sábado, 20 de julio de 2019

LA DECEPCIÓN



“Pesar causado por un desengaño”, de esta manera define la Real Academia de la Lengua Española la palabra “decepción”, un término que siempre he llevado mal. Ni la tristeza, ni siquiera el mismo dolor, que lastran la vida a cualquiera que los padezca – a todos porque de ellos  nadie se libra- me han hecho pensar que sean tan trascendentes como la palabra sobre la que hoy escribo.

Vivimos en un mundo de sueños e ilusiones, las que nosotros mismos nos creamos  y también las que escuchamos y vemos sobre mundos fantásticos, acerca de soluciones perfectas a todos los problemas, incluso los más enrevesados. 

Nos llegan dentro de un diluvio mediático cada vez más sofisticado en el que la inmediatez pesa, en no pocas ocasiones, más que la certeza, que la verdad. Es ese complejo mundo digital ante el cual todos hemos acabado hincando la rodilla, desde los estrategas de comunicación de la Casa Blanca, hasta el señor o señora que viaja junto a nosotros en el metro y aprovecha para echarle un vistazo a las fotos de los nietos que le acaban de hacer llegar a su Whats o hurga en Twitter, para ver por donde van las soluciones a los problemas más peliagudos, esos que creemos que son más acuciantes.

Y además movemos el dial de la radio para escuchar lo que sentencian los  opinadores, o nos sentamos en el sillón del salón para escuchar las noticias de los informativos, e incluso leemos los diarios…o ahí es nada, nos tragamos debates electorales en los que la descalificación del contrincante es estratégicamente más importante que la explicación que los candidatos proponen para que en este país las cosas vayan algo mejor.

Y nos calentamos la cabeza en discusiones con esas personas con las que, un tiempo atrás, compartíamos buenas carcajadas hablando acerca de cosas de la vida que son más trascendentales que todo eso que anda revuelto en el saco de la política.

Si, ya he llegado a donde me proponía, amigo lector y voy a sentirme mejor, o menos mal, repitiendo una afirmación que mi madre, una bilbaína de mucha enjundia, nos lanzaba cuando habíamos hecho algo mal, fatal.

-¡Que decepción!

Pues si, ahora entiendo a mi madre –un poco tarde- cuando abro la ventana de la actualidad política y veo, con enorme decepción, de qué manera los partidos  por los que hemos votado son incapaces de coincidir en soluciones o salidas para todos nosotros. Si, hablo de España y lo hago desde Cataluña, en la que también, además de decepción, comparto una inquietante preocupación por la división social.


Javier ZULOAGA

lunes, 15 de abril de 2019

CAMPAÑAS PARA NO PENSAR



Hace unos minutos he decidido apagar el televisor y ponerme frente a este teclado. Ha sido como abrir un gran paraguas para protegerme del gran diluvio de mensajes concatenados de personas que me dicen que les he de votar porque, ellos sí, tienen la solución para los problemas que tiene este país. España.

Es una guerra inconexa de descalificaciones,  que acaba convirtiéndose en una suerte de  sermón difícilmente digerible, Sí, unos y otros se multiplican en escenarios distintos y dispares –las audiencias presenciales ya no importan con las redes sociales- y basta un buen plano del líder con un fondo emblemático para que no sea trascendental quien está detrás de la cámara. Incluso no pasaría nada si tras esa cámara no hubiera más que dos o tres colegas de producción.

Colócale muy cerca a un pequeñajo de tres o cuatro años  y busca un plano tierno y familiar del líder para que parezca muy muy humano…o cuélgale con una frase gloriosa, de esas que erizan el vello…o súbete a una moto y quítate el casco para hablar ante un micrófono…o vete a una fábrica y ponte unas gafas protectoras para que las chispas no te dañen la córnea…o edita bien esa mirada castigadora frente a periodistas que, apenas ha comenzado la campaña, ya saben que sus crónicas no serán muy leídas, por simple saturación.

Porque, en el fondo, hay pocas cosas nuevas entre los discursos y declaraciones que inundan e inundarán estos días las redacciones de los medios de comunicación.

Yo he tenido la oportunidad de ser corresponsal en el extranjero y disfrutar de esa plataforma de privilegios de quienes pueden contar lo que pasa en un lugar sin arrastrar los tópicos y verdades sobrentendidas de los periodistas del lugar. ¿Qué escribiría yo mismo si, por ejemplo, fuera hoy, en España, un periodistas finlandés o chileno?.

Si yo fuera finlandés, echaría un vistazo a las encuestas y leería las declaraciones y un poco afectado por haber leído El retorno de los chamanesde Víctor Lapuente, pensaría que estos españoles no tendrán más remedio que acabar viendo que los votantes no deberían ser quienes deciden quién ha de mandar o decidir en el país, sino que esos partidos han de saber como ponerse de acuerdo y hacerlo desde mayorías minoritarias, o minorías que suman mayorías. La alternativa de segundas o terceras vueltas, además de costarnos un dineral a los ciudadanos, nos trasladan, a quienes votamos, una responsabilidad que no nos debería corresponder.

Escribo esto justo cuando en Finlandia los socialdemócratas han recuperado una mayoría por los pelos que habían perdido hacía ya veinte años. Y parece que lo van a intentar aunque sea difícil.

Y tal vez lo consigan, como ha ocurrido en otros lugares del norte de Europa, porque no han envenenado su comportamiento con las descalificaciones, el insulto y –esto ya es peor- la manipulación de las emociones colectivas a través de todos los medios a su alcance.

Sí, cuando crecí en España había patriotas y rojos. En 1978 iniciamos un gran paréntesis civilizado con una constitución en la que estaban todos buscando una fórmula para poder convivir…y cuarenta años después damos un poco de pena.. bastante.

No apunto a nadie aunque algunos son más responsables que otros. Cada uno con su mochila.

Javier ZULOAGA




domingo, 24 de marzo de 2019

¿CÓMO LO LLEVAS?




¿Cómo lo llevas? Se ha convertido en la pregunta que, en los últimos años –en los últimos meses aún más- me hacen con mayor frecuencia quienes quieren saber qué escondo tras mis silencios sobre lo que estoy viendo, escuchando y viviendo en Cataluña.

Sí. Llegué a Barcelona en 1989 y tuve la fortuna de presenciar, en primera línea, la suma de las mejores virtudes que se pueden encontrar en una sociedad. Sí. Era una ciudad que hervía en un caldo de emociones e ilusiones, a las puertas de unos Juegos Olímpico que cambiaron, a mucho mejor, la cara y el corazón de Barcelona y del resto de Cataluña. Y por extensión, del conjunto de España.

Aquí –cerca de aquí porque vivo en Sant Cugat del Vallés- los barceloneses y quienes con ellos colaboraron, rompieron esa imagen sobrentendida de que únicamente en los países del norte de Europa las cosas se viven al detalle y se alcanza (casi) la perfección.

Soy de Bilbao, he vivido en Madrid más de veinte años y he saltado por al mapa en el ejercicio del periodismo a Burgos, San Sebastián, Lisboa, Buenos Aires, Rabat, Mallorca…y finalmente aquí, la ciudad que, seamos honestos, tiene motivos más que sobrados para sentirse paradigma de la iniciativa y el buen hacer. Ahí está su historia.

Recuerdo aquellas imágenes de los juegos en las que personajes tan diferentes como Jordi Pujol, Pasqual Maragall y Juan Antonio Samaranch, dejaban en un segundo plano sus diferencias, que no eran pocas, para que todo aquello saliera tal y como todos queríamos. Sí, les unía eso, que todos ellos deseaban lo mejor para Barcelona, querían lo mismo porque querían a su tierra y a su gente.

¿Que cómo lo llevo?. Pues miren ustedes, los escenarios no se parecen en nada. Me refiero, claro está, al que acabo de evocar  y al que ahora vivimos. Si aquel que conocí cuando llegué a Cataluña, en la que ya fueras catalanista o españolista, no te obligaba a fruncir el ceño o callar la boca para evitar el patinazo, la incomodidad o directamente el enfrentamiento dialéctico con alguien próximo.

Llegué cuando el aura de Miquel Roca y Solé Turá ensanchaba de orgullo  los pulmones catalanes, cuando Pujol –como hacía Arzalluz-  nos hacía pensar que sí, que acabaríamos siendo federales. ¡Sí!...con el Régimen del 78, ese que no pocos denostan sin pudor y con bastante incultura o desconocimiento intencionado.

Los buenos cronistas, los grandes opinadores, tienen materia para crear la Gran Enciclopedia del Desatino Catalán, desmenuzar con cuidado todo lo que ha ido pasando desde entonces hasta llegar al esperpento social que ahora vivimos.

Sí, ya sé que han pasado cosas, que se han cometido errores desde todos los lugares del escenario público, pero no entiendo cómo aquel talante que conocí al llegar, ha sido sustituido, en gran medida, por la crispación y la tensión emocional, de las que es muy difícil librarse a lo largo del día.

¿Se veía venir?. La verdad es que si. A mi se me fueron encendiendo crecientemente las alarmas porque estábamos cayendo en el error de trazar una  línea en suelo y separar, social y emocionalmente, a vecinos, compañeros, amigos, familares... Sí al principio esas rayas en el suelo derivaban en la aparición de grupos que opinaban diferente, pero poco a poco el trazo de la tiza fue más ancho y nos convertimos en “los unos y los otros”. No, no quiero poner en equivalencia lo que nos pasa en Cataluña y España con lo que transcurre en la película de  Claude Lelouch, porque no tiene nada que ver, aunque la nostalgia y el pesimismo, como en muchos otros capítulos de nuestra vida, están ahí, en el cine y en la vida real.

¿Qué cómo lo veo?

He ido a Wikipedia para rescatar un par de líneas sobre el principio de Laurence Peter, catedrático de la Universidad de California:  “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia : la nata sube hasta cortarse”

Ortega y Gasset, según la misma enciclopedia, hizo suyo ese principio y afirmó que todos los empleados públicos deberían descender a su grado inferior porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes.

Es sólo una cita, porque no se me ocurre más que una salida, aquella de volver a ese tiempo en que sí fuimos capaces de entendernos. Vuelvan al primer párrafo.

Un saludo

Javier ZULOAGA