lunes, 19 de marzo de 2012

RIESGO Y SU PRIMA

La velocidad con la que corre la vida y la sucesión de cosas relevantes que solapan a otras previas no menos trascendentales, provocan que las personas tiendan a quedarse solamente con los hitos y no puedan reflexionar demasiado sobre las consecuencias que éstos tienen. No me refiero a gestas deportivas ni a éxitos musicales que acaban alimentando sanamente nostalgias o desempolvando orgullos de pertenencia, sino a aquellos asuntos que nos acaban afectando individualmente aunque a veces no nos demos cuenta de que así está ocurriendo.

Uno de los momentos que mayores emociones ha despertado en los tiempos modernos ha sido la caída del Muro de Berlín, en 1989. Todo lo que ocurrió después, el final del Pacto de Varsovia, la reunificación de Alemania y el renacimiento de países que, aunque existían, nunca habíamos estudiado cuando en el colegio nos explicaban la división geográfica de la Tierra, nos parecía suficiente para pensar sobre lo que estaba ocurriendo, aunque no tardaron en aparecer conclusiones más rotundas.

“Ha fracasado el modelo comunista” fue una afirmación muy extendida, que obtuvo  el convencimiento de millones de personas cuando leían o escuchaban lo que iba ocurriendo en Moscú y en Rusia. Casi de un plumazo se guardaron en el armario las banderas rojas y se desempolvaron las de los zares. Todo lo de antes desapareció y nacieron con velocidad pasmosa bastantes ricachones rusos, millonarios de toda la vida, sobre los que no pocos se preguntan si no serán, en buena parte, los mismos que manejaron la maquinaria del dinero en el esplendor y desastroso final de la URSS. ¿Se acuerdan de "¡Good Bye Lenin!" ?.

Aquella película, cargada de ironía, explicaba de qué manera un joven alemán de la RDA se las veía y se las deseaba, para ocultar a su madre los cambios que se habían producido en la apariencia de un Berlín-Este invadido por los signos del consumo capitalista al tiempo que las enseñas bolcheviques eran retiradas de la vía pública. La madre de aquel joven  había pasado varios años en coma y con el Muro aún entero, fue una dirigente comunista muy comprometida. Su hijo quería evitar que sufriera un sofocón letal al conocer la verdad sobre lo ocurrido.

Era el final de los Bloques, nacidos tras el final de la II Guerra Mundial. Y todo lo que pasaba en el comunista, que económicamente se estaba haciendo migas, nos llegó durante mucho tiempo en clave de éxito del otro, del capitalista.

Más de 20 años después, todo es distinto, tanto en apariencia como en trasfondo. Rusia no está en la ruina y la diferencia entre sus clases sociales es abismal, tanto que harían morir de horror a los padres del marxismo si pudieran asomarse y mirar. Y nosotros, los del otro bloque, nos levantamos cada mañana  pensando qué dirán de nosotros los mercados y como se comportará con nuestra deuda el señor Riesgo y su prima. Grecia languidece, Portugal sufre y nosotros, los españoles, con estos pelos.

¿Ha fracasado el capitalismo?, se podrían estar preguntando ahora aquellos comunistas que en 1989 vieron como se les venían abajo unos principios que parecían tan sólidos e intocables como aquellos del liberalismo económico con los que se llenaban los pulmones en lo que se consideraba  “mundo libre”.

En 1980 llegué a Argentina para vivir dos años y trabajar en la Delegación de EFE. Fue un tiempo intenso e interesante en el que tuve la oportunidad de empezar a comprender que todo esto de la economía es una cuestión muy compleja. Bastantes años después he logrado comprender algunas de las barbaridades que entonces nos hacían enmudecer a los venidos de fuera. Se lo contaré muy gráficamente.

Yo tenía entonces dos hijos y solíamos coincidir con otros españoles, también con descendencia y de parecido destino profesional. Nos veíamos en los jardines de Palermo o en la plaza de la Recoleta de Buenos Aires. Nos sentábamos bajo la sombra de un ombú (ficus gigante) y pasábamos bastante tiempo mejorando nuestra técnica para empujar el columpio mientras mirábamos las terrazas de las cafeterías que estaban a pocos metros. Todos teníamos unos sueldos dignos en España, pero que apenas daban para lo justo en aquella Navidad de 1980. Aquellas terrazas eran un horizonte inalcanzable.

Un año después todo había cambiado y éramos nosotros los pocos clientes, muy pocos, que se sentaban en aquellas mismas terrazas del Buenos Aires más elegante. ¿Qué había ocurrido?. No nos habían subido el sueldo y lo único que pasaba era que se había acabado el espejismo que en Argentina produjo la política monetarista inspirada en la llamada Escuela de Chicago, pionera de la liberalización de los mercados financieros. Su prócer fue el premio Nobel de Economía del año 1976, Milton Friedman.

En 1980, Un dólar tenía una equivalencia de 2.000 pesos mediante la aplicación de la llamada “tablita” de cambios oficiales decida por el Gobierno militar. Un año después, con el virus de la desconfianza extendido tanto  en los mercados internacionales, como entre los propios argentinos, cada uno de nuestros dólares se pagaba, en el mercado negro, a más de 30.000 pesos.

Era cuando comenzaba a hablarse ya entonces del “riesgo país”, seguramente familiar lejano de esa prima que mide la sensación de peligro que italianos y españoles provocamos en los mercados inversores y que, pese al parentesco, nos quita el sueño más de un día.

Javier Zuloaga