lunes, 8 de octubre de 2012

LA GRAN TENTACIÓN



Los recientes resultados de las elecciones presidenciales en Venezuela, me han llevado a desempolvar de nuevo una de las cuestiones que más han ocupado mi atención en los últimos tiempos. Tanto fue así en el pasado, que en la segunda de mis novelas "La isla de los rebeldes" hice una incursión, con pocas bridas en mi imaginación, para ilustrar, a quienes me leyeron, que no existen límites cuando de lo que se trata es de manejar los sentimientos colectivos.

La lectura de unas fantásticas memorias escritas por el alemán Sebastián Haffner sobre lo que ocurrió en Alemania a la llegada del nazismo, me había esclavizado poco antes hasta el punto de no poder pasar de tapadillo y mirar hacia otro lado cuando, paseando por la vida, veía una y otra vez que los humanos, como mamíferos, tendemos peligrosamente  al gregarismo y nos integramos dócilmente en el rebaño, ya sea por razones étnicas, o peligrosamente si lo que nos ponen delante es la zanahoria electrizante.

Fruto de aquella lectura fue el artículo que publiqué en septiembre de 2007 en este mismo blog, "Los camaradas del miedo".

Que no teman mis amigos, los que de verdad me quieren, porque los tiros de estas líneas no van a ir a la línea de flotación de nadie en concreto, sino que, tal vez ilusamente, tratan de clamar en el desierto sobre los peligros que provoca la dilución de las ideas o sentimientos individuales en los del rebaño. No, no se trata de una vacuna, aunque no estaría mal que lo fuera.

Lo de Venezuela, mal que nos pese a quien no entendemos cómo este caudillo caribeño puede seguir seis años más , tiene el refrendo de muchos más votos de los que ha alcanzado el único opositor, Henrique Capriles, que ha tardado apenas minutos en felicitar a aquel coronel golpista que, una vez preso y condenado, fue indultado, inocente o perversamente, por el gobierno democristiano de Rafael Caldera. En ese momento nació el Hugo Chávez que tiene mandato hasta 2019 y que tardó muy poco en organizar el Movimiento V República para ganar unas elecciones en 1998 en un país desencantado por la mala gestión, la miseria de las capas más bajas de la sociedad y una gran corrupción.

Y es que resulta bastante más fácil rebozar a los ciudadanos en el desencanto que inculcarles la responsabilidad cívica e histórica. La mercadotecnia, la sutil camaradería de los intereses económicos ocultos, o el oportunismo frente a la debilidad del opositor ideológico y, sobretodo, la mansedumbre de rebaño; ahí están algunas de las claves, pienso yo. Más o menos lo que ocurrió en San Gregorio, república inexistente en la que situé mi segunda  novela para no ofender a nadie y andar yo más tranquilo.

En aquella isla del Caribe, como ocurre en las novelas y en las películas, no había mayorías silenciosas, término tan de moda entre la resistencia al cambio cuando está instalada en el poder, sino sólo minorías pensantes: un profesor de humanidades y un periodista de casta vieja. De la misma manera que en “Historia de un Alemán”, no salen pocas más conciencias inquietas que la de Sebastián Haffner, el autor de la obra.

El problema, me digo ahora, es cómo se desanda el camino de los errores caudillistas y colectivos. El tiempo va a un saco roto ya que la moviola se inventó para el futbol de la misma manera que el Ojo de Halcón persigue hasta el milímetro la validez, o no, de los “aces” en el tenis. Venezuela, un país tocado por el dedo del petróleo, tendrá que remontar, cuando lo decidan sus ciudadanos, un plano mucho más inclinado en el que casi todos se dejarán el resuello.

Pero habrá sido porque así lo ha querido la mayoría con su entusiasmo y su patriotismo. De la misma manera podríamos ir dando un paseo por el mapamundi para comprobar que el mundo está trufado de situaciones que, como ésta, comenzaron cuando unos pocos se dejaron llevar por la gran tentación.

Javier ZULOAGA