Conformarse con la superficialidad y la apariencia de las
cosas realmente difíciles; sentar cátedra y doctrina sobre hechos irrelevantes;
atrapar cualquier oportunidad, no dar respiro y zumbar al contrario que ocupa
la poltrona que tú mismo dejaste ayer caliente. Son tres de las patas, seguro
que hay más, sobre las que se sostiene el ejercicio irresponsable de la
política. Me refiero, claro está, al ejercicio de la función pública en su más
amplio sentido cronológico: la de hoy, la de hace cuatro años y la que en un
futuro seguirá marcando el paso.
Y debe ser así porque dos y dos no son cuatro, de la misma
manera que la traslación a la vida política de los más importantes teoremas y
principios de la geometría o la física tendrían una validez relativa, una vez
sucumbieran a la demagogia y el oportunismo.
No se asuste el lector, ya que estas líneas no son una
soflama escéptica sino la compensación que me he concedido al ver algunos
pequeños detalles de las cosas más próximas que nos rodean. En este caso, se trata del disparatado
desajuste que existe entre las radiografías universitaria y económica de
España, que ayer domingo era tratado por algunos medios a raíz de un estudio
realizado por el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas y la Fundación BBVA.
Algunas de sus conclusiones hacen pensar: España es el país
europeo con más población universitaria en empleos que requieren menos
cualificación y está a la cola en el porcentaje de ocupaciones cualificadas.
Nuestro país ha perdido universitarios de forma
ininterrumpida desde 2008, al tiempo que crecía el número de universidades
públicas y titulaciones: en las 79 universidades existentes se imparten 2.413
estudios de grado. En el primer año de 500 de esos estudios de grado, se han
matriculado menos de 50 alumnos, en 228 estudios los candidatos no llegaban a 30 y en 117 los
jóvenes que comenzaban no llegaban a la veintena.
El informe no descubre nada sobre una de las evidencias tradicionales
de la demanda universitaria española. Hay más candidatos que plazas para
quienes quieren ser médico, arquitecto o ingeniero, aunque el nivel de
desencanto de quienes quedan fuera no es homogéneo, sino que depende de que
universidad estemos hablando.
“El mundo de la empresa –dice el estudio- debe orientarse”.
Y aquí es donde he sentido que aumentaba mi perplejidad. Pertenezco a una
generación en la que no superar la licenciatura tenía mala venta, en la que un
médico, un arquitecto o un ingeniero tenían mucho más “caché” y en la que optar
por materias poco prácticas como la Filología, las Ciencias Políticas o el
Periodismo era considerado como una formación insuficiente.
Pero todos, ya fuéramos de ciencias o letras, sabíamos que,
con el título en la mano, tendríamos que buscarnos un lugar en el que trabajar
y lo conseguíamos, más o menos, en una proporción que hoy parecería un milagro.
El abogado podía acabar en el departamento de contabilidad de una empresa, el
químico en un colegio o el ingeniero naval en una empresa de materiales.
Pasados tantos años, aquello podríamos encuadrarlo en lo que hoy se conoce como
“sostenible”. La cosa iba tirando.
Pero volviendo a ese giro que debe dar la empresa, ¿no debería
ser al revés y que el gobernante y el legislador estuvieran siempre atentos a
las tendencias de oferta de empleo
(público y privado) al diseñar una política universitaria válida para el
medio plazo?
Alemania está importando mano de obra cualificada, buena
parte de ella española y ya comienza a ser normal que en nuestras familias uno,
o más de uno de sus miembros, estén construyendo su futuro en países a los que
España les está regalando el valor añadido de una formación universitaria.
Somos un país generoso, rumboso, en el que de la misma
manera que discutimos para pagar una ronda en la barra de un bar, ofrecemos
asistencia quirúrgica de alto standing a británicos que planifican
magistralmente sus baños de sol y las operaciones que en su país demorarían
demasiado para su paciencia. O las facturas que pagamos a Rumania –ahí es nada-
por la asistencia a nacidos en aquel país, que un día emigraron a España de
cualquier manera, obtuvieron una tarjeta sanitaria tras empadronarse y regresaron a Transilvania
con el carnet de desplazado “español”.
Y además exportamos alto talento a bajo costo para quien lo
pone en valor.
Quijotes…
Javier ZULOAGA
2 comentarios:
Sin ánimo de enmienda, se me ocurre que la última palabra del post también pudiera ser “Lazarillos …”
A los mandamases de este país nunca les ha interesado la cultura, pues los frutos se recogen muy, pero que muy tarde, interesa más las soluciones a corto plazo, (chapuzas) para así afianzar el voto.
Desde la llegada de la democracia se han cambiado tres veces el sistema escolar y universitario, y reajustado otras tantas, entonces ¡Que se puede esperar!
El que no se atreve a ser inteligente se hace político.
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