martes, 30 de septiembre de 2008

CORONAS Y TRICORNIOS

¿Soportará la tradición británica la demolición de los muros que Enrique VIII levantó entre Inglaterra y el Vaticano como despecho al no reconocimiento papal de su boda con Ana Bolena?

¿Aguantarán sus cimientos históricos un cambio de esta naturaleza, que haría que ya no fuera imposible un rey o una reina católica y que se acabara con la preferencia masculina en la sucesión al trono inglés?

Cromwell no sobrevuela sobre la vida de los británicos, pero los monárquicos escépticos deben estar en aumento cuando desde la misma sede del gobierno, en Downing Street, se ha impulsado que las reglas lo sean para todos, sean o no miembros de la familia real.

Un diario, “The Guardian” tiene buena culpa de todo esto, ya que durante ocho años y desde su merecido prestigio, ha defendido el acatamiento por parte de la monarquías británica, del acta sobre derechos humanos aprobada por el parlamento de Londres en el año 2000 y que, como sus hermanas de los países libres, excluye cualquier tipo de discriminación entre los ciudadanos.

El asunto tiene bemoles, muchos bemoles porque, si todo prospera después de las próximas elecciones y la Commonwealth lo ratifica, nos hallaríamos ante el primer caso de la historia del mundo en el que las nuevas leyes se han llevado por delante los más imperiales e intangibles símbolos nacionales de un país.

Pero el asunto, seguro que lejano, encaja muy bien en los tiempos de reinvención y descubrimientos que vivimos, tanto en el orden económico, como en el científico y, si me apuran, también el teológico.

Hace dos semanas en este mismo blog, Deslumbrante e inquietante , escribía sobre el acelerador de particulas de Ginebra y de qué manera las colisiones conceptuales entre ciencia y religión sobre el origen del hombre, estaban siendo sorteadas, en lo terminológico, por parte de quienes buscan el “big bang” –hablando del “segundo de Dios"- y en gestos religiosos de acercamiento al laicismo no anticlerical y la rehabilitación de quienes, siglos atrás, defendieron la evolución de las especies o la simple rotación de la tierra.

Pues el acelerador de partículas se ha estropeado y el debate se ha quedado en el “pause” justo cuando ya se sacaban conclusiones en torno al asunto. Stephen Hawking, con el artilugio del tiempo estropeado, ha afirmado que la ciencia no deja mucho espacio para Dios. “La cuestión es ¿el modo en que comenzó el universo fue escogido por Dios por razones que no podemos entender o fue determinado por una ley científica?. Yo estoy con la segunda opción”, ha afirmado el científico en una reciente entrevista, en la que también dice creer que cuando se descifre todo el genoma humano, se podrán modificar aspectos como la inteligencia y habrá seres “mejorados” y seres “no mejorados”.

The New York Times ofrecía una interesante reportaje sobre el dilema de los Estados Unidos en torno al origen del hombre. Según una encuesta de Gallup, casi la mitad de los adultos creen que Dios creo todas las especies, mientras son cada vez más los estados que han modificado sus programas, tras sentencias favorables a explicar la evolución en las escuelas, por considerarla “el principio organizador de las ciencias naturales”. El diario explica muy bien la perplejidad de los alumnos de esos estados que ven cómo en la escuela les explican cosas hostiles a su fe.

Es decir, que a los británicos les descafeínan la corona y, vaya usted a saber, si el asunto puede llegar afectar a la cabeza de la iglesia anglicana, que es la misma en la reposa la corona de los Windsor. Y los americanos andan con el alma dividida entre el avance de la ciencia y el poder de la fe, por el subidón mental que ha provocado el acelerador de particulas entre los grandes pensadores.

Tanta cuestión trascendental está pasando un tanto desapercibida por la crudeza de la crisis financiera norteamericana, su difícil solución y las voces críticas que comienzan a oirse en Europa por el contagio en el mundo global.

El Presidente del Parlamento Europeo, Hans-Gert Poettering, en una entrevista a “El País”, afirmaba tajantemente que no se pueden dar 700.000 millones a los bancos y olvidarse del hambre y se felicitaba, pese a todo, del modelo económico europeo, más intervencionista que el liberal americano.

En mi afán de buscar algo diferente, atosigado por la crisis y lo que había antes del segundo cero del nacimiento del universo, veo que se nos escapan cosas de cierta enjundia. He arrancado dos noticias que merecían la pena.

Una habla de que la Guardia Civil, sin duda también afectada por la globalización, ha optado por encargar sus uniformes y tricornios a empresas de China, lo que preocupa –y mucho- a las 6.000 empresas afiliadas al Consejo Intertextil Español. Han protestado ante Rubalcaba porque de los 528 millones de euros de productos textiles comprados por la Administración, la mitad son uniformes.

El asunto no es banal, como tampoco lo es lo de la corona de los Windsor en las sienes de un católico o –esta es la segunda noticia- que una ciudadana india haya sido condenada a cadena perpetua porque el polígrafo al que se sometió, estableció que no estaba diciendo la verdad.

Javier Zuloaga

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