domingo, 5 de marzo de 2017

SÁNCHEZ ALBORNOZ Y CATALUÑA


Hoy he escuchado en televisión que se cumplen 90 años de la botadura, en Cádiz, del buque-escuela Juan Sebastián Elcano, cuyo nombre homenajea al ilustre vasco de Guetaria que –navegando a vela- demostró que la Tierra era redonda. Creo que los de mi generación, los anteriores y también no pocos posteriores, memorizamos el nombre de Elcano en un segundo nivel al de Cristóbal Colón. Este último, seguramente sin proponérselo, demostró a quienes les financiaron que las Indias estaban más allá de los territorios americanos que descubrió, mientras que el primero puso sobre el tapete que no había muchas explicaciones posibles para entender que  si tú comienzas a navegar desde Cádiz hacia el Oeste, sólo puedes regresar al mismo puerto desde el Este si la tierra es redonda. De cajón ahora, no tan sencillo entonces, sobre todo de explicar.

Cuando he oído y leído lo del 90 aniversario del buque escuela, he rescatado de mis recuerdos la visita que hice al buque-escuela, en Buenos Aires, en 1982. Trabajaba entonces en la Agencia Efe y, desde que llegué a Argentina, acudía, cada mes, a recoger el artículo que don Claudio Sánchez Albornoz, historiador, ministro de La República y exiliado, me entregaba en mano en su casa-despacho-biblioteca de la calle Anchorena, junto a la Avenida de Santa Fe. Lo hacía cada mes para que pudiéramos ofrecerlo a los cuatro vientos de la cultura hispanohablante. Eran los grandes años de Luis María Ansón como Presidente de Efe.

Me llamó por teléfono y me propuso que pasara a buscarle  por su casa y acudir juntos a la recepción que la Embajada de España en Argentina –de acuerdo con el capitán del barco/escuela-  ofrecía  en el puerto a última hora de la tarde. Allí estuve, como un clavo.

Cuando bajamos del coche y vio aquel barco que fue botado antes de la Segunda República de la que él mismo fue ministro, don Claudio, 89 años, se quitó el sombrero de ala ancha europea –no caribeña- y dejó caer unas lágrimas. Yo, treintañero entonces, trataba de no olvidar nada de lo que estaba viendo porque era irrepetible.

Aquel personaje, humanista y político, me sacaba más de cincuenta años, pero parecía que la repetición de nuestros encuentros, la confianza y el buen rollo como ahora decimos, habían limado algo las diferencias de tiempos vividos. Pero no, estaba acompañando a un personaje que no era cualquier cosa. Y así fue, porque cuando llegamos al arranque de la pasarela del barco, don Claudio se echó la mano al bolsillo y sacó un generoso pañuelo para repasarse la nariz y de paso las lágrimas que no conseguía disimular. Después agarró su sombrero, se lo colocó sobre el corazón e hizo una muy discreta reverencia a aquella bandera de la         que, desde su condición de republicano, había sido enemigo ideológico a raíz de la Guerra Civil.

Sánchez Albornoz, hasta su marcha al exilio, fue un defensor de la Republica desde posturas propias de los hombres ilustrados, sin estridencias que no le hacían falta porque había dedicado su vida a la historia, lo cual se  le notaba.

El último recuerdo que tengo de él, ya que poco después regresó a España y se instaló en Ávila, fue una carta manuscrita, que tengo por algún lugar, en la que comentándome mi inquietud por el interminable infierno del terrorismo de mi tierra, me decía que tal vez habría que pensar que los vascos, en el fondo, éramos “bárbaros sin romanizar”. Seguro que me lo decía desde su larga visión de lo que había vivido y protagonizado… puede que tuviera razón, lo cual implicaba que el asunto no tenía más remedio que dejar pasar el tiempo, como así ha sido al menos para dejar de vivir en el sobresalto y sobre todo porque hablaba una persona que había dedicado su vida a la historia, ejercido como catedrático en Barcelona, Valladolid y Madrid, antes de  meterse en el fregado de la política que le llevó, muchos años después, a ejercer la Presidencia de la República en el exilio, desde Argentina, entre 1962 y 1970.

Hoy tendría 124 años y no sé cómo andaría para ocuparse de los problemas domésticos de aquella España que tanto quería, dos siglos después de su nacimiento en Ávila, como Santa Teresa, aunque sus biografías fueran bien distintas aunque tal vez no su gran cabeza.

¿Qué hubiera pensado sobre lo que ocurre ahora en Cataluña?, me he preguntado, en ocasiones, en los últimos años. ¿Cuál es nuestro problema?

Puede el lector buscar a través de Google y ver de qué manera don Claudio ponía en valor el papel histórico y cultural de Cataluña en el global de España. No quiero seleccionar yo porque las epidermis están muy sensibles, pero en cualquier caso el asunto no va de bárbaros, porque por estas tierras han pasado muchos siglos y muchas gentes, no sólo las que ahora hacen más ruido.


Javier ZULOAGA

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