Estaba a punto de rendirme y echarme en brazos de la lectura
de La marca del meridiano ,- el último premio Planeta, en la que
Lorenzo Silva ha conseguido crear un mundo de beneméritos tricornios en torno a
una muy buena trama- cuando TV3 comenzó a emitir su programa Sense ficció . Título: Modernismo.
Una historia de destrucción . Reportero: Lluis Permanyer, maestro de
periodistas y cronista de lujo de lo que ha pasado y pasa a la capital catalana
y que desde el primer minuto entró en las grandes verdades de la historia del
Modernismo, sin duda el símbolo más universal de la personalidad de Barcelona.
Dejé mi libro a un lado porque podía continuar más adelante
y sobre todo porque el asunto apuntaba bien. Con elegancia pero sin ambages ni
pudor, tocando en la cresta a quien corresponda, el colaborador de “La
Vanguardia” nos llevó a los tiempos en los que la obra de Antoni Gaudí, Puig i
Cadafalch, Domenech y Montaner y otros
que siguieron las líneas más audaces que recuerda nuestra arquitectura, fue
maltratada por los propios del lugar, alguno de los intelectuales o plumas más
simbólicas de la literatura catalana, (Josep Pla) y quienes desde el franquismo
querían quitarse de encima aquellas insignias del carácter de la Ciudad Condal.
Permanyer nos llevó de paseo por lo que ha sobrevivido y los
productores de su programa hicieron ficción con efectos especiales y fotografías de decenas de edificios del
Ensanche que sucumbieron a la piqueta una vez sus propietarios, seguramente
segunda o tercera generación de quienes hicieron posible su construcción, se
rindieron a la fuerza del dinero, o nadie quiso romper una lanza para que todas
aquellas joyas siguieran en pie.
El periodista nos puso frente a las cámaras imágenes de una
Pedrera que estremecían e hizo hablar a
quienes vieron en primera línea el todo aquel desastre. Pinchen en el enlace y
véanlo. Merece la pena.
Al apagar el televisor y marchar a dormir sentí que había
vuelto al mundo real, que todo tiene una tregua y que las cosas interesantes de
la vida normal, como era el caso del reportaje de Permanyer, comenzaban a
abrirse camino, a encontrar un espacio aunque sea casi con calzador, en la
vorágine informativa que genera la actividad política, en este caso me refiero,
claro está, la que ha antecedido y sucede a las elecciones anticipadas al
Parlamento de Cataluña.
No tema el lector, no voy a entrar en la cuestión, porque si
así lo hiciera me estaría convirtiendo en cómplice de esa gran marabunta, en la
que tantas veces el corazón puede sobre la cabeza.
Permanyer me llevó minutos después a pensar en otro gran periodista catalán, Albert Montagut,
que pocos días atrás había presentado su
última obra Newpaper, en la que hinca el diente en el gran cambio
que Internet le ha dado y le dará el mundo del periodismo. Tengo el libro en mi
despacho, para leer sobre algo en lo que he tenido oportunidad de trabajar muy
a fondo cuando fui responsable de la comunicación de la Fundación “la Caixa”.
Los medios digitales, la digitalización de la información, absorbieron la
ilusión, el tiempo y el esfuerzo del joven equipo con el que tuve la gran
oportunidad de trabajar.
En sus palabras, Montagut no pudo evitar –porque no quiso-
apuntar con el dedo a uno de los grandes males del periodismo de los tiempos
que corren. Habló de la crisis del reporterismo, de esas informaciones que son
consecuencia de la iniciativa de los periódicos para ir, mirar y después contar sobre lo que está pasando en algún rincón
del mundo, cerca o lejos.
Ese periodismo, que en las antiguas redacciones lo
realizaban los redactores “de calle” sigue vivo gracias a los freelance, algún que otro corresponsal y pocos más, que
hacen posible que en tiempos en los que lo que importa son las audiencias, siga existiendo una relación auténtica entre
el lector y lo que realmente está ocurriendo.
Y me he preguntado sobre el momento en el que comenzó a
languidecer el reporterismo de Albert Montagut y he viajado a una revista, “La
Actualidad Española”, que fundó mi padre en 1952, el mismo año que yo nací, y
he recordado que compartía espacio en los quioscos con semanarios en los que el
reportaje era el género periodístico que mandaba. En Francia existía “Paris
Match”, en Italia “Oggi”, en el Reino Unido “Time” o “Newsweek” en los Estados
Unidos. Todas estas revistas existen, pero en España casi todo ha acabado
desapareciendo.
¿Por dónde puede volver a renacer?
Pues regreso el comienzo de este artículo, al reportaje de
Lluis Permanyer sobre la guerra sucia contra el Modernismo y me pregunto si en
Internet las empresas de la información podrán y querrán competir contando
cosas nuevas, de artesanía periodística, que destaquen sobre los moldes que
hacen que los contenidos de los diarios se parezcan cada vez más entre si. Si
todo sigue igual, los quioscos virtuales no serán rentables.
Javier ZULOAGA