viernes, 4 de enero de 2008

UN MUNDO DE CINE

“El hombre más rico es el que tiene los amigos más poderosos”. La frase, cinematográfica, la pronunciaba Michael Corleone (Al Pacino) y la escuchaba su sobrino Vincent Manzini-Corleone (Andy García). Era en “El Padrino III”, película en la que, como ocurre en la vida, el poder acaba siendo más apetecible que el dinero.

He vuelto a ver esta película y gracias a hacerlo en mi casa, he podido apuntar algunas frases que, escritas en un pedazo de papel, han roto esa tendencia natural al conformismo modorro que produce la butaca de una multisala.

“Necesito el poder para preservar a la familia” se te anuda en la garganta como ejemplo de esa sumisión indecente de lo individual a lo gregario. Ha pasado menos inadvertida para mi esa lapidaria expresión de Corleone “Cuanto más alto subo, más podrido está el ambiente” o aquello tan relativo a la somatización de los males espirituales cuando el jefe de la familia mafiosa afirma aquello de “La mente sufre y el cuerpo pide ayuda”.

Pero menos mal que todo esto es una película, porque, si no, la vida sería realmente dura.¿O tal vez no lo es?

Lo del cine en casa, con lapiz y papel en mano, te permite lo que la oscuridad de las salas de proyección deja expuesto a fragilidad de la memoria. Comienzas entonces a pensar en aquel corte cinematográfico y llegas a plantearte que la realidad supera en no pocas ocasiones a la ficción. Basta con leer los diarios.

Es cuando piensas que, de la misma manera que los escritores deslizan momentos de su propia vida en argumentos que, sin embargo, nacen y mueren en su imaginación, en el guión cinematográfico seguro que ocurre otro tanto… pero que a veces, tanto en la novela como en largometraje, ocurre también lo contrario y las personas llegan a convencerse que son Rambo, Indiana Jones o Jennifer López.

¿Cuál es la película de de hoy?

Tal vez Oliver Stone, otro de los nombres míticos del celuloide, tenga una definición acertada tras haber compartido unas horas con el presidente de Venezuela, Hugo Chavez, en la fracasada liberación de tres rehenes de las FARC colombianas, Consuelo González, Clara Rojas y su pequeño hijo Emmanuel. Stone se encontraba por aquellos parajes cuando el controvertido y locuaz mandatario del petróleo caribeño lo llevó consigo para inmortalizar ante sus ojos y sus objetivos, lo que la varita mágica bolivariana, apoyada en la inmensidad del petróleo, iba a llevar a cabo ante la dignísima impotencia del presidente Uribe, el jefe de estado de ese país que, desde hace muchísimos años, viene padeciendo el chantaje, la amenaza y el miedo.

Cuando leía las crónicas sobre las artimañas propagandistas de un presidente que se vistió de campaña, dando así rango militar indirecto a los guerrilleros de las FARC, pensé que no había sido baldío haber leído “Noticia de un secuestro” una gran novela del Nobel García Márquez, amigo de Fidel Castro y por ello sin manías antirrevolucionarias, en la que el lector no puede más que estremecerse ante la crueldad de quienes en Colombia manipulan a su antojo y sin escrúpulos la libertad de los demás.

Toda aquella historia acabó mal, para sufrimiento de quienes esperaban reencontrarse con sus familiares tras cuatro, cinco, seis años…. de revoluciones en uno de los países con mayor vocación democrática de Latinoamérica, que elige a sus propios mandatarios de forma puntual, a pesar de esa confusa y amenazante mezcla de revoluciones y tráfico de droga.

Estaban allí Oliver Stone, y Nestor Kichner, estómago agradecido por la ayuda venezolana para diluir el peso de la deuda externa de su presidencia argentina, embajadores, representantes de la Cruz Roja, el comisionado de la paz de Colombia, Luiz Carlos Restrepo y por supuesto cámaras de televisión de medio mundo que creaban un clima de “inminencia” con la imagen, siempre, del presidente venezolano como obsesivo telón de fondo.

Su vecino, Alvaro Uribe, esperaba silenciosamente atrapado entre los dramas familiares de los secuestrados y algo tan intangible pero cierto que llaman dignidad nacional.

No salió bien y el mundo civilizado asistió, todavía sorprendido pese a tantas genialidades, a la audacia del personaje que se ha propuesto salir cada día en las pantallas de televisión de su país, los domingos en Aló Presidente y ahora con incontinencia verbal bajo cualquier pretexto, desde que alguien le dijo en Santiago de Chile que se callara.

Chávez acusó al Jefe del Estado de Colombia de haber reventado la liberación. Directamente, vomitando demagogia populista y sin conseguir una respuesta equivalente de su par de Bogotá, un político que mantiene una gran sensatez, pese a sumar, a los problemas de Colombia, los que le llegan con presión desde los populismos de diferente grado que le rodean, principalmente el venezolano.

¿Se imaginan a un político argentino haciendo de su intermediación fracasada en un problema de Chile un arma arrojadiza contra el jede del estado de este país?

¿Se imaginan a Sarkozy con traje de campaña en Sant Jean Pie de Port, dirigiendo, acompañado por Spielberg, las negociaciones con un comando terrorista vasco que tiene secuestrados a varios empresarios españoles y después atacar a Zapatero si las cosas le salen mal?.

Es cierto, la realidad supera en ocasiones a la ficción. El problema es que, como todo lo que vemos y leemos sobre estas historias es una verdad cruda, tal vez debamos comenzar a soñar que un día, como ocurre en las pesadillas, despertemos y todo vuelva a ser un poco más normal.

Javier Zuloaga