viernes, 28 de diciembre de 2012

ARQUIMEDES Y EL GENERAL PRIM



Uno de los ejemplos más socorrido para ilustrar lo que es una evidencia para quienes hemos pasado escolarmente por el aprendizaje de la física, es el principio de Arquímedes. Cuentan, para ilustrar el enunciado y la comprensión de su fórmula, que Arquímedes descubrió que su cuerpo pesaba menos cuanta más agua había en la bañera en la que estaba dándose un baño.

Descubrió, ¡ahí es nada!, que dos y dos son cuatro, pero nadie lo había hecho antes, tal vez igual de forma parecida a cuando a Pitágoras se le abrieron los ojos al ver la relación cerril que su hipotenusa guardaba en relación a los catetos. Estos ejemplos, los más simples y tal vez universales, están en la hornacina de la lógica del mundo y son el contrapunto para quienes no acaban de entender por qué las cosas de la vida más corriente no pueden regirse, al menos un poco, por las bases del sentido común y la voluntad para que las cosas vayan bien.

Ya sé que es inocente intentar extender los principios de la evidencia a la solución de los problemas que las personas –más aún cuando caminamos en rebaño- no alcanzan a solucionar, pero es bueno que estén ahí, como muestra individual, de la misma manera que ha habido comportamientos públicos en nuestra historia política pasada, que sería bueno releer con el acompañamiento de una buena tila.

Si, aciertan en lo que piensan. Me refiero al debate-tensión-crispación y galería de desatinos en que ha acabado de convertirse el asunto  de Cataluña. Vivo en Barcelona hace 23 años y soy de esos españoles al que los años han acabado de convertir en  cómplice agradecido a esta gran tierra, Cataluña, a sus habitantes, los catalanes y que forma parte de ese colectivo incomprendido por diestra y por siniestra, de un lado y del otro. De momento –y nadie sabe como acabará toda esta historia- estoy en el bando de los perdedores, porque nos sentimos en tierra de nadie por lo que se refiere a nuestros pensamientos y aún más a nuestros sentimientos.

No voy a entrar al trapo, me falta arrojo y sobre todo ilusión. A estas alturas de la película somos muchos los que vivimos en un escenario que pinta peor que el que  vivimos durante más de 30 años en mi tierra vasca y que lo de Barcelona tiene hoy mucha peor pinta que lo de Vitoria. Todo ha llegado demasiado lejos y lo peor es que al mirar hacia atrás vemos la señal de dirección prohibida.

Ayer no había nada de lo que hablar, pero hoy las declaraciones públicas animan a lo contrario. ¿Galería o verdad?.

Hace poco más de tres meses, muchos miles de catalanes se emocionaban  al ver que su identidad les daba –en el corazón, que no en el bolsillo-  lo que su sentido de la solidaridad les decía que era insuficiente. Mientras, desde Huesca y Castellón hacia el este y el sur, aparecieron los patriotas que no saben lo que es un puente. Y, al acecho, como no, los oportunistas del rencor, los que saben sacar buen rédito de las frustraciones colectivas. No quiero escribir ni nombres ni siglas. A buen entendedor…

¿Y ahora?, ¡qué!

Hoy hemos leído en los diarios las crónicas sobre el 142 aniversario del asesinato del General Prim, un catalán que vivió en un  tiempo que no le tocaba y que, tal vez por ello, porque tenía la mente abierta, murió en calle del Turco de Madrid.

Léanse La Berlina de Prim , de Ian Gibson y saluden al año que se acerca con optimismo forzado sabiendo que lo que ahora ocurre no es precisamente una historia de novela.

¡Feliz año!

Javier ZULOAGA 

martes, 18 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD


"Cuando, más o menos a los catorce años, mi padre me convenció para que leyera "El Bosque animado", descubrí que había mucha más sustancia tras la línea en donde comienza la imaginación, que donde acaba la de la vida real. Menos mal, pensé a medida crecí, que existe un espacio para quienes no se conforman con la insuficiencia, la vulgaridad o el aburrimiento. Antes y después de que  Wenceslao Fernández Flórez escribiera y publicara este libro mágico, muchos, millones de plumas y teclas de maquinas de escribir y ordenadores, han seguido, ciegos, el camino que sus sueños les señalaban. Yo soy una de ellas y siento que pertenezco a una casta que  puede volar todo lo alto que quiera, sin caerse...y además sin dejar de vivir la vida real, con mis amigos y el recuerdo de quienes, en muy distintas circunstancias, se han cruzado conmigo. Tú eres uno de ellos y por eso te hago llegar este párrafo como regalo de Navidad"

Javier Zuloaga, diciembre de 2012

viernes, 30 de noviembre de 2012

EL PERIODISMO DE TRINCHERAS

Llevábamos sólo un par de  días de resacón tras las elecciones anticipadas de Cataluña. Mando de zappingtv en mano, tratábamos de huir de análisis y tertulias en las que se siguen mezclando en muy diferentes proporciones la objetividad y la pasión de los sentimientos personales.

Estaba a punto de rendirme y echarme en brazos de la lectura de La marca del meridiano ,-  el último premio Planeta, en la que Lorenzo Silva ha conseguido crear un mundo de beneméritos tricornios en torno a una muy buena trama- cuando TV3 comenzó a emitir  su programa Sense ficció . Título: Modernismo. Una historia de destrucción . Reportero: Lluis Permanyer, maestro de periodistas y cronista de lujo de lo que ha pasado y pasa a la capital catalana y que desde el primer minuto entró en las grandes verdades de la historia del Modernismo, sin duda el símbolo más universal de la personalidad de Barcelona.

Dejé mi libro a un lado porque podía continuar más adelante y sobre todo porque el asunto apuntaba bien. Con elegancia pero sin ambages ni pudor, tocando en la cresta a quien corresponda, el colaborador de “La Vanguardia” nos llevó a los tiempos en los que la obra de Antoni Gaudí, Puig i Cadafalch, Domenech y Montaner  y otros que siguieron las líneas más audaces que recuerda nuestra arquitectura, fue maltratada por los propios del lugar, alguno de los intelectuales o plumas más simbólicas de la literatura catalana, (Josep Pla) y quienes desde el franquismo querían quitarse de encima aquellas insignias del carácter de la Ciudad Condal.

Permanyer nos llevó de paseo por lo que ha sobrevivido y los productores de su programa hicieron ficción con efectos especiales y  fotografías de decenas de edificios del Ensanche que sucumbieron a la piqueta una vez sus propietarios, seguramente segunda o tercera generación de quienes hicieron posible su construcción, se rindieron a la fuerza del dinero, o nadie quiso romper una lanza para que todas aquellas joyas siguieran en pie.

El periodista nos puso frente a las cámaras imágenes de una Pedrera  que estremecían e hizo hablar a quienes vieron en primera línea el todo aquel desastre. Pinchen en el enlace y véanlo. Merece la pena.

Al apagar el televisor y marchar a dormir sentí que había vuelto al mundo real, que todo tiene una tregua y que las cosas interesantes de la vida normal, como era el caso del reportaje de Permanyer, comenzaban a abrirse camino, a encontrar un espacio aunque sea casi con calzador, en la vorágine informativa que genera la actividad política, en este caso me refiero, claro está, la que ha antecedido y sucede a las elecciones anticipadas al Parlamento de Cataluña.

No tema el lector, no voy a entrar en la cuestión, porque si así lo hiciera me estaría convirtiendo en cómplice de esa gran marabunta, en la que tantas veces el corazón puede sobre la cabeza.

Permanyer me llevó minutos después a pensar en  otro gran periodista catalán, Albert Montagut, que  pocos días atrás había presentado su última obra Newpaper, en la que hinca el diente  en el gran cambio que Internet le ha dado y le dará el mundo del periodismo. Tengo el libro en mi despacho, para leer sobre algo en lo que he tenido oportunidad de trabajar muy a fondo cuando fui responsable de la comunicación de la Fundación “la Caixa”. Los medios digitales, la digitalización de la información, absorbieron la ilusión, el tiempo y el esfuerzo del joven equipo con el que tuve la gran oportunidad de trabajar.

En sus palabras, Montagut no pudo evitar –porque no quiso- apuntar con el dedo a uno de los grandes males del periodismo de los tiempos que corren. Habló de la crisis del reporterismo, de esas informaciones que son consecuencia de la iniciativa de los periódicos para ir, mirar y después  contar sobre lo que está pasando en algún rincón del mundo, cerca o lejos.

Ese periodismo, que en las antiguas redacciones lo realizaban los redactores “de calle” sigue vivo gracias a los freelance,  algún que otro corresponsal y pocos más, que hacen posible que en tiempos en los que lo que importa son las audiencias,  siga existiendo una relación auténtica entre el lector y lo que realmente está ocurriendo.

Y me he preguntado sobre el momento en el que comenzó a languidecer el reporterismo de Albert Montagut y he viajado a una revista, “La Actualidad Española”, que fundó mi padre en 1952, el mismo año que yo nací, y he recordado que compartía espacio en los quioscos con semanarios en los que el reportaje era el género periodístico que mandaba. En Francia existía “Paris Match”, en Italia “Oggi”, en el Reino Unido “Time” o “Newsweek” en los Estados Unidos. Todas estas revistas existen, pero en España casi todo ha acabado desapareciendo.

¿Por dónde puede volver a renacer?

Pues regreso el comienzo de este artículo, al reportaje de Lluis Permanyer sobre la guerra sucia contra el Modernismo y me pregunto si en Internet las empresas de la información podrán y querrán competir contando cosas nuevas, de artesanía periodística, que destaquen sobre los moldes que hacen que los contenidos de los diarios se parezcan cada vez más entre si. Si todo sigue igual, los quioscos virtuales no serán rentables.

Javier ZULOAGA

lunes, 29 de octubre de 2012

JAVIER ZULOAGA DEBUTA EN EBOOK - NOTA DE PRENSA


.- “El hombre que pudo ser libre”  relata las inquietudes de un joven heredero de la burguesía industrial bilbaína a lo largo del siglo XX
.-“La Isla de los Rebeldes” se adentra en las tentaciones populistas de un lugar inconcreto del Caribe que, reconoce el autor, pudieron haber ocurrido o tal vez ocurran en cualquier lugar del planeta.

Barcelona 29 de octubre de 2012.- El escritor y periodista vasco Javier Zuloaga, ha debutado en la novela digital a través de Leer-e con sus dos primeras novelas, “El Hombre que pudo ser libre” y “La isla de los rebeldes”.

Las novelas digitalizadas están a la venta en Leer-es, FNAC y Amazon.

Zuloaga, Bilbao 1952, es autor de tres novelas, las dos que ahora salen al mercado digital y “Librería Libertad”, que con el mismo sello que las dos primeras, El Aleph (Edicions 62), sigue en las librerías. Una biografía novelada sobre el científico  catalán Manuel Ballester Boix, completa la obra de este autor.

“El hombre que pudo ser libre” relata  la agitada vida del joven heredero de una familia de la burguesía industrial bilbaína que se encontró ante el dilema de seguir el curso lógico de su dinastía o vivir una vida propia. Bilbao y más en concreto sus parajes más emblemáticos escenifican la juventud y adolescencia de Ramón Ayestarán, que se ve arrastrado por un destino que no pudo controlar y que le hacen deambular, entre otros momentos, durante la Guerra Civil Española.

“La Isla de los Rebeldes” se adentra en el complejo mundo de las tentaciones populistas de la política en San Gregorio, un lugar ya imaginado por Zuloaga en su primera obra. En San Gregorio, una isla del Caribe que no aparece en las cartas marinas, el escritor vasco escribe con empeño sobre una de las cuestiones que más le han ocupado durante su vida periodística y literaria: la manipulación de los sentimientos colectivos.

“Es evidente – dice Zuloaga- que la literatura en su conjunto ha iniciado ya un proceso de reparto por lo que se refiere a soportes y que no parece sensato ignorar que , como ha ocurrido en el periodismo, la digitalización tiene un  empuje natural. Yo mismo he acabado repartiendo mi tiempo de lectura” 

El novelista y escritor, que desde hace 23 años vive en Barcelona, ha desarrollado una intensa actividad profesional como director de tres diarios regionales en Castilla, el País Vasco y Baleares, ha sido corresponsal de EFE en Portugal, Argentina y Marruecos y redactor jefe de la Vanguardia. Desde 1989 hasta 2011 ha desempeñado la dirección de Comunicación de “la Caixa”, de la Obra Social de “la Caixa” y de Comunicación Interna de CaixaBank.

Representado por la Agencia Literaria de Carmen Balcells, Zuloaga actualmente última su cuarta novela, que saldrá al mercado editorial en formatos papel y digital, junto con la tercera , “Librería Libertad”, en formato para ebooks. Esta última tiene lugar en Barcelona, el Raval, y transcurre en los tiempos actuales, con evocaciones a la Barcelona tras la entrada de las tropas franquista en la capital catalana, en un entorno de intriga tras el asesinato de un policía durante la cumbre europea celebrada en la Ciudad Condal en 2002. Zuloaga publica regularmente sus artículos en el blog http://javierzuloaga.blogspot.com

Barcelona 29 de octubre de 2012

lunes, 22 de octubre de 2012

MARSÉ, RIDRUEJO Y CATALUÑA


No hay un auténtico debate público sobre la cuestión. Para que exista un verdadero debate público, el sufrido ciudadano debería recibir, además de los consabidos recortes y hostias de cada día con sus buenas pócimas de soflamas, delirios patrioteros y mentiras, debería recibir, digo, información veraz, útil y esclarecedora sobre cuál va a ser el encaje social, político y cultural de esa Catalunya independiente y soberana con el resto de España y con Europa. Habría que dialogar acerca de las consecuencias de ese desgarro, porque desgarro lo habría, pero yo no he oído a ningún líder político una solo idea a tener en cuenta sobre este asunto. Ni de un bando ni de otro. Hablan de dinero y de sentimientos: "Sentiments i centimets", podría titularse el discurso hipócrita de uno de ellos, y el del otro: "Hay que españolizar al Barça", por ejemplo. A mí me da lo mismo que los ineptos que nos gobiernan y que están llevando a tanta gente a la miseria y la desesperación tengan a bien otorgarme la identidad española o la catalana (y que se hagan la picha un lío con mi identidad cultural también me importa una higa), ninguna de las dos cosas me llena de entusiasmo y mucho menos de fervor patriótico. En cualquier caso, la patria que me proponen es un artefacto sentimental que no me gusta, y la gran Catalunya que nos prepara el señor Mas y sus habituales aplaudidores-muñidores tampoco me gusta. En vista de la falta de diálogo y la penuria de ideas exhibida por ambos Parlamentos, el de aquí y el de más allá del Ebro, permítanme exponer mi propia teoría acerca de asunto tan peliagudo. Nada de españolizar a los niños catalanes, ni de catalanizar a los niños españoles (bueno, esta última burrada no la ha dicho nadie todavía, pero esperen un poco y verán) Lo que hay que hacer es baturrizar España entera. !La baturrización total y absoluta de todos los españoles, gobernantes y gobernados, sería la solución definitiva al maldito problema identitario! !Baturricémonos todos y caminemos juntos y sin temor por la vía constitucional! ¡Y el ministro Wert el primero!


Así se despachaba ayer Juan Marsé en su respuesta a la gran encuesta que, desde hace dos semanas, viene ofreciendo "La Vanguardia" para conocer las reflexiones de personajes del mundo de la cultura sobre el momento soberanista que estamos viviendo. El autor de Últimas tardes con Teresa, fiel a su carácter, responde siguiendo la línea recta, sin dobleces, llamando a las cosas sobre las que piensa por su nombre, pidiendo –exigiendo- palabras claras y algo de diálogo sobre posibles desgarros, con menos penurias y menos artefactos sentimentales.

El padre de Pijoaparte,  pega un portazo intelectual en los morros de "el asunto", alejándose de los patriotas, los de uno y otro lado y haciendo mofa con una corrosiva propuesta, aunque, eso si, por la vía constitucional.

Al acabar de leer, pensé que los escritores, sean de ficción o no, lo tienen más fácil para  avanzar por los caminos de la reflexión cuando crean un personaje, hilan un argumento o sitúan el escenario de un nuevo libro. Las ideas, los pensamientos sobre los asuntos que más interesan, nacen con mayor facilidad cuando lo que se está haciendo es entrar en los detalles más profundos de una historia, de unos personajes o en una atmósfera que quieres que tus lectores puedan imaginar si hacer apenas esfuerzo.

A mi me ha ocurrido en las historias que he publicado y seguramente este blog es la resaca de la inquietud crónica que, como novelista, se ha ido apalancando en mi cabeza.

Ayer tomé de mi librería uno de mis libros más apreciados, de esos que no se prestan: Casi unas memorias, de Dionisio Ridruejo, poeta, fundador de la Falange, posiblemente uno de los intelectuales con mayor capacidad autocrítica que ha tenido España y por ello perseguido, confinado y encarcelado por el Régimen de Franco.

Compré este volumen por sugerencia de mis editores de El Aleph, (Edicions 62), que me  dirigieron por el buen camino para ambientar en mi última novela, Librería Libertad, cómo era la Barcelona  posterior a la entrada de las tropas nacionales. Entre quienes acompañaban a Yagüe iba el propio Ridruejo, del que este año celebramos el centenario de su nacimiento en el soriano Burgo de Osma,

Recordaba que había subrayado un párrafo potente, un tanto profético. Dice lo siguiente:

“Mis dos preocupaciones centrales en aquellas horas, eran que los catalanes no se sintieran invadidos ni discriminados en tanto que catalanes, ni los obreros de Barcelona sumergidos y desarmados en tanto que sindicalistas. Me parecía a mi entonces (y de entonces estoy hablando), que Cataluña podía soportar muy bien la revocación del Estatuto de autonomía, pero no la interdicción o el despojo de pertenencias fundamentales como la lengua o el estilo de vida.”

Aquel falangista derivado a socialdemócrata que murió pocos meses antes que Franco, le acababan de frenar, ¡inocente!, su iniciativa de mantener el catalán como lengua para comunicar a los vencedores con una población de raíces republicanas y con un alto sentido de pertenencia.

Si leen la autobiografía de Ridruejo (Editorial Península), encontrarán también ricas reflexiones de este gran pensador español sobre una Cataluña que acabó haciendo suya al tiempo que iniciaba su guerra imposible para cambiar al Régimen desde dentro del mismo Régimen.

1939-2012, setenta y tres años . Mucho tiempo. Seguro que en algún momento, en muchos, muchísimos, aquellas inquietudes de Ridruejo, pudieron  ser tomadas por quienes, desde un lado y desde el otro, desde España y desde Cataluña, podían haber sembrado una cosecha mejor que la que ahora estamos recogiendo.

La verdad es que entiendo perfectamente el cabreo de Marsé. 

lunes, 8 de octubre de 2012

LA GRAN TENTACIÓN



Los recientes resultados de las elecciones presidenciales en Venezuela, me han llevado a desempolvar de nuevo una de las cuestiones que más han ocupado mi atención en los últimos tiempos. Tanto fue así en el pasado, que en la segunda de mis novelas "La isla de los rebeldes" hice una incursión, con pocas bridas en mi imaginación, para ilustrar, a quienes me leyeron, que no existen límites cuando de lo que se trata es de manejar los sentimientos colectivos.

La lectura de unas fantásticas memorias escritas por el alemán Sebastián Haffner sobre lo que ocurrió en Alemania a la llegada del nazismo, me había esclavizado poco antes hasta el punto de no poder pasar de tapadillo y mirar hacia otro lado cuando, paseando por la vida, veía una y otra vez que los humanos, como mamíferos, tendemos peligrosamente  al gregarismo y nos integramos dócilmente en el rebaño, ya sea por razones étnicas, o peligrosamente si lo que nos ponen delante es la zanahoria electrizante.

Fruto de aquella lectura fue el artículo que publiqué en septiembre de 2007 en este mismo blog, "Los camaradas del miedo".

Que no teman mis amigos, los que de verdad me quieren, porque los tiros de estas líneas no van a ir a la línea de flotación de nadie en concreto, sino que, tal vez ilusamente, tratan de clamar en el desierto sobre los peligros que provoca la dilución de las ideas o sentimientos individuales en los del rebaño. No, no se trata de una vacuna, aunque no estaría mal que lo fuera.

Lo de Venezuela, mal que nos pese a quien no entendemos cómo este caudillo caribeño puede seguir seis años más , tiene el refrendo de muchos más votos de los que ha alcanzado el único opositor, Henrique Capriles, que ha tardado apenas minutos en felicitar a aquel coronel golpista que, una vez preso y condenado, fue indultado, inocente o perversamente, por el gobierno democristiano de Rafael Caldera. En ese momento nació el Hugo Chávez que tiene mandato hasta 2019 y que tardó muy poco en organizar el Movimiento V República para ganar unas elecciones en 1998 en un país desencantado por la mala gestión, la miseria de las capas más bajas de la sociedad y una gran corrupción.

Y es que resulta bastante más fácil rebozar a los ciudadanos en el desencanto que inculcarles la responsabilidad cívica e histórica. La mercadotecnia, la sutil camaradería de los intereses económicos ocultos, o el oportunismo frente a la debilidad del opositor ideológico y, sobretodo, la mansedumbre de rebaño; ahí están algunas de las claves, pienso yo. Más o menos lo que ocurrió en San Gregorio, república inexistente en la que situé mi segunda  novela para no ofender a nadie y andar yo más tranquilo.

En aquella isla del Caribe, como ocurre en las novelas y en las películas, no había mayorías silenciosas, término tan de moda entre la resistencia al cambio cuando está instalada en el poder, sino sólo minorías pensantes: un profesor de humanidades y un periodista de casta vieja. De la misma manera que en “Historia de un Alemán”, no salen pocas más conciencias inquietas que la de Sebastián Haffner, el autor de la obra.

El problema, me digo ahora, es cómo se desanda el camino de los errores caudillistas y colectivos. El tiempo va a un saco roto ya que la moviola se inventó para el futbol de la misma manera que el Ojo de Halcón persigue hasta el milímetro la validez, o no, de los “aces” en el tenis. Venezuela, un país tocado por el dedo del petróleo, tendrá que remontar, cuando lo decidan sus ciudadanos, un plano mucho más inclinado en el que casi todos se dejarán el resuello.

Pero habrá sido porque así lo ha querido la mayoría con su entusiasmo y su patriotismo. De la misma manera podríamos ir dando un paseo por el mapamundi para comprobar que el mundo está trufado de situaciones que, como ésta, comenzaron cuando unos pocos se dejaron llevar por la gran tentación.

Javier ZULOAGA


martes, 18 de septiembre de 2012

VIVIR DE PUNTILLAS


Dentro de pocos meses, La Pantera Rosa, ¡¡Pinchen aquí y recuerden su música!!, cumplirá cincuenta años.  En 1963, el director Blake Edwards dejó para la historia del celuloide un gran relato acerca de un diamante de gran valor que "El fantasma", un ladrón de guante blanco, tenía planeado robar.

Y para poner la guinda –cuentan los buscadores y wikis de Internet- sus productores convencieron al director para que recurriera a un animador que pusiera dibujos y música a los créditos iniciales y finales.  

Fritz Freleng, padre de Bugs Bunny, Porky Pig, Piolin y Speedy González, entre otras muchas criaturas creó la Pantera Rosa y  acudió, para ponerle música al asunto, a  Henry Mancini, Oscar de la Academia de Hollywood por sus notas en Victor Victoria.

 Aquel remate cinematográfico aplastó, por el éxito de la  figura, los movimientos,los gestos  y la música que acompañaba al caminar de puntillas de aquella pantera tan colorida, al argumento principal para el que actuaba de paréntesis. Fue de esa manera como  los imberbes que en los años 60 acudimos a ver aquella película tan original, no nos extrañamos lo más mínimo cuando vimos que el tiempo elevaba, a la categoría de protagonista  principal, a aquel animal musical que comenzó de comparsa.

Puede que fuera entonces cuando Popeye y el Pájaro Loco entraron en la prehistoria de la candidez infantil y se inició el comic para todas las edades, como  los Simpson, a veces tan corrosivo como la vida misma. No entraré  en más detalles sobre estos asuntos porque no llego más lejos.

Hoy La Pantera Rosa ha venido a mi cabeza después de darme  un paseo por el mundo  a través de las páginas de los diarios. He tenido la impresión de que vamos  por la vida de puntillas, como la Pantera Rosa. Más que nunca. Y no me refiero con ello a la literalidad de la expresión, sino a que el pobre ciudadano ha de mirar bien por donde ha de pisar para no resbalar y ver cosas de forma distinta a como son, en las deslizantes ambigüedades de quienes han hecho de la inconcreción, el doble lenguaje o las frases huecas, todo un arte.

Le adjudican a Manuel Fraga la advertencia que un día hizo a un periodista para que preguntara todo lo que le viniera a la cabeza, porque él iba a responder simplemente lo que le diera la gana. Aquel chascarrillo, si fue así, puede guardar relación con otro, anónimo y por ello patrimonio general de “Ni dice lo que sabe, ni sabe lo que dice”. 

De alguna manera, vemos repetidas esas dos escenas casi a diario, al ver de que manera los hombres públicos no hablan claro, se salen por peteneras, son capaces de montar una gran trifulca sobre una nube… o que ocultan la verdad….o que no entienden de lo que hablan, ni repajolera idea.

Tal vez haya sido esa la razón de que esta mañana haya volado sobre los titulares del diario pensando , una y otra vez: “más de lo mismo” y  me haya detenido en una noticia que para muchos puede pertenecer a universo de las cosas más prosaicas, pero que a mi me ha parecido trascendente y además concreta.

"Pescado en lata de ninguna parte" en la sección de Sociedad  de “El País” es una crónica en la que explica que las latas de conservas de pescado de la UE no deberán indicar, en su etiquetado, el origen del mejillón o la anchoa que duerme en su interior. Y será así tras la enmienda de la eurodiputada española Carmen Fraga, PP, que ha satisfecho a las  grandes industrias conserveras y preocupado a las artesanales, que ven en la distinción del origen una garantía. Es decir, si te tomas un mejillón de Arousa o una anchoa de Santoña has de saberlo, al margen de que las de origen desconocido desmerezcan, o no.

El asunto, cuenta la periodista, ha animado a la eurodiputada del PNV, Izaskun Bilbao a ponerse a pensar y proponer que haya un doble etiqueta, la que garantice –sin informar del origen de la conserva- que el producto se ajusta a las normas de la UE y una segunda en la que los artesanales puedan dejar constancia, a través de un sello, que aquellas conservas han acabado enlatadas siguiendo los métodos transmitidos generación tras generación. Es una solución clara.

Si, ya sé que estas minucias son casi intrascendentes si se miden con el rasero de lo que dicen los mercados, se compara con la trascendencia de lo que callan o disfrazan los hombres públicos o el relumbrón de las emociones multitudinarias. Por eso me detenido en esta historia, porque como muchos ciudadanos me siento últimamente un poco desbordado.

Y porque me gustan los mejillones en escabeche y las anchoas de mi tierra y la vecina Santander, aunque creo que a las panteras, sean rosas o no, son carnívoras.

Javier ZULOAGA

lunes, 3 de septiembre de 2012

HABLAR EN LA BAÑERA

Como muchísimos otros y otras, durante el mes de agosto pasado puse en marcha mi maquina personal para cambiar de hábitos. Las alpargatas, las bermudas y un cierto desaliño general en mi apariencia, habían igualado mi aspecto con el de muchos otros con los que me cruzaba cada día  en la Plaza de Vila de Torroella o en la calle d’Ullà cuando a las siete y media de la tarde me acercaba a la pescadería para ver que traía la furgoneta desde el puerto de Rosas.

Era igual que en años anteriores, pero puede que hasta éste –tal vez por el paso de los años- no me haya detenido a observar, sin prisas, los pequeños detalles de las cosas sencillas. Entre los que habíamos tirado, en la pescadería, del papelín del turno para comprar con orden unas buenas gambas y unos mejillones de roca, no había apenas señales para encuadrarnos en diferentes rebaños sociales o profesionales. Todos nos parecíamos en algo

Y en la playa no te quiero ni contar. Desde la impunidad de mis gafas de sol, he ido pasando revista a quienes paseaban de levante a poniente y de poniente a levante y he comprobado que descalzos, en bañador y ya bien bronceados, no seríamos capaces de acertar sobre nuestro perfil social y aún menos profesional. En la playa todos somos soldados rasos, cabos furrieles, comandantes o generales y es, por esa igualdad aparente, por lo que hay que tener especial cuidado en lo que se dice, ya que tu ruina puede estar al acecho, en la toalla más próxima.

Otra cosa es si alguien toma el sol en la cubierta de un yate. Eso es ya una pista elocuente que delata algo más.

Pero este verano he tenido una nueva experiencia. He estado cinco días compartiendo el escaso espacio de la bañera de un velero con personas a las que no conocía, siguiendo las instrucciones de Ignasi, nuestro joven instructor, de 19 años. En aquel velero, un “J” ,las tres personas adultas, una niña de 12 años y su hermano de 5, íbamos igualados en apariencia por los chalecos salvavidas. Todos de amarillo.

La tripulación de alumnos fue variando y por aquella bañera (situada a popa junto a la caña del timón), nos mirábamos las caras  y acabábamos comunicándonos personas de perfil muy distinto: un italiano que no quiso incorporar a su jerga marinera la hispana “virada” a babor o estribor y que consiguió que todos acabáramos llamandola a “virata”, tal vez como muestra del buen rollo que italianos y españoles compartimos en estos tiempos tan especiales.

 Para evitar males mayores y por iniciativa de un alumno cuyos atuendos hacían imposible imaginar su condición de diputado en el Congreso, todos nos identificamos. Fue prudente, por las mismas razones de lo de la toalla vecina que líneas arriba comentaba. Un empresario de por aquí cerca, sus dos hijos, un francés que trabaja en la administración de su país y un experto en turismo de nieve al que todos le tomamos sus coordenadas telefónica y de correo electrónico y yo, claro está. Los dos más jóvenes nos observaban con detalle y me atrevo a pensar que se llevaron a su casa, con la frescura y buen tino que son propios de los más pequeños, un buen retrato nuestro.

Hablábamos de todo, pero de nada en concreto y nuestros  teléfonos móviles estaban en la cabina del velero, descansando, al menos durante unas horas, de las torturas que les dedicamos tras haberlos convertido en tótems omnipresentes de nuestras vidas.

No caeré en el tópico de decir que la experiencia ha sido “irrepetible”, porque pienso volver, cuando pueda.

Pocos días después me senté en la biblioteca Pere Caner, en Calonge, cerca de Palamós. Fui invitado a charlar con los miembros del Club de Lectura, que se habían leído con detalle mi última novela “Librería Libertad”. Fue un encuentro auténtico, sin formalismos ni marketing de producto, en el que el lector tenía más recientes que el propio autor los detalles de la historia. Salí muy satisfecho, feliz, porque todo lo que escuché no tenía  desperdicio.

Fue también una bañera, mucho más grande, en la que nos sumergimos para comunicarnos como se ha hecho toda la vida, cara a cara, preguntando y respondiendo con la palabra.

Javier ZULOAGA   

viernes, 27 de julio de 2012

LAS VACACIONES DE JORGE MANRIQUE



Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.


Puede que no sea ningún disparate escribir que en las vacaciones de verano muchas personas, tal vez la mayoría, se rencuentran con la vida real que les rodea. O dicho de otra manera, que el resto del año se vive en la superficie, en la epidermis de todo, sin aliento ni apenas tiempo para reflexionar y llegar al fondo de las cosas.

¿Quién de los dos “yos” es más auténtico?, ¿el currante?, ¿el veraneante?, ¿vivimos para trabajar?, ¿trabajamos para sobrevivir?. Seguramente Jorge Manrique, en el lejano siglo XV, lo tenía mucho más claro y se despachaba con unas coplas que, los nacidos antes de los años 60 tuvimos que recitar en clase sin medir el auténtico alcance de su significado.

Puede ser que Manrique, que además de poemas dedicó su tiempo a hurgar en las intrigas palaciegas entre Isabel I de Castilla y Juana la Beltraneja, no hubiera sabido expresarse tan claramente como lo hizo sobre el carácter efímero de la vida si le hubiéramos pedido, ahora en 2012, que fuera tan rotundo sobre la vida en el verano más incierto de los últimos decenios.

Seguramente hubiera vuelto a insistir en que cualquier tiempo pasado fue mejor, lo cuál tampoco nos habría sorprendido porque es más que evidente en los indicadores que nos apuntan a cómo va “la cosa”, buena parte de ellos reflejo de conceptos económicos y sociales bastante incomprensible para el ciudadano de a pie.

 Pero lo de que recuerde el alma dormida tendría más enjundia en su viaje desde el siglo XV al XXI, lo mismo  que aquello de que avive el seso y despierte y la rapidez con que se va el placer y lo que duele recordarlo pasado el tiempo. No es que Manrique tuviera ideas claras, que las tenía, sino que se detuvo a mirar todo lo que le rodeaba, muy posiblemente porque estaba o se iba de vacaciones.

Ahora nos toca hacerlo a una buena parte de la población española. ¡Hasta la vuelta colegas! Debe ser una de las frases más escuchadas en los lugares de trabajo. Viajando o quedándonos en casa, vamos a tener el tiempo de vacaciones que, de forma audaz, he adjudicado a Jorge Manrique cuando escribió sus Coplas a la muerte de su padre

No, no deseo que nadie reflexione con pluma funeraria, basta con que lo haga sobre muchas otras cuestiones que nos preocupan pero que no lo hagan de forma exhaustiva, ya que los ánimos están bastante zurrados y hay que ir poniendo, aunque sea muy poco a poco, los cimientos del optimismo.

¡Hasta septiembre!

Javier ZULOAGA

domingo, 8 de julio de 2012

LA “COSA NOSTRA”

No se alarme lector, no me voy a meter por los peligrosos caminos de  Vito Corleone,  "El Padrino", aquel siciliano inmortalizado por Mario Puzo, el mismo que no tuvo pelos en la lengua al describir la historia oscura del Papa Borgia, singular excepción hispana en la dinastía vaticana . No, hoy me voy a ceñir a la etimología de las lenguas romanas, a aquellas que se fueron alejando por invasiones y guerras de sucesión.

¿La Cosa Nostra?. No, no va de mafias  sino de lo que tenemos más al alcance de la mano. Sí, lo nuestro, nosotros, aquello que prevalece ante los cataclismos políticos, sociales o de cualquier otra clase. Aquello que sobrevive frente a la impericia, la inmundicia y la irresponsabilidad de quienes, uno tras otro, u otro tras uno, tienen en su mano algo muy simple: mirarse en el ombligo, o generosamente un poco más allá… hacia donde las siguientes generaciones agradecerán o renegarán de nuestras decisiones.

Si, “La Cosa Nostra” de este artículo pretende ponerme a salvo de las tormentas de ideas, soflamas, teorías infudamentadas  o, como un día me mijo C.J.Cela en las fiestas de San Juan en Soria, de los “Cipotillos de solapa”, que era como llamaba a las genialidades humanas sin la menor trascendencia.

He tirado de mi biblioteca más querida : “Él era como Perú, Zavalita se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál?. Frente al hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución”

Son algunas de las primeras líneas de que “Conversación en la catedral”, la novela cuyo autor, Mario Vargas Llosa dice que sería la primera, incluso la única si no pudiera más, que salvaría si su barco estuviera naufragando.

Para muchos es una de sus obras maestras y si en “La fiesta del Chivo”, engancha al lector en todo lo que rodeó el final del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo (1961), en “Conversación en la Catedral”, el Nóbel peruano conduce los diálogos de Zavalita y el Zambo Ambrosio sobre la libertad, durante los ocho años, (1948-1956) en los que Perú fue gobernada con mano de hierro por el general Manuel Apolinario Odria. “La podredumbre moral de Perú” fue, según el autor, buena parte de la materia prima de esta obra.

No es comparable, pero es inevitable si has leído al peruano y estás vivo ahora,  mirarte en el espejo y preguntarte si nosotros, en España, con todas las distancias  debidas, vivimos ahora en momentos parecidos a los de muy baja autoestima y cierto derrotismo, como los que el escritor de Arequipa describe en sus obras de forma tan certera.

Desde que decidí escribir este artículo, he ido tomando el pulso a la calle, prestando mayor atención, a través de conversaciones con amigos y conocidos, leyendo periódicos, oyendo emisoras de radio y viendo informativos de televisión, sin recurrir a estadísticas ni encuestas… a pelo. ¿Qué está pasando?

Siempre, al agotarme frente a las reflexiones, macro o microeconómicas de todo tipo, después de mirar escépticamente debajo de nuestras alfombras sociales buscando culpables pasados y presentes, de comprobar que en España dos y dos no son cuatro si “los mercados” no coinciden en ello, he acabado concluyendo en algo que, bien escrito, todo el mundo comprende: La gente, además de muy desorientada, está cabreada, muy cabreada.

Es el común denominador del desaliento, de la desmoralización, de la desorientación, de la depresión, de la desesperanza, de desquiciamiento, del desequilibrio o del sentimiento de derrota, por acudir sólo a algunos de esos momentos que empiezan con “de” que cada día se extienden más entre la sociedad española.

Se vive en el sobresalto, el miedo, la indignación y la incredulidad frente a lo que se anunció ayer y hoy se ha diluido como un azucarillo. En la paradoja permanente al comprobar que aquello de la Gran Europa no ha sido posible en lo político y camina a no serlo tampoco en lo económico.

Todo se ha evaporado porque no era real, ¿o sí?, porque no podía ser que el más pillo fuera el que más medraba,  y que el que movía más audazmente sus opciones en el Monopoly recibía el reconocimiento público, mientras que no se ha acertado, o no se ha querido, divulgar de forma convincente la cultura del esfuerzo, del ahorro y de saber sortear lo superfluo. Y creo que en el olvido de esa palabra, o en su desprecio, radican buena parte de nuestros males.

Y no me refiero a lo superfluo de cada uno, aunque también, sino a todo aquello de la “Cosa Nostra”, la vida pública, en la que nuestros dineros no han sido gestionados de forma prudente, sino con alegría frívola, pensando que eran para siempre. “Por la gracia de Dios”.

Se ha hecho –hablo en impersonal porque no quiero adjudicar a nadie en concreto lo que es responsabilidad de toda la sociedad- justo lo contrario de lo que han hecho los países que ahora viven sin la soga al cuello. Aquí se ha ostentado de lo innecesario y hemos hinchado de forma grosera un aparato administrativo de dimensiones que escandalizan en nuestros sobrios vecinos del norte. Se le ha dado capacidad y poder millonario –letalmente para el endeudamiento- a muchos que no tienen preparación y en ocasiones ni ética para ello, aunque hayan sido electos, y hemos dejado que se hinche un globo que finalmente ha estallado. ¡Aquí hay muchos responsables!. ¡Todos hemos sido unos irresponsables porque estaba pasando y no veíamos a un palmo de nuestras narices, o callábamos!

Nos lo hemos ganado a pulso y ahora no hay gobernante ni organización supranacional que nos libre de la que nos está cayendo encima, ni de la que se avecina, a pesar de la carrera contrarreloj de reformas administrativas, ni de anuncios como el de quitarles el bocata a los reclusos que resultan insultantes para la inteligencia.

Lo aguantaremos todo porque no tenemos más remedio y nos conformaremos, ¿ilusos?,  con que la amnesia no vuelva a apoderarse de nosotros y que, mientras, se comience a mirar a la raíz de los problemas. No a los síntomas, sino a las causas de lo que hoy nos está ocurriendo.

Javier ZULOAGA

miércoles, 27 de junio de 2012

ATENDER AL CLIENTE

“Servicio de atención al cliente de ……si desea ser atendido en castellano, pulse 1, en catalán, 2…
Si desea contactar con el departamento comercial, pulse 1, si se trata de una avería, pulse 2, si es por alguna otro motivo, permanezca a la espera….” (pulso 1)

-Buenos días, le habla  Vanessa, ¿puede darme el número de su DNI?..... buenos días don Francisco, ¿en qué le puedo ayudar?

-Mire, se trata de la última factura de electricidad, que es el resultado de dos lecturas “estimadas” del contador…

-Imposible don Francisco, su factura, que la tengo en pantalla, tiene una última lectura “real”, así que su factura es errónea.

-Perdone. Pero es que la factura no es mía, sino de ustedes.

-Un momento por favor, que transfiero la llamada a uno de nuestros asesores, no cuelgue don Francisco…

-Buenos días, le habla Luis Miguel,  ¿me puede facilita su DNI por favor

-Pero si ya se lo he dado a su compañera.

-Señor Francisco, si no me da el DNI no podré asesorarle

-….

-¿En qué puedo ayudarle?

- Pues que mi última factura eléctrica se ha hecho sobre dos lecturas estimadas y….

-Imposible, la última real, su factura no es correcta

-¡Que caray!, pero si la factura no es mía, es de ustedes. Yo soy el que paga la factura y la llamada al 902….

-Un momento que transfiero la llamada al departamento de incidencias…. (fin de la conversación por desesperación de don Francisco)

Real como la vida misma. Hace dos días, el lunes 25 de junio de 22012, ciento setenta y nueve años después de que Mariano José Larra publicara en su revista “El pobrecito hablador” el mítico artículo “Vuelva usted mañana”, cuatro o cinco generaciones después, he querido leerlo para consolarme y llorar mis penas de consumidor tratado de forma implacable, como cualquier otro, por un sistema que te hace identificarte una y otra vez –de momento no exige el santo y seña-  y en el que tu problema es como una pelota de ping pong que  no para de botar hasta que, con la tensión un poco más alta, acabas hundido en la frustraciones y decides olvidarte de ella.

Si, es verdad que hay de todo, incluso una compañía energética de Barcelona que ha hecho del teléfono una herramienta eficiente, pero lo cierto es que en este invento de los “call center” de empresas de servicios, predominan los clientes desesperados, muy desesperados y los preocupantemente desesperados  y aunque no existen estadísticas sobre el nivel de irritación que provocan, basta con que le cuentes a un conocido la historia del señor Francisco y su factura con la que he comenzado este artículo, para que él te responda con algo, tan o más disparatado, que le ha ocurrido cuando ha marcado algún 902…..

Yo me pregunto que habría escrito Larra si en lugar de darse de bruces con un sistema desesperante  pero que al menos tenía cara y ojos, lo hubiera hecho planteando su problema a señoritas o caballeros que cuando hablan a saber desde donde, tienen una gran chuleta en la que están todas las respuestas posibles a todas las preguntas posibles…o la indicación de a quien le pueden dar el pase del asunto, si es mínimamente peliagudo.
Nada más, qué les voy a contar que ustedes no sepan. Por ello déjenme que les regale unos párrafos de Larra sobre la burocracia administrativa del siglo XIX español. Era muy posiblemente más dramática, pero al menos inspiraba a los grandes articulistas.

“A los cuatro días volvimos a saber el éxito de nuestra pretensión.  Vuelva usted mañana, nos dijo el portero. El oficial de la mesa no ha venido hoy. “Gran causa le habrá detenido» dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos, ¡qué casualidad!, al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid.
Martes era al día siguiente, y nos dijo elportero: Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy. “Grandes negocios habrán cargado sobre él», dije yo.
Como soy el diablo y aún he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al  brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo el  acertar. «Es imposible verle hoy, le dije a mi compañero; su señoría está en efecto ocupadísimo.» 

Javier ZULOAGA

martes, 19 de junio de 2012

SABER LO QUE ESTÁ PASANDO

Que no se espante el lector, porque este artículo no pretende  sentar afirmaciones sobre lo que le pasa a nuestra economía. No soy quien para hacerlo y he pactado conmigo mismo no calentarme la cabeza en la jungla de términos  y afirmaciones categóricas, con que cada mañana nos desayunamos, y que ha convertido a muchos españoles en economistas de salón que se dejan la piel sobre asuntos muy peliagudos para los que ni siquiera los más formados ven explicaciones claras.

“La gente quiere saber lo que pasa, que alguien nos lo explique”, me decía hace pocos días una comerciante del Vallés, después de insistir en que no vengan de nuevo con lo de la burbuja, ni le hablen de Grecia, ni del interés de los bonos, ni de la prima de riesgo, que se ha colado incluso en el obsesivo parloteo de los locutores de Tele5 que, en el España-Croacia de ayer lunes, celebraban la asfixiante victoria española invocando el negro futuro de ese índice, tras el gol del sevillano Navas. La furia hispana, ahí estaba la solución.

Ese comerciante, que no sé si vio el partido, me estaba diciendo que lo que quiere es entender el porqué de la que nos está cayendo encima para poder llevarlo mejor y quitarse de encima una parte de la incertidumbre que no le deja vivir tranquilo.

El sábado, como suelo hacer cada mañana, me duché y como siempre, lo hice acompañado del transistor. El invento, que no todos adjudican a Marconi, es el único medio de comunicación que ha sobrevivido a las sucesivas revoluciones tecnológicas, seguramente porque su uso es posible y compatible en cualquier situación y momentos.

Escuché una magnífica entrevista que los tertulianos en de "A vivir que son dos días", de la cadena Ser  hicieron a Manuel Marín , exvicepresidente de la Unión Europea y expresidente de las Cortes durante la primera legislatura socialista de la era Zapatero (Entrevista)  


Me quedé parado “No puede ser, ¡se le entiende!, ¡habla claro!” y decidí, por ello, prolongar aquella ducha todo el tiempo que hiciera falta, por lo que finalmente consumí más agua de la que habría sido necesaria para llenar la bañera. Les recomiendo que la escuchen pinchando con su ratón en el enlace de arriba o que acudan, si no tienen media hora, a un artículo de contenido similar que publicó, días atrás, en el diario digital Huffington Post

El político, que ahora trabaja en la Fundación Iberdrola, dijo muchas cosas de sustancia: que se ha exagerado deliberadamente en los discursos públicos, que no es serio decir que al Euro le quedan como máximo tres meses y recordó que a Berlusconi (con quien marcó muchas distancias) no le sacaron de su despacho los votos sino los mercados. ¿Era un aviso?

Pero fue más a fondo al decir que en la Unión Europea, se ha perdido el espíritu de familia, lo cual no deja de ser grave en una institución que nació para sumar y acercar a los países del Contiente desde la firma del Tratado de Roma en 1957.

Y apuntó a nuestro país al afirmar, con la libertad que tienen quienes ya están de vuelta de largos e intensos viajes, que España asiste impasible al deterioro de sus instituciones. No salvó a ninguna, pese a que recordó que él mismo en 2008, puso a salvo del peor de los escenarios al Banco de España y la Monarquía.

Fue enumerando a todas y fue contundente al apuntar que ya ni siquiera nuestra estadística oficial tiene credibilidad en Europa, porque nos la devuelven corregida. Manuel Marín reconoció que su paso por la Presidencia de las Cortes le produjo amargura y frustración y fue gráfico al decir, palabra más-palabra menos, que le habían hecho sentirse medio tonto por haberse creído que el cambio que le dibujaban en el horizonte era cierto.

No voy a transcribir más detalles del contenido de la entrevista, que el lector disfrutará al escuchar, aunque sí mencionaré lo que Marín dijo en torno a los valores de la austeridad y el ahorro, que en España han sido aplastados por los del nuevo rico.

He decidido que iré a ver a mi amigo el comerciante y le daré los enlaces a la entrevista y el artículo, porque lo cierto es que el sábado oí hablar muy claro y…me sorprendí.

Javier ZULOAGA   

martes, 22 de mayo de 2012

EL HUERTO Y EL CERDO

En Cataluña se suele evocar a l´hortet i el porc (el huertecillo y el cerdo), para ilustrar de qué manera se puede sobrevivir en los tiempos de gran escasez. Es un recuerdo de lo que realmente ocurría en no pocos pueblos durante la postguerra civil española, en la que la autarquía del Régimen daba para inflar los pulmones de los políticos frente al desprecio del Plan Marshall pero comer, lo que se dice comer, era un problema de cada uno.

Durante mi infancia alcancé a ver, muy de cerca, aquella manera de sobrevivir. En Riaza, un pueblo de Segovia que hoy es zona residencial de madrileños y gentes llegadas desde más lejos, los pequeños veraneantes competíamos por subir al rastrillo que, tirado por un par de bueyes, iba girando sobre las mieses de trigo hasta dejarlas tan trituradas, que sólo quedaba pasarlo todo por la criba y volcar el grano en las sacas. En aquel deslumbrante espectáculo, los imberbes de los años 60 nos hicimos también diestros en poner un cubo para que cualquiera de las dos bestias que tiraban del yugo defecaran sin manchar lo que tanto había costado cosechar.

Todo aquello no sobrevive más que en el celuloide y la mayoría de los paisanos de aquella Castilla que inmortalizaron Miguel Delibes y Camilo José Cela forman parte de la España urbana. Tienen ya muy poco de rurales, mientras en sus pueblos los tejados han vencido a las vigas que los sostenían y las campanas de sus iglesias ya no tienen quien las haga sonar.

De este asunto se ocupó, hace ya tres años, la Obra Social de “la Caixa” en un estudio que se titulaba La población rural de España. De los desequilibrios a la sostenibilidad, en el que se ofrecía una radiografía elocuente. A saber:

  1. Sólo el 38% de las personas entre los 30 y los 49 años de España viven en el municipio en el que vinieron al mundo
  2.   Las mujeres  han sido más decididas al emigrar a las ciudades, hasta ser 80 por cada 100 hombres en la población de quienes se quedaron y seguramente esa ha sido la razón de un menor nivel de emparejamiento y reproducción, ya que sólo el 50% de los hombres han acabado encontrando a una compañera entre sus vecinas. El resto, de acuerdo con los autores del estudio, viven apalancados en casa de sus padres y solo una pequeña parte son lobos solitarios.La tasa de los de mayor edad, más de 70 años, se acercaba al 20%.
  3.  Los llamados neorrurales, personas que deciden y pueden decir adiós a la gran ciudad, no son más que el 17% de la población y los extranjeros el 6,7%.

Si el asunto les produce curiosidad, no dejen de leerse la buena síntesis de la Nota de prensa  que la Fundación “la Caixa” distribuyó en la presentación del estudio, o bien bájense el trabajo íntegro La población rural de España. De los desequilibrios a la sostenibilidad en soporte pdf.

Hay mucha literatura periodística sobre los devastadores efectos del éxodo rural. El diario Público ofreció a sus lectores, antes de desaparecer de los quioscos, un buen reportaje sobre lo que ocurre con los recursos naturales cuando el hombre desaparece y la semana pasada pude asistir, en la librería Cucut, en Torroealla de Montgri (Girona), a la presentación de un libro de Narcis Arbusé, experto local en cuestiones de la naturaleza de las montañas del Montgri, en el que salió a relucir la trascendencia de la marcha de las cabras y otros herbívoros. Los pinos, sin cabras que no dejaban crecer la hierba, pudieron sobre la encina y el roble y los incendios hicieron el resto hasta arrasar este macizo que separa  Torroella de la Escala.

¿Por qué hoy escribo sobre algo que ya está perfectamente descubierto?

Cuando la radio me ha despertado esta mañana, me ha sorprendido la noticia de que el pueblo segoviano de  Navares de las Cuevas ha decidido regalar un cochinillo a cada ciudadano que decida empadronarse en el municipio. Y he pensado: ¡olé! por ahí se empieza, algo es algo.

Media Europa y España de una forma bastante grave, malvive agrupada en torno a los centros urbanos, en donde la gente no tiene l´hortet i el porc, sino una agónica tomatera en la terraza, un par de jilgueros  y una tortuga que siempre está en la mitad del pasillo.

Y me he preguntado, desde la deformada realidad que suele acompañar al escritor, si no será éste el momento para que quienes deciden cómo será la sociedad del próximo siglo, vuelvan a mirar, no como si fueran una película de Berlanga sino con interés e imaginación, a esos pueblos en los que ya no suenas los campanarios pero que, en la Sociedad de la Información, podrían ser una parte de la solución a nuestros problemas más importantes.

Javier Zuloaga

lunes, 7 de mayo de 2012

DOS Y DOS NO SON CUATRO


Conformarse con la superficialidad y la apariencia de las cosas realmente difíciles; sentar cátedra y doctrina sobre hechos irrelevantes; atrapar cualquier oportunidad, no dar respiro y zumbar al contrario que ocupa la poltrona que tú mismo dejaste ayer caliente. Son tres de las patas, seguro que hay más, sobre las que se sostiene el ejercicio irresponsable de la política. Me refiero, claro está, al ejercicio de la función pública en su más amplio sentido cronológico: la de hoy, la de hace cuatro años y la que en un futuro seguirá marcando el paso.

Y debe ser así porque dos y dos no son cuatro, de la misma manera que la traslación a la vida política de los más importantes teoremas y principios de la geometría o la física tendrían una validez relativa, una vez sucumbieran a la demagogia y el oportunismo.

No se asuste el lector, ya que estas líneas no son una soflama escéptica sino la compensación que me he concedido al ver algunos pequeños detalles de las cosas más próximas que nos rodean.  En este caso, se trata del disparatado desajuste que existe entre las radiografías universitaria y económica de España, que ayer domingo era tratado por algunos medios a raíz de un estudio realizado por el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas  y la Fundación BBVA.

Algunas de sus conclusiones hacen pensar: España es el país europeo con más población universitaria en empleos que requieren menos cualificación y está a la cola en el porcentaje de ocupaciones cualificadas.
Nuestro país ha perdido universitarios de forma ininterrumpida desde 2008, al tiempo que crecía el número de universidades públicas y titulaciones: en las 79 universidades existentes se imparten 2.413 estudios de grado. En el primer año de 500 de esos estudios de grado, se han matriculado menos de 50 alumnos, en 228 estudios  los candidatos no llegaban a 30 y en 117 los jóvenes que comenzaban no llegaban a la veintena.

El informe no descubre nada sobre una de las evidencias tradicionales de la demanda universitaria española. Hay más candidatos que plazas para quienes quieren ser médico, arquitecto o ingeniero, aunque el nivel de desencanto de quienes quedan fuera no es homogéneo, sino que depende de que universidad estemos hablando.

“El mundo de la empresa –dice el estudio- debe orientarse”. Y aquí es donde he sentido que aumentaba mi perplejidad. Pertenezco a una generación en la que no superar la licenciatura tenía mala venta, en la que un médico, un arquitecto o un ingeniero tenían mucho más “caché” y en la que optar por materias poco prácticas como la Filología, las Ciencias Políticas o el Periodismo era considerado como una formación insuficiente.

Pero todos, ya fuéramos de ciencias o letras, sabíamos que, con el título en la mano, tendríamos que buscarnos un lugar en el que trabajar y lo conseguíamos, más o menos, en una proporción que hoy parecería un milagro. El abogado podía acabar en el departamento de contabilidad de una empresa, el químico en un colegio o el ingeniero naval en una empresa de materiales. Pasados tantos años, aquello podríamos encuadrarlo en lo que hoy se conoce como “sostenible”. La cosa iba tirando.

Pero volviendo a ese giro que debe dar la empresa, ¿no debería ser al revés y que el gobernante y el legislador estuvieran siempre atentos a las tendencias de oferta de empleo  (público y privado) al diseñar una política universitaria válida para el medio plazo?

Alemania está importando mano de obra cualificada, buena parte de ella española y ya comienza a ser normal que en nuestras familias uno, o más de uno de sus miembros, estén construyendo su futuro en países a los que España les está regalando el valor añadido de una formación universitaria.

Somos un país generoso, rumboso, en el que de la misma manera que discutimos para pagar una ronda en la barra de un bar, ofrecemos asistencia quirúrgica de alto standing a británicos que planifican magistralmente sus baños de sol y las operaciones que en su país demorarían demasiado para su paciencia. O las facturas que pagamos a Rumania –ahí es nada- por la asistencia a nacidos en aquel país, que un día emigraron a España de cualquier manera, obtuvieron una tarjeta sanitaria  tras empadronarse y regresaron a Transilvania con el carnet de desplazado “español”.

Y además exportamos alto talento a bajo costo para quien lo pone en valor.

Quijotes…

Javier ZULOAGA

jueves, 12 de abril de 2012

POR LA PUERTA DE ATRÁS DE LA VIDA

Cuando un buen libro cae en tus manos y decides, casi por encima de cualquier otra cosa, rendirte a su argumento hasta llegar a la última página, suele deberse a que has encontrado algo diferente. Son esas historias que mantienes en el recuerdo y que, más adelante, te llevan a la reflexión.

Hace casi cinco años, cuando arranqué con este blog, colgué un artículo "Los camaradas del miedo" tras haber leido dos historias como las que, líneas arriba, me refería. Pinche el enlace y léalo. Merece la pena.

Trata de Historia de un Alemán, de Sebastián Haffner y de Los peces de la amargura de Fernando Aramburu. El primero, alemán huido a tiempo de los horrores del nazismo, se hizo viejo y murió en Londres, tras escribir una reconocida biografía de Churchil, mientras que el segundo es profesor de español en la universidad alemana de Lippstadt y prolífico autor de relatos y novelas.

El pasado verano leí El Trompetista del Utopia, en la que el autor se deja llevar, con buena pluma, imaginación, humor y gran sensibilidad, para describir el rencuentro de Benito Lacunza con sus orígenes en Estella.

Era la segunda ocasión en la que, como lector, me encontraba con Fernando Aramburu, al que hace pocas semanas le dediqué de nuevo las horas necesarias para saber que nos quiere contar en su última obra, Los años lentos  (Tusquets Editores).

Para no apagar el interés que la obra despierta por si misma, sí les diré que Aramburu, como hizo en “Los peces de la amargura”, entra sin complejos y gran libertad, en el gran drama que aún esconde el terrorismo y –no sé si a la larga es aún peor- la enquistada intolerancia con la que los vascos se han acostumbrado a vivir porque no han podido acabar con ella.

En sus dos obras, el autor entra por la puerta de atrás del asunto, ésa que da acceso a las minucias de las cosas aparentemente menos importantes. No, no escribe sobre los trascendentales problemas con que nos bombardean los  grandilocuentes ni lleva al lector de paseo por la trascendental superficialidad del “conflicto” o el “problema” vasco. No, Aramburu se detiene, en Los años lentos, en la vida de una familia que vive en el barrio de El Antiguo de San Sebastián, a la que va a parar un sobrino de ocho años venido de Navarra porque en su casa no había pan para todos y que le cuenta al autor lo que va viendo en su nueva vida.

Con una ágil estructura literaria, Aramburu describe el drama de unas gentes en las que el radicalismo se les ha colado en casa a través de captación del joven Julen como activista de ETA. Pero esa circunstancia no es lo más importante, ya que lo que sobrecoge es el drama de las personas que le rodean. Al acabar de leer Aramburu me ha llevado de nuevo a la reflexión que me hice hace cinco años.

¿Qué es lo importante?, ¿Lo formalmente importante no será simplemente algo aparente?

Vivimos momentos de tensión, que serán analizados con algo de serenidad una vez el paso del tiempo haya actuado como bálsamo y queden al descubierto las evidencias de problemas que hoy somos incapaces de resolver.

Uno de los tópicos más socorridos en este país al referirse a los ciudadanos en su conjunto, ha sido el de “la mayoría silenciosa”. De esta manera se venía a decir que no es malo hurgar en la realidad de la vida de las personas corrientes antes de decidir cómo éstas deben de ser por lo que han establecido los dogmas ideológicos o las conquistas sociales intocables.

Pero a veces, cuando miro por la ventana de los medios o hablo y discuto con quienes conozco sobre cuestiones complejas, acabo sintiendo que también nosotros, los que formamos esa mayoría silenciosa y no nos jugamos más que la supervivencia, nos estamos dejando pastorear por el dirigismo intelectual de las verdades inamovibles.

Por eso, al leer de nuevo a Fernando Aramburu en Los años lentos, he pensado lo importante que es saber encontrar esa puerta de atrás de la vida para conocer lo que, de verdad, está ocurriendo dentro.

Javier Zuloaga

lunes, 19 de marzo de 2012

RIESGO Y SU PRIMA

La velocidad con la que corre la vida y la sucesión de cosas relevantes que solapan a otras previas no menos trascendentales, provocan que las personas tiendan a quedarse solamente con los hitos y no puedan reflexionar demasiado sobre las consecuencias que éstos tienen. No me refiero a gestas deportivas ni a éxitos musicales que acaban alimentando sanamente nostalgias o desempolvando orgullos de pertenencia, sino a aquellos asuntos que nos acaban afectando individualmente aunque a veces no nos demos cuenta de que así está ocurriendo.

Uno de los momentos que mayores emociones ha despertado en los tiempos modernos ha sido la caída del Muro de Berlín, en 1989. Todo lo que ocurrió después, el final del Pacto de Varsovia, la reunificación de Alemania y el renacimiento de países que, aunque existían, nunca habíamos estudiado cuando en el colegio nos explicaban la división geográfica de la Tierra, nos parecía suficiente para pensar sobre lo que estaba ocurriendo, aunque no tardaron en aparecer conclusiones más rotundas.

“Ha fracasado el modelo comunista” fue una afirmación muy extendida, que obtuvo  el convencimiento de millones de personas cuando leían o escuchaban lo que iba ocurriendo en Moscú y en Rusia. Casi de un plumazo se guardaron en el armario las banderas rojas y se desempolvaron las de los zares. Todo lo de antes desapareció y nacieron con velocidad pasmosa bastantes ricachones rusos, millonarios de toda la vida, sobre los que no pocos se preguntan si no serán, en buena parte, los mismos que manejaron la maquinaria del dinero en el esplendor y desastroso final de la URSS. ¿Se acuerdan de "¡Good Bye Lenin!" ?.

Aquella película, cargada de ironía, explicaba de qué manera un joven alemán de la RDA se las veía y se las deseaba, para ocultar a su madre los cambios que se habían producido en la apariencia de un Berlín-Este invadido por los signos del consumo capitalista al tiempo que las enseñas bolcheviques eran retiradas de la vía pública. La madre de aquel joven  había pasado varios años en coma y con el Muro aún entero, fue una dirigente comunista muy comprometida. Su hijo quería evitar que sufriera un sofocón letal al conocer la verdad sobre lo ocurrido.

Era el final de los Bloques, nacidos tras el final de la II Guerra Mundial. Y todo lo que pasaba en el comunista, que económicamente se estaba haciendo migas, nos llegó durante mucho tiempo en clave de éxito del otro, del capitalista.

Más de 20 años después, todo es distinto, tanto en apariencia como en trasfondo. Rusia no está en la ruina y la diferencia entre sus clases sociales es abismal, tanto que harían morir de horror a los padres del marxismo si pudieran asomarse y mirar. Y nosotros, los del otro bloque, nos levantamos cada mañana  pensando qué dirán de nosotros los mercados y como se comportará con nuestra deuda el señor Riesgo y su prima. Grecia languidece, Portugal sufre y nosotros, los españoles, con estos pelos.

¿Ha fracasado el capitalismo?, se podrían estar preguntando ahora aquellos comunistas que en 1989 vieron como se les venían abajo unos principios que parecían tan sólidos e intocables como aquellos del liberalismo económico con los que se llenaban los pulmones en lo que se consideraba  “mundo libre”.

En 1980 llegué a Argentina para vivir dos años y trabajar en la Delegación de EFE. Fue un tiempo intenso e interesante en el que tuve la oportunidad de empezar a comprender que todo esto de la economía es una cuestión muy compleja. Bastantes años después he logrado comprender algunas de las barbaridades que entonces nos hacían enmudecer a los venidos de fuera. Se lo contaré muy gráficamente.

Yo tenía entonces dos hijos y solíamos coincidir con otros españoles, también con descendencia y de parecido destino profesional. Nos veíamos en los jardines de Palermo o en la plaza de la Recoleta de Buenos Aires. Nos sentábamos bajo la sombra de un ombú (ficus gigante) y pasábamos bastante tiempo mejorando nuestra técnica para empujar el columpio mientras mirábamos las terrazas de las cafeterías que estaban a pocos metros. Todos teníamos unos sueldos dignos en España, pero que apenas daban para lo justo en aquella Navidad de 1980. Aquellas terrazas eran un horizonte inalcanzable.

Un año después todo había cambiado y éramos nosotros los pocos clientes, muy pocos, que se sentaban en aquellas mismas terrazas del Buenos Aires más elegante. ¿Qué había ocurrido?. No nos habían subido el sueldo y lo único que pasaba era que se había acabado el espejismo que en Argentina produjo la política monetarista inspirada en la llamada Escuela de Chicago, pionera de la liberalización de los mercados financieros. Su prócer fue el premio Nobel de Economía del año 1976, Milton Friedman.

En 1980, Un dólar tenía una equivalencia de 2.000 pesos mediante la aplicación de la llamada “tablita” de cambios oficiales decida por el Gobierno militar. Un año después, con el virus de la desconfianza extendido tanto  en los mercados internacionales, como entre los propios argentinos, cada uno de nuestros dólares se pagaba, en el mercado negro, a más de 30.000 pesos.

Era cuando comenzaba a hablarse ya entonces del “riesgo país”, seguramente familiar lejano de esa prima que mide la sensación de peligro que italianos y españoles provocamos en los mercados inversores y que, pese al parentesco, nos quita el sueño más de un día.

Javier Zuloaga