Soy español, vasco y desde hace 28 años vivo en una Cataluña
que admiro por el talante de sus gentes, por su cultura…y por el cariño que
siento hacia todos ellos. Saben escuchar
y ponen el acento casi siempre en la moderación y el entendimiento con aquellos
con los que no coinciden –la entesa-
como vía ideal cuando se llega a un acuerdo inviable.
Sin arrogarme una autoridad que no me corresponde, me miro
ahora en el espejo y me pregunto qué es lo que nos está pasando a quienes
vivimos aquí. Sí, me miro y me detengo cada día con mas detalle en ese
entorno que me rodea, cercano, medio y periférico…en todos los órdenes.
Esta mañana he recibido un correo electrónico de una lectora
de este blog que vive en Torroella de Montgrí. Me pregunta –con cierto aires de
queja- por qué no he escrito desde hace más de medio año…y me pregunta si me
encuentro bien. Sí, es verdad que hace más de medio año que no me encuentro con
mis lectores, pocos pero selectos, y sí, también, que no me encuentro emocionalmente
bien.
No, no es la salud. Es el ánimo.
Hace unas horas todos los que
vivimos aquí nos hemos visto sobresaltados por la detención de Carles
Puigdemont en Alemania cuando regresaba a Bruselas, a través de Dinamarca,
después de haber ido a Helsinki a defender la independencia de Cataluña.
Habían pasado pocas horas desde la tensión emocional con la que
habíamos llevado la investidura
incompleta, procesamiento y prisión de
Jordi Turull, el tercer candidato que los movimientos políticos que provienen
de aquella Convergencia de Pujol que
mantuvo en el poder a González y Aznar –y Esquerra Republicana- habían
presentado para formar un gobierno tras las elecciones autonómicas catalanas
celebrada después de la intervención de la Generalitat.
Llovía sobre mojado, de hecho no ocurre otras cosa en
Cataluña dese 2010, después de que los votantes catalanes no acabaran de
entender –o tal vez no se les explicó como Dios manda- por qué un Estatuto que
ellos había votado no contaba con el visto bueno de los magistrados del
Tribunal Constitucional. Aún hoy no se conocen bien los detalles, siempre
importantes, de lo que ocurrió en aquel año en el que realmente arranco el
llamado Proces. Pero lo que los
catalanes tienen bien claro es lo que habían votado.
Los que vivimos aquí –yo reparto mi tiempo entre Sant Cugat
y el Ampurdán- no seríamos capaces de reconstruir la cadena de emociones con la que la clase política nos ha mantenido
alerta, porque ha sido una sucesión de implicaciones intencionadas, a veces
malintencionadas, para hacer de los ciudadanos una suerte de agentes
emocionales. Sí, aquello de que la soberanía reside en el pueblo… pero sin
pensar demasiado en el resacón que el pueblo arrastra tras tantos revolcones.
Con las últimas detenciones e ingresos en prisión, las
emociones afloran en la epidermis
emocional de las personas que vive en Cataluña. En unas por indignación y en
otras por temor, por incertidumbre de cara al futuro. La diferencias entre
amigos, compañeros o miembros de una misma familia, han pasado a la categoría
de sarpullido emocional. La gente se quiere, pero no se entiende. Todos, unos y
otros, están sufriendo.
Mientras callamos, nos miramos de reojo o callamos
prudentemente mientras oímos una y otra
vez hablar de libertad. Los políticos nos marean con invocaciones a la
libertad, con listones fantasmagóricos que separan entre demócratas y no
demócratas a quienes lo vienen siendo desde toda la vida y no tienen nada que
demostrar…ni regalo que recibir, en ese sentido, de quienes por convertirse en
repartidores de esa condición seguramente saben muy poco en que consiste
realmente la democracia. Ni tampoco lo que es un facha, aunque la intolerancia
frente a los demás sea, precisamente, una señal característica de estos sujetos/as.
Sí, ¿y la libertad de los demás?. No. No me refiero a esa
que nos eriza el vello y nos cuaja los ojos de lágrimas cuando nos dejamos
diluir entre unos centenares de ciudadanos que repiten lo mismo que otros han
repetido y que nosotros repetiremos para que otros hagan otro tanto. Me refiero
a esa libertad que no concedemos e ignoramos
para aquellos que piensan distinto o frontalmente a nuestras ideas.
Aquí está el problema, que no nos respetamos y por eso somos
incapaces de entendernos. La vida política no es una lucha, sino un escenario
de convivencia. Diciendo que España no es una democracia no se arregla nada,
sino que abren más heridas, de la misma manera que decir que quienes no
compartan el separatismo son unos fachas o unos franquistas. Yo no lo soy.
Ni tampoco lleva a ninguna parte no saber ir al fondo de la
cuestión ni refugiarse numantinamente en el cumplimiento de las leyes. Los
jueces, ¡faltaría más!, han de hacer cumplir las leyes, pero son los políticos
con cabeza quienes han de ajustarlas a los tiempos y las circunstancias. Todas
las leyes, desde la más menuda hasta la Constitución.
Y las emociones, por favor, dejen de manipularlas.
Javier ZULOAGA