domingo, 9 de diciembre de 2007

EL GATILLO

"No creo que sea bueno diluir en la confusión del terrorismo-negociación-paz-diálogo....etc, el hecho de que hoy alguien ha apretado el gatillo.Igual que en los años 70, cuando muchas personas buscaban la oportunidad para mirar qué había a sus espaldas, o si el aliento de la muerte estaba más cerca de lo que imaginaban.El pasado día 1 de diciembre fueron dos chavales del Servicio de Información de la Guardia Civil, que vigilaban en Francia los pasos de los pistoleros de ETA. Les han esperado a la salida de un café y les han descerrajado unas balas con el dedo índice.Tienen, por lo menos, 90 pistolas y sobre todo han perdido los complejos que les habían llevado al zoco en el que, sin éxito hasta ahora, se intenta cambiar vidas por claudicaciones.Veremos que pasa."

De aquellas líneas, publicadas en esta misma página, escritas horas después de conocer lo ocurrido en la Landas francesas, han pasado ya ocho días de reacciones que ponían difícil la serenidad necesaria para reflexionar. Ha habido una conmoción unánime entre el pueblo sensible y decente, silencios cómplices y oportunistas ya esperados y nada más, porque es difícil aceptar la indiferencia de alguien tras lo ocurrido en Capbreton.

Lo de la semana pasada tiene, sin embargo, aspectos calculadamente siniestros, minucias demoledoras por su crueldad.

No es igual matar dejando un temporizador conectado a una bomba, llamar a un diario y anunciar el momento de la explosión, que caminar tras el objetivo, meter la mano en el bolsillo, poner el cañón en la cabeza del objetivo y apretar mientras la víctima cae como un saco al suelo con el cráneo reventado. Esta forma de terror, la más antigua desde que la pistola se unió a la navaja, es la más sencilla de las existentes. No exige mayor preparación que la de dar rienda suelta al fanatismo acumulado desde que, por el resquicio de las ideas de un radical, se coló un odio que ellos ven como un acto heroico.

Por eso es difícil escuchar en la Audiencia Nacional palabras de arrepentimiento cuando etarras confesos se sientan en el banquillo. No son pocas las ocasiones en que estos mismos gudaris amenazan de muerte a quienes los juzgan o ríen entre ellos tras la pecera que les separa de la gente de paz.

Matar con pistola puede tener el mismo resultado que hacerlo con un bombazo pero no tiene más intermediario que la cabeza y el dedo de uno mismo, sin la impersonalidad de la electrónica que actúa mientras los que matan se acuartelan y esperan escuchar las primeras declaraciones políticas de condena.

Pero en terrorismo no hay puntada sin hilo, nada es casual. Hace un año, un día después de que el Presidente del Gobierno dijera en clave política la frase cursi de algunos enamorados el día de San Valentín, “ Estamos mejor que hace un año y dentro de un año estaremos mejor que ahora”, ETA dio un toque de aviso en Barajas, con el explosivo más potente que tuvo a su alcance.

Fue el primer “accidente” del proceso de paz de la primera legislatura del socialismo. Atras quedan los dos gobiernos de Aznar, sin duda los años en los que la violencia callejera, el radicalismo y el terrorismo mismo han estado más arrinconados, tras haber intentado en Ginebra, como hiciera también Felipe González en Argel, llegar a un acuerdo para la entrega de las armas a cambio de la generosidad futura de una sociedad que ha visto morir asesinados a casi mil de sus ciudadanos a lo largo de 40 años.

Tras lo de Barajas hubo reacciones contundentes, pero la retórica de la paz como valor supremo fue llevándonos, en labios presidenciales, a la incertidumbre y a la desconfianza. “Paz con diálogo” tardó poco en instalarse en el escenario que tuvo tras la declaración de la última tregua de ETA, con rango superior a la libertad que siguen si alcanzar los que viven en las cercanías del radicalismo y en buena medida todos los españoles.

Ha habido muchas banderas en las calles, tal vez demasiadas, frente a la tibieza de las palabras y los bandazos gubernamentales de una política que divide a España en la cuestión terrorista y territorial más que en ninguna otra época anterior.

Por eso cabe preguntarse por donde irán las cosas cuando el dolor, la indignación y el “no pasarán” de estos dos últimos asesinatos, pasen al último lugar de la larga fila de muertos por ETA y comiencen a caer en el olvido de lo menos reciente. Me pregunto si los disparos que acabaron con los agentes de la Guardia Civil serán un ¡basta ya!, o se convertirán en un calcetín vuelto al revés. Es decir, si algún día escucharemos que todo vale, incluso sentarse y condescender, para buscar la paz y que casos como el de Raúl Centeno y Fernando Trapero no se vuelvan a repetir. Lo sabremos después de las elecciones.

Javier Zuloaga

1 comentario:

B.Alvarez dijo...

A mi lo de "negociar" y "terrorismo" siempre me ha parecido un tanto complicado y bastante contradictorio. Y es que no puedo dejar de preguntarme ¿que garantía tendré de que cumplirán con lo pactado?...Y en caso de que incumpla ¿donde podré ir a reclamar lo pactado?... Y eso por no preguntarme ¿por qué debería negociar?...Porque para mi negociar es tanto como reconocerles que ellos mandan, que se han salido con la suya y que me importan bien poco los asesinatos y otras barbaridades que han cometido...¿Tengo que perdonarles?...¿Olvidar el pasado?...

Sí, seguramente, mas de una persona me dirá que es el precio por una paz futura, por un no más asesinatos....Pero como buena gallega me generan desconfianza según que tipo de negociaciones.