viernes, 15 de febrero de 2008

EL "BLACK POWER"

Todos los que recordamos, como si fuera hoy mismo, la convulsión que causó en el mundo la muerte del presidente Kennedy, en 1963, tenemos también fresco en la memoria aquel racismo que no escandalizaba más que a algunos en aquella América que hacía poco había liberado a Europa de la tortura nazi y que iniciaba, sin miramientos, el bloqueo económico a Cuba, que finalmente pasará a la historia más por la resistencia del comunismo castrista, que por la genialidad y eficacia de las medidas decididas en Washington e impuestas incluso al resto del mundo, como aquella Ley Helms-Burton, que sancionaba a los países que invirtieran en bienes confiscados por el régimen de Castro.

La América mágica de Kennedy era la ilusión que camuflaba a otra, mucho más dura, la racista, comparable en algunos estados, especialmente en los sureños que perdieron la Guerra Civil, al régimen surafricano. En Montgomery, Alabama, la negativa de una dama negra frente a las ordenanzas locales que obligaban a los negros a ceder los asientos a los blancos en los autobuses, había encendido, poco antes del magnicidio de Dallas, la inquietud de los negros, hoy llamados afroamericanos para tapar la mala conciencia y la tolerancia, de no pocos, ante el racismo.

Casi al tiempo que Oswald atravesaba con una bala la cabeza de John Kennedy, el pastor Martin Luther King pronunciaba, ante 200.000 personas que le escuchaban en Washington, su frase ya mitológica "Sueño con el día en que esta nación se levante para vivir de acuerdo con su creencia en la verdad evidente de que todos los hombres son creados iguales (...) Sueño con el día en que mis cuatro hijos vivan en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por la integridad de su carácter".

Cinco años después, un disparo se lo llevó por el mismo camino de Kennedy y desaparecía así un líder que removía las entrañas y la rebeldía de los nietos de quienes habían sido cazados en tierras africanas por sus espaldas anchas y buenos brazos, como si fueran ganado para acarrear agua haciendo girar una noria, cortar y acarrear caña o clavar bien el arado en los campos de las plantaciones.

Aunque es sólo un vestigio, el Ku Klus Klan sigue existiendo y Alabama trajo al mundo a un político que quería ser presidente de los Estados Unidos, George Wallace, proponiendo el segregacionismo puro y duro, pero que se quedó a mitad de camino cuando un hombre blanco le dejó paralítico, también de un disparo. El pistolero, Arthur Bremen, salió el pasado noviembre de la cárcel de Maryland, diez años después de que Wallace falleciera en la cama, no sin antes perdonar públicamente a quien arruinó su vida.

Lo negro, los negros, tienen su propia historia dentro de la de los Estados Unidos, con momentos de cierta épica y con próximos capítulos que se presentan apasionantes.

Cuentan que Adolf Hitler se retiró de la tribuna del Estadio Olímpico de Berlín en 1936, cuando vió como un negro, Jesse Owens cruzaba la meta de los cien metros lisos, por delante de sus arios teutones. Si el Fürher hubiera mirado por el túnel del tiempo, habría muerto de sobresalto emocional.

El mundo ha cambiado, especialmente en los Estados Unidos y en esa apertura han tenido algo que ver los gestos públicos. Antes de que Tiger Woods se enfundara la chaqueta verde del Open de golf de Atlanta, Michael Jordan se había convertido en el deportista mejor pagado del mundo y los juegos olímpicos habían impuesto en el atletismo, en el que el hombre lucha contra su propio límite, la superioridad negra.

En los archivos periodísticos son auténticos tesoros aquellas fotografías de Smith, Carlos y Evans, ocupando el podio de los 100 metros en Méjico y levantando un puño enfundado en un guante negro. Nacía el “black power”. Era la primera gran respuesta a una discriminación que se mantenía todavía en los Estados Unidos y que hacía que el ídolo del rugby, Jackie Robinson, tuviera que comer separado de sus compañeros de equipo del Brooklyn Dodgers o que los primeros encestadores de color de la NBA, Chuck Cooper, Earl Llyd y Nat Clifton, fueran escupidos por espectadores racistas cuando saltaban a la cancha.

No puedo evitar pensar en Pau Gasol, la peca blanca española en el vestuario de los Angeles Lakers, ante el que el público, blanco, negro o amarillo, se ha rendido incondicionalmente por su genialidad.

Y es que todo ha cambiado y puede hacerlo aún más si el profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Chicago y senador por Illinois, Barack Obama, consigue la nominación demócrata para las elecciones presidenciales del próximo noviembre.

Será de momento sólo eso, la nominación, pero sin duda un hito en la historia de un país que durante mucho tiempo encadenó a los negros, los arrinconó en barrios alejados y sobre todo, que hasta hace poco no les ofrecían las mismas oportunidades que al resto de los ciudadanos, lo que, en plena modernidad, viene a ser una sutil segregación.

A Obama le quedará la gran prueba, su enfrentamiento contra MCain, que hereda una deteriorada administración de George Bush, pero que en cualquier caso representa al sector más conservador de la sociedad norteamericana, la misma que aupó a Reagan y al actual presidente y que encaja difícilmente imaginar a un negro en la Casa Blanca.

Dicen quienes siguen al senador de Illinois que Obama ha roto los corsés étnicos y que el gran cambio es posible, tanto por los vientos de ilusión y novedad que provoca su candidatura, como por el desgaste y decepción que ha padecido la primera potencia del mundo como consecuencia de los errores geoestratégicos de la actual administración, parecidos a los que los norteamericanos sintieron cuando vieron, humillados, cómo sus tropas salían de Saigón en 1975, dejándose en el camino la vida de 52.000 soldados.

¿Y si Obama ganara a MCain?, ¿Cuál sería su reflejo en la vida de los norteamericanos?. ¿Cómo se mirarán al cruzarse en la calle los ejecutivos blancos con los barrenderos venidos de madrugada desde Harlem?

La respuesta es de nota. Para sociólogos y autores de ficción. Puede que valga decir que ya nada será igual... o que no pasará nada... lo cual en el fondo es aún mejor y que los propios americanos irán adaptando su vida personal y eliminando esas aristas rancias en sus relaciones con el vecino de color, porque eso es también lo que habrán decidido los votantes.

Javier Zuloaga

1 comentario:

Luis Pomar dijo...

Sería una genialidad ver a Obama "coroando" como presidente de los EEUU.
Pero me temo, querido profesor, que antes de ganar las elecciones debe desacerse de una poderosa Clinton.
Que pena no tenerle aquí, en clase, para discutir estas elecciones norteamericanas y ver, cara a cara, cuales son sus entresijos y sus posibles finales.

Si Obama supera a Hilari, y se encamina victorioso a la Casa Blanca, agarremonos porue vendrán curvas. Si un hombre de color, o en su defecto una mujer, consiguen llegar a la batlla final, me huele a mi que el pueblo americano, empecinado en mantener sus valores corruptos e irracionales heredados de un pasado incierto y amargo, no verá con buenos ojos un cambio brusco y radical. Ojalá me equivoque.

Si Obama gana, cosa que deseo, puede pasar cualquier cosa. Incluso que el pobre Obama se convierta en el nuevo JFK. Sinceramente, de cada vez veo más plausible la posibilidad de que este entusiasta reciba un balazo. Dios quiera que me equivoque.

En fin, si Obama gana, tampoco creo que cambie mucho. Simplemente sucedera que, unos cuantos racistas hipócritas e irracionales deberan aceptar la realidad tal y como es. Aunque tampoco me gustaría ver la Casa Blanca tomada por las Panteras Negras. Eso sí, a mi me da que las chupas de cuero no son del estilo de Obama.

Querido Javier, un saludo muy cordial desde Palma. Espero poder verte por aquí, aunque sea con el pretexto de cualquier tipo de conferencia o charla.
Un abrazo,
Luis Pomar