domingo, 23 de septiembre de 2007

EL LABERINTO INQUIETANTE

He rescatado un artículo de Carlos Solchaga, publicado hace poco más de un año en el diario “Cinco Días”, acerca de las migraciones. Decía el político navarro que ese principio de la Teoría del Comercio Internacional que sienta que los intercambios de un país rico y uno pobre llevan obligadamente a la convergencia económica de ambos con el transcurso de los años, tiene ya poco fundamento en los tiempos que corren.

Sin negar que así haya sido entre países poco distantes en su nivel de vida, el autor decía, líneas abajo, que la paciencia no suele acompañar, ni a las personas ni a los pueblos, cuando se demuestra que la teórica convergencia económica no es más que una utopía por los frenos reales al intercambio comercial, a través del proteccionismo arancelario de los más fuertes frente a los más débiles.

La vieja teoría, recordaba Solchaga, yace por lo tanto oculta bajo la evidencia de que han sido los movimientos migratorios los que finalmente han mejorado el nivel de vida, tanto en los países de destino, por la mejora de su economía, como en los de origen, por el retorno del ahorro en forma de divisa.

La transmisión oral de los esplendores de “Eldorado”, que llevó a tantos españoles de los siglos XV y XVI a hacer las Américas, ha sido sustituido hoy por la difusión mágica del progreso y mayor calidad de vida que las parabólicas llevan desde los estudios de la CNN en Atlanta a la vecina y hambrienta Méjico, o desde Madrid a Tánger y Dakar. Abierta la puerta de la comunicación y elevadas cada día más las diferencias sociales entre el Tercer Mundo y los países más avanzados, no ha hecho falta que nadie empuje a millones de personas a intentarlo, sabiendo que, en algunos casos como el español, el Estado del Bienestar (educación, asistencia sanitaria, subsidio de desempleo) les hará sentirse más personas casi el mismo día de su llegada.

En torno a esta realidad han corrido muchas líneas de información y opinión, algunas de ellas especialmente espinosas, me refiero a la desaparecida Oriana Fallaci, que en sus escritos antes de su muerte radicalizó aún más su discurso ante lo que consideraba sordera y la ceguera de Occidente frente a la extensión desbocada, por la vía de la inmigración, de la balsa de aceite fundamentalista y teocrática.

El aire apocalíptico de la italiana - en algún artículo se la llegó a comparar con Bertol Brecht y sus prédicas en el desierto de las conciencias alemanas al comienzo de los años 30- provocó más desacuerdos que adhesiones, no tanto por la evidencia de que Europa no es capaz de distinguir cómo piensan y qué intenciones traen los que entran por sus puertas traseras, sino por la peligrosa generalización de la sospecha.

Con las cartas de la inmigración sobre la mesa, he dedicado los últimos días a leer informaciones que, directa o tangencialmente, tienen que ver con el asunto y he llegado a la conclusión de que una suerte de laberinto inquietante, no sólo social y económico, sino también político, rodea al problema, incluso he pensado que casi todo lo que ocurre o pueda ocurrir en el futuro se proyectará con gravedad en la cuestión migratoria.

Europa estornuda económicamente por el gripazo hipotecario-inmobiliario de los Estados Unidos, debido a que hoy el mundo está globalizado, tanto para lo bueno como para lo malo y si son ciertos los presagios, la clase pasiva y subsidiada de la economía europea, la española especialmente, se verá incrementada en la misma medida que se destruya empleo, tanto en la construcción misma como en las industrias que de ella dependen.

Desaparecerán entonces las alegrías del gasto y el consumo se volverá prudente. Todo ello ocurrirá, casualmente, en un escenario en el que el mundo occidental examina, en el espejo de las economías del Este asiático, su propia competitividad. Hay que ser mejores en calidad y reducir gastos para poder estar en el mercado.

Las crónicas de los corresponsales comunitarios han informado de un reciente estudio de la Unión Europea sobre la necesidad de una inmigración cualificada. La población de la Unión de hoy, de 490 millones de ciudadanos –de ellos 18 millones inmigrantes-comenzará a descender a partir del año 2025. Hoy, uno de de cada cinco europeos tiene más de sesenta años y en el año 2050, uno de cada tres, Es decir, cada día más viejos y fuera del circuito laboral productivo.

La economía alemana buscaba el año pasado a más de 23.000 ingenieros para situarlos en su motor económico y el conjunto de la UE necesita hoy a más de 300.000 expertos en nuevas tecnologías. Por ello se trabaja en Bruselas en la creación de una suerte de inmigración de primera división, hablan de una “tarjeta azul”, para atraer a trabajadores especializados que disfrutarían de un tratamiento exclusivo en relación a los demás. Objetivo: 20 millones de inmigrantes “vip” durante los próximos 20 años, un millón por año..

Pero las proyecciones a largo plazo son simples remaches en los engranajes de la maquinaria del mundo, de sus países y de sus gobiernos. La Asamblea Francesa aprobó la semana pasada la iniciativa de Sarkozy de exigir pruebas de ADN para el reagrupamiento familiar de los inmigrantes en situación legal. “Fui elegido para encontrar soluciones a los problemas de Francia, no para comentarlos”, ha dicho el político en una frase que, seguramente, pasará al glosario de la transparencia política por su sencillez y elocuencia.

En Francia, además de lo del código genético, se apretará a quienes quieran trabajar y vivir allí, para que el inmigrante hable suficientemente el francés y demuestre que cuenta con medios suficientes para mantener a la familia que espera tras el estrecho de Gibraltar o en la lejana China, si no es que ya está, ilegalmente, en las “banlieu” de las viejas Galias. Sarkozy se propone, además, establecer unos topes anuales según profesión y zona de origen, adaptando así a los inmigrantes a las necesidades de Francia y no al contrario.

La vecina Inglaterra, con un primer ministro nuevo, ha enseñado ya las uñas y anunciado que tendrán prioridad en el empleo los parados que sean ciudadanos del Reino Unido, aunque los sindicatos ingleses no han tardado en decir que la burbuja del desempleo nativo, de carácter crónico, se debe fundamentalmente a la falta de una buena formación profesional.

Da la impresión de que ya es políticamente correcto, o no es incorrecto, decir aquello de “primero nosotros” y que en Europa son cada vez menos aquellos a quienes se les caen los anillos al ver los mayores niveles de exigencia que Estados Unidos impone a quienes quieren vivir allí. Justo ahora arranca el complejo sistema electoral norteamericano y, cuentan los cronistas, que las propuestas de Hillary Clinton, Barak Obama y John Edwards sobre la inmigración ilegal, tendrán un peso importante en los resultados de los Caucus de Iowa, el primer test del Partido Demócrata para buscar un candidato que intente ser el sucesor/a de George Bush. El próximo presidente deberá decidir sobre ese muro de 1.500 kilometros que la administración y el congreso norteamericano han decidido construir en su frontera con México, medida sobre la que los tribunales internacionales deberán pronunciarse, con inciertas garantías cumplimiento si el veredicto es contrario a Washington.

Pero este laberinto tiene rincones oscuros, hablo de hace uno, dos o tres días, que sobrecogen y que, mucho me temo, tendrán su resonancia en la cuestión de la inmigración. Suiza, que no es miembro de la UE pero sí el corazón de Europa, elegirá a los miembros de su cámara baja el próximo 21 de octubre y el Partido Popular de Suiza, liderado por Christoph Blocher, un magnate de Zürich, aparece como favorito en unas encuestas que parecen no reflejar el previsible rechazo de los suizos a una campaña basada en una historia en la que unas ovejas blancas, echan a patadas de su territorio –marcado con la cruz blanca de la bandera suiza- a una oveja negra que personaliza, así lo reconocen sus líderes, a los “delincuentes extranjeros”.

El caso estremece por los recuerdos que nos ofrece la historia reciente de Europa, de la misma manera que ocurrirá si damos carta de crédito a la última intervención pública del número dos de Bin Laden, Ayman Al Zawahiri, en el que se llama a sus seguidores a “limpiar el Magreb islámico de los hijos de España y Francia”.

¿Sabremos salir del laberinto?

1 comentario:

B.Alvarez dijo...

Apreciado Javier,

Hacía días que quería disponer de un momento para dejar mi comentario a tu artículo.

Personalmente considero que la "crispación" existente en torno a la inmigración no es culpa de los nacionales del país ni de los inmigrantes, sino de nuestros políticos.

Estos últimos, lejos de aplicar el sentido común y la coherencia, se han dedicado a poner sobre la mesa una serie de medidas de orden social-económico adoptadas desde la perspectiva del "sobretodo que no me acusen de racista" que han conseguido que los nacionales nos sintamos desprotegidos y discriminados (en negrita y subrayado).

Cuando hablo de este tema siempre pongo de ejemplo, el de una amiga católica-practicante, madre de dos hijos y con una economía mileurista. Hará cuestión de dos/tres años preinscribió a su hija en un colegio religioso (católico)concertado cercano a su casa. Para su asombro, le denegaron la plaza y a la hora de pedir explicaciones, el razonamiento que le dieron fue que había unos niños musulmanes (de nuevo subrayado y en negrita) con menos recursos y que por baremo de puntos tenían preferencia. ¿Qué pasa con la opción religiosa?.

Y ésto por no hablar de la invasión cultural en determinados supuestos, de las múltiples ayudas económicas en viviendas y creación de negocios, etc,etc...

Que la medida propuesta por Sarkozy puede parecer un tanto radical no voy a negarlo, pero como no tomemos buen ejemplo de lo que está sucediendo en Francia vamos camino de tener que aplicar en un futuro medidas de corte similar.

La campaña Suiza al margen de parecerme de mal gusto me produce una cierta intranquilidad.