Dentro de pocos meses, La
Pantera Rosa, ¡¡Pinchen
aquí y recuerden su música!!, cumplirá cincuenta años. En 1963, el director Blake Edwards dejó para
la historia del celuloide un gran relato acerca de un diamante
de gran valor que "El fantasma", un ladrón de guante blanco, tenía
planeado robar.
Y para poner la guinda –cuentan los buscadores y wikis de Internet- sus productores
convencieron al director para que recurriera a un animador que pusiera dibujos
y música a los créditos iniciales y finales.
Fritz Freleng, padre de Bugs Bunny,
Porky Pig, Piolin y Speedy González, entre otras muchas criaturas creó la
Pantera Rosa y acudió, para ponerle
música al asunto, a Henry Mancini, Oscar de la Academia de Hollywood por sus notas en Victor Victoria.
Aquel remate
cinematográfico aplastó, por el éxito de la
figura, los movimientos,los gestos y la música que acompañaba al caminar de
puntillas de aquella pantera tan colorida, al argumento principal para el que
actuaba de paréntesis. Fue de esa manera como
los imberbes que en los años 60 acudimos a ver aquella película tan
original, no nos extrañamos lo más mínimo cuando vimos que el tiempo elevaba, a
la categoría de protagonista principal,
a aquel animal musical que comenzó de comparsa.
Puede que fuera entonces cuando Popeye y el Pájaro Loco
entraron en la prehistoria de la candidez infantil y se inició el comic para todas
las edades, como los Simpson, a veces
tan corrosivo como la vida misma. No entraré en más detalles sobre estos asuntos porque no
llego más lejos.
Hoy La Pantera Rosa ha venido a mi cabeza después de darme un paseo por el mundo a través de las páginas de los diarios. He
tenido la impresión de que vamos por la
vida de puntillas, como la Pantera Rosa. Más que nunca. Y no me refiero con
ello a la literalidad de la expresión, sino a que el pobre ciudadano ha de mirar
bien por donde ha de pisar para no resbalar y ver cosas de forma distinta a
como son, en las deslizantes ambigüedades de quienes han hecho de la inconcreción,
el doble lenguaje o las frases huecas, todo un arte.
Le adjudican a Manuel Fraga la advertencia que un día hizo a
un periodista para que preguntara todo lo que le viniera a la cabeza, porque él
iba a responder simplemente lo que le diera la gana. Aquel chascarrillo, si fue
así, puede guardar relación con otro, anónimo y por ello patrimonio general de “Ni
dice lo que sabe, ni sabe lo que dice”.
De alguna manera, vemos repetidas esas dos escenas casi a
diario, al ver de que manera los hombres públicos no hablan claro, se salen por
peteneras, son capaces de montar una gran trifulca sobre una nube… o que
ocultan la verdad….o que no entienden de lo que hablan, ni repajolera idea.
Tal vez haya sido esa la razón de que esta mañana haya
volado sobre los titulares del diario pensando , una y otra vez: “más de lo
mismo” y me haya detenido en una noticia
que para muchos puede pertenecer a universo de las cosas más prosaicas, pero
que a mi me ha parecido trascendente y además concreta.
"Pescado
en lata de ninguna parte" en la sección de Sociedad de “El País” es una crónica en la que explica
que las latas de conservas de pescado de la UE no deberán indicar, en su
etiquetado, el origen del mejillón o la anchoa que duerme en su interior. Y
será así tras la enmienda de la eurodiputada española Carmen Fraga, PP, que ha
satisfecho a las grandes industrias
conserveras y preocupado a las artesanales, que ven en la distinción del origen
una garantía. Es decir, si te tomas un mejillón de Arousa o una anchoa de Santoña
has de saberlo, al margen de que las de origen desconocido desmerezcan, o no.
El asunto, cuenta la periodista, ha animado a la
eurodiputada del PNV, Izaskun Bilbao a ponerse a pensar y proponer que haya un
doble etiqueta, la que garantice –sin informar del origen de la conserva- que
el producto se ajusta a las normas de la UE y una segunda en la que los
artesanales puedan dejar constancia, a través de un sello, que aquellas
conservas han acabado enlatadas siguiendo los métodos transmitidos generación
tras generación. Es una solución clara.
Si, ya sé que estas minucias son casi intrascendentes si se
miden con el rasero de lo que dicen los mercados, se compara con la
trascendencia de lo que callan o disfrazan los hombres públicos o el relumbrón
de las emociones multitudinarias. Por eso me detenido en esta historia, porque
como muchos ciudadanos me siento últimamente un poco desbordado.
Y porque me gustan los mejillones en escabeche y las anchoas
de mi tierra y la vecina Santander, aunque creo que a las panteras, sean rosas
o no, son carnívoras.
Javier ZULOAGA
No hay comentarios:
Publicar un comentario