viernes, 2 de noviembre de 2007

NUESTROS VECINOS DEL SUR

Cuando he leído, a lo largo de la semana que ahora acaba, las informaciones acerca de Marruecos que interesan a España, he buscado en mis propios recuerdos de corresponsal de Efe en Rabat, 1982-84. Llegué al Magreb desde Buenos Aires, en un auténtico choque cultural dentro de mí y de alguna manera alarde de vocación de diversidad que para si mismo quisiera nuestro Presidente del Gobierno.

Creo, lo digo hoy sinceramente, que además de la curiosidad de periodista, no llevaba mayor bagaje para un cargo como aquel, del que tuve que documentarme urgentemente en los archivos de mi empresa en Madrid para poder empezar a escribir, como un entendido, acerca de lo que me encontraría a mi llegada a Rabat. Y como casi todos los corresponsales, me integré en “el otro Marruecos”, ese mundo en francés, desde el que conseguía saber muy poco acerca de lo que ocurría en la vida del reino y absolutamente nada de las inquietudes que se vivían, en lengua árabe, en las medinas y en los barrios populares.

La actualidad hispano-marroquí de los últimos días me ha parecido una reencarnación de lo mismo que viví aquellos dos años cortos. Creo que los editoriales, los titulares y las encendidas tertulias de hace 25 años sería prácticamente válidas para todo lo que envuelve a la estelar acción judicial de Baltasar Garzón para investigar desaparecidos en aquel Sahara que los españoles nos quitamos de encima con uno de los mayores alardes de irresponsabilidad que se recuerdan en la historia colonial y el próximo viaje de los Reyes de España a Ceuta y Melilla, esas ciudades de las que exministra Ana Palacio dijo que son tan españolas como Huesca, pocos días después de que lo hicieran a Marraquech los Principes de Asturias.

Puede que el viaje real a “las plazas españolas en el norte de Africa” tense más de lo ya tradicional la frágil cuerda política que une geográficamente a España y Marruecos y que la iniciativa del magistrado de la Audiencia Nacional irrite a un gobierno de Rabat que no acaba de entender que un juez pueda andar hurgando en los trapos sucios ocurridos en unos territorios, los del Sahara, sobre los que recientemente Zapatero se manifestó - con consecuencias económicas negativas en las relaciones de España con Argelia- a favor de las tesis autonomistas de Rabat y en contra del derecho de autodeterminación de los Saharauis, que la ONU marcó para 1992 y que fue aceptado sin fisuras desde Adolfo Suárez hasta el mismo Aznar, el defensor de la españolidad de la isla Perejil.

Lo fácil, es dejarse llevar por el gen patriótico y soberanista que suele llevar a la confrontación. Lo inteligente, mantener la cabeza fría y dar un paso atrás para mirar qué es lo que se cuece al otro lado del Estrecho y, sobre todo, preguntarse si la tensión que puede generar el viaje de los Reyes es tan aparente en las calles y electrizante en boca de los nacionalistas del Partido Istiqlal, el que “gobierna” en la actualidad, como inexistente en los pasillos del Palacio Real, que es donde se decide todo en Marruecos.

Marruecos obtuvo su independencia en 1956 de la mano de Mohamed V, miembro de la dinastía alaui y por ello descendiente del Profeta. Hablamos, por lo tanto, de una monarquía tocada por el dedo de Dios, que genera devociones y temor – ¿no nos decían también a los cristianos que había que ser temerosos de Dios? – y que ha articulado un sistema político fuertemente autoritario, pese a que algunos en Marruecos, con bastante audacia, lo comparen con la monarquía parlamentaria española.

Este reino y los tres reyes que ha tenido, nunca ha reconocido como héroe propio a Abdel Krim, al látigo de la batalla de Anual, humillante para España y que murió en el olvido y en el desagradecimiento de los suyos en el Cairo en 1963.

Nuestro Rey se parece a Mohamed VI lo que el “premier” Abbas el Fasi a José Luis Rodríguez Zapatero. Es decir, en nada. Y así es evidente que nuestro primer ministro lleva sobre sus espaldas unas responsabilidades que en Marruecos recaen en el monarca, que disuelve el parlamento y convoca elecciones, que nombra al jefe de gobierno que no tiene que ser necesariamente el líder del partido más votado, que elige a todos los ministros y que, por supuesto, dirige personalmente la política exterior y manda operativamente en el ejército.

Y los marroquíes lo aceptan y juegan la partida electoral sin distinciones, desde los nacionalistas hasta los comunistas. Nadie discute ni cuestiona a un rey que, como ya hacía su padre Hassan II proclama públicamente que Juan Carlos de Borbón es su hermano y que castiga con una añeja indiferencia y algo de desprecio a la clase política española cuando, en los viajes oficiales, la recepción en el despacho real es incógnita hasta el último momento.

Recuerdo que, en 1983, Marruecos se sacó de la manga una resolución de una unión interparlamentaria árabe que pedía que nos fuéramos de Ceuta y Melilla. Se armó el alboroto, en los periódicos nacionalistas marroquíes, en Al Alam, L´Opinion y en el oficialista Le Matin, al tiempo que al norte de Gibraltar la sangre hervía en las venas de los patriotas españoles y los periódicos y las ondas lanzaban vitriolo contra el rey moro.

¿Qué pasó?. Pues absolutamente nada, porque al cabo de unas semanas habían ocurrido cosas más importantes y en Marruecos andaban con ocupaciones menos trascendentales. Cuando esto pasaba era cuando los periodistas que allí estábamos, no muchos, veíamos que desde el Palacio Real se decidía el tempo del irredentismo con una óptica propagandística que rozaba la dieta “goebelsiana”.

Y en estas artes, desde que Hassan II invadió y ocupó el Sahara Occidental cuando Franco agonizaba, los dirigentes marroquíes son unos auténticos maestros. Cuando tocan la corneta desde cualquiera de los palacios reales, el pueblo se pone emocionalmente en marcha. Pasó con lo de Perejil y pasará durante unas semanas con el viaje de los Reyes a Ceuta y Melilla.

Pero toda esta perpleja manera de gobernar un país, que a veces parece detenida en tiempos rancios europeos, es la que hay. Y es además la que más conviene a los intereses del mundo libre. Sí, como suena. Por eso en París se libran mucho de desairar al Rey de Marruecos, aunque en la ciudad del Sena den cobijo a disidentes –lo cual en el fondo es más un favor que un agravio- en Washington respaldan económica y militarmente al régimen de Rabat y en España nuestros gobernantes, lo primero que hacen tras ser elegidos, es viajar a Rabat para brindar, con té verde, por las tradicionales relaciones de hermandad que existen entre los dos reinos.

Esto lo saben ellos y lo sabemos nosotros, ya que la alternativa sería mucho peor y para imaginarla basta con mirar a los regímenes teocráticos que quitan el sueño a Occidente.

Javier Zuloaga