viernes, 18 de noviembre de 2016

DECIR ADIOS EN EL MUNDO REAL


Escribía en mi anterior artículo acerca de  la calle virtual, un espacio cuyas dimensiones no me atrevo a calcular porque caeré seguramente en el error, ya sea por minimizarla o porque no es equivalente cualitativamente, a lo que conocemos por “la calle”. Sí, esa por la que pasean las personas, extienden su brazo los indigentes, te pegan un tirón los descuideros, te puedes tomar un café o una caña gracias a la ley antitabaco, te hacen una encuesta, pasean bombones, chicas normales y feas o…como me pasó a mi hace unos días, te sorprendes al comprobar que aún existe un mundo en el que las emociones tienen un gran peso.

Pues iba caminando por la calle Sabadell en Sant Cugat del Vallés, una vía casi peatonal que lleva al viejo y restaurado Mercat Vell , una buena joya, junto con El Celler, que el modernismo catalán dejó detrás de las montañas de la Collserola, las que sirven tanto para resguardar a la capital catalana de los vientos de poniente como para salvar,  a los que estamos a este lado, del barullo de una Barcelona cada día más invadida por las hordas turísticas.

Sí. No había dado ni media docena de pasos y vi que un restaurante al que hacía tiempo no había acudido- y del que guardo muy buenos recuerdos por ese trato amable y próximo que no figura en la carta pero que suele arraigar en la memoria del comensal con más fuerza que un buen vino- había cerrado. Ocurre a menudo, me dije, pero no suele ser corriente que quien echa el cierre tenga fuerzas para poner todo el corazón en una hoja de papel para que sea leida dentro de la pequeña vitrina que durante muchos años ha resguardado  los menús. los platos de la carta y los precios, de la intemperie.

Sí, lean lo que sale en la foto. Gracias, dice, muchas gracias por la compañía, por apreciarnos, por haber convivido, por la comprensión…y buenos deseos para el futuro.

¿Qué raro, no?, ¿Vulgar?, ¿Blandiblú?, ¿Demodé?, ¿Noño?...seguro que es un abuelete de lágrima fácil.. o soy yo que me estoy volviendo cada día más tierno. Añadan ustedes las apreciaciones facilonas que les vengan a la cabeza porque todas pueden resultar posibles, aunque  nos quedaremos con ganas de saber qué pasaba por el ánimo de quien escribió esas líneas de despedida.

Las dudas serían menores, sin embargo, si nos moviéramos en la calle digital a la que me refería al comienzo, porque en ella todo se mueve  en la inmediatez y con presunta claridad. No hay un político, que se precie de su condición, que no anteceda o suceda alguna aparición pública suya con 140 caracteres de Twitter para decir algo que sus equipos de comunicación entiendan que conviene decir. O para responder a lo que otros han dicho…o para sumarse a algo que estratégicamente conviene…o para negar la mayor pese a que sea evidente. Y también para decir verdades. Lo hacen presidentes y hasta el mismo Papa Francisco.

En esa calle digital nuestro amigo del restaurante Casablanca de Sant Cugat, habrían diluido su mensaje de despedida en una corriente vertiginosa, una suerte de Amazonas compulsivo y casi efímero que les habría llevado en pocos segundos casi a la inexistencia y ni la alcaldesa de la ciudad, ni el vecino de la casa contigua, ni tampoco los paseantes, hubieran sabido que  estaba tan agradecido a quienes durante más de treinta años habían entrado a comer o cenar.

El papel -¿quién ha dicho que está en crisis?- sigue ahí, aunque los diarios  tengan cada vez menos páginas y algunos quioscos desaparezcan  o vendan de casi todo para sobrevivir. Si de lo que se trata es de que algo quede escrito o impreso, no hay otra salida. Aunque sea sólo un folio para decir adiós.

Javier ZULOAGA