lunes, 11 de septiembre de 2017

¿CÓMO LO CONTARÁ LA HISTORIA?


 
Hoy veré las imágenes de la Diada y lo que allí haya ocurrido ocupará una parte importante del tiempo que dedique a informarme sobre lo que ha pasado también en el mundo. La diada de 2017, sí, quién lo iba a decir, la que una parte de nuestra clase política y una parte, también importante, de los ciudadanos, quieren que sea al arranque hacia un referéndum que lleve a Cataluña a la independencia de España.

Es un estadio más de un situación política y social intensa y muy tensa, más que nunca y que hace pocos días nos llevó a un debate en el Parlamento de Cataluña tras el que cuesta conciliar el sueño y desprenderse de la angustia y el temor a cosas peores.

Sí, yo también me sumé al estupor, no digo general porque sería impreciso, pero sí me atrevo a decir que muy extendido en la sociedad, cuando la cámara catalana dio luz verde a una ley de transitoriedad que pasa por encima de cosas que suponíamos intocables.

Aunque lo cierto es que venía curado de espanto tras las últimas movilizaciones después  los atentados de Barcelona y Cambrils en las que aparecieron consignas y símbolos que vinieron a demostrarnos que aquello de la unidad frente a la adversidad es cierto, que existe, pero que es también vulnerable ante los oportunistas.

Sí, me he asustado al ver y oír que quienes deberían, antes que cualquier otras cosa, velar por una convivencia en sosiego y concordia, jalean las movilizaciones y animan a señalar a quienes no se suman y mantienen las distancias.

¿Comenzarán ahora las estigmatizaciones de los disconformes, de quienes no se suman a ese gran movimiento?. ¡No, por favor!, que Cataluña es la tierra de la tolerancia y puertas abiertas.

Me pregunto qué pasará mañana y pasado mañana, y el día 1 de octubre y los días siguientes. Me pregunto sobre quiénes deberán sentarse para tratar de poner orden en todo lo que tenemos encima de la mesa y reconducirnos, poco a poco, hacia la normalidad.

Pienso que deberían ser otros, personas que no arrastren lastres de obcecación y soberbia, que sepan dejar a un lado –o contener- el rencor, la animadversión y el odio que ya existe, no entre todos, pero si en una buena parte…de un lado y del otro. Mentes abiertas y con mucho coraje, como ayer me escribía por correo electrónico un articulista con la cabeza muy bien amueblada. Sí, hay que echarle coraje.

Y me pregunto cómo lo verá la historia. No la que se escriba desde un lado o de otro, sino la que, desde una distancia suficiente, cuenten línea tras línea tras observar lo que pasó, cronistas auténticos, historiadores no salpicados.

Y me pregunto también sobre la huella que todo lo que ahora está pasando dejará en las relaciones humanas, en las de compañeros de trabajo, entre amigos, …dentro de las familias.

¿Cómo estará el campo de batalla después de una guerra en la que la munición son las emociones y los sentimientos?

Esas heridas tardarán en cicatrizar si no se convierten, eso es aún peor, en un legado insano para mantener vivo el resentimiento entre generaciones futuras…para que se enquiste y pase a formar parte de una suerte de patrimonio ideológico irrenunciable.

¿Qué podemos hacer para que no sea así?. Sensibilidad, mucha sensibilidad, sensatez, sentido común y como decía mi amigo, coraje, mucho coraje.

Javier ZULOAGA