lunes, 21 de enero de 2013

ROSA, LA CENTENARIA SONRIENTE

Se llama Rosa y acaba de cumplir 103 años. Maneja su  andador con seguridad para avanzar   entre una flota de sillas de ruedas. Va impecablemente peinada y no le quita ojo a quienes acuden  de visita al viejo e imponente caserón de Sant Gervasi, en Barcelona, al que el paso del tiempo ha acabado convirtiendo  en una buena residencia para personas mayores. Rosa, a poco que la saludas no tarde en decirte la edad que tiene. Seguramente  sabe que pocas cosas tienen más fuerza que el tiempo vivido. Y en su caso, por pura aritmética, más.

El lugar recuerda a los parajes que Eduardo Mendoza describe en “La Verdad del caso Savolta" y desde el mirador del jardín  se vislumbra la casa en la que vivió Joan Maragall y se intuye la cercanía del final de la calle Carrasco y Formiguera, que acaba su corto recorrido en las puertas del Colegio San Ignacio, tras arrancar, pocos metros abajo, en el  Paseo de la Bonanova.

Es una calle sin salida, como la vida misma de quien le da nombre, un católico con ideas propias, nacionalista venido de la Lliga, democristiano y  padre de Unió Democrática, que las recibió desde todos los lados y colores, el acoso de los anarquistas en Barcelona  y  el fusilamiento puro y duro de un pelotón que ejecutaba, en 1938, la sentencia de un tribunal militar de la Cruzada victoriosa. Si, de la Cruzada.

No sé  si Rosa me trató de “señor” o yo quiero idealizar que me dijo  “joven”, pero  consiguió que le prestara atención.  ¿En qué año debió nacer?, me dije….1909 el mismo en el que Barcelona vivió su semana más trágica, cuando los barceloneses que no podían librarse de ir a la guerra de África con el pago de una cuota, los que menos tenían,  dijeron “basta” a la movilización de reservistas.

Altercados en las calles, saqueos, muertos y una represión del Gobierno del conservador mallorquín Antonio Maura que aplastó la protesta, pero no pudo borrar el sentimiento de indignación de las clases más empobrecidas.

Fue también entonces, cuando mi amiga Rosa comenzaba a dar sus primeros pasos, pero sin ser aún consciente de lo que le rodeaba, cuando la convulsión social aumentaba, día tras día, desde la chispa de la huelga general 1902, en la que murieron catorce obreros en Barcelona;  y cuando España aún seguía sin digerir que los yanquis nos birlaran Cuba y se nos fueran de la mano casi todas las colonias.

Los libros de historia dicen, sin embargo, que todo aquello provocó el nacimiento del inconformismo que acompañó a aquellas plumas y cabezas pensantes reunidas en la Generación del 98, que con sus obras y sus debates de café hicieron más difícil que España languideciera peligrosamente hacia el fatalismo, aunque finalmente lo hiciera. Es decir, cuando Rosa crecía y comenzaba a ir al colegio, España dejaba de ser una metrópoli,  lo de Marruecos apuntaba mal, Barcelona hervía socialmente  y Cataluña comenzaba a ser el vecino peleón de España.

Sí, era  así de negro pero, sin embargo, había luces para la esperanza. El pensamiento, la reflexión y la inquietud cultural cobraban gran fuerza, de la misma manera que  la llamada sociedad civil tomaba la iniciativa como nunca antes se había visto.  Recuerdo que en 2004, cuando trabajaba en el Departamento de Comunicación de “la Caixa”, explicábamos en un dossier de prensa conmemorativo que, en 1904, cuando Moragas y Ferrer Vidal pusieron los cimientos de Caja de Pensiones, lo hicieron con el empuje y la iniciativa de los sectores más inquietos de la burguesía de la ciudad de Barcelona, que tomaron conciencia de que era necesario corregir algunos excesos de aquel sistema que no acababa de funcionar. Y no hicieron leyes porque no les correspondía, sino que pusieron fil a l´agulla  (hilo a la aguja) para que las cosas comenzaran a tirar.
Cuando vuelva encontrarme con Rosa, mi amiga del palacete de Sant Gervasi, no pienso preguntarle nada de toda esta historia gloriosa, no vaya a ser que se le vaya su gran sonrisa.

Javier ZULOAGA

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