domingo, 24 de marzo de 2019

¿CÓMO LO LLEVAS?




¿Cómo lo llevas? Se ha convertido en la pregunta que, en los últimos años –en los últimos meses aún más- me hacen con mayor frecuencia quienes quieren saber qué escondo tras mis silencios sobre lo que estoy viendo, escuchando y viviendo en Cataluña.

Sí. Llegué a Barcelona en 1989 y tuve la fortuna de presenciar, en primera línea, la suma de las mejores virtudes que se pueden encontrar en una sociedad. Sí. Era una ciudad que hervía en un caldo de emociones e ilusiones, a las puertas de unos Juegos Olímpico que cambiaron, a mucho mejor, la cara y el corazón de Barcelona y del resto de Cataluña. Y por extensión, del conjunto de España.

Aquí –cerca de aquí porque vivo en Sant Cugat del Vallés- los barceloneses y quienes con ellos colaboraron, rompieron esa imagen sobrentendida de que únicamente en los países del norte de Europa las cosas se viven al detalle y se alcanza (casi) la perfección.

Soy de Bilbao, he vivido en Madrid más de veinte años y he saltado por al mapa en el ejercicio del periodismo a Burgos, San Sebastián, Lisboa, Buenos Aires, Rabat, Mallorca…y finalmente aquí, la ciudad que, seamos honestos, tiene motivos más que sobrados para sentirse paradigma de la iniciativa y el buen hacer. Ahí está su historia.

Recuerdo aquellas imágenes de los juegos en las que personajes tan diferentes como Jordi Pujol, Pasqual Maragall y Juan Antonio Samaranch, dejaban en un segundo plano sus diferencias, que no eran pocas, para que todo aquello saliera tal y como todos queríamos. Sí, les unía eso, que todos ellos deseaban lo mejor para Barcelona, querían lo mismo porque querían a su tierra y a su gente.

¿Que cómo lo llevo?. Pues miren ustedes, los escenarios no se parecen en nada. Me refiero, claro está, al que acabo de evocar  y al que ahora vivimos. Si aquel que conocí cuando llegué a Cataluña, en la que ya fueras catalanista o españolista, no te obligaba a fruncir el ceño o callar la boca para evitar el patinazo, la incomodidad o directamente el enfrentamiento dialéctico con alguien próximo.

Llegué cuando el aura de Miquel Roca y Solé Turá ensanchaba de orgullo  los pulmones catalanes, cuando Pujol –como hacía Arzalluz-  nos hacía pensar que sí, que acabaríamos siendo federales. ¡Sí!...con el Régimen del 78, ese que no pocos denostan sin pudor y con bastante incultura o desconocimiento intencionado.

Los buenos cronistas, los grandes opinadores, tienen materia para crear la Gran Enciclopedia del Desatino Catalán, desmenuzar con cuidado todo lo que ha ido pasando desde entonces hasta llegar al esperpento social que ahora vivimos.

Sí, ya sé que han pasado cosas, que se han cometido errores desde todos los lugares del escenario público, pero no entiendo cómo aquel talante que conocí al llegar, ha sido sustituido, en gran medida, por la crispación y la tensión emocional, de las que es muy difícil librarse a lo largo del día.

¿Se veía venir?. La verdad es que si. A mi se me fueron encendiendo crecientemente las alarmas porque estábamos cayendo en el error de trazar una  línea en suelo y separar, social y emocionalmente, a vecinos, compañeros, amigos, familares... Sí al principio esas rayas en el suelo derivaban en la aparición de grupos que opinaban diferente, pero poco a poco el trazo de la tiza fue más ancho y nos convertimos en “los unos y los otros”. No, no quiero poner en equivalencia lo que nos pasa en Cataluña y España con lo que transcurre en la película de  Claude Lelouch, porque no tiene nada que ver, aunque la nostalgia y el pesimismo, como en muchos otros capítulos de nuestra vida, están ahí, en el cine y en la vida real.

¿Qué cómo lo veo?

He ido a Wikipedia para rescatar un par de líneas sobre el principio de Laurence Peter, catedrático de la Universidad de California:  “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia : la nata sube hasta cortarse”

Ortega y Gasset, según la misma enciclopedia, hizo suyo ese principio y afirmó que todos los empleados públicos deberían descender a su grado inferior porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes.

Es sólo una cita, porque no se me ocurre más que una salida, aquella de volver a ese tiempo en que sí fuimos capaces de entendernos. Vuelvan al primer párrafo.

Un saludo

Javier ZULOAGA