lunes, 28 de noviembre de 2016

LEER “PATRIA”, DE FERNANDO ARAMBURU


Pertenezco a una generación que, por lo general, veía que el término “Patria” era una especie de monopolio de los vencedores de la Guerra Civil española, además de la leyenda de las puertas de entrada de los  cuarteles de la Guardia Civil, “Todo por la patria”. Lo del patriotismo, el otro,  tenía más que ver con capítulos ejemplares de nuestra historia, como los sitios de Zaragoza, Gerona o el asedio de San Sebastián y era también la proclama general en los procesos de emancipación de las colonias respecto a las metrópolis, ¡Viva la patria!.

El uso del término patria entre aquellos jóvenes de los años setenta resultaba sospechoso y  por ello estigmatizaba. Eso era al menos lo que hemos vivido en España, en la que la patria española, la bandera y su himno crean todavía más conflictos que soluciones. Y no creo que esto cambie, ni tampoco me parece que sea tan dramático.

Pero lo de la Patria está reapareciendo tímidamente con nuevos bríos, esos que surgen como alternativa a los sistemas políticos que fracasan o atraviesan momentos de debilidad.

Aún no hemos acabado de digerir la victoria de Donald Trump, construida  sobre la nostalgia de una Norteamérica en blanco y negro que ha llenado los pulmones patrióticos de sus  votantes  mientras culpabilizaba de casi todo a la globalización y el liberalismo económico, cuando vemos que Pablo Iglesias, el nuestro, defiende que para él la patria es “su gente”.

Sí, la patria al otro lado del Atlántico, en el país de David Crockett, puede estar en un futuro por encima de pactos y alianzas que parecían intocables. Y también aquí, para definir a movimientos  de personas desamparadas, provocando emociones electrizantes que podrían recordar a las que se aprecian en los oprimidos de Los Miserables. Y muchos ejemplos más que, dicen, irán llegando pronto.


Pero cuando acabas de leer “Patria” de Fernando Aramburu, las emociones patrióticas no son ni en blanco y negro, ni se sustentan en nostalgias de conveniencia, ni describen pastoreos emocionales. Lo de esta gran novela es real, duro y lleva al lector, sin contemplaciones, al drama del terrorismo vasco en sus últimos capilares. No, no va de héroes y la ficción te traslada a dos familias unidas y separadas por ETA.

Aramburu, como ya hizo en “Los peces de la amargura” y “Los años lentos”, te lleva a las últimas consecuencias del problema terrorista vasco, a lo que ocurre  en las casas de Bittori y Miren, en las que han vivido la víctima y el terrorista y en las que sabe describir con una gran pluma y enorme sensibilidad, hasta dónde llegan el odio, el rencor, el miedo y la mala conciencia.

Y todo arranca cuando la banda terrorista anuncia que deja las armas y los asesinatos por la espalda, la bomba o los excesos en la lucha antiterrorista, han acabado ya. Empieza el día después de la batalla, con unas heridas que ya no sangran pero que resultará difícil cicatrizar. Hoy el problema es ese, el que se deriva de una sociedad que va a tardar en olvidar, especialmente en los escenarios no urbanos, en esos lugares en los que todos se conocen.

Al acabar “Patria”, me he preguntado si algún día los colegios, vascos y no vascos, enseñarán a los escolares lo que fueron más de cuarenta años de terror. Y me he dicho que no, que será imposible, no ya por la dificultad que tendrán los historiadores para coincidir en el relato, sino por la imposibilidad de medir en un libro de texto la trascendencia humana de aquel drama. Por ello la obra que ha escrito Aramburu - que sólo puede ofender a los fanáticos- es una gran aportación.

Muchas gracias

Javier ZULOAGA