crisis que ha vivido el capitalismo.

Los felices, o tal vez locos, años 20 -cuentan los buscadores de Internet- acababan en 1929 con voces de los economistas más agoreros que veían acercarse los peligros que generaba la especulación bursátil, la fiebre compradora y, sobre todo, las operaciones realizadas sobre créditos del sistema financiero norteamericano.

El Jueves Negro, 24 de octubre de 1929, fueron puestos a la venta 13 millones de títulos que no encontraron comprador y se inició una caída que no finalizó hasta 1932, con un declive del 82% respecto al punto más alto.

En España, desde lo lejos, vivíamos momentos de grandes cambios políticos, la caída de la Monarquía y la llegada de la II República y nuestra economía apenas se resentía por el escaso peso de nuestra industria en la conjunta de una Europa lejana y aún menor en el contexto mundial.

Déjenme que vuelva al domingo de la primera línea de este artículo y preste atención a sus titulares, tan sólo tres días después de la decisión del gobierno norteamericano de retirar del mercado lo que bien podríamos llamar “activos contaminados”, emisiones con un valor teórico que no se corresponden con los fundamentos que debían sostenerlos. Parecía que los mercados se habían tomado un respiro, aunque la desconfianza ante todo lo ocurrido seguía estando ahí, a la vista de todos.

Hoy, las crónicas periodísticas, “El País” en su portada, hablan de que, puesto el parche de la Reserva Federal, el FBI ha decidido comenzar a hurgar en las tripas de Fannie Mae y Freddie Mac, al banco de inversiones Lehman Brothers y a la aseguradora American International Group (AIG), quebradas o salvadas por los dineros públicos. La iniciativa investigadora es tal vez una respuesta a las críticas oídas en el Congreso americano por el origen ciudadano –fiscal- de los dineros empleados en el salvamento.

Subprime es ya una palabra de uso frecuente, como lo fue la OPA en los años 70 o comienza a serlo ahora aquello de la Due Dilligence en los comentarios acerca de las grandes operaciones de adquisición. En economía, el poder del inglés es aún más aplastante porque el dinero necesita su propia lengua además de la universalidad que los números tienen por si mismos.

Los salmones ofrecían de todo. Desde el acuñamiento de titulares en “El País” como “La nueva zona cero del capitalismo financiero” para describir a Wall Street; la afirmación de que “La metástasis financiera se está trasladando a la economía real”; otras mas eufóricas como “Golpe contra la especulación a la baja”; o una tira gráfica en la que se puede ver lo que ha pasado – desde que en 2001 los tipos de interés llegaron a bajar por debajo del 1%- hasta ahora.

Stiglitz, Premiop Nobel, nos explicaba que el asunto estaba en lo del ladrillo y acusaba a quienes producen riesgo en lugar de gestionarlo, al tiempo que se felicitaba, como ciudadano, de que lo de las “subprime” se hubiera extendido por el Globo porque, en caso contrario, Estados Unidos lo estaría pasando aún peor.

Todos coinciden en que, a partir de ahora, las cosas comenzarán a ser distintas y la estampa del joven trabajador de Lheman Brothers cruzando una calle de Manhattan con sus cosas dentro de una caja de cartón, puede entrar en esa galería de imágenes que definen una época, como las de Robert Capa en el París recien liberado o la Guerra Civil española.

El domingo pasado –ya veremos el próximo- alguien dijo que Nueva York ha cedido la capitalidad del mundo a un lugar inconcreto de Oriente y se clamaba periodísticamente por una regulación más fuerte de los mercados en un universo en el que habíamos estudiando que lo “chapeau” era hacer lo que los mercados dictasen según sus propias reglas. “Ahora toca más ley y menos beneficio”.

“El Mundo” abría su suplemento diciendo “Los sabios ven lejos el fin de la crisis” (¿Qué sabios?) y era más grafico aún al titular “Fin del capitalismo salvaje”. Tom Burns escribía sobre “Capitalismo, el miedo y la codicia” y se hacía un gran despliegue sobre quiénes son los héroes y quienes los villanos de esta historia.

Aquel mismo domingo 21 de septiembre, mientras conciliaba mis dos vidas, decidí que ya estaba bien de provocar a la serenidad y seguí pasando páginas en búsqueda de cuestiones menos preocupantes. Y las había.

¿Por qué Brasil está económicamente eufórico?. Su presidente, Lula da Silva, no sólo ha superado el escándalo de la compra de votos de 2005, sino que ha alcanzado cotas de popularidad que para sí quisieran Mcain y Obama. Tiene un liderazgo que nadie discute y ha tapado la boca a aquellos que vieron en su llegada al poder la premonición del desastre.

Mientras que América y Europa estornudaban desde enero, Brasil ha crecido un 6% y las inversiones internacionales un 16,2%. En 2002 había 5,6 millones de indigentes y hoy apenas llega a 2 millones. La pobreza ha descendido del 34,9% al 25,1% y la clase media ha superado el listón del 51%.

Lula, cuenta El Periódico en sus páginas blancas, quiere marcharse por la puerta grande y por eso no se presentará a la reelección, aunque apoyara a su Jefa de la Casa Civil, Dilma Roussef, una suerte de Primera Ministra. Sin embargo se va con cierta amargura porque Brasil ya no tiene el mejor futbol del mundo.

Dice este diario que Lula –a diferencia de su vecino venezolano Chavez – ha tendido puentes entre la riqueza natural de sus yacimientos y la erradicación de la pobreza y su perseverancia en la búsqueda de yacimientos en Iara y Tupí y los más recientes de la plataforma atlántica, generaran un crecimiento sostenido durante los próximos quince años, al tiempo que permitirá la creación de un tejido industrial para las próximas generaciones.

Es la otra cara de la economía, la que no cura, pero algo alivia, el escozor de las heridas del frenazo brusco que, al norte de Brasil, ha hecho que el semblante de la economía sea taciturno, como consecuencia del dinero fácil y la desaparición de los espejismos.

Javier Zuloaga

martes, 16 de septiembre de 2008

DESLUMBRANTE E INQUIETANTE

En los medios de comunicación aún colean las noticias acerca del acelerador de partículas que el Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN), acaba de poner en funcionamiento bajo la frontera entre Suiza y Francia.

Se dice - y seguro que es verdad- que en sus 27 kilómetros de longitud, millones de partículas más pequeñas que un átomo circulan a la velocidad de la luz y que cuando colisionen entre ellas, descubrirán innumerables incógnitas sobre nuestros orígenes.

Como bien señala Newsweek en el amplio informe que dedica a este portento de la tecnología y la física, el llamado LHC es un regalo de la ciencia para los habitantes del siglo XXI y lo compara, con la natural distancia, con el alcance de los descubrimientos del perseguido y castigado Galileo, con la irrupción del telescopio o la extensión del microscopio, respecto a la física anterior, más tradicional, arcaica e intolerante

El LHC ha abierto el apetito periodístico porque no es fácil encontrarse cada mañana con lo que, más que nunca, podríamos llamar “túnel del tiempo”. Y la imaginación y la audacia de quienes escriben sobre lo verosímil, se han disparado tanto, que el ciudadano medio anda confundido entre lo deslumbrante y lo inquietante.

El pasado sábado, “Informe Semanal” dedicaba un amplio reportaje al asunto y –uno detrás de otro- científicos españoles que forman parte del equipo de 10.000 venidos de todo el mundo, comenzaron a hacernos un adelanto de lo que podremos ver.

Se habló de “la partícula de Dios”, en una buena salida científica para conciliar la Creación con el origen del Universo. Se nos dijo que la Tierra es un hijo, aún joven -5.000 millones de años- de un cosmos que supera los 15.000. Nos enteramos que ese momento entre el segundo “cero” y el segundo “uno” tiene nombre de mujer, “Alice” y que gracias a ella, cuando sea sacada de su escondite, nos enteraremos definitivamente de todo.

“El vacío no es la nada”, dijo Álvaro Rújula, que para mayor perplejidad de los ignorantes, añadió algo así como “Siempre queda algo cuando lo has quitado todo”. Quien dice esto es un físico teórico y se me ocurre que este debate tiene también algo de filosófico.

La materia es sólo el 4% del Universo y el Sol tiene sus días contados, por lo que nuestros descendientes tendrán que elegir entre emigrar hacia otro sistema o sucumbir. En un momento dado y también en el terreno de lo físico-filosófico, se afirmó que se podrá ver como se construyeron las cosas más complejas, incluso la misma conciencia humana.

Menos mal, que el CERN no nació en los tiempos de Torquemada, porque el asunto se hubiera resuelto en las hogueras. Qué suerte que vivimos en esta época en la que el gran estado laico, padre de la modernidad, Francia, ha recibido al Papa saltándose al alza el protocolo, en un viaje en el que Benedicto XVI ha discernido brillantemente sobre la compatibilidad entre la laicidad y la fe.

Por pura casualidad, mientras se producía el viaje a Paris del Pontífice, los responsables de la iglesia anglicana pedían perdón públicamente por la persecución y el maltrato dado a la figura de Darwin.

Lo del Papa ha sido un buen toque de atención para quienes no acaban de desprenderse de un papel inadecuado y discutible de conciencia de la sociedad y de gobernantes que hacen gala, como si fuera un pedigrí democrático, de su anticlericalismo.

Ratzinger, guardián durante mucho tiempo de la doctrina y de la fe, ha recordado también en París aquello de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Parece que con el LHC de las partículas enanas y con la valentía papal, que vivimos momentos nuevos –deslumbrantes e inquietantes como decía al comienzo- en los que, sin embargo, no se otean soluciones en el horizonte para el reparto mundial del agua en un mundo donde todavía hay quien puede morir de sed. Según la ONU, 4.000 millones de personas viven balo el llamado “estrés hídrico”.

Tengo un compañero de trabajo que, hace pocos días, me decía que lo de la innovación nos está desbordando y no vemos cómo este alud de cosas modernas y nuevas apunta ya a la yugular a la estructura de la sociedad y sus hábitos más tradicionales y básicos, como –decía- la misma familia.

“Fíjate bien – me decía- nos parecemos mucho más a nuestros padres que a nuestros hijos”. Si quería inquietarme más, lo consiguió.

Javier Zuloaga

miércoles, 10 de septiembre de 2008

NO HABLAR EN BLANCO Y NEGRO

¿Podría un gitano de Sacromonte, español con diez generaciones atrás, ser Presidente del Gobierno de España?. Por supuesto que sí, si así lo decidieran los españoles.

Sería además la demostración de que en este país, en donde durante mucho tiempo se ha sobrentendido que los que hablaban caló eran sospechosos de cualquier cosa mala y ser apresados, por ello, por una pareja de la Guardia Civil, se ha vuelto definitivamente multiétnico.

Pero seguro que un cierto espanto se extendería entre los más añejos, aquellos que piensan que las tradiciones y el cambio son inconciliables y que es malo romper con los moldes sobrentendidos.

En España, cuando llegue el año 2010, la población extranjera será un 14% de la total y hay quien vaticina que esa proporción podría ser de un 27% cinco años después. En localidades como Mojacar, el 40% del censo lo componen ciudadanos no nacidos en España y los británicos son mayoría entre ellos.

Ucranianos, rusos, alemanes, latinoamericanos, africanos, asiáticos… todos, entran en esta nueva sociedad que día a día crece, acogiendo e integrando, en diferente medida, no solo a personas venidas de lejos, sino también a los estilos de vida que traen bajo el brazo.

Nos está ocurriendo lo mismo que a los primeros colonizadores del Cono Sur americano cuando vieron llegar, en los años cuarenta, a los grandes aluviones de emigrantes europeos; a los italianos que implantaron los ñoquis en Buenos Aires, a los alemanes con su chucrut, a los gallegos con su lacón con grelos o los turcos con sus mezés.

La multirracialidad viene de antiguo y ha dado lugar a realidades importantes, a buenos ejemplos. Argentina, de la que escribía en el párrafo anterior, ha tenido presidentes con orígenes en la Italia más pobre, e incluso en la imperial Constantinopla…Menem, Alfonsín y mucho antes Pellegrini, Urquiza, Mitre, Sarmiento, Saenz Peña, Uriburu, Alcorta…etc, etc.

Pero se parecían físicamente. Había solo pequeñas diferencias.

Kissinger, judio alemán y Nóbel de la Paz tras una de las guerras más absurdas y lejanas que se recuerdan en Norteamérica; Sarkozy, descendiente de húngaros y ahora primer pregonero de la grandeur francesa; de Valera, padre de Irlanda e hijo de un hispanocubano casado con una celta de aquella isla yerma… la historia está plagada de ejemplos de la generosidad de las tierras para quienes se integran en ellas hasta confundirse con los del lugar y llegar incluso a gobernar.

Pero lo de ahora en Estados Unidos tiene más calado y, por ello, será mucho más trascendental si los americanos deciden, o no, dar la presidencia a Barack Obama.

Con ocasión de la carrera presidencial y la victoria del senador por Illinois sobre Hillary Clinton, han renacido de los archivos fotográficos imágenes retrospectivas del movimiento negro en busca de las libertades, las últimas estampas de Luther King en Memphis y la gran multitud que le rodeó en Washington. Owens ha renacido de sus cenizas de la mano del humillado Hitler. El “black power” de los Juegos Olímpicos de Méjico. Todo lo negro, ahora afroamericano, está en el tapete de los Estados Unidos y, por extensión, del resto del mundo.

Aquí, lo que se juega, es un auténtico órdago de grandes dimensiones, tanto si gana o pierde el candidato, hijo de keniano, que enseña Derecho Constitucional en la Universidad de Chicago.

Los afroamericanos descienden de aquellos africanos que fueron sacados de su tierra por los negreros portugueses, ingleses y españoles, que buscaban mano de obra con la que sustituir a los aborígenes de las nuevas Indias, exterminados o reducidos a un papel folklórico o de atracción turística. Eran los braceros de las plantaciones de Alabama, los barrenderos de San Luis o los estibadores de menor rango de los puertos atlánticos de los Estados Unidos.

Desde el asesinato de Linconl y la Guerra de Secesión, aquellos norteamericanos de segunda fueron subiendo por los peldaños de la dignidad social y se sentaron en las alcaldías, en las cátedras de las universidades, en los estrados de los más altos juzgados y llegaron a las puertas de un protagonismo que ahora, a través de Obama, piden que sea en igualdad de condiciones que los norteamericanos de color blanco.

Colin Powel y Condoleza Rize, al frente de la política exterior de Washington pueden representar ese progreso gigantesco de la población de color y mulata, arrollador frente a un Ku Kus Klan que ni siquiera tiene un peso testimonial, o a núcleos urbanos como los Angeles, en donde el racismo –magníficamente descrito en la galardonada Crash – se resiste a desaparecer en algunos sectores de su policía.

Lo del progreso político de los afroamericanos ha sido tan espectacular en la política, como el papel de los estudiantes indios y los chinos en las aulas y los laboratorios de las universidades californianas y el Este de los Estados Unidos. Por ello, gestos como el del nombramiento de Rachida Dati como Ministra de Justicia en el gobierno de Sarkozy, no alcanza, sin dejar de ser un paso importante, la dimensión de lo ocurrido en Norteamérica.

Pero lo del próximo noviembre es mucho más. Se trata de poner en manos de quienes han luchado contra la discriminación racial hasta reducirla a un nivel testimonial, la representación del poderío de los Estados Unidos ante el mundo. Las elecciones norteamericanas son, por esta razón, un test para saber si la desaparición de las reticencias raciales norteamericanas es real, o sólo aparente, porque están agazapadas en los sentimientos más personales de una parte mayoritaria de su población.

Ahí está el asunto, en que es también una cuestión de sentimientos, difícil de predecir, pero que en cualquier caso no resta mérito a la gran lección, en el ejercicio de las libertades ciudadanas, que están dando todos los norteamericanos.

Queda ya poco tiempo y las piezas de los dos grandes partidos se mueven con sumo cuidado. Los dos candidatos hablan de casi todo, hacen guiños a los votantes de su contrincante pero coinciden en una misma estrategia: no hablar de colores, ni del blanco, ni del negro.

Debe ser porque saben que en un mal uso dialéctico de la negritud, les puede ir la victoria o la derrota.

Javier Zuloaga

martes, 2 de septiembre de 2008

HORMIGAS

Una hormiga (con la voz del también siempre neurótico cineasta y actor Woody Allen), trata de romper el sistema totalitario de su sociedad y ganarse el amor de la princesa del hormiguero (voz de Sharon Stone). Frustrado por siempre trabajar "para la comunidad", se rebela tímidamente contra ella, mientras los altos mandos planean ir a la guerra con otros insectos para garantizar su seguridad.

El párrafo anterior aparece en la pantalla de los ordenadores cuando se piden referencias de la palabra Antz en Wikipedia, referidas a aquella realización de Dream Works, compañía fundada por Spielberg, que plantó el primer pulso a Disney, que rodó Bichos, escogiendo una y otra los mismos protagonistas: las hormigas.

Bichos se inspira en la fábula de la cigarra y la hormiga, de Esopo, y parodia a Los siete Samuráis de Kurosawa. Es el relato de lo que una vez ocurrió en una pacífica colonia de hormigas, que era asediada constantemente por un grupo de inadaptados, en este caso, los saltamontes.

Recuerdo que el público se repartió entre las dos ofertas, ocurriendo lo previsible: que los adultos sumaron una película más a su generoso repertorio paternal-cinematográfico al ir a ver lo que ofrecían los creadores del Pato Donald; mientras que millones de niños, con padres menos afortunados en su elección, se removían de sus asientos cuando no acababan de entender que pintaban las guerras imperiales y la geoestrategia en un mundo de apariencia infantil.

No me atrevo a decir si el mundo del comic cinematográfico vio su “El Dorado” en el mercado de los adultos con aquella película, o si para entonces Los Simpson ya arrasaban en audiencias maduras sobre cuestiones más corrosivas y mundanas. Pero lo cierto es que cuando –en la búsqueda de noticias para esta página- he ido viendo cómo se acumulaban conflictos o situaciones tensas en lugares claves del mundo, he acabado pensando que somos hormigas y que, en parecida proporción, nuestros problemas no trascienden más allá de nuestro hormiguero, del patio de vecindad.

Los tengo delante de mi, extendidos sobre una mesa, para ver si soy capaz de averiguar si la tensión que se ha extendido desde Moscú hacia las antiguas repúblicas de la URSS –¿no hablábamos ya con Kruchev de la Gran Rusia?- tendrá algo que ver con el recambio presidencial en los Estados Unidos, en donde, gane quien gane, se producirá un giro de estrategia internacional, porque ya peor no pueden andar.

¿Será real que Bush ha excluido a Corea del Norte de la relación de países demonizados tras el 11-S?, ¿tendrá algo que ver con la dimisión de Musarraf en Pakistán y el rebrote imprevisible del fundamentalismo en un país con futuro cada vez más incierto?.

¿Imaginábamos hace un año a un presidente francés viajando hasta Kabul para consolar a sus divisiones por la sangrienta emboscada de los talibanes, vencidos y resucitados en sólo cinco años?, ¿Es impensable, o posible, que asistamos a una reedición de la salida de los soviéticos de un Afganistán destruido y novelado, en clave propagandista proamericana, por el escritor Ken Follet en El Valle de los Leones?, ¿Aún se acuerdan de la humillante salida norteamericana de Saigón y de las épicas crónicas de Diego Carcedo para TVE?.

Recuerdo haber oído y leído que los países se inmunizan con las grandes tragedias. Que lo del gas mostaza, lo de Hiroshima, los campos de concentración nazi o las matanzas de los Grandes Lagos actuarían como virus protectores para el futuro. Puede que sea cierto y que todo aquello sea irrepetible. Pero también pienso que la imaginación humana y sobre todo la lucha por el dominio y la perversidad por si misma, despiertan la agudeza, tanto en las hormigas de las películas, como entre las personas que se sienten o quieren ser gigantes sin mirar siquiera a los hormigueros que tratan de sobrevivir a sus pies.

Vivimos momentos de cambio que la lógica de la historia hacía imprevisibles, pero que puede que se estén decidiendo en los despachos silenciosos desde los que no se ve, ni se oye, qué es lo que ocurre en la calle. Irán dice que tiene un misil para atacar a Israel y Rusia afirma que puede saltarse el escudo que la OTAN ha puesto en sus fronteras como muestra de buena voluntad.

Cuba saca pecho y recula en su aperturismo porque no tiene mucho que perder. Newsweek nos descubre que los argumentos de Putin para defender a los rusos de Ossetia serían también válidos en Ukrania, Letonia, Ubekistan, Kazakhistan o Bielorrusia y nos explica cómo los modos de la mítica KGB renacen con el uso de las nuevas tecnologías para aislar a un país en Internet antes de darle el zarpazo. Y esto ocurría cuando enterraban al Nobel Alexandr Solzhenitsin, autor de Archipiélago Gulag, que de haber vivido unos años más con lucidez se estaría tentando las ropas de puro miedo. No se pierdan el artículo que sobre él publicó en “El País” Vargas Llosa

Realmente, la asimilación humana de nuevos sucesos choca con un alud de acontecimientos que a veces son sospechosamente coincidentes. Irak, pese a lo que pasa cada día en sus calles, dicen que va mejor y ya hay fecha para la salida occidental, 2011. China, sobreviviente tras los JJ.OO. está en un brete estratégico-comercial.

Y ante todo esto, la Unión Europea en paños económicos menores, con un Berlusconi que vuelve a jugar con las reglas de juego y unos británicos que , ya van tres veces, extravían sospechosamente sus bases de datos. Mientras, de tapadillo, vemos que Barack Obama está de acuerdo con la industria americana del fusil casero – como Kennedy, Reagan, Bush, Clinton y Carter- pero podemos consolarnos con la ligera caída del precio de los alimentos básicos, para respiro circunstancial del Tercer Mundo.

Y muchas cosas más que debería mencionar también para que el lector se formara una opinión más completa, que yo confieso no tener. He arrancado páginas de diarios y las he doblado dos veces hasta reducirlas al tamaño de un palmo, para guardarlas después es una carpeta que he abierto hoy para escribirles en mi bitácora.

Aquí está pasando algo y no nos enteramos. Y no me conformo con las conclusiones proféticas sobre la presidencia de Bush de Gore Vidal , un catedrático rebelde que ha podido ejercer de antiimperialista en un país que siempre ha sido y quiere seguir siendo un imperio, lo que sin embargo no ocurre en otros parajes en donde se dispara, sin escándalo de sus gobernantes, contra una periodista, Anna Politkóvskaya, tan audaz como ilusa al buscar peligrosamente la verdad.

Si me dijeran que escribiera en 90 líneas qué está pasando en el mundo, tiraría la toalla. Pero tengo la impresión, en todo caso, de que todo se está moviendo demasiado deprisa.

Javier Zuloaga

miércoles, 27 de agosto de 2008

LOS NUEVOS "JASP"

El diario Público ofrecía hace pocos días a sus lectores dos páginas en torno a la juventud y el trabajo. El motivo era la celebración, el 12 de agosto, del día mundial de quienes aún no han entrado en el tercer estadio de la vida de las personas. ”Los nuevos JASP, (Jóvenes aunque sobradamente preparados) añaden la I de infravalorados” era el título del texto principal en el que se describía la paradoja de que quienes han tenido que competir más para obtener ahora un buen expediente, encuentran menos compensación económica, estabilidad laboral y conciliación con su vida personal, que los de unas generaciones atrás.

El número de contratos laborales eventuales para jóvenes se ha duplicado en España en una década hasta llegar al 42,7%. En sentido contrario, el porcentaje total de contratos indefinidos ha pasado del 80% al 70% entre 1998 y 2005.

El diario ofrecía, como posible explicación a este fenómeno, los resultados de una encuesta de la consultora Proudfoot entre 1.500 ejecutivos, que arroja unos resultados poco esperanzadores, ya que al estar hecho el estudio entre quienes deciden en el mundo empresarial, podría afirmarse que piensan que los jóvenes que llaman a la puerta del mundo laboral, son poco productivos. Vamos, que valen cada día menos, si es que la encuesta no miente.

El director del Observatorio Joven Empleo del Consejo de la Juventud apunta a una posible causa: “Es normal que una persona que se vea obligada a ser autónoma, en lugar de tener un contrato indefinido, se sienta menos identificada con la empresa y por tanto produzca menos”.

“Precariedad, temporalidad y sobrecualificación, son los listones que deben superar los JASPI (Jóvenes aunque sobradamente preparados e infravalorados)”, concluye el artículo.

¿Es un fenómeno pasajero?, ¿un ciclo? o ¿tal vez nos hallamos ante cambios muy profundos en las reglas del juego?, ¿hemos comenzado a dejar que las cosas funcionen definitivamente sin corsés y de acuerdo con lo que el mercado dicte?.

Muy posiblemente el desarrollo de las nuevas tecnologías ha entrado de lleno en los fundamentos del mundo del trabajo, como lo ha hecho también en el ocio y los hábitos de la sociedad. Mírense, si no, lo que circulaba por la Red la semana pasada acerca de un casco que lee los impulsos cerebrales y que, aplicado al ocio electrónico, hará que nuestros hijos, en mi caso mis nietos, no tengan siquiera que mover un dedo para interactuar con el último videojuego.

Martín Carnoy es un brillante profesor de la Universidad de Stanford, California y autor de un estudio que abre los ojos, “El Trabajo en la era de la Información”. Uno de sus capítulos se titula “la Nuevas Tecnologías y los mercados laborales”.

Dice Carnoy que es socialmente simplista y contumazmente equivocado culpar a la tecnología del elevado desempleo, de la descualificación laboral y de la disminución de los salarios de las personas menos formadas. La tecnología, defiende, cambia los modos del trabajo, pero la situación en el empleo ha de ser analizada teniendo en cuenta otras variables, principalmente la política económica y la laboral, o los sistemas de organización.

Dice el autor que el dilema no es el fin del empleo, sino su transformación.

De lo que plantea el profesor norteamericano puede deducirse que el proceso es imparable y que es impensable la reedición del llamado ludismo, un movimiento que en Inglaterra trató de poner puertas al campo de la Revolución Industrial. No pudieron los artesanos del textil contra los grandes telares y no parece lógico que ocurre ahora algo parecido en un mundo en el que sería complejo poner ahora frenos a la globalización.

Carnoy es lapidario ante a los escépticos. Frente a las teorías acerca de la destrucción y la degradación del trabajo originado por las nuevas tecnologías, este profesor de Stanford abre la ventana del futuro e invita a mirar la influencia que éstas tienen en la mejora de la producción, en el consumo, en la demanda de otros bienes en otras industrias y finalmente en el conjunto de la economía, incluida la creación de empleo.

Entiendo que nos dice que no seamos miopes y que graduemos bien nuestra capacidad para mirar un poco más allá..

Desde un punto de vista global y apoyándose en estudios de la OIT, el capítulo nos traslada el convencimiento de que los ordenadores, el software y sobre todo las telecomunicaciones aumentan la productividad y consecuentemente pueden influir también en la competitividad. Compara el dinamismo que las Tic está teniendo en las sociedades más avanzadas, con el cambio social, económico y de hábitos que supuso la extensión mundial de la industria del automóvil.

En el mundo faltan más de 400.000 técnicos informáticos, recuerda el autor entre otras mucha cosas, al tiempo que pone en evidencia, en sus cuadros, las diferencias que existen entre la Vieja Europa, atrapada por sus envidiados corsés del Estado del Bienestar y Estados Unidos, en donde el paro descendió, durante las dos presidencias de Bill Clinton, y a causa de la gran eclosión social y económica de Internet, hasta los mismos niveles de los años 60, un 4,6%.

“Los analistas antitecnológicos - sostiene Carnoy- deberían de examinar de forma realista qué es lo que está pasando y poner su talento al servicio de la creación de mejores y nuevos empleos.”

Entiendo, por intentar simplificar su comprensión, que lo que el de Stanford quiere decirnos es que si se hubieran aplicado parecidos inmovilismos en el pasado, tal vez los barcos seguirían surcando los mares a vela o la industria permanecería en su estado gremial.

Creo que tiene bastante razón y, en cualquier caso, podremos comprobarlo en poco tiempo, aunque seguramente en otros campus universitarios diferentes a Stanford, o incluso allí mismo, alguien estará estudiando de qué manera la nueva realidad tecnológica están abriendo aún más la horquilla que separa la prosperidad y la miseria. Y para solucionar este problemón, hace falta algo más que I+D+I+D+I…. Javier Zuloaga

miércoles, 20 de agosto de 2008

UN DIA DE 1945, EN BRETTON WOODS…

A primera hora de la mañana del día 6 de agosto de 1945, el bombardero norteamericano Enola Gay abría las compuertas de su panza y dejaba caer sobre la ciudad japonesa de Hiroshima una bomba mediana de uranio, “Little Boy”, que al estallar a pocos metros del suelo puso fin a la Segunda Guerra Mundial. Un día después, otro artefacto similar caía en Nagasaki.

Acababa de una forma tan fría como rotunda el mayor conflicto bélico de la historia del mundo, desatado por las locuras contagiosas. Pocos meses antes, en New Hampsire, en Bretón Woods, se habían diseñado ya las líneas por las que habría de circular la economía del mundo cuando acabara una pesadilla cuyo final ya estaba escrito, ya en borrador, por los Estados Unidos. Eran las reglas que imponía el vencedor y, seguramente, quienes habían financiado los inmensos costos de acudir en defensa de Europa y frenar la locura de alemanes y nipones.

Sesenta años después, la gente corriente de una buena parte del mundo, se rasca en el fondo del bolsillo buscando como hacer frente a las cornadas de su euribor y se siente cada vez más minúscula, como las hormigas que no mira nunca a lo alto porque está demasiado ocupada en llevar, sobre sus espaldas y hasta su hormiguero, las piezas necesarias para su supervivencia.

“No entiendo nada” está cada vez más presente en los pensamientos del pueblo llano en torno a la economía, algo parecido a la perplejidad de ese toma y daca de los conflictos bélicos que desatan, durante los últimos años, quienes no hace mucho dirigían lo que llamábamos Bloques. Estados Unidos y la URSS –hoy en proceso de renacimiento a través de una Rusia en expansión indisimulada- mueven sus piezas con desproporción, matan hormigas con cañonazos, ignoran a los tribunales internacionales que juzgan los crímenes de guerra, y se acantonan geográficamente tomando posiciones en nuevos y estratégicos enclaves.

Se están repartiendo el mundo.

Lo de Georgia, con trasfondos económicos energéticos, es en menor en escala, pero bastante parecido, a lo de Irak o Afganistán y destilan, tanto en uno como otro caso, poderío y lucha por el control. Lo de Georgia es una muestra más de la guerra global, que ya no tiene porque ser mundial a la vieja usanza. Son las piezas del puzzle que van encajando, con escaso ruido, mientras los líderes del Mundo asisten a la inauguración de los JJ.OO. y sonríen

Da la impresión de que, al tiempo que se mueven las piezas en la mesa de operaciones estratégicas, la rebotica de la globalidad ha dado carpetazo a un ciclo económico y que se ha abierto otro nuevo para corregir excesos, enfriar euforias y aclarar los espejismos del dinero fácil, de la Plata dulce, como decía el título de aquella película que reflejaba una Argentina hundida en su enésima depresión económica en 1981.

En cierta medida y respetando las grandes diferencias, lo que ahora nos ocurre recuerda algo a lo que les pasó a aquellos ciudadanos del Río de la Plata que creyeron a ojos ciegos los postulados de la Escuela de Chicago, y pensaron que el dinero por si mismo, la guita, podía ser un agente social que relegara a un papel intrascendente al trabajo, o a la prudencia en el ahorro y el gasto.

A modo de reflexión y destacando su postura rebelde, socialista y crítica con el actual reparto económico del mundo, he desenterrado lo que el economista William I. Robinson, catedrático de sociología de la Universidad de Santa Bárbara, (California) explica en sus ensayos –que he tenido que estudiar no hace mucho- para entender, desde la perspectiva del tiempo, lo que resulta difícil ver desde la barrera del momento real.

Sitúa los orígenes de Bretón Woods, que para él son la semilla de la globalización y el Estado Transnacional, en un contexto puramente imperialista, sin conceder la importancia que se merecía el escenario bélico por si mismo. Hablaba de “la panoplia del imperialismo político-militar de los EE.UU”. Robinson escribe de acuerdo con su ideología, como debe ser.

Estados Unidos, nos descubre Robinson, diseminó sus dólares por el mundo convirtiendo su billete verde en la unidad de cuenta del comercio internacional y estableció unos tipos de cambios fijos que fueron un gran fracaso. Como consecuencia de ello se liberalizó la circulación de capitales. Había comenzado la transnacionalidad, la “evaporación” de la supremacía USA y se sembraban las primeras semillas de la globalización.

En un viaje atractivo para leer, William I. Robinson explica cómo los gobiernos perdieron el control de sus divisas y de qué manera surge una nueva clase dirigente, de corredores de divisas, inversionistas de carteras y de banqueros transnacionales, que diversificaron sus riesgos en diferentes puntos del planeta. El cultivo estaba ya germinando.

La economía mundial tembló en los años 70 en una crisis que Robinson no considera como tal, ya que fue la ocasión para dar entrada a un engranaje diferente en el que el estado y la democracia misma no fueran escollos en el camino. El desarrollismo, el bienestar keynesiano y sobre todo el poder real económico comenzó a organizarse en los 80. La Comisión Trilateral; el Grupo de los 7 y el rol creciente del FMI y el BM como autoridades centrales del nuevo orden, pusieron a punto la maquinaria del neoliberalismo que, destaca el autor, pasaron a controlar la economía –y por elevación- también la política de buena parte de los estados del mundo.

El FMI y el BM, hijas de los acuerdos de Bretón Woods, prestaban a los países endeudados con bancas privadas, el dinero necesario para refinanciarse. Nada era gratuito, las famosas “recetas”, en muchos casos justificadas por los despilfarros y la corrupción, comenzaron a pesar cada vez más en las soberanías.

Lo que hoy pasa en el mundo tiene su origen, en buena parte, en la llamada Ronda Uruguaya, en la que los grandes del mundo consagran la libertad de inversión y movimiento de capitales, la liberalización de los servicios incluida la banca, el derecho de propiedad intelectual y, sobre todo, el libre movimiento de las mercancías. Nace la OMC, árbitro discutido y no reconocido por los grandes movimientos antisistema y los países más hundidos en la pobreza.

El libre comercio, dice el profesor americano, es la gran quimera, ya que al no ser de doble sentido entre los países del Tercer Mundo y los desarrollados, se convierte, con el endeudamiento y la propuesta de “recetas”, en un veneno letal para el futuro de esos países.

Frente a esta situación, el autor sitúa a una clase capitalista transnacional que adquiere una progresiva hegemonía, desnacionalizada, con conciencia de clase, controlada por una élite gerencial, pero no unificada, aunque aquí Robinson cita a Marx y Engels- como no- y afirma: “Las mismas condiciones, las mismas contradicciones, los mismos intereses producen costumbres similares en todas las partes”

Javier Zuloaga

miércoles, 13 de agosto de 2008

EL HUMOR CATALÁN

El desconocimiento sobre cómo son realmente las personas, la tentación o la comodidad de caer en la generalización facilona y, en no pocas ocasiones, la malicia, suelen formar un buen abono para que aparezcan tópicos erróneos acerca de los grandes colectivos.

Hay, sin embargo, rasgos que unen a los habitantes de un mismo círculo. Ocurre en la escuela, en la que el estilo y los valores que en ella se imparten, acaban marcando la personalidad –que no el carácter- de los estudiantes que han pasado por sus aulas. Hace poco hablaba con una antigua alumna del Institut Escola de Barcelona, (Barcelona 1932), nacida a la sombra de la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos y se veía en ella un estilo distinto, más pleno de tolerancia y curiosidad por la vida, muy diferente al de sus coetáneos de otros centros educativos de la época, aquellos que nacieron en torno a los años veinte y que tuvieron que vivir la Guerra Civil.

Ocurre también ahora en las universidades y no creo que sea ningún disparate decir que existen las improntas de Deusto, Navarra, Harvard, Stanford, Humbold o el MIT. Los valores que fundamentaron su nacimiento y las hicieron seguir vivas pasados los años, acaban entrando, quieran o no, por los poros intelectuales de quienes han tenido el privilegio de escuchar a sus profesores.

Y podría decirse otro tanto de la coincidencia de las personas en determinados acontecimientos de la historia del mundo. Pienso en las grandes revoluciones, que marcan el perfil de quienes las vivieron y que pasan después a las siguientes generaciones, casi siempre magnificadas por esa humana tendencia a idealizar las gestas que los padres cuentan a sus hijos cuando aún son pequeños.

Pero en este último caso, los lazos comunes que unen a los individuos perduran poco en el tiempo y acaban siendo simplemente un símbolo o nada más que unas páginas de historia. La culpa no es de otro que del paso del tiempo o el mal hacer de los relevistas de la antorcha revolucionaria. Pienso en las evidentes diferencias de franceses y rusos, en la grandeur medio mágica que impregna todavía a los primeros, inventores del Estado Moderno y en la salida silenciosa, por la puerta de atrás, de los sucesores de Lenin y Stalin. ¿Se acuerdan de la película "¡Good bye Lenin!?

Lo cierto es que poniendo a salvo aquellos casos en los que determinados escenarios o acontecimientos han sellado con tinta imborrable la memoria de quienes los vivieron, las restantes adjudicaciones de perfiles a personas de un mismo lugar, suelen carecer de fundamento, aunque su repetición haya acabado por convertirlos en válidos.

Los vascos, yo lo soy, no somos tan primitivos como podría deducirse de nuestras irracionales tradiciones, que se han mantenido vivas –como una suerte de souvenir- la competición por levantar enormes piedras, demostrar quien corta más rápido la leña o quien es capaz de convertir en versos, a la sombra de una botella de tinto, las cuestiones más corrientes de la vida.

Ni los andaluces son tan relajados, como a veces se les quiere presentar, filosofando sobre la trascendencia de una copa de manzanilla o una taza de gazpacho ¡Que gran cosa es el gazpacho!. Ni los madrileños tan extrovertidos como inconcretos “Bueno, ¡a ver si nos vemos!”, ni la francachela de los porteños de Buenos Aires tiene nada que ver con el significado textual de algunas de sus expresiones “¡Ché boludo, mirad que sos maricón!”. He viajado en bastantes ocasiones a Andalucia, he vivido dos años en Argentina, más de veinte en Madrid y, en octubre de 2009 hará otros tanto que llegué a Barcelona.

Las gentes no son generalmente como se las cataloga, aunque estén unidas por las tradiciones y los sentimientos que estas producen. Por ejemplo, se cree, más allá al este de Huesca y más al sur de Zaragoza, que los catalanes se prodigan en la tacañería –¿será porque la palabra peseta proviene del catalán?- y que miran con recelo al que viene de fuera.

Quienes llevamos un tiempo aquí, sabemos que no es así –no más que en cualquier otro paraje de España- y que basta rascar un poco para comprobar que tras un comportamiento que es ciertamente reservado y discreto, se esconden enormes dosis de solidaridad, civismo y tolerancia, tantas como de inquietud cultural y curiosidad por las cosas que les rodean. Puede que en todo ello tenga algo que ver su situación en el mapa y la riqueza y el trasiego por su suelo de pueblos muy distintos, de romanos, árabes y fenicios.

Estoy hablando de los catalanes, del pueblo llano, de sus gentes, entre las que, como también ocurre en otros parajes, hay también algún que otro villano, en la peor acepción de la palabra.

Pero hay algo que no cuadra con la rotulación que se hace de ellos. Me refiero a su gran sentido del humor, impropio de la gente malvada y perversa, del que ya escribí en este mismo blog en El Séptimo Sentido


Hace pocos días, con ocasión de los Juegos Olímpicos de Pekín, un diario ofrecía la foto de la llegada de la Marathon de Tricicle, en el acto de clausura de los celebrados en Barcelona en 1992. No creo que exista un solo español – ni ningún ciudadano de mundo que les viera- que no se quedara pasmado de admiración y vencido por la risa, con las imágenes de la llegada a la meta de Joan Gracia, Paco Mir y Carles Sans, tres catalanes universales

Si alguien tiene unos minutos, que pinche en : Clausura de los JJ.OO. Barcelona 92 y rememorará, también con algo de nostalgia, aquellas delicias de humor…catalán.

Porque hay y ha habido más. Rosa María Sardá, polifacética, gran actora dramática, pero genial en su desgarrado humor televisivo; o el desaparecido Eugenio o, ya más recientemente, Polonia, un espacio al que sólo sus miembros ponen límites a lo que ha de salir y en el que se trata por igual a todos los hombres públicos, estén o no en el gobierno, lleven mitra o corona.

Tal vez unas de las claves del éxito sea que su director, Toni Soler, ha sido articulista de la sección de política en diarios como Avui y El Observador y haya concluido en que lo mejor que se puede hacer con la vida pública es vestirla de chirigota, al menos, un día a la semana.

¿Existe algo parecido en otros parajes de este país?. Creo que no y sin embargo lo que cala en quienes miran a Cataluña desde fuera, además de todo aquello que ocurra en el Nou Camp, es lo de las balanzas fiscales, el asunto de la tercera hora de castellano o los exabruptos de un Rubianes al que un día se le cruzaron los cables.

Pues no, no estoy de acuerdo y como estamos en agosto, pinchen en algunos retales de humor clásico catalán, pequeñas piezas de museo de la sonrisa, que he seleccionado para mis lectores:

1 Polonia: La dimisión de Maleni
2 Eugenio: La Estepa
3 Rosa María Sarda: La Cajera

Que ustedes lo pasen bien

Javier Zuloaga

miércoles, 6 de agosto de 2008

COLGAR LA CORBATA

El tiempo lo cura todo. Es uno de los dichos más socorridos para quienes se encuentran, en un momento dado de su vida, en un callejón sin salida. El tiempo tiene un poder balsámico sin hacer nada, ni pretenderlo. Basta con dejar que las agujas del reloj convencional, o los dígitos del digital, o las hojas de un calendario carrinclón, o los registros de una agenda “Outlook”, vayan avanzando, para que todo quede atrás, cada vez más lejos.

Es uno de los topicazos de nuestra rutina. El paso del tiempo es la esperanza o la solución para buena parte de aquellas cosas que se han convertido en un desquiciante problema en nuestras vidas. Es también el pause esperado para dar respiro a esa presión que no deja respirar a millones de almas en pena que no encuentran una salida a sus dilemas.

El tiempo, el reloj, ¿son algo más que eso las vacaciones?, adquiere un efecto especial cuando colgamos la corbata en el armario, con cierto aire indiferente, diciéndole adiós hasta final de mes, o sacamos del zapatero las alpargatas y metemos en su lugar los mocasines. Son sólo algunos gestos de ese paréntesis que, con o sin operación salida, llega a la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas que tienen un trabajo fijo.

El tiempo aclara las cosas… el tiempo acaba colocando las cosas en su lugar…cada cosa a su tiempo… al mal tiempo buena cara…para verdades, el tiempo, para justicia, Dios…más vale tarde que nunca, lo cierto es que la sabiduría popular está plena de citas que han trascendido de generación a generación como herencia memorizada, pero sin la conciencia real de que en torno al tiempo gira todo, absolutamente todo.

Hace unos cuantos años que pasé de los cincuenta y me parece que fue ayer cuando miraba a mi padre como un señor añejo y con fecha de caducidad . Ni por asomo se me ocurría pensar que yo le tomaría el relevo en esa efeméride – en diciembre él cumplirá 88- ni ahora me resulta fácil pensar que mi hijo Javier, que anteayer llegó a los treinta, me habrá sustituido en el evento del medio siglo cuando cumpla los 76, si llego, dentro de veinte años.

El tiempo es lo más importante que tenemos, sea para bien o para mal, y lo cierto es que pasa ante nosotros sin vuelta atrás, como lo hace el agua entre nuestros dedos. El tiempo estremece cuando estudias un poco de historia y te acabas sintiendo minúsculo por la intrascendencia de la nuestra propia y el grano de arena que, cuando acabe el Universo, si es que acaba, supondrá nuestra existencia entre la de miles de millones de vidas que empezaron y acabaron tiempo atrás o lo harán dentro de mil años.

Cuando recabas en aquello de lo inexorable del paso de los días y los años, tomas también conciencia de lo relativo de la inmundicia y la miseria que a veces nos toca vivir y te regocijas por la efímera pero auténtica inmensidad de las alegrías y la felicidad, si es que has tenido la fortuna de hallarlas. Cuando ya no tienes tiempo, o presientes que se acaba, te miras en el espejo y ves la importancia que tiene haber podido, o sabido, mirar hacia el horizonte intentando evitar las derivas del rencor corrosivo, de haber sido, al margen de tus propios errores, generoso en tu postura ante la vida.

El tiempo detiene, en estas fechas, el curso de la rutina, esa suerte de presión que impide que millones de humanos puedan ver el bosque porque están demasiado cerca de los árboles. En vacaciones, la maquina de la vida suelta vapor y aminora su marcha porque tiene menos vagones de los que tirar, porque sus pasajeros se han apeado para digerir, de forma distinta, esa parada reglamentaria en la que unos recuperan el resuello y otros se reencuentran con una vida que apenas recordaban, o creían distinta.

Hoy pienso que la sociedad está cada día más preparada para que la maquina de la producción funcione, aunque sea de forma maltrecha como en los últimos meses, pero que las vacaciones acaban siendo una suerte de apertura de rediles, una estampida para la que –por su carácter de paréntesis- no se prepara a la gente. Todos a una, embutidos sobre cuatro ruedas, rebozados en arena de playa, descubriendo lo deslumbrante de una boñiga en un camino rural, perdiendo las maletas en un aeropuerto, consumiendo de forma feroz.

Tal vez por ello me quedo en casa, para vivir de verdad, para ver que hay alrededor de mi, para mirarme con mi mujer y decir lo que pensamos, para practicar la amistad con los amigos que lo son auténticamente, para poner la bicicleta a punto, charlar un poco con el quiosquero, ir al mercado sin prisas, leer unas cuantas páginas o disfrutar de una buena cabezada. Para vivir más conscientemente de todo lo que, en septiembre, volverá a ser –no puede ser de otra manera- otra vez distinto.

Cada uno tiene su botica. Hoy, ésta es la mía

Javier Zuloaga

miércoles, 30 de julio de 2008

AHORRAR

En algunas ocasiones, cuando no se puede - o no se sabe- llegar a las raíces de un problema se suele concluir diciendo que “la culpa es del sistema”. Es una forma de dar carpetazo a algo que va a seguir siendo así y que para cambiarlo hace falta algo más que parches.

Este razonamiento podríamos aplicarlo a la mayoría de los problemas crónicos de las sociedades: a la hambruna africana, que no acabará mientras el sistema sólo permita la vía de la solidaridad internacional y mantenga cerradas al mismo tiempo las puertas del progreso a los más pobres.

O al lastre del narcotráfico colombiano, que se columpia entre una represión en el origen de la cocaína muy superior a la que se lleva a cabo entre los intermediarios del gran mercado del consumo norteamericano.

O - por acudir sólo a tres ejemplos de ese universo de problemas insolubles- a una violencia de género a la que se responde con el castigo y la creación de apoyos a las maltratadas, pero no se aborda con el mismo entusiasmo el reto de una educación, en la escuela y en casa, que inculque a los menores - teóricos verdugos y víctimas- un sentimiento real de igualdad.

Cada lector podría enumerar muchos más, por haberlos vivido de cerca, pero yo hoy me he detenido en una suerte de círculo que confunde al ciudadano y que se ha convertido en una especie de concepto fósil para los más jóvenes. Me refiero al ahorro.

Vivimos, como ha ocurrido en otras ocasiones, momentos de inestabilidad económica, en buena medida originados por el descontrol del precio de la energía. Pero, a diferencia de la que Occidente sufrió en 1973 tras la decisión de los países árabes de castigar a quienes apoyaron a Israel en la guerra del Yom Kippur, la actual responde a movimientos en la demanda tras los que no pocos ven una simple especulación, impulsada por la desconfianza y el miedo.

En este mismo cuaderno de bitácora reflejaba lo que el Rey de Arabia Saudita decía, hace pocas semanas, en la Cumbre de la Energía celebrada en Yedda. Denunciaba sin ambages el monarca que poco podrá arreglar un aumento de la producción –su país comenzó a extraer 500.000 barriles mensuales más- si no se pone freno a los especuladores, al consumo feroz de las economías emergentes y a los impuestos adicionales con que los países de Occidente aumentan sus ingresos fiscales gracias a la crisis que tanto les afecta.

Lo dicho por el Rey Abdullah se escuchaba además en un escenario donde aún resonaban las profecías de Davos del pasado mes de enero en torno al futuro de la economía del mundo y que "El País" cubrió con una excelente crónica en la que se reproducía lo dicho, literalmente, por John Snow, ex secretario del Tesoro de los Estados Unidos "Oyendo los debates en Davos te dan ganas de buscar un edificio para tirarte desde lo alto".

En ese marco, que nos viene grande a casi todos, encontramos algunas contradicciones. Desde el Ministerio de Economía se nos ha recordado lo importante que es ahorrar energía ”El Hábito perdido”-El País 26 de julio. Nunca es tarde.

Si, como suena. El ahorro renace, pero porque nuestra balanza de pagos anda maltrecha –gracias a Venezuela ahora un poco menos- descubrimos que una familia de tres personas no debe comprar un frigorífico de última generación capaz de enfriar para ocho, mientras –cuentan los cronistas- los británicos se han deslumbrado a si mismos al ver que es más barato y saludable no consumir, para desplazarse, mayor energía que la que quema nuestro cuerpo para moverse. Genial, gracias al precio del petróleo al otro lado del Canal de la Mancha han abierto los ojos y han descubierto que el movimiento acompasado y alternativo de las piernas hace posible y barato los desplazamientos de los individuos y las individuas.

Algunos ecologistas –creo que con razón- han apuntado a que solo preocupa el ahorro energético cuando la economía truena y otros prefieren apuntar a que no es más que un sarcasmo predicar estos mensajes en una sociedad que, hasta casi ayer, estaba plena de nuevos ricos.

Todo este contrasentido me lleva a recordar el ahorro entendido en su significado más tradicional, el de guardar por si vienen mal dadas, o para cuando la pensión sustituya al salario. Al ahorro de nuestros padres y nuestros abuelos, aquel que, piano piano, nos mantenía aún lejos de la opulencia pero más cercanos a la seguridad personal. ¿Existe una cultura del ahorro?, ¿se explica la importancia que tiene guardar para quien lo hace y para el conjunto de un país?.

La primera respuesta que me doy es semántica, porque pienso que el ahorro y la inversión se confunden, seguramente como consecuencia de los anglicismos y de la competencia financiera por ganarse la confianza de los clientes. Y la segunda es que políticamente no interesa premiar aquella vieja práctica de la prudencia.

El ahorro directo no desgrava como lo hacen otras vías de inversión, las pensiones y la primera vivienda, necesarias también para asegurar aún más un buen retiro y tener un techo bajo el que dormir y que, por razones culturales, los españoles queremos en propiedad. Pero el ahorro, la hucha que se regalaba a los que venían al mundo es cada vez más historia.

Hay mucho experto en la materia, que tal vez se podría calcular en qué medida cambiarían las cosas si la maquina del consumo loco –en gran parte de productos venidos de muy lejos- cediera un poco de su espacio en la tarta de la economía, a un ahorro reconocido y compensado. Y me pregunto también qué presión podría ejercer el hecho de guardar unos buenos dineretes de forma regular sobre esa especulación del ladrillo que hacía parecer gilis a quienes no practicaban aquello de firmar, sobre plano, un contrato de compraventa de un piso a 200.000 euros y –sin llegar a contratar la luz- venderlo por 400.000.

Puede que lo de ahorro tenga más enjundia que la que pensamos y que, como ocurre en el sector farmacéutico, acabemos llegando a la conclusión que hay que volver a los viejos remedios del estudio y buen uso de las plantas medicinales. Parece que la cosa va en serio y, si no, ahí está el premio L'Oréal-Unesco for Women in Science 2007, concedido a la investigadora de Isla Mauricio, Ameenah Gurib-Fakim. Pinche usted en el link anterior, que merece la pena.

Ya lo sé. Hablamos de cosas muy distintas, pero ahí queda el ejemplo.


Javier Zuloaga

miércoles, 23 de julio de 2008

LA JUVENTUD DE AMERICA

Tuve la oportunidad de ejercer el periodismo en América Latina durante dos años. Fue en Argentina, desde diciembre de 1980 hasta agosto de 1982, una de las épocas más ricas en acontecimientos controvertidos de las que se recuerdan en el país ribereño del Rio de la Plata.

Como a casi todos corresponsales recién aterrizados, los rasgos de aquel país, el parecido de sus paisanos y de su paisaje urbano con el que se podía encontrar en las capitales europeas, me hicieron asumir criterios erróneos a la hora de encontrar una buena explicación a lo que estaba descubriendo.

Creo que a todos nos pasaba algo parecido y en los conciliábulos que un grupo de periodistas europeos creamos de forma espontánea para sacudir las ideas y espabilarnos a la hora de acceder mancomunadamente a buenas fuentes de información en una dictadura que ya comenzaba a languidecer, íbamos viendo como Argentina no se podía dividir entre peronistas y radicales, que las ideologías tenían barreras aún más inconcretas que en Europa y, sobre todo, que aquella tierra era un lugar en el que los sentimientos y la nostalgia jugaban un papel importante.

Con esos hilvanes, comenzamos a comprenderlo todo un poco mejor y a situarnos, con más facilidad, en la piel de los argentinos. Creo que nos ayudó el gran sentido del humor y el buen nivel cultural medio de las personas que íbamos conociendo y que –han pasado ya más de 25 años de mi marcha de Buenos Aires- encontraba un buen ejempolo en aquel chiste que ellos mismos contaban sobre la creación del mundo.

“Dios puso todo lo bueno aquí: la tierra, los pastos, los minerales, el petróleo, los bancos de pesca, pero para compensar, Dios puso a los argentinos” . Evidentemente aquel era un chiste inconveniente si el que lo contaba era un forastero, pero ponía en evidencia algo que la distancia y el paso del tiempo me ha traído a la cabeza como válido no sólo para Argentina, sino también para casi todos los países de América Latina. Hablo de su juventud.

Es fácil llegar a conclusiones fatalistas cuando uno lee que los agricultores de la Pampa pueden acabar cualquier día con la presidencia de Cristina Kirchner, como hicieron los sindicatos no hace muchos años con el último presidente del Partido Radical, Fernando “Chupete” de la Rúa.

He oído alguna vez –y puede que yo mismo lo haya escrito dejándome llevar por la superficialidad- que la explicación de estos procesos se encuentra en la inmadurez de aquellas gentes y de esa manera hemos pensado también sobre otros parajes americanos, cuando la actualidad nos traía a las portadas a los líderes bolivarianos de Ecuador y Venezuela o alarmaba nuestras inversiones por el virus indigenista de Bolivia.

Creo que no se ha salvado nadie, ni siquiera Brasil, sobre el que los europeos se la han envainado al comprobar que, con el temido Lula, se ha convertido en uno de los países con mayor recorrido en el futuro; ni tampoco Chile, la nación trasandina que ha sabido sobrevivir, gracias a la madurez general de sus gentes, a su radicalización comunista y a la posterior dictadura pinochetista.

Durante el fin de semana, he elegido dos noticias de esa América que, tras haberla conocido, no puedo dejar de mirarla de una manera diferente, más próxima y abierta. En Ecuador han cerrado la redacción de su nueva carta magna y el presidente Correa ha dado por válida una decisión que –de estoy si que estoy seguro- le pasará factura dentro y fuera de su país. Los padres de la patria, los parlamentarios, han aprobado retirar del texto que será sometido a referendum la cooficialidad del quechua, la lengua de las tribus indígenas que vieron llegar a los españoles y que los descendientes de Bolivar, en un alarde de insensibilidad, han bajado de categoría.

La segunda información, argentina, es la retirada del proyecto de ley dirigido a gravar las exportaciones de la soja, casi la mitad de los cultivos del país. La decisión, así como la difundida dimisión de la mujer del ex presidente Néstor Kichner, venía precedida por las movilizaciones populares.

La calle, una vez más, había impuesto su criterio, como lo hizo para derribar a de la Rúa, aupar de nuevo a un senil Juan Domingo Perón que descansaba en su exilio de Madrid o para aclamar al general Galtieri cuando anunció el desembarco en Malvinas en abril de 1982 y hacerle salir, sólo cuatro meses después, por la puerta de atrás de la Casa Rosada cuando vio que se había jugado con los sentimientos de los argentinos.

Los europeos nos espantamos de estas políticas que juegan con las reacciones del corazón y la epidérmis, cuando nuestras propias historias, si las hubiéramos estudiado desde la curiosidad y algo más de entusiasmo, tienen capítulos equivalentes a los que ahora viven los países que comenzaron a serlo hace menos de doscientos años. Argentina los cumplirá en 2016 y Cuba celebró su centenario hace tan sólo diez.

La historia cuando crece, se convierte en el corazón de una nación, porque crea identidad. Y los europeos, aunque discutamos internamente las identidades de algunos de nuestros territorios, estamos unidos por historias que componen una riquísima red de experiencias, de errores y de disparates –dos guerras mundiales en los últimos cien años- que los pueblos de América Latina afortunadamente no han cometido.

Debemos prestar atención a lo que allí ocurre y observar desde la distancia física e histórica. Creo que es la mejor manera de ayudarles.

Yo, si fuera argentino, quechua, venezolano, colombiano, chileno o mejicano, pediría a Europa que se mirara en el espejo de su propia historia y me ayudara después a recorrer la mía con menos tropiezos.

Javier Zuloaga

miércoles, 16 de julio de 2008

SABER UN OFICIO

Estoy trabajando en la biografía de un eminente catalán desaparecido hace ya tres años. Fue un hombre de ciencia, gran investigador y por ello un curioso incorregible. Encajaba en aquel viejo modelo de la sabiduría que no encasillaba a los estudiosos en las letras y las ciencias, sino que entendía el conocimiento como un campo sin barreras, de tal manera que su especialización no distrajo el apetito cultural por la literatura, la historia, o la filosofía, por acudir sólo a algunos ejemplos de las materias que contenían aquellos libros de su despacho en el Ensanche de Barcelona .

Pude conocerle y hablar tranquilamente con él, aunque mucho menos de lo que me hubiera gustado y comprobar hasta qué punto su cultura sobre todas las materias, la universal, llegaba a conocimientos como la mitología, cuyo dominio nos costaría ahora encontrar en quienes se dedican a descifrar los elementos primarios de la materia, desde la experimentación, sobre una poyata de un laboratorio.

Me enseñó un libro impreso en Barcelona en 1928, titulado “Figuras y Leyendas mitológicas”, del que fue autor Emilio Genest, en el que el curioso puede descubrir el mundo imaginado de los mitos, aquel que inmortalizaron, en otros, Homero y Ovidio.

Zeus, Urano, Cibeles, Saturno, Júpiter, el Cuerno de la Abundancia, Afrodita, Apolo, Cupido, Neptuno, Hermes, tienen su página en un libro con el que su propietario quiso incorporar la cultura clásica a su saber sobre los asuntos más intrincados de la ciencia.

“Este hombre- me dije- es también un sabio”.

Desde entonces he pensado frecuentemente en qué medida el avance de las tecnologías o la especialización de casi todas las profesiones, han ido arrinconando a la cultura en su sentido más amplio, pero hace días comprobé que aquella amplitud del saber, que tanto admiraba, se estaba quedando corta respecto a la real de la vida. Me explico

Fue al leer el folleto de presentación del Institut Escola de Barcelona, nacido a la sombra del espíritu liberal, laico, pero sobre todo independiente, que caracterizaron a los centros creados a la sombra de la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876 por Giner de los Ríos y otras mentes inquietas, como respuesta a la exclusión académica llevada a cabo por el gobierno de Cánovas, que sacó de sus cátedras a no pocos profesores que confiaban más en el saber y en el descubrimiento que en los dogmas.

Aquel hombre de ciencias e investigación había estudiado la Secundaria en el Institut Escola, en aquel edificio del parque de la Ciutadella que dirigió el químico Josep Estalella Graells, venido desde Madrid tras haber impulsado en la capital española el primer centro de aquella idea quimérica de la formación de los futuros ciudadanos que hoy sigue pareciendo futurista.

El folleto, editado en 1932, explica, entre otras muchas cosas, que aquellos bachilleres debían aprender, inexcusablemente, un oficio manual. Carpintería, electricidad, impresión, alfarería, eran algunas de las opciones que los futuros universitarios debían añadir a sus obligaciones y que aquella manera avanzada de entender la formación, reconocía como necesarias para incorporarse definitivamente a la sociedad.

El desarrollo de las nuevas tecnologías, la aparición de artilugios que provocan largas colas en las tiendas de electrónica o telefonía; la última versión de la consola japonesa o norteamericana; el teléfono que nos dice que ha llegado un correo electrónico y en el que podremos guardar también las fotos y las canciones que más nos gustan y que siempre mantiene las imágenes en su posición correcta aunque tu te empeñes en colocarlas boca abajo, han acabado de aplastar el viejo modelo de enseñanza liberal que unía lo artesano con la filosofía y las entrañas de la física y la química.

No es una regla general, porque los estudiosos pueden hacer un buen uso de las TIC,s (así se conoce a las nuevas tecnologías) sin menoscabo de su afán por saber cada día más. Pero lo cierto es que vivimos en un mundo en el que la velocidad y la pericia de los dedos de la mano sobre una consola de juegos, es más importante que cualquier otra cosa para millones de bachilleres, los descendientes de aquellos que leían sobre la mitología y que cepillaban la madera o daban forma al barro en los talleres del Institut Escola de Barcelona.

El libro digital está a la vuelta de la esquina y de nuevo japoneses y americanos preparan sus artillerías tecnológicas para dar la gran batalla. El asunto mantiene ocupados y algo preocupados a editores y agencias literarias. Recientemente –pinchar en el link de la primera línea de este párrafo- se ha hablado de ello en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander.

Se ha coincidido en que no se puede dar la espalda a los nuevos canales y se ha recordado que hay que adelantarse a los efectos que la obtención gratuita de música en Internet tuvo cuando las iniciativas de software libre comenzaron a conectar a quienes querían intercambiar melodías o conciertos.

En la capital cántabra se habló, por ello, de la necesidad de que los editores adopten un formato único, como ocurrió finalmente con el MP3 de la música. Se ha propuesto tomar la iniciativa y observar, al formato digital, más como un aliado que como a un enemigo de los libros de papel - que con toda seguridad seguirán existiendo- y quitarle gravedad a una piratería que volverá a aparecer, inevitablemente, al tiempo que este mercado ofrezca posibilidades de negocio.

En la Red y en las nuevas tecnologías, ha ido creciendo un nuevo mundo, el digital, cuyas posibilidades parecen inagotables y que está cambiando los hábitos de las personas y la economía de los mercados. Hoy, se puede vivir sin salir de casa y sólo se aíslan del mundo los que decididamente no quieren saber nada de él.

El pasado jueves, ”El País”, publicaba una información inquietante sobre un fallo masivo de seguridad de Internet, que dejó a disposición de los piratas digitales, los datos más sensibles de los servidores y los usuarios. Los detalles de lo ocurrido, cuenta el diario, no se conocerán hasta que haya pasado un mes, aunque el lunes este mismo diario informaba de que el descubrimiento del agujero negro de la Red se debió a la casualidad.

Seguro que si Josep Estalella Graells hubiera nacido ochenta o cien años más tarde, habría añadido, a sus talleres de oficios, una asignatura más: la asimilación de todo lo que tecnológicamente nos está cayendo encima.

Estoy totalmente seguro.

Javier Zuloaga

miércoles, 9 de julio de 2008

CRISTO Y EUROPA

Cuando viví en Argentina, al comienzo de los ochenta, me costó entender ese trágico sentido de la existencia, que destilaban el bandoneón y las voces quebradas de los maestros del único género criollo que he conocido, el tango. Era el canto desgarrado de quienes ya no podían ver, sino sólo imaginar, qué había a sus espaldas y se aferraban a la generosidad de la tierra que les había recibido. Italianos, judíos de todos los orígenes, nazis y alemanes equivocados, turcos y algún que otro francés –Gardel lo era- pusieron la simiente de un país que, todavía hoy, no tiene bien definidas sus señas de identidad, aunque sin duda son cada día mayores.

Cuando reflexiono así no entiendo el derrotismo que ha surgido tras el “no” irlandés, esas plumas que se refugian en lo peor para explicar la complejidad de las cosas con enjundia. Creo que el “no” de los seguidores de Michael Collins habría que encuadrarlo en los mismos sentimientos que llevaron a franceses y holandeses, hace tan sólo dos años, a mantener cerrada su voluntad ante una Gran Europa. El entonces primer ministro holandés, Jan Peter Balkenende, atribuyó el resultado de la consulta a los recelos que producía entre los ciudadanos de su país la ampliación de la UE hacia el Este, a la contribución excesiva de La Haya al presupuesto comunitario y al temor de pérdida de soberanía, de dilución de su personalidad.

En el caso francés, con una participación alta de casi el 70%, el “no” arrastró la voluntad de casi el 55% de los votantes y se convirtió, para muchos, en el epitafio del Chiraquismo y el inicio de una nueva época política en la que los franceses querían que se les hablase claro, sin circunloquios y un poco menos de grandeur. Fue la gran oportunidad de Sarkozy.

Pero Europa, además, ha pasado y superado momentos difíciles. Dos ejemplos.

La negativa de los ingleses a asumir la misma moneda y mantener a la libra esterlina, a la Reina y la Union Jack como símbolos de un imperio que comparte, en paralelo, un marchamo común con los norteamericanos, que no quiere deshacer la madeja de sus intereses en la Commonwealth, pero que, al mismo tiempo, no pasa por alto estar ausente en las grandes decisiones de la UE.

Y el incumplimiento de los acuerdos de Maastricht por parte de Alemania como consecuencia de los costos de su reunificación, superados ahora brillantemente cuando el resto de la economía Europa paga su falta de competitividad y reacción ante el mundo global.


Es fácil caer en el derrotismo y decirse a uno mismo que esto de la Europa unida es imposible. Incluso mirarse en espejos distorsionados por el gran aparato mediático norteamericano y concluir en que el Viejo Continente nunca desfilará al mismo paso por la ausencia de una espiritualidad común, o por no tener interiorizado aquello de Dios salve a los Estados Unidos de América.

Tal vez por todo lo anterior no entiendo, por tratarse de un ciudadano de la generación que ha visto como Europa sorteaba una y otra vez las barreras que le han salido en el camino, lo que José Manuel de Prada publicaba hace un par de semanas en ABC bajo el título apocalíptico de “El fin de Europa”.

“Si el señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles” invocaba el novelista recurriendo a un salmo para concluir que los acuerdos europeístas serán meros aspavientos y afirmar que es demente intentar construir paraísos en la Tierra mediante la acción política. “La Unión Europea- escribe el articulista- correrá el mismo destino que en su día corrió la Torre de Babel” .

Pero lo que ha hecho chirriar mis neuronas y ponerme al teclado, ha sido la invocación al cristianismo como panacea y la afirmación de que sólo la religión puede transponer fronteras “y actuar de amalgama entre los pueblos”.

Que me perdone de Prada, pero lo que dice suena a talibán, a jihadista, a cruzados y a Ricardo Corazón de León. La religión, sea la que sea - para quienes la vemos desde una distancia prudencial pero respetuosa- ni debe intervenir en los proyectos nacionales ni en los transnacionales. Que recen, se acerquen más a los débiles y remuevan conciencias, que no es poco.

Las ideas electrizantes –por la fuerza de la fe o de la superioridad sobre otros- son todo un peligro cuando son malvendidas o arteramente difundidas. Echen ustedes un vistazo si no al apunte de Francisco de Goya “Por descubrir el mobimiento (sic) de la tierra” ,dedicado a un Galileo encadenado a un enorme asiento de piedra, inmóvil, en el que el pintor aragonés denunciaba el enjuiciamiento del sabio, por los inquisidores, por haberse atrevido a discutir el modelo geocéntrico del Universo. O léanse ustedes “Historia de un Alemán” de Sebastián Haffner o “El Hereje” de Delibes, ya que representan buenos ejemplos de historias que suelen acabar envenenándolo todo y dejan además secuelas de amargura y siglos de rencor.

Por eso es bueno que los franceses dijeran hace dos años que no a la Constitución europea y fuera necesario bajar el listón de la unanimidad, de la misma manera que ahora se articularán vías de entendimiento para que españoles y polacos, portugueses y griegos, británicos y alemanes o italianos y holandeses, tengan más cosas en común que diferencias.

De momento, salvo la excepción imperial de la libra y el chelín, compartimos el mismo monedero, lo cual, no nos engañemos, une más que los credos de cualquiera de las religiones.

Incluso para dar limosnas.

Javier ZULOAGA

miércoles, 2 de julio de 2008

LAS PUERTAS DEL CAMPO

¿De quién son las lenguas?, se pregunta el ex director del Instituto Cervantes, Fernando R. Lafuente y actualmente responsable de ABC de las Artes y las Letras, “Las lenguas pertecen a los hablantes, no a los gobiernos”, se responde a si mismo, antes de afirmar que el petróleo de la sociedad que habla español es precisamente la lengua.

Pues si quien así habla tuviera razón, el español o castellano andarían por las nubes, como el barril de petróleo Brent y los inversores en cultura hispánica estarían celebrando un éxito que, por lo que se refiere a España, es claramente inexistente.

La opinión de Lafuente, como las del Marqués de Tamarón y Jon Juaristi, anteriormente al frente también del Instituto Cervantes, todas ellas recogidas en el “link” de la primera línea, forma parte de la resaca por el Manifiesto por la Lengua Común que el pasado 23 de junio firmaron una veintena de intelectuales en el Ateneo de Madrid, pidiendo una tregua y árnica constitucional para el castellano o español, idioma de quienes hablan la segunda lengua internacional de Occidente, tras la inglesa.

Creo que ni los seguidores más fieles, ni los más críticos con los insurgentes firmantes de este manifiesto, pueden discrepar en un aspecto: en las crecientes razones para preocuparse por la situación institucional de la lengua castellana. Unos tal vez lo celebren y otros- yo entre ellos- fruncimos el ceño por el mal aspecto que está tomando el asunto.

Lo del matiz institucional es intencionado y lo dice todo sobre a quiénes apuntan los dedos de Fernando Savater, Carlos Martínez Gorriarán, Carmen Iglesias, Alvaro Pombo, entre otros, asistentes al acto de Madrid, a los que se han ido sumando mentes y plumas inquietas como la del peruano Vargas Llosa o ese catalán rebelde llamado Albert Boadella.

Contra esa laxitud silbante o beligerancia indisimulada de algunas instituciones públicas en contra del castellano, los firmantes piden a nuestros legisladores que abunden aún más en lo que la Constitución ya dice de la lengua española. Su artículo tercero está cada día más arrinconado, empolvado por la acumulación de vulneraciones constantes, por el descrédito provocado por la inhibición de nuestros políticos y, en no pocas ocasiones, por la ofensiva rechifla de quienes hicieron, tiempo atrás, de su lengua vernácula una bandera de casi todas sus libertades.

Insisto en lo de institucional de nuevo, porque otra cosa es lo que ocurre en la calle, en donde, por lo general, la gente corriente se complica poco la vida intentando torcer el curso natural de las cosas.

“El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla”, dice nuestra Primera Ley, con una claridad que hace innecesarias reformas constitucionales, ya que si no es suficiente con esa frase, tampoco lo será con otra más pulida.

En todo caso y desde mi poco conocimiento del mundo de las leyes –mejor que opinen los Abogados del Estado que para eso les pagamos- podría bastar una Ley Orgánica en las Cortes que marcase el camino, a las autonomías bilingües, para aplicar ese derecho y ese deber que todos los españoles tenemos.

Pero, desde una visión mucho más sencilla, yo creo que lo que falta en este problema es voluntad y sobran frivolidad y malicia políticas.

España es España, en buena medida, por la potencia de su lengua -como lo han sido el inglés y el francés del imperio británico o la Francia imperial- y por ello no debe extrañarnos que la búsqueda de su debilidad haya sido constante entre quienes quieren alejarse, cuando no segregarse, del Estado al que pertenecen.

Lo han hecho discretamente al poco de renacer nuestra democracia y descarada y groseramente veinticinco años más tarde. Son los quintacolumnistas de la cultura, los que quieren hacer prevalecer y no compartir, sus señas de identidad lingüística, aplastando para ello a la que frente a su gran fuerza, no caben más armas que la coacción, la disuasión o directamente la exclusión.

En poco menos de un mes se han abiertos dos nuevos frentes lingüísticos: el vasco, que hará pasar por el cedazo del euskera como lengua vehicular a todos los chavales y chavalas en edad escolar, lo quieran o no sus padres, y la decisión del Consejo Interuniversitario de Cataluña, al que pertenece la Conselleria de Innovación y Universidades, para que los profesores que ejerzan la docencia en las Facultades y Escuelas Universitarias de Cataluña, tengan acreditado el nivel C de catalán, el más alto.

La UAB, (Universidad Autónoma de Barcelona) ha discrepado públicamente y merece la pena leer despacio lo que su vicerrectora, María Dolors Riba, ha dicho en torno a la medida. “Las universidades deben elegir a los profesores en función de su talento y si exigimos el catalán como requisito para concursar a una plaza, estamos reduciendo el universo de profesores con talento que estarán dispuestos a venir”. Que la UAB, emblemática por su histórica defensa del catalán, haya reaccionado de esta manera, es un soplo optimista de sentido común y de dignidad. La tormenta desatada se ha convertido finalmente en algo reconfortante, aunque sea de forma pasajera.

Se quiere descastellanizar a los niños y catalanizar el saber de los profesores universitarios de Cataluña, aunque para ello haya que bajar el listón de la competencia. Con esta fórmula magistral realizada en la rebotica de la política, no puede haber más resultado que la pobreza cultural y el empequeñecimiento intelectual. "¡Qué bien, cada día somos más pequeños!"

No me valen, por ser un simple sucedáneo sin base cultural e histórica, las alusiones a que más vale un buen inglés como gran alternativa, de quienes quieren desdibujar la importancia que deben tener el catalán y el euskera para los castellanoparlantes que conviven en un mundo bilingüe , ni tampoco para descontextualizar, a la baja, la gravedad de la discriminación creciente que padece, precisamente en España, el castellano.

El mundo del saber no debe tener barreras ni puertas, ya que es un campo de horizontes generosos. La curiosidad de los investigadores, la audacia de los grandes arquitectos y la imaginación desbordante de los grandes pensadores y novelistas, no tiene ningún idioma en concreto. Cada uno debe expresarse en sus líneas, en sus obras de arte o en la formulación de nuevos elementos, en el idioma que elija libremente.

No en el que impongan burócratas que quieren crecer recortando la estatura de los demás.

Javier Zuloaga

miércoles, 25 de junio de 2008

EL MUNDO Y LOS TIRANOS

Si existiera una estadística para medir el peso histórico de las tiranías en el mundo, nos sorprenderíamos del poco espacio que han ocupado las democracias. Los países de la tierra se han regido más a golpe de discrecionalidades personales, de crueldades impunes y de atmósferas de amenaza, que no por la toma de decisiones que se sustentaran en la voluntad de los ciudadanos.

Vivimos en un mundo que sabe muy bien lo que es la obediencia ciega y en donde el concepto de Estado Moderno, ese regalo que nos hicieron los franceses, se ha ido extendiendo en diferente medida: más en los países prósperos y con mayor índice cultural y menos en aquellos con desarrollos sociales menores.

Y sólo así se explica uno lo que está ocurriendo en lugares como Zimbabwe
o en la antigua colonia española de Guinea Ecuatorial, cuyos tiranos y sus fechorías aparecen fugazmente en las planas de los diarios, pero desaparecen rápidamente desplazadas por problemas más trascendentales en el acertadamente llamado Escenario Internacional. Es decir, esa pasarela en la quienes realmente toman decisiones en el mundo deciden quien ha de desfilar cada día y quien ha de de dejar de hacerlo.

Es curioso acercarse a Wikipedia y mirar qué es lo que se dice de estos parajes. En Zimbabwe se cultiva un tercio de tierra para la producción de tabaco en relación a la dedicada hace 8 años, la mitad en el caso de la soja y un 50% menos en el del maiz. Un dólar americano equivale a 30 millones de dólares zimbabwenses y la inflación ya ha superado el 100.000% anual. Es un país mal emancipado de Inglaterra y así les ha lucido el pelo, especialmente desde que la expulsión del hombre blanco se convirtió en una bandera de negritud y paralelamente en un estandarte de la penuria y el hambre.

Al frente de su país y desde 1980, se encuentra Robert Mugabe, un jefe de Estado que se pasea por cuantas cumbres internacionales le dejan pasar para poder así legitimarse fuera de las fronteras de su país, porque dentro de ellas ya se encarga él mismo de hacerlo por la vía expeditiva de la violencia y su hermano menor el miedo.

Ha perdido en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de su país frente al opositor Morgan Tsvangirai y todo hace suponer que no habrá más candidatos que Mugabe tras la sabia decisión de su contrincante de salvar el pellejo. Tsvangirai está refugiado en la embajada holandesa en Harare y cabe suponer que encontrará finalmente acomodo en alguno de los países en los que, de una u otra manera, se piensa que no es grave que en Zimbabwe hayan muerto 86 personas durante la segunda campaña, 10.000 hayan resultado heridas y 200.000 desplazadas de sus hogares para que lo de votar resulte algo más difícil.

¿Tendrá esta pachorra del mundo libre algo que ver con el hecho de que Zimbabwe es el segundo productor del mundo de cromo, un 11% del total mundial?

El cromo, es un metal utilizado en las llamadas "superaleaciones", para la fabricación de componentes de los motores de combustión interna, con alta resistencia a la corrosión. Es decir, es una perla que la industria occidental del motor mira con mayor interés que a los problemas sociales, a la falta de libertades y las impunidades que su tirano comete sin que se le presione como se hizo con los serbios o en la diminuta Haití.

Podría ocurrir incluso que, como en Chad, Occidente, en este caso Francia, acabe enviando tropas para proteger a Idriss Déby, que gobierna, decide y firma concesiones sobre las grandes bolsas de petróleo de su subsuelo.

Las riquezas naturales de los países africanos, esas mismas que sobre el papel hacen que los pueblos sean más afortunados, han acabado convirtiéndose en la carta de garantía de los tiranos y sus más fieles, sin que a ninguno de ellos les tiemble el pulso para mantener a su pueblo en la pobreza y el sometimiento. Pero sobre todo sin que se interrumpan los canales de exportación de unas materias primas que Occidente ve llegar sin interesarse éticamente por su origen.

En España tampoco nos libramos. Ahí tenemos Guinea Ecuatorial, bajo el bastón presidencial de Teodoro Obiang Ngema . Es una de las primeras reservas petrolíferas del mundo en términos relativos –exporta más barriles ”per capita” que Kuwait- y las multinacionales pelean por estar cuanto más cerca del dictador.

España, como ocurrió en el Sahara, tiene una mancha en su papel como metrópoli y en el caso de Guinea, no se ha actuado bajo los principios de democracia y solidaridad con que nos llenamos los pulmones cuando hablamos en abstracto o nos referimos únicamente al mundo civilizado.
Por el petróleo, la renta “per cápita” guineana ha aumentado espectacularmente, aunque no su reparto, que va a parar a las compañías mineras, principalmente norteamericanas y francesas y a la familia Ngema. La mayoría de los ciudadanos de Guinea Ecuatorial viven bajo umbrales de miseria y la asistencia médica es insuficiente y en no pocos parajes del país inexistente.

El presidente se pasea por donde quiere, viaja hasta Madrid y duerme en el Palacio en el que vivía Franco y además mejoramos nuestras relaciones con él poniendo trabas a los opositores que malviven en España esperando volver algún día a su país.

¿No será que el mundo más avanzado lo ha hecho tanto, que tiene más de todo, incluso una moral con dos caras?, ¿No será el dinero la explicación a la perversidad que duerme bajo eso que llamamos la complejidad africana?.

Aunque parezca un contraste, el asunto puede guardar relación con lo que dijo el pasado domingo el Rey Abdullah de Arabia Saudita en torno al aumento desbocado del precio del petróleo. El monarca recordaba a en la cumbre de la Energía celebrada en Yedda que su país ha aumentado su producción mensual en 500.000 barriles mensuales para atemperar a los mercados y denunciaba, sin ambages, que los culpables de lo que nos pasa con la gasolina son los especuladores, el consumo feroz de las economías emergentes y los impuestos adicionales con que los países de Occidente aumentan sus ingresos fiscales gracias a la crisis que tanto les afecta.

¿Quiénes son los tiranos?

Javier Zuloaga