martes, 18 de septiembre de 2012

VIVIR DE PUNTILLAS


Dentro de pocos meses, La Pantera Rosa, ¡¡Pinchen aquí y recuerden su música!!, cumplirá cincuenta años.  En 1963, el director Blake Edwards dejó para la historia del celuloide un gran relato acerca de un diamante de gran valor que "El fantasma", un ladrón de guante blanco, tenía planeado robar.

Y para poner la guinda –cuentan los buscadores y wikis de Internet- sus productores convencieron al director para que recurriera a un animador que pusiera dibujos y música a los créditos iniciales y finales.  

Fritz Freleng, padre de Bugs Bunny, Porky Pig, Piolin y Speedy González, entre otras muchas criaturas creó la Pantera Rosa y  acudió, para ponerle música al asunto, a  Henry Mancini, Oscar de la Academia de Hollywood por sus notas en Victor Victoria.

 Aquel remate cinematográfico aplastó, por el éxito de la  figura, los movimientos,los gestos  y la música que acompañaba al caminar de puntillas de aquella pantera tan colorida, al argumento principal para el que actuaba de paréntesis. Fue de esa manera como  los imberbes que en los años 60 acudimos a ver aquella película tan original, no nos extrañamos lo más mínimo cuando vimos que el tiempo elevaba, a la categoría de protagonista  principal, a aquel animal musical que comenzó de comparsa.

Puede que fuera entonces cuando Popeye y el Pájaro Loco entraron en la prehistoria de la candidez infantil y se inició el comic para todas las edades, como  los Simpson, a veces tan corrosivo como la vida misma. No entraré  en más detalles sobre estos asuntos porque no llego más lejos.

Hoy La Pantera Rosa ha venido a mi cabeza después de darme  un paseo por el mundo  a través de las páginas de los diarios. He tenido la impresión de que vamos  por la vida de puntillas, como la Pantera Rosa. Más que nunca. Y no me refiero con ello a la literalidad de la expresión, sino a que el pobre ciudadano ha de mirar bien por donde ha de pisar para no resbalar y ver cosas de forma distinta a como son, en las deslizantes ambigüedades de quienes han hecho de la inconcreción, el doble lenguaje o las frases huecas, todo un arte.

Le adjudican a Manuel Fraga la advertencia que un día hizo a un periodista para que preguntara todo lo que le viniera a la cabeza, porque él iba a responder simplemente lo que le diera la gana. Aquel chascarrillo, si fue así, puede guardar relación con otro, anónimo y por ello patrimonio general de “Ni dice lo que sabe, ni sabe lo que dice”. 

De alguna manera, vemos repetidas esas dos escenas casi a diario, al ver de que manera los hombres públicos no hablan claro, se salen por peteneras, son capaces de montar una gran trifulca sobre una nube… o que ocultan la verdad….o que no entienden de lo que hablan, ni repajolera idea.

Tal vez haya sido esa la razón de que esta mañana haya volado sobre los titulares del diario pensando , una y otra vez: “más de lo mismo” y  me haya detenido en una noticia que para muchos puede pertenecer a universo de las cosas más prosaicas, pero que a mi me ha parecido trascendente y además concreta.

"Pescado en lata de ninguna parte" en la sección de Sociedad  de “El País” es una crónica en la que explica que las latas de conservas de pescado de la UE no deberán indicar, en su etiquetado, el origen del mejillón o la anchoa que duerme en su interior. Y será así tras la enmienda de la eurodiputada española Carmen Fraga, PP, que ha satisfecho a las  grandes industrias conserveras y preocupado a las artesanales, que ven en la distinción del origen una garantía. Es decir, si te tomas un mejillón de Arousa o una anchoa de Santoña has de saberlo, al margen de que las de origen desconocido desmerezcan, o no.

El asunto, cuenta la periodista, ha animado a la eurodiputada del PNV, Izaskun Bilbao a ponerse a pensar y proponer que haya un doble etiqueta, la que garantice –sin informar del origen de la conserva- que el producto se ajusta a las normas de la UE y una segunda en la que los artesanales puedan dejar constancia, a través de un sello, que aquellas conservas han acabado enlatadas siguiendo los métodos transmitidos generación tras generación. Es una solución clara.

Si, ya sé que estas minucias son casi intrascendentes si se miden con el rasero de lo que dicen los mercados, se compara con la trascendencia de lo que callan o disfrazan los hombres públicos o el relumbrón de las emociones multitudinarias. Por eso me detenido en esta historia, porque como muchos ciudadanos me siento últimamente un poco desbordado.

Y porque me gustan los mejillones en escabeche y las anchoas de mi tierra y la vecina Santander, aunque creo que a las panteras, sean rosas o no, son carnívoras.

Javier ZULOAGA

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