viernes, 3 de agosto de 2007

Cortársela a quien asome, BLOG 3/08/2007

A lo largo de mi vida profesional, salvo pequeños paréntesis en los que fui corresponsal, he tenido la suerte de trabajar en equipo, en compañía de muy buenos profesionales con los que he compartido ilusiones, diseñado proyectos más o menos acertados y repartido protagonismos. Como director de modestos diarios locales, en delegaciones de la agencia Efe en el extranjero y en “la Caixa” como responsable de su comunicación, he valorado el valor de la iniciativa personal, la audacia prudente y la profesionalidad. Por eso, casi siempre me he sentido acompañado de personas que, pensaba, podían ocupar mi lugar sin problemas cuando se cumpliera mi tiempo en esa etapa.

Cuando estudié en IESE, ratifiqué, en los casos que se tratan en esa gran escuela de negocios, la importancia que tiene crear esa estructura de buen nivel que hace posible finalmente eso que llaman la alta dirección, el ya universal management.

La observación de la vida pública desde la distancia, me lleva, estos días, a la conclusión de que los españoles tenemos una tendencia, puede que atávica, al caudillismo. Tal vez sea herencia de esa suerte de pastoreo que, en grandes dosis, ha regido nuestra forma de entender la vida. La historia está plagada de ejemplos en los que la inteligencia y el talento humanos se rinden ante los símbolos, aunque sean perversos y la incondicionalidad obtiene buena recompensa, al tiempo que las ideas propias son interpretadas en clave de traición.

No es exclusivo de España, pero sí que se da aquí marcadamente, como también ocurre en algunos países hispanoamericanos. Cuando el líder consigue serlo se produce un abismo entre él y quienes la secundan y, esto ya es peor, son estos últimos quienes no dudan en cortar la cabeza a quien, con su brillo personal, resta algo de monopolio al fulgor del jefe.

En la vida pública, en la política, se premia la paciencia silenciosa y se penaliza el talento, especialmente si además es buen parlanchín. No siempre, claro está, pero sí frecuentemente.

Hace pocas semanas hemos visto como en Francia afloraba un nuevo presidente, Sarkozy, que es público que no contaba con todas las simpatías del Jacques Chirac, Jefe de Estado saliente, que solo en última instancia y con la boca pequeña, pidió el voto para quien su partido había elegido como candidato. El caso del nuevo presidente francés es un ejemplo de excepción y de éxito, que evidencia más crudamente el mayor uso que tiene la tendencia al pastoreo al que al comienzo de este artículo de me refería.

La empatía del jefe con sus colaboradores sustituye en ocasiones a la objetividad y el realismo político. El premio no siempre resulta ser el reconocimiento a la preparación, sino la compensación al silencio.

Cuando el mundo de la empresa funciona así, los resultados no salen, esto también lo estudiamos en los casos del IESE y por ello los errores acaban pasando la factura cuando llegan los auditores o los mercados castigan el valor, ante el conocimiento público de gestiones poco consistentes.

Pero en política no se audita, y la única cotización posible es la de la propia historia al cabo de los años. Es entonces cuando se ven claros los errores garrafales de la retirada de la primera línea de esos talentos políticos, que tenían ideas propias y que hablaban sin amordazar su propia personalidad, hasta que un día dijeron basta y decidieron vivir la vida fuera del escenario público.

De este despilfarro no se ha librado casi nadie, porque sobrevuela sobre todas las tendencias políticas y es casi visto como moneda corriente por una sociedad que, ahí están las abstenciones, quieren saber cada vez menos de los protagonistas de la vida pública.

Miremos a la Francia de Sarkozy o de qué manera se producen los relevos en los partidos británicos. Luego, hagamos otro tanto frente al espejo español y veamos como funcionan aquí las cosas.

Si, señor lector, es lo que supone. Estoy pensando en los sangrantes casos de Alberto Ruiz Gallardón o Josep Piqué.

Javier Zuloaga

Escritor y periodista

1 comentario:

B.Alvarez dijo...

Estas vacaciones he desayunado practicamente todos los días con Zarkozy. Las pocas ocasiones en que le he dado el salto ha sido porque no he leído la prensa. Desde luego no se le puede negar su capacidad mediática que va más allá de sus decididas y para algunos politicamente incorrectas medidas políticas.

Al margen de las críticas que haya podido recibir por nimiedades como unos michelines retocados u otras más feroces como el caso del niño ruso, hay que reconocerle que ha sabido despertar a Francia del letargo, que llama a las cosas por su nombre, que está atento a los problemas sociales y que ofrece soluciones (inmigración, paro, pederastia) que muchos piensan y pocos dicen.

Desconozco cual será el resultado de su mandato pero de momento no puedo más que profesarle mi simpatía.

Ya por último y en lo nacional, reconozco que siempre he tenido una especial admiración por Josep Piqué y su especial capacidad por lidiar en una plaza que no le era favorable. Lo único que le critico, aunque sus razones tendría, es el no haber volado en solitario.