domingo, 8 de julio de 2012

LA “COSA NOSTRA”

No se alarme lector, no me voy a meter por los peligrosos caminos de  Vito Corleone,  "El Padrino", aquel siciliano inmortalizado por Mario Puzo, el mismo que no tuvo pelos en la lengua al describir la historia oscura del Papa Borgia, singular excepción hispana en la dinastía vaticana . No, hoy me voy a ceñir a la etimología de las lenguas romanas, a aquellas que se fueron alejando por invasiones y guerras de sucesión.

¿La Cosa Nostra?. No, no va de mafias  sino de lo que tenemos más al alcance de la mano. Sí, lo nuestro, nosotros, aquello que prevalece ante los cataclismos políticos, sociales o de cualquier otra clase. Aquello que sobrevive frente a la impericia, la inmundicia y la irresponsabilidad de quienes, uno tras otro, u otro tras uno, tienen en su mano algo muy simple: mirarse en el ombligo, o generosamente un poco más allá… hacia donde las siguientes generaciones agradecerán o renegarán de nuestras decisiones.

Si, “La Cosa Nostra” de este artículo pretende ponerme a salvo de las tormentas de ideas, soflamas, teorías infudamentadas  o, como un día me mijo C.J.Cela en las fiestas de San Juan en Soria, de los “Cipotillos de solapa”, que era como llamaba a las genialidades humanas sin la menor trascendencia.

He tirado de mi biblioteca más querida : “Él era como Perú, Zavalita se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál?. Frente al hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución”

Son algunas de las primeras líneas de que “Conversación en la catedral”, la novela cuyo autor, Mario Vargas Llosa dice que sería la primera, incluso la única si no pudiera más, que salvaría si su barco estuviera naufragando.

Para muchos es una de sus obras maestras y si en “La fiesta del Chivo”, engancha al lector en todo lo que rodeó el final del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo (1961), en “Conversación en la Catedral”, el Nóbel peruano conduce los diálogos de Zavalita y el Zambo Ambrosio sobre la libertad, durante los ocho años, (1948-1956) en los que Perú fue gobernada con mano de hierro por el general Manuel Apolinario Odria. “La podredumbre moral de Perú” fue, según el autor, buena parte de la materia prima de esta obra.

No es comparable, pero es inevitable si has leído al peruano y estás vivo ahora,  mirarte en el espejo y preguntarte si nosotros, en España, con todas las distancias  debidas, vivimos ahora en momentos parecidos a los de muy baja autoestima y cierto derrotismo, como los que el escritor de Arequipa describe en sus obras de forma tan certera.

Desde que decidí escribir este artículo, he ido tomando el pulso a la calle, prestando mayor atención, a través de conversaciones con amigos y conocidos, leyendo periódicos, oyendo emisoras de radio y viendo informativos de televisión, sin recurrir a estadísticas ni encuestas… a pelo. ¿Qué está pasando?

Siempre, al agotarme frente a las reflexiones, macro o microeconómicas de todo tipo, después de mirar escépticamente debajo de nuestras alfombras sociales buscando culpables pasados y presentes, de comprobar que en España dos y dos no son cuatro si “los mercados” no coinciden en ello, he acabado concluyendo en algo que, bien escrito, todo el mundo comprende: La gente, además de muy desorientada, está cabreada, muy cabreada.

Es el común denominador del desaliento, de la desmoralización, de la desorientación, de la depresión, de la desesperanza, de desquiciamiento, del desequilibrio o del sentimiento de derrota, por acudir sólo a algunos de esos momentos que empiezan con “de” que cada día se extienden más entre la sociedad española.

Se vive en el sobresalto, el miedo, la indignación y la incredulidad frente a lo que se anunció ayer y hoy se ha diluido como un azucarillo. En la paradoja permanente al comprobar que aquello de la Gran Europa no ha sido posible en lo político y camina a no serlo tampoco en lo económico.

Todo se ha evaporado porque no era real, ¿o sí?, porque no podía ser que el más pillo fuera el que más medraba,  y que el que movía más audazmente sus opciones en el Monopoly recibía el reconocimiento público, mientras que no se ha acertado, o no se ha querido, divulgar de forma convincente la cultura del esfuerzo, del ahorro y de saber sortear lo superfluo. Y creo que en el olvido de esa palabra, o en su desprecio, radican buena parte de nuestros males.

Y no me refiero a lo superfluo de cada uno, aunque también, sino a todo aquello de la “Cosa Nostra”, la vida pública, en la que nuestros dineros no han sido gestionados de forma prudente, sino con alegría frívola, pensando que eran para siempre. “Por la gracia de Dios”.

Se ha hecho –hablo en impersonal porque no quiero adjudicar a nadie en concreto lo que es responsabilidad de toda la sociedad- justo lo contrario de lo que han hecho los países que ahora viven sin la soga al cuello. Aquí se ha ostentado de lo innecesario y hemos hinchado de forma grosera un aparato administrativo de dimensiones que escandalizan en nuestros sobrios vecinos del norte. Se le ha dado capacidad y poder millonario –letalmente para el endeudamiento- a muchos que no tienen preparación y en ocasiones ni ética para ello, aunque hayan sido electos, y hemos dejado que se hinche un globo que finalmente ha estallado. ¡Aquí hay muchos responsables!. ¡Todos hemos sido unos irresponsables porque estaba pasando y no veíamos a un palmo de nuestras narices, o callábamos!

Nos lo hemos ganado a pulso y ahora no hay gobernante ni organización supranacional que nos libre de la que nos está cayendo encima, ni de la que se avecina, a pesar de la carrera contrarreloj de reformas administrativas, ni de anuncios como el de quitarles el bocata a los reclusos que resultan insultantes para la inteligencia.

Lo aguantaremos todo porque no tenemos más remedio y nos conformaremos, ¿ilusos?,  con que la amnesia no vuelva a apoderarse de nosotros y que, mientras, se comience a mirar a la raíz de los problemas. No a los síntomas, sino a las causas de lo que hoy nos está ocurriendo.

Javier ZULOAGA

3 comentarios:

Unknown dijo...

muy bueno Javier, hemos vivido todos en una burbuja, alegre y frivolamente

Anónimo dijo...

No, todos no hemos vivido en una burbuja!! Ni he ganado nunca suficiente para malgastar ni me he endeudado nunca, pero simplemente ahora cada día soy más pobre y me cuesta más llegar a fin de mes. eso, si mantengo el trabajo aunque curre más que antes. Estos somos los engañados

Antonio Basagoiti dijo...

También se hace necesario un saneamiento político. Una regeneración de la vida publica que aprenda de los errores del pasado reciente.