viernes, 4 de noviembre de 2011

EL INQUIETANTE VALOR DE LA PALABRA

El asunto:

Alguna relación debe guardar la creciente preocupación de articulistas y periodistas por el valor de la palabra, con los momentos que vivimos. De forma más cercana puede que las elecciones generales abren los ojos y el apetito de quienes se detienen a comparar el parecido entre lo que se dice y se pregona, con lo que después se practica. Y más sesuda y lejanamente –casi para expertos- se vuelve una y otra vez a tocar el fondo de la cuestión, el uso premeditado y malsano de la palabra y el lenguaje  en diferentes niveles de pobreza y perversión.

“El País” publica hoy un potente artículo de Lluis Duch y Albert Chillón, "La corrupción del discurso", en el que apuntan que políticos, periodistas, profesores, financieros y empresarios , consumen una suerte de neolengua que ha acabado por reducir el polifacetismo y la complejidad del mundo , en el fondo la riqueza de su variedad, a “una jerga tecnocrática y opaca”.

Bajo la sombra de lo que llaman pujante corrupción del discurso de hoy, distinguen, para el lector, entre los peligros de la negligencia expresiva y el fraude voluntario. Y ambos, dicen los autores,  acaban pasando inadvertidos y son aceptados como válidos en los tiempos de crisis global como los que vivimos.

Se “empalabra” la realidad -dicen, en una retórica muy gráfica- dentro de un marco de depauperación lingüística , que puede llegar a poner en jaque a la convivencia y a la democracia misma. Es un escalón previo al de la perversión del discurso, que puede que esté acercándose a la pandemia . La “anemia léxica”,  la “dejadez sintáctica”, el desprecio al matiz y la saturación de tópicos y muletillas, hermanas menores de la tergiversación de la certeza y la conversión de una burda mentira  en cosa hecha, suelen ser síntomas para hacer un diagnóstico certero.

El asunto preocupa, yo ya dije algo en mi anterior artículo “El error y la verdad” y tal vez ese sea uno de los atractivos del sexto seminario sobre lengua y periodismo, organizado en octubre  por la Fundación BBVA y la Fundación San Millán, en las tierras en las que nació el castellano en la que periodistas y profesores  sesudos apuntaron a los peligros de lo políticamente correcto. Alex Grijelmo, Presidente de Efe, la profesora Martínez Lagunilla, de la Universidad Autónoma de Madrid, Ernesto Ekaizer, Pío Cabanillas y Borja Puig de la Bellacasa, hurgaron, entre otros,  un poco en este asunto.

De lo que la crónica de “La Vanguardia” publicó el 3 de octubre sobre lo que allí se dijo:  "El lenguaje. ¿Herramienta o arma?" , me quedo con la frase lapidaria del último de los mencionados, veterano director de Bassat Ogilvy, no porque la comparta en su totalidad, pero sí porque apunta a los mismos peligros del artículo de Ducho y Chillón que he comentado al comienzo de este artículo. “Lo políticamente correcto se ha convertido –dijo Puig de la Bellacasa- en una perversión del propio lenguaje y distorsiona la realidad. La soberanía popular está cada vez más alejada del poder clásico, cada vez hay más ciudadanos desconectados de la realidad”

Como anillo al dedo viene esa última afirmación con la magnífica descripción que el periodista Benjamín Prado hizo en “El País” el pasado 27 de octubre, con una gran pieza: "Lo probamos todo...¿sin comprender nada?", en la que le hinca el diente a las consecuencias perversas  de echarse en los  brazos de la Sociedad de la Información desde el “picoteo”, esa vía de adquirir conocimientos por la vía de la curiosidad framentaria.

"Es cierto que en Internet ya no se navega, solo se surfea –el periodista cita al director de cine Fernando León de Aranoa- porque el usuario se ha vuelto promiscuo: al menor indicio de decepción, cambia de ola. Hay menos compromiso, menos fidelidad y por añadidura una mayor pasividad, porque ahora son los contenidos los que salen en tu busca, y no al revés. Eso lo cambia todo, empezando por el periodismo, porque como la volubilidad es una amenaza continua, los titulares de los periódicos se vuelven promesas, ganchos, son un ejercicio de seducción que busca más atraer al lector que enunciar la noticia. ¿Afectará esto también a la música, al cine? ¿Se convertirán los primeros actos de las películas en imanes que garanticen la descarga completa del producto? ¿Empezarán un día las canciones por el estribillo?”

“La cultura del picoteo – escribe después Benjamín Prado- del querer meter la cuchara en todos los platos del restaurante para hacerse una idea de su sabor, tiene aquí su máxima expresión y ha transformado por completo a los aficionados, que si antes seguían a un artista en particular o un género específico, ahora lo degustan todo, para hacerse una idea y porque, al fin y al cabo, no hay que pagarlo”



Al margen.-

Hace un par de semanas me encontré con un compañero de trabajo al que hacía tiempo no veía. Habíamos quedado para nada en concreto y era, por ello, un encuentro de aquellos que no tienen mayor trastienda que el interés mutuo por saber cómo iba la vida del otro. Una vez sentados, sólo no separaban unos platos, unos cubiertos, una sabrosa carne de cordero a la brasa y un buen vino.

Es un ampurdanés nacido en Albons – entre la Escala y Torroella de Montgri-  que a fuerza de pasar bajo el aro de la complejidad de las letras de las leyes que estudió  en la Facultad de Derecho, decidió refugiarse finalmente en la Filología catalana y castellana de Pompeu Fabra y María Moliner.

No había guión ni orden del día, pero el peso de los años vividos  y la reiteración de los recuerdos, nos llevó a la  nostalgia por lo fascinante, por la magia de esas cosas que han sido, o hemos convertido,  en maravillas que hemos conocido y que ya no lo son tanto. No hablamos ni de los grandes problemas del mundo, ni de la crisis, ni de las elecciones…ni de futbol.

Le pregunté sobre la vida que lleva, qué había hecho aquella mañana. “Pregúntaselo a mi nieto- dijo- que esta mañana me ha sacado de la cama a las ocho y me ha tenido rondando por el parque hasta las diez… ¡en ayunas!”

Javier Zuloaga