viernes, 30 de noviembre de 2012

EL PERIODISMO DE TRINCHERAS

Llevábamos sólo un par de  días de resacón tras las elecciones anticipadas de Cataluña. Mando de zappingtv en mano, tratábamos de huir de análisis y tertulias en las que se siguen mezclando en muy diferentes proporciones la objetividad y la pasión de los sentimientos personales.

Estaba a punto de rendirme y echarme en brazos de la lectura de La marca del meridiano ,-  el último premio Planeta, en la que Lorenzo Silva ha conseguido crear un mundo de beneméritos tricornios en torno a una muy buena trama- cuando TV3 comenzó a emitir  su programa Sense ficció . Título: Modernismo. Una historia de destrucción . Reportero: Lluis Permanyer, maestro de periodistas y cronista de lujo de lo que ha pasado y pasa a la capital catalana y que desde el primer minuto entró en las grandes verdades de la historia del Modernismo, sin duda el símbolo más universal de la personalidad de Barcelona.

Dejé mi libro a un lado porque podía continuar más adelante y sobre todo porque el asunto apuntaba bien. Con elegancia pero sin ambages ni pudor, tocando en la cresta a quien corresponda, el colaborador de “La Vanguardia” nos llevó a los tiempos en los que la obra de Antoni Gaudí, Puig i Cadafalch, Domenech y Montaner  y otros que siguieron las líneas más audaces que recuerda nuestra arquitectura, fue maltratada por los propios del lugar, alguno de los intelectuales o plumas más simbólicas de la literatura catalana, (Josep Pla) y quienes desde el franquismo querían quitarse de encima aquellas insignias del carácter de la Ciudad Condal.

Permanyer nos llevó de paseo por lo que ha sobrevivido y los productores de su programa hicieron ficción con efectos especiales y  fotografías de decenas de edificios del Ensanche que sucumbieron a la piqueta una vez sus propietarios, seguramente segunda o tercera generación de quienes hicieron posible su construcción, se rindieron a la fuerza del dinero, o nadie quiso romper una lanza para que todas aquellas joyas siguieran en pie.

El periodista nos puso frente a las cámaras imágenes de una Pedrera  que estremecían e hizo hablar a quienes vieron en primera línea el todo aquel desastre. Pinchen en el enlace y véanlo. Merece la pena.

Al apagar el televisor y marchar a dormir sentí que había vuelto al mundo real, que todo tiene una tregua y que las cosas interesantes de la vida normal, como era el caso del reportaje de Permanyer, comenzaban a abrirse camino, a encontrar un espacio aunque sea casi con calzador, en la vorágine informativa que genera la actividad política, en este caso me refiero, claro está, la que ha antecedido y sucede a las elecciones anticipadas al Parlamento de Cataluña.

No tema el lector, no voy a entrar en la cuestión, porque si así lo hiciera me estaría convirtiendo en cómplice de esa gran marabunta, en la que tantas veces el corazón puede sobre la cabeza.

Permanyer me llevó minutos después a pensar en  otro gran periodista catalán, Albert Montagut, que  pocos días atrás había presentado su última obra Newpaper, en la que hinca el diente  en el gran cambio que Internet le ha dado y le dará el mundo del periodismo. Tengo el libro en mi despacho, para leer sobre algo en lo que he tenido oportunidad de trabajar muy a fondo cuando fui responsable de la comunicación de la Fundación “la Caixa”. Los medios digitales, la digitalización de la información, absorbieron la ilusión, el tiempo y el esfuerzo del joven equipo con el que tuve la gran oportunidad de trabajar.

En sus palabras, Montagut no pudo evitar –porque no quiso- apuntar con el dedo a uno de los grandes males del periodismo de los tiempos que corren. Habló de la crisis del reporterismo, de esas informaciones que son consecuencia de la iniciativa de los periódicos para ir, mirar y después  contar sobre lo que está pasando en algún rincón del mundo, cerca o lejos.

Ese periodismo, que en las antiguas redacciones lo realizaban los redactores “de calle” sigue vivo gracias a los freelance,  algún que otro corresponsal y pocos más, que hacen posible que en tiempos en los que lo que importa son las audiencias,  siga existiendo una relación auténtica entre el lector y lo que realmente está ocurriendo.

Y me he preguntado sobre el momento en el que comenzó a languidecer el reporterismo de Albert Montagut y he viajado a una revista, “La Actualidad Española”, que fundó mi padre en 1952, el mismo año que yo nací, y he recordado que compartía espacio en los quioscos con semanarios en los que el reportaje era el género periodístico que mandaba. En Francia existía “Paris Match”, en Italia “Oggi”, en el Reino Unido “Time” o “Newsweek” en los Estados Unidos. Todas estas revistas existen, pero en España casi todo ha acabado desapareciendo.

¿Por dónde puede volver a renacer?

Pues regreso el comienzo de este artículo, al reportaje de Lluis Permanyer sobre la guerra sucia contra el Modernismo y me pregunto si en Internet las empresas de la información podrán y querrán competir contando cosas nuevas, de artesanía periodística, que destaquen sobre los moldes que hacen que los contenidos de los diarios se parezcan cada vez más entre si. Si todo sigue igual, los quioscos virtuales no serán rentables.

Javier ZULOAGA