lunes, 24 de octubre de 2011

EL ERROR Y LA VERDAD


“Cuando el error se hace colectivo, adquiere la fuerza de una verdad”.



Son dos líneas que estaban escritas, con caligrafía inglesa, en el anverso de
un pequeño trozo de cartón que, hace pocos días, cayó al suelo cuando ojeaba
entre las páginas de un libro que fue impreso hace 57 años en Palma de
Mallorca.

Su título es Diccionario de aforismos, proverbios y refranes, una
compilación de frases que el hablar popular ha ido incorporando a un uso
ejemplar de la lengua, como si fuera un recordatorio de lo que se ha de hacer,
o no, ante problemas o dilemas que las personas han tenido que resolver desde
que la memoria existe.



La frase, sin embargo, no figura en ninguno de los dichos o refranes del volumen,
pero su autor deja de ser desconocido cuando sitúas todas sus palabras, una
detrás de otra, en la barra del buscador de Google.
Se trata de una reflexión de un sabio francés que vivió a caballo entre el final del XIX y el comienzo de XX y que, además de médico, arqueólogo, antropólogo, psicólogo social y sociólogo, hizo incursiones muy potentes en la física, hasta escribir un libro, “La Evolución de la materia”,
en el que defendió, entonces, la gran energía que puede llegar a desprenderse de un átomo.


Su nombre era Gustave Le Bon y, siempre sin abandonar su carácter polifacético, adquirió mayor relevancia, y especial influencia, en su capacidad para discernir sobre el comportamiento del rebaño humano. Dos obras, “Las leyes sicológicas” y “La sicología de las multudes”, motivaron, según los conocedores, la crítica y la réplica de Sigmund Freud en en su “Psicología de las masas y análisis del yo”.

Aunque no esté probado, se piensa que también quienes trabajaron para Adolf Hitlert en “Mein Kampf” (Mi lucha), leyeron con detenimiento la obra de Le Bon, de forma muy especial todo lo relativo a las técnicas de propaganda.

Aquel cartoncillo y su lapidaria frase me han llevado a reflexionar –era imposible no hacerlo- sobre las cosas que ocurren a nuestro alrededor. ¿Serán verdad?, ¿Serán un error?, son dudas que me asaltan ahora cuando algunas evidencias clarísimas me vienen a la cabeza. Sé que el planteamiento de Le Bon puede acabar siendo destructivo y que tampoco debemos sostener nuestra visión del mundo sobre la fina puntería de una frase sabia como la del pensador francés.
Pero no deja de ser, en todo caso, una herramienta útil para saber mirar las cosas un poco mejor y alejarnos, de esta manera, de la miopía.

Buena parte del populismo y del éxito de líderes públicos carismáticos, vienen del mundo del error o de la nada, del vacío, sobre los que se han volcado todos los fantásticos recursos de la mercadotecnia, las campañas de imagen y un uso hábil de la demagogia.

En la política y fuera de la política.


En marzo de 2008 escribí, en este mismo blog, un artículo que se titulaba Cambalache. Pinchen, léanlo y si tienen tiempo, vuelvan a pinchar al final de ese texto y escuchen el tango inolvidable compuesto por Enrique Santos Discépolo. Es una visión desgarrada de la vida, tanto, que los militares que gobernaban Argentina en la segunda mitad de la década de los setenta, lo prohibieron aunque evidentemente no consiguieron borrarlo de la cabeza y el corazón de los argentinos.

Si Le Bone y Discépolo se hubieran conocido no hubieran hecho buenas migas, ya que mientras el primero buceaba en el mundo en el que el error –o su hermana mayor la falsedad- pueden convertirse en verdad o en una ensoñación, el segundo se conformaba con decir aquello de que:


¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!

Menos mal que de vez en cuando, ahora, podemos cazar al vuelo ideas que nos sitúan en
el equilibrio: “Cualquier excusa es buena para no tener que pensar, para no tener que cambiar. Si la estructura de la materia cambia, ¡cómo no vamos a cambiar nosotros de opinión”.

La frase es de Eduard Punset, en una entrevista que Juan Ramón Lucas la hizo en RNE.