viernes, 16 de noviembre de 2007

SARKOZY Y EL ESPEJO DE LA THATCHER

De Francia nos llegaba casi todo en 1968, aunque aquel año ocurrieron multitud de cosas más. Los estudiantes parisinos pusieron en jaque a la V República y el héroe nacional De Gaulle quedaba tocado y dimitía tras un rechazo en las urnas, que un año más tarde le llevó a la tumba. Aquel año los tanques rusos aplastaron la libertad de los checos de Dubcek; los norteamericanos bombardearon por primera vez Hanoi; un blanco mató a tiros a Martin Luther King; España echó el cerrojo a la verja de Gibraltar; el Vaticano condenaba el uso de anticonceptivos en la encíclica Humanae Vital; nació el Príncipe Felipe; Serrat hizo una butifarra al Festival Eurovisión que luego ganó Massiel; el Real Madrid ganó la Liga; el Barça la Copa del Generalísmo y muchas minucias más, entre ellas la llegada a Mallorca del turista 19 millones.

Pero los jóvenes de entonces, que hoy tenemos dificultades para reconocernos en la calle, mirábamos sobre todo a Francia y a Praga, aunque la fuerza parisina y el auge contestatario de las izquierdas, dejaron a los de la capital checa en un segundo plano. Tal vez, pienso casi cuarenta años después, la aceptación casi obligada de que más allá de Berlín Este la libertad se podía interpretar de otra manera, hizo que la contundencia con la que los estudiantes del Barrio Latino de París derrumbaron la “grandeur” de uno de los grandes símbolos de la Francia de la postguerra mundial pareciera mayor. Y posiblemente también porque a Europa Occidental no pudieron llegar, desde una Praga amordazada y silenciosa, los mismos ecos gráficos y crónicas que se generaban en una París, a cuyo carácter nunca nadie le ha podido tapar la boca, salvo los alemanes del III Reich.

Y puede que también pesara esa evidencia de que París es París, la cuna del Estado Moderno, la nación en la que una burguesía cada día más poderosa plantó cara a la aristocracia y el totalitarismo, dándole el poder al pueblo y aupando al rango de emperador a un general corso que quiso crear una gran Europa por la vía de las grandes decisiones militares. Francia es uno de los países del mundo con una historia más rica y sobre todo más trascendente.

Que no se inquiete el lector porque no iremos recorriendo los grandes capítulos de nuestros vecinos del norte y seguro que acierta si piensa que todo este preámbulo viene a cuento de Nicolás Sarkozy, ese hijo de emigrantes que llegó al Elíseo a pesar de su mentor Chirac, tras anunciar las líneas de un programa que rompía con los sobrentendidos estilos de hacer política de los Presidentes de V República, fundada por De Gaulle tras la independencia de Argelia.

Acabar con el desencanto y los malos presagios de los galos que no quisieron votar, o que dijeron que “no” a la constitución europea, e inyectar un nuevo estilo basado en la ausencia de complejos, podrían valer –aunque su programa es mucho más extenso- para definir rápidamente la forma de hacer política del Presidente Sarkozy. Para ello, propuso medidas liberales desde el punto de vista económico –flexibilidad laboral, menores impuestos y regulación del derecho a la huelga- un control estrecho de la migración por la vía del ADN para el reagrupamiento y rechazo a las regularizaciones de ilegales; penalización de la reincidencia delictiva; imposición de un documento “Light” que sustituya a la fracasada constitución de la UE; creación de un estatuto de la Oposición y sobre todo recortes en el lastre de los gastos públicos de un país que dedica el 40% de su presupuesto a dar de comer a los trabajadores públicos y mantener “status” especiales en determinados colectivos.

Nicolás Sarkozy ha dicho estos días que está llevando la política que anunció en su campaña, lo que es cierto, pero mirando la historia reciente de su país vemos que antes hubo otros que creyeron hacer lo mismo y que los conflictos del ferrocarril y el de los estudiantes universitarios, son el primer “test” de resistencia que se le presenta para medir su audacia política. De momento ha conseguido que los sindicatos del rail se sienten a hablar con empresas y el Estado para hablar de los cortes de las pensiones propuestos, en lo que, a la vista de lo que ocurrió en 1995 cuando Chirac tuvo que cesar a Juppé, puede entenderse como cierta debilidad de los poderosos sindicatos franceses.

Y en las universidades los estudiantes levantiscos se miden con los otros, los que piden que se vote en secreto la adhesión, o no, a la huelga contra la ley que aumenta la autonomía de las universidades y que se acabe con el movimiento asambleario, que hoy ya se puede denostar sin miedo a que a uno le tilden de retrógrado o fascista.

Recuerdo, de mis tiempos de estudiante debutante, que coincidieron con el primer consejo de guerra de Burgos, cómo la asamblea de Periodismo que decidió finalmente nuestro paro académico estaba presidida por unos señores de verbo fácil, buena parte de los cuales no volví a ver durante el resto de la carrera.

Éstos son los dos primeros pulsos que mantiene el presidente francés y al menos de momento, ofrecen mejor aspecto que los que se llevaron por delante a de De Gaulle y en menor medida a Jacques Chirac.

Cuando Margaret Thatcher llegó al gobierno británico y se encaró con los poderosos sindicatos mineros, no faltaron cronistas que dijeron que la primera ministra había “roto el espinazo” de los “trade unions”. Aquella victoria social y la manera con que se impuso poco después a los argentinos en las islas Malvinas en 1982, la convirtieron, con Winston Churchill, en la pareja de ases más inolvidable de la historia reciente del Reino Unido.

Me parece que Sarkozy se está mirando en el espejo la Dama de Hierro y respondiendo políticamente a lo que la mayoría de los franceses venían reclamando desde mucho tiempo atrás, todo ello sin abandonar nunca esa necesaria y envidiable dosis de orgullo nacional que los franceses, sea cual sea su tendencia ideológica, llevarán siempre e su corazón.

Tal vez la sociedad, como la vida misma, no para de cambiar y es muy posible que el marketing político sea hoy uno de los ejes para triunfar en el ejercicio del poder. Dicho de otra manera, ya no corren aquellos aires paternalistas que envolvían a los líderes carismáticos como si fueran una suerte de regalo con que Dios nos obsequiaba a los ciudadanos, sino que éstos últimos esperan a que alguien solucione sus problemas con algo más que palabras, largas y buenas intenciones.

Creo que Sarkozy ha llegado a la Presidencia de Francia en tiempos de hartazgo pesimista, el mejor campo abonado para el pragmatismo y las ideas claras. Pero esperemos y veamos. Todo es cuestión de una o dos semanas que podrán indicarnos que es lo que va a pasar en Francia, y en el fondo en toda la Unión Europea, en los próximos años.

Javier Zuloaga