miércoles, 25 de junio de 2008

EL MUNDO Y LOS TIRANOS

Si existiera una estadística para medir el peso histórico de las tiranías en el mundo, nos sorprenderíamos del poco espacio que han ocupado las democracias. Los países de la tierra se han regido más a golpe de discrecionalidades personales, de crueldades impunes y de atmósferas de amenaza, que no por la toma de decisiones que se sustentaran en la voluntad de los ciudadanos.

Vivimos en un mundo que sabe muy bien lo que es la obediencia ciega y en donde el concepto de Estado Moderno, ese regalo que nos hicieron los franceses, se ha ido extendiendo en diferente medida: más en los países prósperos y con mayor índice cultural y menos en aquellos con desarrollos sociales menores.

Y sólo así se explica uno lo que está ocurriendo en lugares como Zimbabwe
o en la antigua colonia española de Guinea Ecuatorial, cuyos tiranos y sus fechorías aparecen fugazmente en las planas de los diarios, pero desaparecen rápidamente desplazadas por problemas más trascendentales en el acertadamente llamado Escenario Internacional. Es decir, esa pasarela en la quienes realmente toman decisiones en el mundo deciden quien ha de desfilar cada día y quien ha de de dejar de hacerlo.

Es curioso acercarse a Wikipedia y mirar qué es lo que se dice de estos parajes. En Zimbabwe se cultiva un tercio de tierra para la producción de tabaco en relación a la dedicada hace 8 años, la mitad en el caso de la soja y un 50% menos en el del maiz. Un dólar americano equivale a 30 millones de dólares zimbabwenses y la inflación ya ha superado el 100.000% anual. Es un país mal emancipado de Inglaterra y así les ha lucido el pelo, especialmente desde que la expulsión del hombre blanco se convirtió en una bandera de negritud y paralelamente en un estandarte de la penuria y el hambre.

Al frente de su país y desde 1980, se encuentra Robert Mugabe, un jefe de Estado que se pasea por cuantas cumbres internacionales le dejan pasar para poder así legitimarse fuera de las fronteras de su país, porque dentro de ellas ya se encarga él mismo de hacerlo por la vía expeditiva de la violencia y su hermano menor el miedo.

Ha perdido en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de su país frente al opositor Morgan Tsvangirai y todo hace suponer que no habrá más candidatos que Mugabe tras la sabia decisión de su contrincante de salvar el pellejo. Tsvangirai está refugiado en la embajada holandesa en Harare y cabe suponer que encontrará finalmente acomodo en alguno de los países en los que, de una u otra manera, se piensa que no es grave que en Zimbabwe hayan muerto 86 personas durante la segunda campaña, 10.000 hayan resultado heridas y 200.000 desplazadas de sus hogares para que lo de votar resulte algo más difícil.

¿Tendrá esta pachorra del mundo libre algo que ver con el hecho de que Zimbabwe es el segundo productor del mundo de cromo, un 11% del total mundial?

El cromo, es un metal utilizado en las llamadas "superaleaciones", para la fabricación de componentes de los motores de combustión interna, con alta resistencia a la corrosión. Es decir, es una perla que la industria occidental del motor mira con mayor interés que a los problemas sociales, a la falta de libertades y las impunidades que su tirano comete sin que se le presione como se hizo con los serbios o en la diminuta Haití.

Podría ocurrir incluso que, como en Chad, Occidente, en este caso Francia, acabe enviando tropas para proteger a Idriss Déby, que gobierna, decide y firma concesiones sobre las grandes bolsas de petróleo de su subsuelo.

Las riquezas naturales de los países africanos, esas mismas que sobre el papel hacen que los pueblos sean más afortunados, han acabado convirtiéndose en la carta de garantía de los tiranos y sus más fieles, sin que a ninguno de ellos les tiemble el pulso para mantener a su pueblo en la pobreza y el sometimiento. Pero sobre todo sin que se interrumpan los canales de exportación de unas materias primas que Occidente ve llegar sin interesarse éticamente por su origen.

En España tampoco nos libramos. Ahí tenemos Guinea Ecuatorial, bajo el bastón presidencial de Teodoro Obiang Ngema . Es una de las primeras reservas petrolíferas del mundo en términos relativos –exporta más barriles ”per capita” que Kuwait- y las multinacionales pelean por estar cuanto más cerca del dictador.

España, como ocurrió en el Sahara, tiene una mancha en su papel como metrópoli y en el caso de Guinea, no se ha actuado bajo los principios de democracia y solidaridad con que nos llenamos los pulmones cuando hablamos en abstracto o nos referimos únicamente al mundo civilizado.
Por el petróleo, la renta “per cápita” guineana ha aumentado espectacularmente, aunque no su reparto, que va a parar a las compañías mineras, principalmente norteamericanas y francesas y a la familia Ngema. La mayoría de los ciudadanos de Guinea Ecuatorial viven bajo umbrales de miseria y la asistencia médica es insuficiente y en no pocos parajes del país inexistente.

El presidente se pasea por donde quiere, viaja hasta Madrid y duerme en el Palacio en el que vivía Franco y además mejoramos nuestras relaciones con él poniendo trabas a los opositores que malviven en España esperando volver algún día a su país.

¿No será que el mundo más avanzado lo ha hecho tanto, que tiene más de todo, incluso una moral con dos caras?, ¿No será el dinero la explicación a la perversidad que duerme bajo eso que llamamos la complejidad africana?.

Aunque parezca un contraste, el asunto puede guardar relación con lo que dijo el pasado domingo el Rey Abdullah de Arabia Saudita en torno al aumento desbocado del precio del petróleo. El monarca recordaba a en la cumbre de la Energía celebrada en Yedda que su país ha aumentado su producción mensual en 500.000 barriles mensuales para atemperar a los mercados y denunciaba, sin ambages, que los culpables de lo que nos pasa con la gasolina son los especuladores, el consumo feroz de las economías emergentes y los impuestos adicionales con que los países de Occidente aumentan sus ingresos fiscales gracias a la crisis que tanto les afecta.

¿Quiénes son los tiranos?

Javier Zuloaga

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