miércoles, 10 de septiembre de 2008

NO HABLAR EN BLANCO Y NEGRO

¿Podría un gitano de Sacromonte, español con diez generaciones atrás, ser Presidente del Gobierno de España?. Por supuesto que sí, si así lo decidieran los españoles.

Sería además la demostración de que en este país, en donde durante mucho tiempo se ha sobrentendido que los que hablaban caló eran sospechosos de cualquier cosa mala y ser apresados, por ello, por una pareja de la Guardia Civil, se ha vuelto definitivamente multiétnico.

Pero seguro que un cierto espanto se extendería entre los más añejos, aquellos que piensan que las tradiciones y el cambio son inconciliables y que es malo romper con los moldes sobrentendidos.

En España, cuando llegue el año 2010, la población extranjera será un 14% de la total y hay quien vaticina que esa proporción podría ser de un 27% cinco años después. En localidades como Mojacar, el 40% del censo lo componen ciudadanos no nacidos en España y los británicos son mayoría entre ellos.

Ucranianos, rusos, alemanes, latinoamericanos, africanos, asiáticos… todos, entran en esta nueva sociedad que día a día crece, acogiendo e integrando, en diferente medida, no solo a personas venidas de lejos, sino también a los estilos de vida que traen bajo el brazo.

Nos está ocurriendo lo mismo que a los primeros colonizadores del Cono Sur americano cuando vieron llegar, en los años cuarenta, a los grandes aluviones de emigrantes europeos; a los italianos que implantaron los ñoquis en Buenos Aires, a los alemanes con su chucrut, a los gallegos con su lacón con grelos o los turcos con sus mezés.

La multirracialidad viene de antiguo y ha dado lugar a realidades importantes, a buenos ejemplos. Argentina, de la que escribía en el párrafo anterior, ha tenido presidentes con orígenes en la Italia más pobre, e incluso en la imperial Constantinopla…Menem, Alfonsín y mucho antes Pellegrini, Urquiza, Mitre, Sarmiento, Saenz Peña, Uriburu, Alcorta…etc, etc.

Pero se parecían físicamente. Había solo pequeñas diferencias.

Kissinger, judio alemán y Nóbel de la Paz tras una de las guerras más absurdas y lejanas que se recuerdan en Norteamérica; Sarkozy, descendiente de húngaros y ahora primer pregonero de la grandeur francesa; de Valera, padre de Irlanda e hijo de un hispanocubano casado con una celta de aquella isla yerma… la historia está plagada de ejemplos de la generosidad de las tierras para quienes se integran en ellas hasta confundirse con los del lugar y llegar incluso a gobernar.

Pero lo de ahora en Estados Unidos tiene más calado y, por ello, será mucho más trascendental si los americanos deciden, o no, dar la presidencia a Barack Obama.

Con ocasión de la carrera presidencial y la victoria del senador por Illinois sobre Hillary Clinton, han renacido de los archivos fotográficos imágenes retrospectivas del movimiento negro en busca de las libertades, las últimas estampas de Luther King en Memphis y la gran multitud que le rodeó en Washington. Owens ha renacido de sus cenizas de la mano del humillado Hitler. El “black power” de los Juegos Olímpicos de Méjico. Todo lo negro, ahora afroamericano, está en el tapete de los Estados Unidos y, por extensión, del resto del mundo.

Aquí, lo que se juega, es un auténtico órdago de grandes dimensiones, tanto si gana o pierde el candidato, hijo de keniano, que enseña Derecho Constitucional en la Universidad de Chicago.

Los afroamericanos descienden de aquellos africanos que fueron sacados de su tierra por los negreros portugueses, ingleses y españoles, que buscaban mano de obra con la que sustituir a los aborígenes de las nuevas Indias, exterminados o reducidos a un papel folklórico o de atracción turística. Eran los braceros de las plantaciones de Alabama, los barrenderos de San Luis o los estibadores de menor rango de los puertos atlánticos de los Estados Unidos.

Desde el asesinato de Linconl y la Guerra de Secesión, aquellos norteamericanos de segunda fueron subiendo por los peldaños de la dignidad social y se sentaron en las alcaldías, en las cátedras de las universidades, en los estrados de los más altos juzgados y llegaron a las puertas de un protagonismo que ahora, a través de Obama, piden que sea en igualdad de condiciones que los norteamericanos de color blanco.

Colin Powel y Condoleza Rize, al frente de la política exterior de Washington pueden representar ese progreso gigantesco de la población de color y mulata, arrollador frente a un Ku Kus Klan que ni siquiera tiene un peso testimonial, o a núcleos urbanos como los Angeles, en donde el racismo –magníficamente descrito en la galardonada Crash – se resiste a desaparecer en algunos sectores de su policía.

Lo del progreso político de los afroamericanos ha sido tan espectacular en la política, como el papel de los estudiantes indios y los chinos en las aulas y los laboratorios de las universidades californianas y el Este de los Estados Unidos. Por ello, gestos como el del nombramiento de Rachida Dati como Ministra de Justicia en el gobierno de Sarkozy, no alcanza, sin dejar de ser un paso importante, la dimensión de lo ocurrido en Norteamérica.

Pero lo del próximo noviembre es mucho más. Se trata de poner en manos de quienes han luchado contra la discriminación racial hasta reducirla a un nivel testimonial, la representación del poderío de los Estados Unidos ante el mundo. Las elecciones norteamericanas son, por esta razón, un test para saber si la desaparición de las reticencias raciales norteamericanas es real, o sólo aparente, porque están agazapadas en los sentimientos más personales de una parte mayoritaria de su población.

Ahí está el asunto, en que es también una cuestión de sentimientos, difícil de predecir, pero que en cualquier caso no resta mérito a la gran lección, en el ejercicio de las libertades ciudadanas, que están dando todos los norteamericanos.

Queda ya poco tiempo y las piezas de los dos grandes partidos se mueven con sumo cuidado. Los dos candidatos hablan de casi todo, hacen guiños a los votantes de su contrincante pero coinciden en una misma estrategia: no hablar de colores, ni del blanco, ni del negro.

Debe ser porque saben que en un mal uso dialéctico de la negritud, les puede ir la victoria o la derrota.

Javier Zuloaga