sábado, 7 de mayo de 2016

¡Y NO HA PASADO NADA!, ALCALDE MUSULMÁN EN LONDRES


Acabo de ver las noticias sobre la toma de posesión del ciudadano británico de origen paquistaní –y de profesión religiosa musulmana- Sadiq Khan, como nuevo alcalde de Londres. 

Una vez más, pienso, los británicos caminan muy por delante de nosotros. Y cuando digo nosotros no sólo me refiero a los españoles, que también, sino a quienes formamos parte de la UE y también – y esto no es menos importante – de la mismísima gran colonia de la corona inglesa, EE.UU.

¿Se imaginan a un equivalente de Sadiq Khan asumiendo la alcaldía de Nueva York?, ¿O a un musulmán francés, hijo de magrebíes, al frente del municipio de París?, ¿O de Madrid?, ¿O de Berlín?.

Hace unos meses leí que algo equivalente ocurría en Francia tras una presidenciales, en la novela de Michel Houllebecq, “Sumisión”, en la que el lector se sorprendía –o atemorizaba- ante la llegada de un francés de religión musulmana a la presidencia  francesa. La misma Francia de las revueltas sociales y los atentados radicales.

Pero en Londres los ingleses, nos dicen que no pasa nada, que Sadiq Khan puede ser alcalde de la capital del Imperio Británico y coincidir con la nonagenaria reina Isabel cualquier día de estos. No pasa nada…claro que no, porque en su toma de posesión en la catedral cristiana de Southpark, el nuevo inquilino de la City Hall, ha dicho “Estoy orgulloso de que Londres haya elegido la esperanza antes que el miedo, la unidad antes que la división”.

Tras él, junto al altar, estaban el representante de la comunidad judía, con su kipá y una mujer musulmana con el hiyab…y a su derecha el obispo titular de la catedral anglicana con su faja roja bien a la vista. ¡Y no ha pasado nada!.

Cuando he viajado a Londres, un par de veces, me ha llamado la atención la normalidad con que los habitantes de aquella capital aplican a su convivencia con los indios, paquistaníes, árabes o maorís, entre otros, que han echado sus raíces allí y mantienen sus señas de identidad –y sus religiones- tres generaciones después.

Son admirables, aunque también es cierto que lo de ellos ha sido menos compulsivo, poco a poco, al tiempo que se independizaban sus colonias, al tiempo que mantenían, casi siempre, sus intereses económicos en aquellos territorios que un día pertenecieron a la Commonwealth.

Puede que algo tenga que ver su insularidad, la que la mantuvo más a resguardo de las beligerancias imperialistas, salvo de la de los vikingos que llegaban de los países nórdicos.

Javier ZULOAGA

martes, 3 de mayo de 2016

LOS UNOS Y LOS OTROS …Y ALMUDENA GRANDES


A veces ocurre que, tras leer un buen libro, se te refresca la memoria y vuelven, a la antesala de tus recuerdos, esas sensaciones que un tiempo atrás removieron lo mejor de ti como persona y que habían quedado diluidas  en la sobreabundancia de las cosas nuevas. Creo que nos ocurre a todos y que si hurgáramos un poco más en  en el gran caldero de las cosas vividas, nuestra sensibilidad mejoraría bastante.

Dicho de otra manera, que rebuscar en nuestro pasado y pinzar aquellos momentos que aún nos emocionan, nos devuelve parte del calor humano que perdemos cada día… aunque sea volviendo a historias pasadas, a caballo de la nostalgia.

Por eso es bueno leer buenos libros, porque los grandes escritores, en este caso escritora, hacen de su ficción una gran copia de seguridad de lo que, casi sin darnos cuenta, hemos acabado olvidando y…ahí es nada, nos abren los ojos para que veamos que lo que está ocurriendo a nuestro alrededor tiene tantos y tan dramáticos rasgos como aquellas historias que nos erizaban el vello años atrás y aún hoy nos emocionan.

Sí, he leído Los besos en el pan, de Almudena Grandes, sobre la que más adelante escribiré para compartir con ustedes qué emociones ha resucitado en mi cuando he pasado la última página.

La música clásica, la gran música, me fue indiferente hasta el comienzo de los ochenta. Yo había sido educado en una familia en la que únicamente mi madre se encargaba, con sus discos de La Verbena de la Paloma, Los Gavilanes y El Caserío, de recordarnos lo que era una gran orquesta. Pero los ojos –además de los oídos- se me comenzaron a abrír cuando fui al cine a ver Los Unos y los Otros, una emotiva película en la que varias familias viajaban a lo largo del tiempo, desde los momentos de mayor crudeza de la Segunda Guerra Mundial hasta la resaca de toda la barbarie que produjo en cada una de ellas. Sí, como lo de la trilogía Century  de Ken Follett, pero treinta años antes de que el maestro galés nos hiciera su gran regalo.

En Los Unos y los Otros de Claude Lelouch, que también dirigio Un hombre y una mujer, aparece la vida de cuatro familias, la de una bailarina rusa, un pianista alemán, otro judío que se enamora de una violonista francesa y el líder de una banda da jazz. Nos hizo viajar por el drama de sus vidas y nos llevó, veinte años de celuloide después, a un espectáculo de música y danza en el que quienes estábamos sentados en la butaca del cine, sentíamos que los pelos de la emoción se nos ponían de punta al escuchar El Bolero de Maurice Ravel.

 No sé a otros, pero a mí se me abrió el apetito por algo que –lo digo sin complejos- no me había ocupado ni preocupado. Lo de lo apoteosis final de aquella película, así lo veo hoy, treinta y cinco años después, despertó el interés de muchos millones de palurdos musicales como yo, que no habíamos tenido ocasión de cruzarnos, ni de detener nuestra atención en la mejor música, en la que varias decenas de instrumentos acaban uniendo sus notas de forma maravillosa.

Y ayer, como decía líneas arriba, acabé de leer Los besos en el Pan y sentí algo parecido pero con matices. Había leído, no hace mucho, Las tres bodas de Manolita, un relato descarnado y auténtico de lo que pasó entre los perdedores de la Guerra Civil española cuando el franquismo echó a andar. No fue un descubrimiento como el de la música en el cine, porque a nadie que naciera en los años cincuenta y fuera mínimamente ilustrado y curioso se le podía escapar el drama de aquella postguerra.

Pero Almudena Grandes te pone delante de los ojos un relato que engancha por su gran calidad narrativa y la crudeza de todo lo que vas leyendo. Al acabar, lo reconozco, resoplé mientras me decía que los españoles somos unos bárbaros y que puede que no tengamos remedio.

Y ahora, tras leer Los besos en el pan pienso que además, vivimos al margen de lo que ocurre a nuestro alrededor, o que simplemente no queremos abrir los ojos para que las cosas duras no nos corten la digestión. Almudena Grandes, como me ocurrió con la apoteosis musical final de Los unos y los otros, me ha ofrecido una antología del drama social que se vive en las calles por las que esta mañana he paseado.

El libro es la suma de muchas historias tiernas y duras, algunas durísimas, que se pueden dar en un bar de una calle de nuestra ciudad, o en un centro de salud de un barrio que va a cerrar para optimizar, alejándola, la atención médica a los ciudadanos, o la soledad de quien decide quitarse de en medio porque no ha encontrado mejor compañero que una botella… o unas historias de solidaridad entre ciudadanos auténticos, o  de amor de dos jóvenes revolucionarios.

No destriparé más el contenido porque sería un mal agradecimiento a un libro al que le debo algo importante y que merece la pena ser leído. Se lo recomiendo.


Javier ZULOAGA