viernes, 23 de noviembre de 2007

LAS LEYENDAS PELIGROSAS

Muchas veces he pensado que la tabla de multiplicar la inventaron, de forma compinche, la imaginación y el calendario. Sólo así se explica que, en la madurez de la vida, se descubra, al encontrar una foto olvidada, que aquella bella niña que imaginabas flotando entre gasas y tules era, realmente, una fondoncilla quinceañera asediada por el acné. Los recuerdos, especialmente los gratos, crecen a lo largo del tiempo, mientras que los malos tragos van difuminándose o quedan cada día más agazapados, según el talante de la persona, en los rincones de la memoria

A mi me ha ocurrido , en mis incursiones en escenarios del pasado, que no coincidían las dimensiones de la plaza de aquel pueblo del verano; o que los caudales de agua en los que creía haber visto cascadas, apenas había un arroyo cantarín; o que aquel colega monaguillo de mi infancia, que repicaba las campanas con gran destreza, dejó, hace ya muchos años, de convocar a los creyentes para que adoraran a Dios, y decidió buscarse una válvula de escape, hacia una paz imposible, con una jeringa con heroína pinchada en el antebrazo.

Los pensamientos no tienen registro digital y la memoria “ram” o los “gigas” nunca podrán con esa gran corriente de ideas que fluye entre las personas, cada minuto, en los lugares más comunes y lejanos del planeta. Todo eso se escapa del Gran Hermano de las nuevas tecnologías, de los grandes buscadores de Internet y seguirá vivo mientras el conjunto de la humanidad no saque una bandera blanca de rendición. Mientras haya tres o cuatro individuos o individuas que decidan contarse las cosas, como en “El Planeta de los Simios”, las “Tic” (Nuevas Tecnologías), no podrán con las cosas que mi abuelo le decía a mi padre y que mi padre nos contó a sus cinco hijos.

Era frecuente que le pidiéramos que nos volviera a relatar la historia del desembarco de Carlos V en España. Nos decía mi padre –y yo lo he repetido en múltiples ocasiones a lo largo de cuarenta años- que cuando Carlos V fue llamado a gobernar España tras la muerte de su abuela Isabel la Católica y su padre, Felipe el Hermoso, la nave en la que el nuevo monarca venía desde Flandes, intentó desembarcar en la guipuzcoana Zarauz y que unos hombres medio vestidos, o tal vez medio desnudos, bajaban emitiendo gritos desde las montañas cercanas, “¡era el euskera hijos, era el euskera!”, nos decía nuestro padre, que ilustraba la escena con detalles del espanto que aquellos lugareños causaron en quienes se acercaban a la playa en las barcazas, hasta el punto de que decidieron volver a la nave y poner rumbo a Santander, hoy Cantabria.

La anécdota causaba jolgorio cuando mi padre, vasco de nacimiento, tradición y apariencia inconfundible, lo contaba de forma desgarrada e irónica. Pero parece que no fue así y que lo que pasó en realidad fue que una galerna cantábrica hizo que el barco se desviara desde Laredo, punto de destino previsto y no Zarauz, a la asturiana de Tazones, cerca de Villaviciosa.

Google me ha llevado a las fuentes de estas puntualizaciones más rigurosas acerca de la llegada del único emperador que ha tenido España.

El asunto me ha llevado a preguntarme donde está la frontera entre el mito –incluso de la leyenda- y la intencionada manipulación de la historia. Y parece que hay motivos para preocuparse, especialmente con el auge de los nacionalismos, que idealizan los perfiles de sus personajes, cuando no los inventan directamente, como hizo Sabino Arana, fundador del PNV, al crear a su propia Juana de Arco, la mítica Libe.

No estoy muy seguro, pero no creo que lo de Carlos V de mi padre y mi abuelo, que se lo contó a él, venga de la misma cosecha creativa y nacionalista, sino que es simplemente una cuestión de exceso de imaginación, o lo que ahora los sicólogos llaman “orgullo de pertenencia”, en el caso que me ocupa de carácter tribal.

El suplemento El Cultural de “El Mundo” publicó en marzo pasado una entrevista con el historiador británico Eric Hobsbawm. Miembro de la British Academy y la American Academy of Arts and Sciences, enseñó en el Birkbeck College de la Universidad de Londres y desde su jubilación dicta clases en la New School for Social Research en Nueva York. Vivió en Viena tras la I Guerra Mundial, en el Berlín prehitleriano y su juventud en Londres y Cambridge.

“Vivimos –afirmaba Hobsbawn en la entrevista- en una época dorada de creación de mitos históricos, diseñada para reforzar identidades de grupo de toda índole, en especial en una gran cantidad de nuevas naciones y movimientos regionales y étnicos”

http://www.elcultural.es/historico_articulo.asp?c=19995

En la misma línea y refiriédose al nacionalismo vasco, Fernando García Cortazar decía, al presentar su libro “Los mitos de la Historia” (Planeta), que la capacidad de persuasión de un mito es muy fuerte, sobre todo en las gentes más ingenuas y poco críticas y que muchas naciones “penden” de ficciones históricas creadas principalmente en el siglo XIX y que basan su aceptación en la felicidad que estos mitos producen en las gentes.

No puedo evitar la oportunidad de mirarme en el espejo que Sabino Arana, el caudillo del nacionalismo de los vizcainos, creó para que nos miráramos en él los que allí habíamos nacido. Yo lo hice en Bilbao en 1952 y no me reconozco, aunque lo cierto es que, desde los autocomplacientes enunciados de Arana hasta ahora, ha pasado ya un siglo.

Por fisonomía –postulaba Arana- los vascos somos inteligentes, nobles, apuestos, varoniles, sabemos andar mejor que los españoles, emprendedores, no valemos para servir sino para ser servidos, somos capaces de morir antes que pedir limosna, bailamos mejor que los maketos (españoles), éramos, ¿somos?, más aseados porque nos cambiábamos de muda una vez a la semana, mientras que el maketos lo hacían una vez al año; no éramos adúlteros y solo cinco de cada cien crímenes que se tenían lugar en la Vizcaya de Arana, los cometían vascos descarriados. El restante 95% eran obra, evidentemente, de los maketos.

Son anécdotas, algo más que chascarrillos, pero en todo caso menores en importancia que la animadversión hacia España que aquel político, hijo de carlistas, consideraba necesaria, por encima de cualquier otra cuestión, en un buen vizcaino. Puede que esa sea la raíz del carácter introspectivo que ha acompañado al nacionalismo vasco desde su creación, lo que le hace muy diferente al talante abierto de otros, como el catalán, cuyos seguidores defienden sus ideas sobre la identidad buscada mirando hacia fuera sin manías. Hablo en términos generales.

Sé que el PNV de hoy no tiene nada que ver con estas cosas que decía el fundador del partido y que entre sus filas tiene, aunque agazapado y añorado sobre todo por los no nacionalistas, a personajes de gran talla humana y política, como Josu Jon Imaz. Pero los orígenes están ahí escritos, no se ha hecho una revisión pública de los errores del fundador del PNV, que es intocable y lo cierto es que sus ideas germinaron entre las clases rurales y capas sociales menos y más adineradas, aunque sus descendientes, afortunadamente, no deben pensar así, porque sería horroroso que más que piezas de historia, esos planteamientos estuvieran simplemente aletargados.

Les recomiendo que lean el siguiente artículo de Antonio Elorza, Catedrático de Historia del Pensamiento Político, de la Facultad de Ciencias Políticas de Madrid, “Sabino Arana: Cien Años de Euzkadi”, “El País”, 23/11/2003
http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Sabino/Arana/cien/anos/Euzkadi/elpepusocdmg/20031123elpdmgrep_5/Tes


Javier Zuloaga

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