domingo, 18 de diciembre de 2011

DE LA BARRA LIBRE AL LOW COST

El anterior titular puede resultar válido para ilustrar la diferencia de cómo fue la vida para los jóvenes de los años setenta y los que ahora empiezan a afeitarse. Los de entonces, yo estoy entre ellos, acabábamos mirándonos  casi siempre en el espejo de lo que nos llegaba del norte de Europa y América, y arrastrábamos –porque así lo escuchábamos en casa- cierto complejo de inferioridad. Era cuando no alcanzábamos a comprender por qué, si la autarquía llenaba nuestros pulmones patrióticos, no hacía otro tanto con los bolsillos de nuestra economía.

Todo lo que venía del otro lado de los Pirineos y del Atlántico era indiscutiblemente mejor, incluso las mujeres de aquellos parajes, suecas, francesas, italianas -¡las rusas no! porque el Muro estaba todavía en pie-  eran infinitamente más atractivas que nuestras pechugonas hispanas.

Se sobrentendía que todo lo demás era mejor y no éramos, o no teníamos perspectiva temporal  suficiente, para darnos cuenta de que este era un país que vivía a un ritmo nada despreciable que, muchos años después, ahora, cuando deberíamos  haber escalado muchos ochomiles más en  el progreso y en creación de  riqueza, recordamos con cierta nostalgia. Hablando con un buen amigo, me propuso que podríamos llamar “barra libre” a aquel despegue económico y social español.

Le dije que estaba de acuerdo con él y le compre la idea para pensar este artículo. En aquella barra libre, los nacidos entre los años 50 y los 80, hemos tenido a nuestro alcance lo que ahora no acaban de encontrar los que vinieron al mundo después. Nosotros somos de la era de “barra libre” y ellos pertenecen a la del “low cost”. Nosotros, trabajando duro, llegábamos finalmente a una oportunidad para salir adelante. Ellos, trabajando también duro, o incluso más, se las ven y se las desean para meter la nariz en algún lugar que tenga que ver con lo que han estudiado… o en cualquier otra cosa.

No hace muchas semanas, el Presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, decía en un acto público, que abramos bien los ojos, porque ya nada volverá a ser igual que antes. No era el primero en hacer esta profecía pero esas palabras, viniendo de él, toman un carácter trascendente. Hablaba el político que ha tomado, hasta ahora, las riendas de los recortes sociales más duros que se recuerdan en Cataluña y al que Mariano Rajoy ponía como ejemplo del nivel de dureza que podrían alcanzar las que su gobierno comenzará a aplicar la próxima semana.

El “low cost” se va a instalar en nuestra manera de vivir y no referido sólo a las oportunidades para volar o alojarse a un precio de derribo, sino también en los restantes componentes de nuestro balance económico, en el conjunto y también, por extensión, en el individual. “Ahora si que vamos a saber lo que vale un peine”, oía hace poco en una tertulia radiofónica.

Todo pasará, las cosas nunca están quietas y el ciclo más largo de crisis económica que se recuerda –llegado después del más largo de bonanza- nos llevará a aires de mayor sosiego. Creo que de esto estamos todos convencidos, aunque otra cosa es acertar en el precio de lo ocurrido.

-¿Y qué se puede hacer?

Por deformación profesional  pienso que hoy, más que en ningún otro momento de nuestra historia reciente, es importante que la sociedad, especialmente los más jóvenes, sepan qué está pasando, que adquieran una buena cultura del conocimiento de las cosas más próximas,  para entender la vorágine de noticias que cada día nos llegan a través de los medios.

La curiosidad por leer o mirar en las fuentes más fiables, frente a la indolencia comodona de conformarse con lo que sale de un buscador de Internet. Profundizar, hay que animar a la generación del “low cost” a saber más que nadie qué es lo que está pasando.

En mi penúltimo artículo en este blog “El inquietante valor de la palabra”, dirigía al lector a un buen reportaje de “El País” "Lo probamos todo...¿sin comprender nada?", en el que se describe acertadamente la dispersión existente en nuestra sociedad a la hora de buscar cosas creibles, con fundamento.

Estos días nuestros futuros gobernantes dibujan en el horizonte su gran proyecto. Siempre se ha dicho que la educación es el gran reto pendiente de España  y sin embargo hasta ahora no ha sido posible un acuerdo para sentar las bases de esa sociedad mejor preparada. Por ello, y sin ninguna ambición, déjenme que haga un brindis virtual proponiendo una nueva asignatura, que se llame “¿Qué está pasando?”.

En mi experiencia como Director de Comunicación de la Fundación “la Caixa”, tuve la oportunidad de provocar un acuerdo con el Decano del Colegio de Periodistas de Cataluña, Josep Carles Rius y el Presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid,  Fernando González Urbaneja para llevar a los periodistas a los colegios para que contaran qué es lo que estaba pasando. Desde aquel acuerdo han pasado más de tres años y los resultados son, a decir de los profesionales que han ido a hablar con los adolescentes que pronto entrarían en la universidad, auténticamente excitantes.

A lo mejor lo que pasa es que a la gente lo que le gusta es que le enseñen a mirar.

Javier Zuloaga 

viernes, 25 de noviembre de 2011

LO CATALÁN Y LO ESPAÑOL

Mis padres pertenecían a aquella generación que no tiraba un papel, que cada cosa que pasaba por sus manos, pensaban, podría recobrar su interés  en cualquier momento futuro. Y de aquella actitud, extremadamente prudente, fueron creciendo decenas de carpetas que escondían y acababan en el olvido. Cartas, recortes de diarios o facturas y recibos cuya única utilidad era la de comprobar que la vida había subido una barbaridad.

Debía ser un hábito generacional, porque mi mujer y sus hermanos están poniendo orden y separando el grano de la paja de miles de miles de papeles que mi suegro fue acumulando a lo largo de toda su vida. Era un químico que se dedicó íntegramente  a la investigación, pero que supo no caer en la especialización devoradora y se abrió al mundo del saber, ya fuera del científico, de las humanidades o de todo aquello interesante que le rodeaba .

Fue un químico catalán universal que se educó, en los años previos a la Guerra Civil, en el Institut Escola, aquella avanzadilla de la enseñanza moderna  promovida por la Institución Libre de Enseñanza,  que en Barcelona  estaba situada en el parque de la Ciutadella. Manel Ballester tuvo la mente abierta a todo lo que iba y venía del resto de España y del resto del Mundo,  una voracidad insaciable por el conocimiento y parece que dejaba en su recámara de papeles las cosas que más le preocupaban.

Así lo deduzco de uno de los papeles que no quiso tirar y que  ha venido a parar a mis manos. Es  un artículo del periodista José María Carrascal, corresponsal y maestro de corresponsales para quienes hemos estudiado y ejercido el periodismo en los últimos decenios. Fue corresponsal en Alemania de Diari de Barcelona y Pueblo y  de ABC en Nueva York desde 1957 a 1990.

Ya en España, se incorporó al proyecto televisivo de Antena 3, donde pudo volcar todo lo que había aprendido, visto y oído en su larga vida americana. Fue  conductor de un informativo de medianoche que rompió, en España, los moldes bustoparlantes en los que estaba –y en buena medida está todavia- encorsetada nuestra televisión. Algo debió tener que ver su proximidad en Nueva York con Walter Cronkite, aquel maestro norteamericano que durante casi 20 años años fue seguido incondicionalmente por millones de norteamericanos que cada noche se iban a la cama después de que aquel veterano dijera, en la CBS,   aquello de «And that's the way it is» .(Y ésto es lo que hay) en traducción libre.

Carrascal publicó en ABC, en 1978, un artículo al que se puede llegar a través de la hemeroteca del diario decano de Madrid, cuyo título es "Catalanizar España". Lo he leído y he comprendido por qué Ballester no quiso desprenderse de él, seguramente porque le produjo una sensación a mitad de camino entre la incredulidad y la esperanza. Cuando hace pocos días compartía este hallazgo con su hijo el mayor, me dijo lacónicamente “Interesante, pero las cosas han tomado la dirección contraria”.

El todavía articulista de ABC volvió a España después de haberlas visto de todos los colores, de haber asistido a la vida americana que creó el Kukusklan, a la muerte de los Kennedy, a la humillación de Vietnam y la Bahía de Cochinos, pero antes, al tiempo que cubría la actualidad del país más poderoso del mundo, sacó tiempo para escribir sobre algo que le preocupaba en España. Como muestra, les transcribo dos botones de ese artículo que ustedes pueden leer íntegramente pinchando en  el enlace del párrafo anterior. Fue escrito y publicado pocos meses antes de que fuera aprobada la Constitución.

“Una de las mayores desgracias  que ha sufrido nuestro país es que lo que ha venido presentándose como “espíritu español”, apenas está impregnado de catalanismo, cuando debería haber sido uno de sus ingredientes principales. Bien distinto nos hubiera ido, muchas desventuras nos hubiéramos ahorrado de haber ocurrido así”

“Sólo los que por razones de la vida, hemos tenido la suerte de que nuestras familias fueran a residir allí, pudimos darnos cuenta de las enormes diferencias que hay entre lo que se cree en el resto de España que son los catalanes y lo que son en realidad…Y no me refiero solo a la laboriosidad, al sentido organizador y de empresa, a la iniciativa. Me refiero a algo más valioso y raro: a la mezcla de tradición y modernidad que hace a los países a la vez estables y dinámicos…”

No, no voy a entrar en honduras. Así que no se preocupen  mis buenos amigos y las personas que me quieren, porque soy consciente de que aquellos temores de Carrascal en 1978 han derivado a que el suelo social sea hoy muy resbaladizo. Pero déjenme que les diga, en la línea de lo que escribió el articulista, que sí que me preocupa ese gran desconocimiento que existe sobre Cataluña en el resto de España y que para los que sin ser nacidos aquí nos sentimos arraigados –llegué a Barcelona hace 22 años- llega a resultarnos muy difícil de soportar. De forma distinta, pero incluso más ácidamente y con cierto sentimiento de orfandad, cosa esta última que los catalanes de toda la vida no tienen que padecer en la tierra que les vio nacer.

El asunto es y será de tesis, cuando el paso del tiempo permita ver las cosas desde la distancia.

Javier Zuloaga

viernes, 4 de noviembre de 2011

EL INQUIETANTE VALOR DE LA PALABRA

El asunto:

Alguna relación debe guardar la creciente preocupación de articulistas y periodistas por el valor de la palabra, con los momentos que vivimos. De forma más cercana puede que las elecciones generales abren los ojos y el apetito de quienes se detienen a comparar el parecido entre lo que se dice y se pregona, con lo que después se practica. Y más sesuda y lejanamente –casi para expertos- se vuelve una y otra vez a tocar el fondo de la cuestión, el uso premeditado y malsano de la palabra y el lenguaje  en diferentes niveles de pobreza y perversión.

“El País” publica hoy un potente artículo de Lluis Duch y Albert Chillón, "La corrupción del discurso", en el que apuntan que políticos, periodistas, profesores, financieros y empresarios , consumen una suerte de neolengua que ha acabado por reducir el polifacetismo y la complejidad del mundo , en el fondo la riqueza de su variedad, a “una jerga tecnocrática y opaca”.

Bajo la sombra de lo que llaman pujante corrupción del discurso de hoy, distinguen, para el lector, entre los peligros de la negligencia expresiva y el fraude voluntario. Y ambos, dicen los autores,  acaban pasando inadvertidos y son aceptados como válidos en los tiempos de crisis global como los que vivimos.

Se “empalabra” la realidad -dicen, en una retórica muy gráfica- dentro de un marco de depauperación lingüística , que puede llegar a poner en jaque a la convivencia y a la democracia misma. Es un escalón previo al de la perversión del discurso, que puede que esté acercándose a la pandemia . La “anemia léxica”,  la “dejadez sintáctica”, el desprecio al matiz y la saturación de tópicos y muletillas, hermanas menores de la tergiversación de la certeza y la conversión de una burda mentira  en cosa hecha, suelen ser síntomas para hacer un diagnóstico certero.

El asunto preocupa, yo ya dije algo en mi anterior artículo “El error y la verdad” y tal vez ese sea uno de los atractivos del sexto seminario sobre lengua y periodismo, organizado en octubre  por la Fundación BBVA y la Fundación San Millán, en las tierras en las que nació el castellano en la que periodistas y profesores  sesudos apuntaron a los peligros de lo políticamente correcto. Alex Grijelmo, Presidente de Efe, la profesora Martínez Lagunilla, de la Universidad Autónoma de Madrid, Ernesto Ekaizer, Pío Cabanillas y Borja Puig de la Bellacasa, hurgaron, entre otros,  un poco en este asunto.

De lo que la crónica de “La Vanguardia” publicó el 3 de octubre sobre lo que allí se dijo:  "El lenguaje. ¿Herramienta o arma?" , me quedo con la frase lapidaria del último de los mencionados, veterano director de Bassat Ogilvy, no porque la comparta en su totalidad, pero sí porque apunta a los mismos peligros del artículo de Ducho y Chillón que he comentado al comienzo de este artículo. “Lo políticamente correcto se ha convertido –dijo Puig de la Bellacasa- en una perversión del propio lenguaje y distorsiona la realidad. La soberanía popular está cada vez más alejada del poder clásico, cada vez hay más ciudadanos desconectados de la realidad”

Como anillo al dedo viene esa última afirmación con la magnífica descripción que el periodista Benjamín Prado hizo en “El País” el pasado 27 de octubre, con una gran pieza: "Lo probamos todo...¿sin comprender nada?", en la que le hinca el diente a las consecuencias perversas  de echarse en los  brazos de la Sociedad de la Información desde el “picoteo”, esa vía de adquirir conocimientos por la vía de la curiosidad framentaria.

"Es cierto que en Internet ya no se navega, solo se surfea –el periodista cita al director de cine Fernando León de Aranoa- porque el usuario se ha vuelto promiscuo: al menor indicio de decepción, cambia de ola. Hay menos compromiso, menos fidelidad y por añadidura una mayor pasividad, porque ahora son los contenidos los que salen en tu busca, y no al revés. Eso lo cambia todo, empezando por el periodismo, porque como la volubilidad es una amenaza continua, los titulares de los periódicos se vuelven promesas, ganchos, son un ejercicio de seducción que busca más atraer al lector que enunciar la noticia. ¿Afectará esto también a la música, al cine? ¿Se convertirán los primeros actos de las películas en imanes que garanticen la descarga completa del producto? ¿Empezarán un día las canciones por el estribillo?”

“La cultura del picoteo – escribe después Benjamín Prado- del querer meter la cuchara en todos los platos del restaurante para hacerse una idea de su sabor, tiene aquí su máxima expresión y ha transformado por completo a los aficionados, que si antes seguían a un artista en particular o un género específico, ahora lo degustan todo, para hacerse una idea y porque, al fin y al cabo, no hay que pagarlo”



Al margen.-

Hace un par de semanas me encontré con un compañero de trabajo al que hacía tiempo no veía. Habíamos quedado para nada en concreto y era, por ello, un encuentro de aquellos que no tienen mayor trastienda que el interés mutuo por saber cómo iba la vida del otro. Una vez sentados, sólo no separaban unos platos, unos cubiertos, una sabrosa carne de cordero a la brasa y un buen vino.

Es un ampurdanés nacido en Albons – entre la Escala y Torroella de Montgri-  que a fuerza de pasar bajo el aro de la complejidad de las letras de las leyes que estudió  en la Facultad de Derecho, decidió refugiarse finalmente en la Filología catalana y castellana de Pompeu Fabra y María Moliner.

No había guión ni orden del día, pero el peso de los años vividos  y la reiteración de los recuerdos, nos llevó a la  nostalgia por lo fascinante, por la magia de esas cosas que han sido, o hemos convertido,  en maravillas que hemos conocido y que ya no lo son tanto. No hablamos ni de los grandes problemas del mundo, ni de la crisis, ni de las elecciones…ni de futbol.

Le pregunté sobre la vida que lleva, qué había hecho aquella mañana. “Pregúntaselo a mi nieto- dijo- que esta mañana me ha sacado de la cama a las ocho y me ha tenido rondando por el parque hasta las diez… ¡en ayunas!”

Javier Zuloaga

lunes, 24 de octubre de 2011

EL ERROR Y LA VERDAD


“Cuando el error se hace colectivo, adquiere la fuerza de una verdad”.



Son dos líneas que estaban escritas, con caligrafía inglesa, en el anverso de
un pequeño trozo de cartón que, hace pocos días, cayó al suelo cuando ojeaba
entre las páginas de un libro que fue impreso hace 57 años en Palma de
Mallorca.

Su título es Diccionario de aforismos, proverbios y refranes, una
compilación de frases que el hablar popular ha ido incorporando a un uso
ejemplar de la lengua, como si fuera un recordatorio de lo que se ha de hacer,
o no, ante problemas o dilemas que las personas han tenido que resolver desde
que la memoria existe.



La frase, sin embargo, no figura en ninguno de los dichos o refranes del volumen,
pero su autor deja de ser desconocido cuando sitúas todas sus palabras, una
detrás de otra, en la barra del buscador de Google.
Se trata de una reflexión de un sabio francés que vivió a caballo entre el final del XIX y el comienzo de XX y que, además de médico, arqueólogo, antropólogo, psicólogo social y sociólogo, hizo incursiones muy potentes en la física, hasta escribir un libro, “La Evolución de la materia”,
en el que defendió, entonces, la gran energía que puede llegar a desprenderse de un átomo.


Su nombre era Gustave Le Bon y, siempre sin abandonar su carácter polifacético, adquirió mayor relevancia, y especial influencia, en su capacidad para discernir sobre el comportamiento del rebaño humano. Dos obras, “Las leyes sicológicas” y “La sicología de las multudes”, motivaron, según los conocedores, la crítica y la réplica de Sigmund Freud en en su “Psicología de las masas y análisis del yo”.

Aunque no esté probado, se piensa que también quienes trabajaron para Adolf Hitlert en “Mein Kampf” (Mi lucha), leyeron con detenimiento la obra de Le Bon, de forma muy especial todo lo relativo a las técnicas de propaganda.

Aquel cartoncillo y su lapidaria frase me han llevado a reflexionar –era imposible no hacerlo- sobre las cosas que ocurren a nuestro alrededor. ¿Serán verdad?, ¿Serán un error?, son dudas que me asaltan ahora cuando algunas evidencias clarísimas me vienen a la cabeza. Sé que el planteamiento de Le Bon puede acabar siendo destructivo y que tampoco debemos sostener nuestra visión del mundo sobre la fina puntería de una frase sabia como la del pensador francés.
Pero no deja de ser, en todo caso, una herramienta útil para saber mirar las cosas un poco mejor y alejarnos, de esta manera, de la miopía.

Buena parte del populismo y del éxito de líderes públicos carismáticos, vienen del mundo del error o de la nada, del vacío, sobre los que se han volcado todos los fantásticos recursos de la mercadotecnia, las campañas de imagen y un uso hábil de la demagogia.

En la política y fuera de la política.


En marzo de 2008 escribí, en este mismo blog, un artículo que se titulaba Cambalache. Pinchen, léanlo y si tienen tiempo, vuelvan a pinchar al final de ese texto y escuchen el tango inolvidable compuesto por Enrique Santos Discépolo. Es una visión desgarrada de la vida, tanto, que los militares que gobernaban Argentina en la segunda mitad de la década de los setenta, lo prohibieron aunque evidentemente no consiguieron borrarlo de la cabeza y el corazón de los argentinos.

Si Le Bone y Discépolo se hubieran conocido no hubieran hecho buenas migas, ya que mientras el primero buceaba en el mundo en el que el error –o su hermana mayor la falsedad- pueden convertirse en verdad o en una ensoñación, el segundo se conformaba con decir aquello de que:


¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!

Menos mal que de vez en cuando, ahora, podemos cazar al vuelo ideas que nos sitúan en
el equilibrio: “Cualquier excusa es buena para no tener que pensar, para no tener que cambiar. Si la estructura de la materia cambia, ¡cómo no vamos a cambiar nosotros de opinión”.

La frase es de Eduard Punset, en una entrevista que Juan Ramón Lucas la hizo en RNE.

domingo, 15 de mayo de 2011

sábado, 26 de marzo de 2011

NACE "LIBRERIA LIBERTAD", TERCERA NOVELA DE JAVIER ZULOAGA



"Librería Libertad" es una historia de intriga ambientada en el Raval de Barcelona, en la que confluyen cuatro personas que, por la lógica de sus biografías, nunca deberían haberse conocido: Ryan, un camello de haschis de medio pelo que, después de años de cárcel, se gana la vida como mimo en Las Ramblas; Didac, un cura que decidió colgar los hábitos y tirar su alzacuellos por una ventana; Jordi, policía durante sólo un día que creció confundido por el rencor familiar y Laia, hija de la alta burguesía de Barcelona que vive entregada a la causa antisitema y conspira para boicotear la cumbre de Barcelona. Javier Zuloaha ha escrito una novela coral sobre la Barcelona de nuestros días, por la que transitan también personajes del pasado, como Encarna, la Miliciana, que nos lleva al Raval de la Guerra Civil y los años de la inmediata postguerra. "Librería Libertad es un retrato divertido y en ocasiones desgarrado, de los héroes de ayer y los ingénuos de hoy.




    El Periódico.-





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