sábado, 27 de febrero de 2016

UNA VIDA DE PELÍCULA……Y TELEVISADA


Los de mi generación y otras próximas a los años cincuenta, escuchábamos que algo era o había salido “de película” cuando se rozaba la perfección. Valía lo mismo para expresar que la chavala a la que habías conocido no tenía defectos –era guapa, iba sobrada de talento, era muy lista y además no se le notaba porque era discreta- o cuando en aquel proyecto de viaje que habías organizados con unos buenos amigos se habían confabulado el buen tiempo, la gastronomía y la noche de copas con gente del lugar.

Vivir de película valía también para explicar que no te faltaba nada en el orden material, o para describir que flotabas de felicidad con la persona a la que habías rendido tu corazón. Y como no eran películas, aquellos momentos mágicos se iban desdibujando porque las cosas comenzaban a complicarse o también porque la prolongación de tu éxtasis en el tiempo desinflaba el encanto del arranque, del relumbrón y del descubrimiento.

En alguna ocasión me he preguntado de donde venía aquello de adjudicar la categoría “de película” a una persona, cosa o proyecto perfecto, cuando la historias que se podían ver en los cines tras pasar por taquilla no siempre tenían un final feliz, sus personajes eran en ocasiones  perversos y la película resultaba alguna vez insufrible.

De mis años adolescentes y juveniles vienen a mi cabeza “El Golpe”, “Papillón”, “Kramer contra Kramer”, “El último tango en París”, “Cabaret”, “Sérpico”, “Annie Hall”, “Los hombres del Presidente”…y pienso entonces que lo de colgar la etiqueta “de película” a algo perfecto viene de la magia del séptimo arte, de todo aquello que envolvía  a los buenos guiones, a los artistas iconos, a aquella música que te removía en la butaca y de un bien estudiado final que no te dejara indiferente al salir del cine.

Aquello nos llevaba a idealizar nuestras historias felices y a compartirlas con las personas que teníamos más cerca, como si de una película se tratara.

Pero ya no es igual porque el cine, aunque está ahí y goza de buena salud, ha sido arrinconado por las audiencias televisivas que, sin pagar en taquilla, te ponen en el mando a distancia del televisor una oferta muy variada en la que también está el cine, pero que ha dejado que se cuelen de rondón malvado e interesado, contenidos de muy distinta especie, con mayor éxito y audiencia para aquellos que nos dicen que todo es un desastre, que no hay nada decente en lo que nos rodea y que usan los planteamientos destructivos y los tonos corrosivos para contar algo que, en aquel periodismo clásico, más pausado y constructivo, se trataba de una manera más tranquila…o así lo he idealizado yo, como si se tratara de una película.

Arrinconar a un hombre público presentándolo como un histrión mediante el uso de lenguajes zafios y enervar la salud y el equilibrio emocional de quienes miran la pantalla es muchas veces el arranque, sólo el arranque, de un frenesí en el que los contenidos se miden por los trending topics, las tertulias desbocadas y los presentadores con ademanes de pistoleros que apuntan con su dedo índice a la cámara diciendo a los espectadores –con rictus malvado- que se preparen, porque lo que van a saber en pocos segundos va a ser muy muy escandaloso. Sí, el escándalo vende y además no hay que pasar por taquilla para saborearlo. Existe, claro está, pero ya no es sólo una materia informativa que habría que tratar con especial cuidado, sino que es más provechoso ventilarla con intención para ganar audiencia y que la publicidad arrope después la cuenta de resultados.

Sí, la vida ha cambiado una barbaridad y si yo fuera un náufrago que hubiera vivido aislado quince o veinte años, tendrían que reciclarme antes de andar solo por la calle. Ir en contra de lo que está pasando, además de absurdo, es poco inteligente. Vivimos abrumados por una suerte de ciclón que no tiene vuelta atrás, aunque tal vez algún día se imponga, poco a poco una forma más plácida de informar.

Mientras tanto y para sumergirme en aquella magia del cine, he comprado, en la televisión de pago, “Truman”, porque ya ha sido retirada de las pantallas de cine de Sant Cugat, donde yo vivo.


Javier ZULOAGA