domingo, 13 de julio de 2014

OTRAS FORMAS DE VER LA VIDA


“Un médico clínico es básicamente una persona que escucha historias de pacientes. Y esta actividad es una fuente inagotable de experiencias vitales y de preguntas sobre la vida misma.

Formo parte de una familia de 6 hermanos que tuvimos la suerte de tener un padre que era un gran científico: Premio Príncipe de Asturias de Química, nominado en diversas ocasiones a Premio Nobel por su descripción de los radicales libres inertes. Persona  siempre abierta a la observación, a una visión crítica de lo que está aparentemente consolidado, a lo que no encaja con los paradigmas establecidos, a las ranuras por donde se pueden entrever nuevos mundos…

…Me formé en la medicina hospitalaria. En el Hospital Vall de Hebrón durante 4 años, en Londres durante otros 4 como director de una departamento de Ecocardiografia, en el Hospital de Sant Pau 18 años como director médico del Programa de Trasplante Cardíaco y como Jefe de Servicio de Cardiologia de Lleida y catedrático de Cardiologia de la UdL.

En éste ámbito hospitalario, el diagnóstico y reparación del cuerpo físico es lo urgente: un by-pass coronario, un recambio de válvulas, un trasplante, una trasfusión, la recuperación de un paro cardíaco, el tratamiento de una insuficiencia cardíaca, etc..

 Ello requiere un conocimiento preciso de la anatomía, fisiología, bioquímica, biología molecular.. para entender los mecanismos por los cuales el cuerpo orgánico enferma. Conocimientos que han sido el resultado de desmenuzar el cuerpo: los órganos, tejidos, células, hasta sus últimas ramificaciones, los genes. Hace 14 años pusimos en marcha un grupo de investigación en Biologia Molecular en Lleida dedicada a la muerte celular programada, la denominada apoptosis, que consiste en la muerte silenciosa de las células que ya no sirven para que las células que proliferan las reemplacen. Es un estado de regeneración constante, precisa e impresionante del cuerpo físico...

Los genes mueven toda esta maquinaria del cuerpo humano. Y lo hacen a base de sintetizar proteínas, que es básicamente su función. En la Facultad de Medicina, cuando nos formábamos, el brillante profesor de genética nos advertía que una vez supiésemos todo el genoma, las enfermedades ya se podrían resolver con facilidad.

Ahora ya se ha descrito el genoma. Sin embargo, éste conocimiento no nos ha permitido ni entender ni solucionar los problemas de nuestros pacientes. Resolvemos las urgencias, cuando el cuerpo físico se desmorona, cuando el edificio de nuestro cuerpo se ha derrumbado, e ingresamos en el hospital. Allí apuntalamos al paciente, pero no entendemos profundamente por qué el edificio se ha caído. Donde estaban las grietas que han provocado la debacle. 

 Este estado de cosas se me hizo evidente cuando hace 14 años dejé la medicina hospitalaria para dedicarme a la consulta externa de cardiologia. Y de forma sorprendente, observé que prácticamente la totalidad de los pacientes a los cuales atendía por primera vez como cardiólogo, y que venían por palpitaciones, dolor torácico, arritmias, ahogo, mareos, síncope ... no tenían enfermedad cardíaca orgánica; el electrocardiograma y el ecocardiograma llevados a cabo en aquel momento eran normales. De hecho esos mismos pacientes sospechaban que todas aquellas manifestaciones eran debidas al estrés, a la angustia...

  Y además estaban acompañadas de otras signos y sintomas que así lo indicaban: cervicalgias, lumbalgias, insomnio, dolores articulares, irritabilidad, desinterés por el trabajo y familia, problemas de conducta, crisis de angustia, depresión etc... a menudo resultado final de tensiones acumuladas crónicamente y precipitadas por un último acontecimiento.

Yo no estaba preparado para ésta situación. Porque además, éstos pacientes eran trabajadores autónomos, y lo primero que me advertían era que no querían tomar pastillas...Que hago yo sin la farmacología, pensé? Y a pesar que las buenas palabras servían para mejorar las situaciones, no resolvía el problema por el cual venían a pedirme ayuda. Los libros de Medicina tampoco ayudaban: La angustia como tal prácticamente no existe; como máximo se describe la crisis de angustia en el apartado de enfermedades psiquiátrica.”

Esta fue una parte de la presentación que el doctor Manel Ballester, cardiólogo y profesor de su materia, al que conozco muy bien, pronunció cuando presentó, en la Casa del Libro del Paseo de Gracia,  el libro  "Lo que tu luz dice", de Ana Maria Oliva, http://www.anamariaoliva.es/.

El asunto se me escapa de las manos, por ignorancia sobre el asunto, pero me atrapa por la curiosidad. La energía, eso que no se crea ni se destruye, aparece ahí como un elemento que existe desde que el mundo es mundo y lo hace con incursión insolente dentro de la ortodoxia de la salud. Como lo hicieron, en sus comienzos, las soluciones a enfermedades en las que nadie, o casi nadie, se había detenido.

La contraportadas de importantes diarios reciben, para que el lector se entere, lo que Ana María Oliva –y su presentador Manel Ballester, cardiólogo catalán- dicen sobre dolencias milenarias. Y en las librerías, la narrativa, la novela histórica o el ensayo sucumben ante el interés del lector frente a lo más apremiante. A la gente le gusta leer lo que otros sueñan pero se mete la mano en el bolsillo cuando la tapa de un libro le dice que aquellas páginas le pueden abrir los ojos en su problema, en el de su padre, su cónyuge o uno de sus hijos.

El asunto va de medicina, eso está claro, pero hace pensar, por su gran sentido común, que tal vez pudiera ser provechoso para otras cuestiones. Sí, que en el fondo lo que dijo el cardiólogo Ballester, cambiándole mínimamente el formato, se podría aplicar a problemas de la vida cotidiana, los más peliagudos.

He pensado –y no me extenderé mucho más porque no hay mayor elocuencia que la claridad de lo que se dice con convencimiento y conocimiento- que no estaría mal que cada uno en su oficio y su responsabilidad, reflexionara de esta manera. Ya fuera en economía, en la vida pública o en aquellas cosas que, por su ejemplaridad, son observadas por los ojos de los ciudadanos, muchos de ellos bastante desesperados.

Sí, ya lo sé que son cuestiones distintas, pero las actitudes reflexivas y mínimamente autocríticas son polivalentes, por no decir universales.

No sé casi nada de la física cuántica o medicina energética, ni las cosas que no se estudian en la facultades de medicina, ni las que sí se estudian, pero me digo si puede ser un síntoma, ójala, que se remuevan o ventilen los cimientos de todas las piezas que componen  el mosaico en el que vivimos.

Javier ZULOAGA   



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