jueves, 23 de marzo de 2017

CATALUÑA, UN ASUNTO DELICADO

Bajo esta etiqueta pueden colgar muchas situaciones, bien distintas unas de otras, pero que se sostienen sobre el denominador común de que lo que se detalla a continuación exige prudencia y tacto y que no puede tratarse de cualquier manera o…si me apuran, que lo mejor es darle un par de pensadas al asunto, no ir demasiado deprisa o incluso dejarlo estar, no tocarlo, porque se nos puede ir de las manos o incluso detonar.

 Si, lo mismo vale para un roto que para un descosido, un asunto delicado es que Hacienda destape ese pufo que llevaba años agazapado en lo más recóndito de tu vida privada o que tú descubras que, para tu pareja, tú ya no eres el hombre de su vida, sino que lo es un señor con mucha mejor pinta  que tú, con el que ella salía de un hotel cuando la vieron unos amigos que pasaban por la acera de enfrente.

Es muy delicado no llegar a final de mes para pagar la cascada de cargos bancarios del día uno, o que te digan que estás afectado por un expediente de regulación de empleo cuando ya tienes más canas que pelo negro, o que un exceso verbal en una tertulia de amigos te lleva a arrepentirte de lo que has dicho casi al tiempo de pronunciar la última sílaba.

Imaginen o recuerden ustedes esos momentos que han vivido y que podrían meter en su propia saca de asuntos delicados. Seguro que la lista sería muy extensa.

A mí, hoy, me ha venido a la cabeza que  quedarse sin argumentos aceptables es un asunto delicado, mucho, tanto si nos afecta individual como colectivamente. Cuando ocurre esto último, que como grupo nos quedamos sin argumentos, me digo que el asunto, además de delicado, puede convertirse en peliagudo, es decir, que es difícil de resolver y también de entender.

Y esta deriva intelectual me ha llevado al escenario en el que vivo desde hace ya veintiocho años. Cataluña, si amigos lectores, un asunto muy peliagudo que encaja al milímetro en los moldes de las cosas que cuesta entender o resolver. Y lo peor es que a medida pasa el tiempo, este asunto tiene cada vez peor aspecto.

Nací en Bilbao, crecí en Madrid, me moví por España y tres continentes y llegué a Barcelona en 1989. Cuando hablaba con amigos y colegas acerca de mi nuevo destino, muchos me decían que los catalanes eran especiales y muy suyos, e incluso alguno ponía un gesto pesimista y escéptico  como diciendo “Que no te pase nada Javier”.

Y la verdad es que no me ha pasado nada…bueno, me han pasado muchas cosas, como a cualquiera con una  vida mínimamente interesante, pero he conseguido sobrevivir a los catalanes y ser muy feliz entre ellos, porque aunque son catalanes, han resultado ser personas fáciles de tratar y comprender,  porque tienen historia y cultura propia y porque están muy viajados. A su manera, pero parecido a mis paisanos vascos, a los gallegos o a los mallorquines y valencianos que, como Cataluña, fueron creciendo en la corona de Aragón.

Pero ya ven como está el “asunto” catalán, más delicado cada día y sin visos de que los ánimos se serenen porque nadie quiere colgar  un tiempo–no olvidar- sus principios inamovibles en el perchero y sentarse a hablar para saber qué es lo que nos está pasando, yendo a la raíz y no quedándose en las ramas.

Los grandes acuerdos, no me refiero sólo a los históricos, sino a los de la vida en general, se  han sostenido sobre el sabor agridulce de la renuncia de una parte de aquello que soñábamos y de la placidez y el sosiego de saber que, al día siguiente, recordarás ese gran problema que durante mucho tiempo te ha quitado el sueño como una pesadilla pasada.

Si, es muy simple pero muy difícil, se trata de la generosidad, cualidad que me parece que no figura en los decálogos patrióticos ni en los códigos que marcan el camino  de los políticos a los que se les eriza la piel de emociones que a poco que se descuidan, les llevan a la rabia, al rencor y al odio.

Si. Un asunto delicado.




Javier ZULOAGA

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