domingo, 25 de marzo de 2018

¿Y LA LIBERTAD DE LOS OTROS?


Soy español, vasco y desde hace 28 años vivo en una Cataluña que admiro por el talante de sus gentes, por su cultura…y por el cariño que siento hacia  todos ellos. Saben escuchar y ponen el acento casi siempre en la moderación y el entendimiento con aquellos con los  que no coinciden –la entesa- como vía ideal cuando se llega a un acuerdo inviable.

Sin arrogarme una autoridad que no me corresponde, me miro ahora en el espejo y me pregunto qué es lo que nos está pasando a quienes vivimos aquí. Sí, me miro y me detengo cada día con mas detalle en ese entorno que me rodea, cercano, medio y periférico…en todos los órdenes.

Esta mañana he recibido un correo electrónico de una lectora de este blog que vive en Torroella de Montgrí. Me pregunta –con cierto aires de queja- por qué no he escrito desde hace más de medio año…y me pregunta si me encuentro bien. Sí, es verdad que hace más de medio año que no me encuentro con mis lectores, pocos pero selectos, y sí, también, que no me encuentro emocionalmente bien.

No, no es la salud. Es el ánimo.

Hace unas horas todos los que vivimos aquí nos hemos visto sobresaltados por la detención de Carles Puigdemont en Alemania cuando regresaba a Bruselas, a través de Dinamarca, después de haber ido a Helsinki a defender la independencia de Cataluña.

Habían pasado pocas horas desde la tensión emocional con la que habíamos  llevado la investidura incompleta,  procesamiento y prisión de Jordi Turull, el tercer candidato que los movimientos políticos que provienen de aquella Convergencia de Pujol  que mantuvo en el poder a González y Aznar –y Esquerra Republicana- habían presentado para formar un gobierno tras las elecciones autonómicas catalanas celebrada después de la intervención de la Generalitat.

Llovía sobre mojado, de hecho no ocurre otras cosa en Cataluña dese 2010, después de que los votantes catalanes no acabaran de entender –o tal vez no se les explicó como Dios manda- por qué un Estatuto que ellos había votado no contaba con el visto bueno de los magistrados del Tribunal Constitucional. Aún hoy no se conocen bien los detalles, siempre importantes, de lo que ocurrió en aquel año en el que realmente arranco el llamado Proces. Pero lo que los catalanes tienen bien claro es lo que habían votado.

Los que vivimos aquí –yo reparto mi tiempo entre Sant Cugat y el Ampurdán- no seríamos capaces de reconstruir la cadena de emociones  con la que la clase política nos ha mantenido alerta, porque ha sido una sucesión de implicaciones intencionadas, a veces malintencionadas, para hacer de los ciudadanos una suerte de agentes emocionales. Sí, aquello de que la soberanía reside en el pueblo… pero sin pensar demasiado en el resacón que el pueblo arrastra tras tantos revolcones.

Con las últimas detenciones e ingresos en prisión, las emociones  afloran en la epidermis emocional de las personas que vive en Cataluña. En unas por indignación y en otras por temor, por incertidumbre de cara al futuro. La diferencias entre amigos, compañeros o miembros de una misma familia, han pasado a la categoría de sarpullido emocional. La gente se quiere, pero no se entiende. Todos, unos y otros, están sufriendo.

Mientras callamos, nos miramos de reojo o callamos prudentemente mientras  oímos una y otra vez hablar de libertad. Los políticos nos marean con invocaciones a la libertad, con listones fantasmagóricos que separan entre demócratas y no demócratas a quienes lo vienen siendo desde toda la vida y no tienen nada que demostrar…ni regalo que recibir, en ese sentido, de quienes por convertirse en repartidores de esa condición seguramente saben muy poco en que consiste realmente la democracia. Ni tampoco lo que es un facha, aunque la intolerancia frente a los demás sea, precisamente, una señal característica de estos sujetos/as.

Sí, ¿y la libertad de los demás?. No. No me refiero a esa que nos eriza el vello y nos cuaja los ojos de lágrimas cuando nos dejamos diluir entre unos centenares de ciudadanos que repiten lo mismo que otros han repetido y que nosotros repetiremos para que otros hagan otro tanto. Me refiero a esa libertad que no concedemos  e ignoramos para aquellos que piensan distinto o frontalmente a nuestras ideas.

Aquí está el problema, que no nos respetamos y por eso somos incapaces de entendernos. La vida política no es una lucha, sino un escenario de convivencia. Diciendo que España no es una democracia no se arregla nada, sino que abren más heridas, de la misma manera que decir que quienes no compartan el separatismo son unos fachas o unos franquistas. Yo no lo soy.

Ni tampoco lleva a ninguna parte no saber ir al fondo de la cuestión ni refugiarse numantinamente en el cumplimiento de las leyes. Los jueces, ¡faltaría más!, han de hacer cumplir las leyes, pero son los políticos con cabeza quienes han de ajustarlas a los tiempos y las circunstancias. Todas las leyes, desde la más menuda hasta la Constitución.

Y las emociones, por favor, dejen de manipularlas.


Javier ZULOAGA

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy acertado. Lo comparto.