miércoles, 24 de septiembre de 2008

DOMINGOS DE COLOR SALMON

Cada domingo, día emblemático de la conciliación profesional-familiar, los diarios con mayores posibilidades incluyen sus páginas “salmón”. En tiempos bonanza, esta información añadida eran una suerte de regocijo para los inversores medianos y pequeños y más de uno se llenaba los pulmones de autosatisfacción al ver lo bien que le salía aquello de “jugar” en una bolsa en la que cada día podía encontrar nuevas y variadas opciones para colocar el dinero ocioso de su saldo bancario.

La euforia era tanta, que quien se había apalancado en posiciones más conservadoras, resultaba ser un poco obtuso. Todo eran alegrías, pero ahora que truena, los “salmones” nos sitúan, en un plano opuesto, alguno dice que similar al de octubre de 1929, cuando se desencadenó, en Nueva York la mayor crisis que ha vivido el capitalismo.

Los felices, o tal vez locos, años 20 -cuentan los buscadores de Internet- acababan en 1929 con voces de los economistas más agoreros que veían acercarse los peligros que generaba la especulación bursátil, la fiebre compradora y, sobre todo, las operaciones realizadas sobre créditos del sistema financiero norteamericano.

El Jueves Negro, 24 de octubre de 1929, fueron puestos a la venta 13 millones de títulos que no encontraron comprador y se inició una caída que no finalizó hasta 1932, con un declive del 82% respecto al punto más alto.

En España, desde lo lejos, vivíamos momentos de grandes cambios políticos, la caída de la Monarquía y la llegada de la II República y nuestra economía apenas se resentía por el escaso peso de nuestra industria en la conjunta de una Europa lejana y aún menor en el contexto mundial.

Déjenme que vuelva al domingo de la primera línea de este artículo y preste atención a sus titulares, tan sólo tres días después de la decisión del gobierno norteamericano de retirar del mercado lo que bien podríamos llamar “activos contaminados”, emisiones con un valor teórico que no se corresponden con los fundamentos que debían sostenerlos. Parecía que los mercados se habían tomado un respiro, aunque la desconfianza ante todo lo ocurrido seguía estando ahí, a la vista de todos.

Hoy, las crónicas periodísticas, “El País” en su portada, hablan de que, puesto el parche de la Reserva Federal, el FBI ha decidido comenzar a hurgar en las tripas de Fannie Mae y Freddie Mac, al banco de inversiones Lehman Brothers y a la aseguradora American International Group (AIG), quebradas o salvadas por los dineros públicos. La iniciativa investigadora es tal vez una respuesta a las críticas oídas en el Congreso americano por el origen ciudadano –fiscal- de los dineros empleados en el salvamento.

Subprime es ya una palabra de uso frecuente, como lo fue la OPA en los años 70 o comienza a serlo ahora aquello de la Due Dilligence en los comentarios acerca de las grandes operaciones de adquisición. En economía, el poder del inglés es aún más aplastante porque el dinero necesita su propia lengua además de la universalidad que los números tienen por si mismos.

Los salmones ofrecían de todo. Desde el acuñamiento de titulares en “El País” como “La nueva zona cero del capitalismo financiero” para describir a Wall Street; la afirmación de que “La metástasis financiera se está trasladando a la economía real”; otras mas eufóricas como “Golpe contra la especulación a la baja”; o una tira gráfica en la que se puede ver lo que ha pasado – desde que en 2001 los tipos de interés llegaron a bajar por debajo del 1%- hasta ahora.

Stiglitz, Premiop Nobel, nos explicaba que el asunto estaba en lo del ladrillo y acusaba a quienes producen riesgo en lugar de gestionarlo, al tiempo que se felicitaba, como ciudadano, de que lo de las “subprime” se hubiera extendido por el Globo porque, en caso contrario, Estados Unidos lo estaría pasando aún peor.

Todos coinciden en que, a partir de ahora, las cosas comenzarán a ser distintas y la estampa del joven trabajador de Lheman Brothers cruzando una calle de Manhattan con sus cosas dentro de una caja de cartón, puede entrar en esa galería de imágenes que definen una época, como las de Robert Capa en el París recien liberado o la Guerra Civil española.

El domingo pasado –ya veremos el próximo- alguien dijo que Nueva York ha cedido la capitalidad del mundo a un lugar inconcreto de Oriente y se clamaba periodísticamente por una regulación más fuerte de los mercados en un universo en el que habíamos estudiando que lo “chapeau” era hacer lo que los mercados dictasen según sus propias reglas. “Ahora toca más ley y menos beneficio”.

“El Mundo” abría su suplemento diciendo “Los sabios ven lejos el fin de la crisis” (¿Qué sabios?) y era más grafico aún al titular “Fin del capitalismo salvaje”. Tom Burns escribía sobre “Capitalismo, el miedo y la codicia” y se hacía un gran despliegue sobre quiénes son los héroes y quienes los villanos de esta historia.

Aquel mismo domingo 21 de septiembre, mientras conciliaba mis dos vidas, decidí que ya estaba bien de provocar a la serenidad y seguí pasando páginas en búsqueda de cuestiones menos preocupantes. Y las había.

¿Por qué Brasil está económicamente eufórico?. Su presidente, Lula da Silva, no sólo ha superado el escándalo de la compra de votos de 2005, sino que ha alcanzado cotas de popularidad que para sí quisieran Mcain y Obama. Tiene un liderazgo que nadie discute y ha tapado la boca a aquellos que vieron en su llegada al poder la premonición del desastre.

Mientras que América y Europa estornudaban desde enero, Brasil ha crecido un 6% y las inversiones internacionales un 16,2%. En 2002 había 5,6 millones de indigentes y hoy apenas llega a 2 millones. La pobreza ha descendido del 34,9% al 25,1% y la clase media ha superado el listón del 51%.

Lula, cuenta El Periódico en sus páginas blancas, quiere marcharse por la puerta grande y por eso no se presentará a la reelección, aunque apoyara a su Jefa de la Casa Civil, Dilma Roussef, una suerte de Primera Ministra. Sin embargo se va con cierta amargura porque Brasil ya no tiene el mejor futbol del mundo.

Dice este diario que Lula –a diferencia de su vecino venezolano Chavez – ha tendido puentes entre la riqueza natural de sus yacimientos y la erradicación de la pobreza y su perseverancia en la búsqueda de yacimientos en Iara y Tupí y los más recientes de la plataforma atlántica, generaran un crecimiento sostenido durante los próximos quince años, al tiempo que permitirá la creación de un tejido industrial para las próximas generaciones.

Es la otra cara de la economía, la que no cura, pero algo alivia, el escozor de las heridas del frenazo brusco que, al norte de Brasil, ha hecho que el semblante de la economía sea taciturno, como consecuencia del dinero fácil y la desaparición de los espejismos.

Javier Zuloaga

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