martes, 16 de septiembre de 2008

DESLUMBRANTE E INQUIETANTE

En los medios de comunicación aún colean las noticias acerca del acelerador de partículas que el Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN), acaba de poner en funcionamiento bajo la frontera entre Suiza y Francia.

Se dice - y seguro que es verdad- que en sus 27 kilómetros de longitud, millones de partículas más pequeñas que un átomo circulan a la velocidad de la luz y que cuando colisionen entre ellas, descubrirán innumerables incógnitas sobre nuestros orígenes.

Como bien señala Newsweek en el amplio informe que dedica a este portento de la tecnología y la física, el llamado LHC es un regalo de la ciencia para los habitantes del siglo XXI y lo compara, con la natural distancia, con el alcance de los descubrimientos del perseguido y castigado Galileo, con la irrupción del telescopio o la extensión del microscopio, respecto a la física anterior, más tradicional, arcaica e intolerante

El LHC ha abierto el apetito periodístico porque no es fácil encontrarse cada mañana con lo que, más que nunca, podríamos llamar “túnel del tiempo”. Y la imaginación y la audacia de quienes escriben sobre lo verosímil, se han disparado tanto, que el ciudadano medio anda confundido entre lo deslumbrante y lo inquietante.

El pasado sábado, “Informe Semanal” dedicaba un amplio reportaje al asunto y –uno detrás de otro- científicos españoles que forman parte del equipo de 10.000 venidos de todo el mundo, comenzaron a hacernos un adelanto de lo que podremos ver.

Se habló de “la partícula de Dios”, en una buena salida científica para conciliar la Creación con el origen del Universo. Se nos dijo que la Tierra es un hijo, aún joven -5.000 millones de años- de un cosmos que supera los 15.000. Nos enteramos que ese momento entre el segundo “cero” y el segundo “uno” tiene nombre de mujer, “Alice” y que gracias a ella, cuando sea sacada de su escondite, nos enteraremos definitivamente de todo.

“El vacío no es la nada”, dijo Álvaro Rújula, que para mayor perplejidad de los ignorantes, añadió algo así como “Siempre queda algo cuando lo has quitado todo”. Quien dice esto es un físico teórico y se me ocurre que este debate tiene también algo de filosófico.

La materia es sólo el 4% del Universo y el Sol tiene sus días contados, por lo que nuestros descendientes tendrán que elegir entre emigrar hacia otro sistema o sucumbir. En un momento dado y también en el terreno de lo físico-filosófico, se afirmó que se podrá ver como se construyeron las cosas más complejas, incluso la misma conciencia humana.

Menos mal, que el CERN no nació en los tiempos de Torquemada, porque el asunto se hubiera resuelto en las hogueras. Qué suerte que vivimos en esta época en la que el gran estado laico, padre de la modernidad, Francia, ha recibido al Papa saltándose al alza el protocolo, en un viaje en el que Benedicto XVI ha discernido brillantemente sobre la compatibilidad entre la laicidad y la fe.

Por pura casualidad, mientras se producía el viaje a Paris del Pontífice, los responsables de la iglesia anglicana pedían perdón públicamente por la persecución y el maltrato dado a la figura de Darwin.

Lo del Papa ha sido un buen toque de atención para quienes no acaban de desprenderse de un papel inadecuado y discutible de conciencia de la sociedad y de gobernantes que hacen gala, como si fuera un pedigrí democrático, de su anticlericalismo.

Ratzinger, guardián durante mucho tiempo de la doctrina y de la fe, ha recordado también en París aquello de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Parece que con el LHC de las partículas enanas y con la valentía papal, que vivimos momentos nuevos –deslumbrantes e inquietantes como decía al comienzo- en los que, sin embargo, no se otean soluciones en el horizonte para el reparto mundial del agua en un mundo donde todavía hay quien puede morir de sed. Según la ONU, 4.000 millones de personas viven balo el llamado “estrés hídrico”.

Tengo un compañero de trabajo que, hace pocos días, me decía que lo de la innovación nos está desbordando y no vemos cómo este alud de cosas modernas y nuevas apunta ya a la yugular a la estructura de la sociedad y sus hábitos más tradicionales y básicos, como –decía- la misma familia.

“Fíjate bien – me decía- nos parecemos mucho más a nuestros padres que a nuestros hijos”. Si quería inquietarme más, lo consiguió.

Javier Zuloaga