lunes, 10 de octubre de 2016

UN BURRO, CONECTADO A INTERNET, SIGUE SIENDO UN BURRO


Sí, amarré a mi memoria la frase que acaban de leer cuando viajaba ayer, al volante, desde Bilbao a Barcelona, después de haber pasado dos días en Ochagavía, en el valle navarro de Salazar y haberme acercado a la Selva de Irati. Mi coche devoraba kilómetros, quemaba litros de gasolina y se iba acercando, poco a poco, al peaje de la autopista.

Escuchaba "No es un día cualquiera", el programa de Pepa Fernández en RNE, en el que hacían tertulia sobre “aprender y desaprender”. Oí a Andres Aberasturi, compañero en mis estudios de periodismo, que ironizaba sobre la inutilidad de los conocimientos que adquirimos a lo largo de nuestra  vida, “Yo, cuando me tiro a la piscina no razono sobre el principio de Arquímedes, ni calculo sobre lo larga que debe ser la hipotenusa de un terreno triangular que me he comprado”, decía más o menos este periodista vasco.

José Antonio Marina, profesor de filosofía, pensador potente, se ponía sin embargo mucho más serio y decía a los oyentes que si sólo aprendiéramos las cosas útiles, correríamos el riesgo de caer en el analfabetismo y defendía que una persona culta es una persona más preparada para la vida. Y fue cuando lanzó su frase de órdago “Un burro conectado a internet sigue siendo un burro”. 
Suscribo lo dicho por Marina –lo digo sin ánimo de ofender a nadie- porque la frase me ha animado a reflexionar conmigo mismo sobre algunas cosas complejas que rodean al mundo del conocimiento y la cultura.

Vivimos en un mundo global y digital. Seguramente estos conceptos marcan el inicio de una nueva era y el fin de la Edad Contemporánea, en la que más rápida y drásticamente están cambiando las cosas en todos los órdenes de nuestra vida. Han caído las fronteras en las comunicaciones y un nuevo orden, principalmente económico, está creciendo como la espuma desde los ratones de los ordenadores y las Apps de tabletas y móviles para hacer de todo en Internet. Comprar y vender, hacer banca, comprar diarios digitalizados  por unos pocos céntimos el ejemplar, ir a la zapatería y devolver los zapatos porque no te quedan bien, comprarlo todo, comida en una tienda digital que comenzó vendiendo libros, ropa… Alquilar todas las canciones que quieras escuchar por 9,99 euros al mes…Piratear películas… Conocer a una chavala impresionante…¡Inacabable!.

Y también vivir la vida en las redes sociales. Ahí es nada. Es la calle virtual en la que la gente vive para dar a conocer lo que escribe, lo que piensa, lo que le entusiasma o el rechazo que siente hacia algo o alguien…con buenas o malas formas. Elegantemente, con educación, o de cualquier manera, groseramente y con hostilidad sin corsés.

Y además todo se mide en esa calle, de tal manera que  las redes sociales pueden hacer saltar por los aires la imagen de un ciudadano o ciudadana que tiempo después será, o no, culpable de lo que unos cientos o miles de twitteros han afirmado. O tergiversar las razones por las que un excelente futbolista decidió cortarse las mangas de la camiseta para jugar más cómodo, hasta el punto de hacerle tirar la toalla y anunciar que no vuelve a la Selección Española.

No, el problema no son ellos, sino que la coincidencia de actuaciones en esas redes sociales se ha convertido en una vara de medir -las redes van llenas se dice con preocupación- como si fuera un termómetro. Es decir, como si por la calle en la que vive el jugador que se cortó las mangas de la camiseta se llenara de manifestantes…virtuales.

Y como compañeros de viaje de esa algarabía estamos todos. Políticos, periodistas, empresarios, buenos opinadores, pensadores, cantantes, revolucionarios, y conservadores. Todos juntos en ese nuevo universo.

Y los burros que siguen siendo burros, a los que se refería José Antonio Marina, también.

Javier ZULOAGA



1 comentario:

Ignacio dijo...

Javier, comparto contigo las reflexiones que haces en este artículo, y especialmente la analogía de las redes sociales con una calle virtual, donde todo se exhibe, lo que has hecho, lo bueno, lo malo, donde además se puede decir que en muchos casos es la calle donde se tiende la ropa de todos los vecinos ( alguna bastante sucia). Y lo peor son los insultos que a menudo se sueltan en esa calle, sin que nada pase.
Te felicito por los escritos que nos envías de vez en cuando, sigue así.