miércoles, 28 de mayo de 2008

EL BOTIJO

Las disputas por los lindes de las propiedades y los desacuerdos en el reparto de los caudales de las aguas han sido origen de litigios desde que existe la justicia y causa de no pocos crímenes que han ocupado espacios de relieve en las crónicas periodísticas, aunque mucho menor que otros en los que se cruzaban la pasión y el dinero, dos de los grandes detonantes de la criminología española y de otros parajes.

La posesión de la tierra daba poder; los terratenientes eran los que mandaban y el gobierno de las aguas que bajaban por los cauces, inclinaba el fiel que marcaba el valor de los campos. Hoy viene a ser lo mismo, aunque los terratenientes no han de tener necesariamente cara y ojos y la propiedad de las cosas tenga titulares jurídicos mucho más sofisticados, una sociedad anónima o un fondo soberano, no sabiéndose al final quien es quien en la tela de araña de la posesión de los bienes.

Cuando era un chaval, entraba a los bares de un pueblo de la sierra de Segovia a pedir un vaso de agua, que el tabernero siempre me daba después de dejarla correr un poco y a cambio del cual sólo recibía mi agradecimiento. Aquello, tan insignificante, me viene al cabo de los años a la cabeza como la demostración de que el agua, que nace en un manantial y acaba en el mar, no tiene, o no debe, tener dueños. Ocurría lo mismo cuando ibas a las eras a ver trillar el trigo y el labriego te dejaba echar un trago del botijo y no había hombre o mujer de campo que te torcieran el gesto el verte llenar la cantimplora en el reguero de agua que pasaba por su propiedad.

No hace muchas semanas, al escribir El hambre multinacional, contaba de que manera las materias primas han ganado en rango, se han hecho mayores, convertido en fuente de riqueza y por ello en objeto de deseo de quienes viven para crear riqueza, cosa distinta a distribuirla. Así, la harina con la que los italianos y los gallegos han cocinado durante siglos sus pizzas y sus empanadas para llenar el estómago por pocas monedas, ha disparado la inflación del mundo entero porque lo que se cultiva en el campo tiene un poder energético que mueve motores de la misma manera que lo hace la gasolina.

Los biocombustibles, la prosperidad y el avance tecnológico, se están quedando con el sustento de los más pobres, que acabarán buscando entre las piedras y los rastrojos, como las cabras que sobreviven entre los peñascos.

Crecí convencido de que el agua era de todos y que había que meter la mano en el bolsillo para pagar refrescos, una cerveza, un vaso de vino y una botella de agua de Vichy porque la de las fuentes no salía con burbujas ni estaba bicarbonatada. Los años me enseñaron que el agua de Solares comenzaba a venderse fuera de las farmacias y mi condición de consumidor en supermercados me iba diciendo que aquello del agua daba dinero.

Pero la verdad es que no pensaba que era para tanto hasta que leí en “El País” un interesante reportaje titulado Agua Mineral al precio de la gasolina. El agua, escribe el periodista Carlos Gómez, es la segunda o tercera mercancía que más dinero mueve en el mundo, junto con el petróleo o el café; los mejores restaurantes del Planeta tiene carta de aguas, se pagan precios de oro por botellas traídas de la Patagonia o el monte Fuji y el esnobismo ha puesto en bandeja la aparición de una nueva profesión, la de catador de aguas, le somelier de l´eau.

Y como ahí había dinero, resulta difícil encontrar hoy a empresas familiares que embotellan aguas realmente minerales, ya que las multinacionales y gigantes que fabrican yogures, colas, leche y chocolate, se han convertido en los aguadores del siglo XXI, émulos de esos que en Marraquech cobran un dirham por dejarse fotografiar con turistas deslumbrados por los viejos modos de vestir que han sobrevivido al paso del tiempo.

Pero la codicia, o simplemente la jeta, pasan a veces factura. Y si no que se lo digan a Coca-Cola, que acabó reconociendo a las autoridades británicas, hace cuatro años, que sus botellas de agua mineral no eran más que agua de la cañería, la misma que podían beber los ciudadanos abriendo el grifo. Lo grave es que el asunto seguiría pasando inadvertido de no haber ocurrido que las botellas de la multinacional contenían exactamente los mismos excesos de bromatos que circulaban por la red pública..

El reportaje, les recomiendo que lo lean, no tiene desperdicio y seguro que se detienen, como lo he hecho yo, en el hecho de que un vaso de agua embotellada estándar vale mil veces más que el que puede llenar en el grifo de su cocina.

Y hasta aquí quería llegar yo, a nuestra agua, que siembra en la vida política tantas discordias como beneficios genera en la actividad mercantil.

En Cataluña no para de llover desde hace un par de semanas y la iglesia emergida del embalse de Sau ha dejado de ser el símbolo –ya cubierta por las aguas- de la maldición que pesaba sobre quienes vivimos aquí y veíamos como amarilleaban los céspedes y languidecían las plantas urbanas, al tiempo que el agua enfrentaba a provincias de la propia Cataluña y levantaba ampollas en otras comunidades autónomas de la cuenca del Ebro.

El transvase , el minitransvase, la conducción que por decreto de emergencia se aprobó para garantizar el agua de los barceloneses, parece que quedará pronto en un recuerdo y los más optimistas apuestan para que se construya la tubería –expropiaciones, construcción y mantenimiento- por si fuera necesaria en un futuro, ya sea de Tarragona a Barcelona o viceversa. Aunque, eso si, pagada de los bolsillos de la propia Generalitat, es decir, de quienes pagamos aquí nuestros impuestos.

Es un parche que no cierra el problema más importante que tiene España desde la pertinaz sequía a la que en tiempos de Franco se le atribuían buena parte de los males que nos afectaban, tuvieran que ver, o no, con el agua.

Dicen los gurús del management que los buenos directivos son aquellos que saben convertir un problema en una gran oportunidad y si esto es cierto, no tiene el Gobierno de Rodríguez Zapatero mejor oportunidad para abordar el problema del agua en su globalidad.

Si el PP de Mariano Rajoy de hoy, en el que los principios comparten espacio con el pragmatismo, está dispuesto a trabajar, codo con codo, con el socialismo en cuestiones hasta ahora tan imposibles como el terrorismo Etarra, ¿no podría hacerse otro tanto con el agua?.

Los dos partidos ocupan la práctica totalidad de los escaños en el Congreso y tienen la fuerza necesaria para legislar, a favor de todos, con imaginación para hacer llegar el agua a todos los rincones e imponer un uso racional y moderno de nuestros recursos hídricos. Tienen cuatro años para zanjar un asunto que se nos ha podrido en las manos y aprobar una buena Ley del Agua.

Javier Zuloaga

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