lunes, 21 de octubre de 2013

CUANDO NACE UN LIBRO





Casi todas las personas alcanzan, a poca suerte que tengan, algún momento mágico en su vida. Y por mágico me refiero a las situaciones que exceden a lo que podríamos llamar felicidad cotidiana, la más estándar, pero no por ello menos importante . Es decir, no me refiero al enamoramiento fulminante, a la grandeza de la paternidad o a la despedida o el reencuentro con un amigo de toda la vida. Éstas son situaciones a las que, por fortuna, casi todos los humanos tienen la oportunidad de asomarse alguna vez.

La magia a la que me refiero es aquella que te transporta a un escenario que durante un tiempo, generalmente largo, te ha parecido inalcanzable y que a medida se aproxima encoje el corazón de tus emociones más personales. Sí, ya sé que suena un tanto cursi, pero es lo me ha pasado a mí cuando he ido viendo que mis historias narradas tomaban forma de libro bien encuadernado.

Estos días llega a las librerías “El caso Ruglons”, mi cuarta novela, que de nuevo edita El Aleph. Es narrativa, ficción verosímil porque cuenta cosas que pudieran ocurrir y que lleva en sus páginas una buena dosis de intencionalidad, que no quiere decir, ni mucho menos, mala intención.

De la misma manera que en mi primera novela, “El hombre que pudo ser libre”, retrataba la la sociedad altoburguesa y aristocrática de Bilbao, la ciudad en que nací; que en “La isla de los rebeldes” viajaba hasta un lugar inexistente en el Caribe para novelar sobre el extraño maridaje que creo existe  entre el populismo y los hilos que mueven el dinero que no se ve; o que en “Librería Libertad” me recreaba en una Barcelona que en 2002 fue capital de Europa durante unos pocos días; en “El caso Ruglons” he echado a caminar a dos personajes de diferente clase y pelaje: una rural castellana con ambición imparable y un gitanillo de seis años que daba tirones a los bolsos de las señoras y que un día vio como le cambiaba la vida cuando la Guardia Urbana le pilló con las manos en la masa.

Hasta donde alcanza mi memoria, la escritura ha ocupado casi todo el espacio que me ha rodeado. Mi madre decía en algunas ocasiones que mi padre nos tenía a todos envueltos en papel de periódico y que el tiempo restante nos inculcaba, a veces agotadora e insolentemente, que si no leíamos buena literatura no seríamos nada en la vida. Cuando lo recuerdo, se me ocurre que si mi padre hubiera sido torero o promotor inmobiliario, los hermanos Zuloaga, mis dos hermanos y yo, habríamos acabado levantando pasiones en los cosos taurinos y en la prensa del corazón, o tal vez forrados de euros facilones antes del estallido de la burbuja inmobiliaria  y seguramente en quiebra desde 2008.

Sin pretender ponerme a rebufo de Luigi Pirandello en Seis personajes en busca de autor he de reconocer que mis dos últimas novelas comenzaron por el dibujo del perfil de sus protagonistas. Y las dos últimas ocurren en Barcelona, en donde vivo desde hace ya casi 25 años.

En Librería Libertad nacieron Laia, altoburguesa revolucionaria empadronada en Pedralbes, Didac, un cura que lo fue porque estaba escrito y que colgó el hábito para descubrir cómo era  la vida, Ryan camello surrealista que ni siquiera él mismo sabía qué cosas, de las que contaba, eran ciertas y cuáles no y Armengol, un esperpéntico gafe hijo de derechona extremeña y anarquista del Hospitalet.

En El caso Ruglons he hecho otro tanto al colocar al frente del reparto a dos personajes que no siguieron la lógica de su biografía y que, seguramente por ello,  sufren debates internos bastante duros.

El escenario es la vida misma, plena de realidades, algunas bastante crueles, que cada mañana nos sorprenden al conectar la tableta, encender la radio o echarle un vistazo a las portadas de los diarios. Los pelotazos, las burlas al fisco, las evasiones de capitales, la doble moral de los ciudadanos ejemplares, las falsas apariencias…y muchas cosas más, se dan en Barcelona como en cualquier otro lugar.

Como digo en la introducción de la novela, todo lo que ocurrió imaginariamente  en el Club de Polo de Barcelona, pudo haber tenido lugar en el Puerta de Hierro de Madrid o en la Sociedad Bilbaina de la ciudad del Nervión.

Nada más. Hoy, discúlpenme, he tenido que hablarles de mí.

Javier ZULOAGA