jueves, 3 de diciembre de 2015

LOS CORSÉS DEL PERIODISMO

Han pasado tan sólo unos días del primer gran debate político en la edición digital de un gran diario, “El País”, en el que los candidatos a relevar al Partido Popular en el gobierno de España, mostraron sus ideas. Fue un gran éxito. Y no sólo por su repercusión, sino también por lo que aquellas dos horas tuvieron de saludable ruptura de los corsés que han marcado las líneas del mundo del periodismo. No ha sido la primera vez, ya lo sé, pero su oportunidad lo ha convertido en el comienzo de algo importante. Al tiempo.

Sí, aquello de las fronteras entre  los periódicos, las radios y las Tv,s está comenzando a saltar a pedazos, de la misma manera que las emisiones codificadas de televisión ya no tienen casi que ver con las antenas parabólicas.

Sí, la Sociedad de la Información se los ha comido a todos casi de un bocado y aunque puedan seguir llegando a sus lectores/oyentes/televidentes a través de los canales tradicionales, el futuro va a ser muy distinto. Todo llega ya a todos a través de los artilugios con los que podemos conectarnos a internet. No hay vuelta de hoja y aunque no se trata de un tsunami, si se parece a una duna que, muy poco a poco, está enterrando al actual modelo de la información en el penúltimo capítulo de la historia del periodismo.

Hace casi diez años me matriculé en un master de la Universitat Oberta de Catalunya, UOC, sobre la Sociedad de la Información, que no llegué a acabar por falta de tiempo, pero en el que  pude percibir la que se nos venía encima. Todo aquello parecía tan futurista como  teórico, pero lo cierto es que me abrió los ojos por dos razones principales: porque ya existía y porque lo único que faltaba era su extensión a los hábitos de las personas. Y a eso, ya hemos llegado.

Poco después me hice cargo de elaborar un plan de comunicación para una gran institución. Eran momentos de cambios tecnológicos y de una dura crisis económica que acogotaba los presupuestos de los medios, principalmente los audiovisuales. Había mucha crisis y muy poco dinero para enviar a un cámara a cubrir un evento. Se trataba, pensamos, de echarles una mano y conseguir al mismo tiempo que contaran nuestras historias bien ilustradas.

Cuando diseñé con mi equipo las líneas de lo que nos proponíamos hacer y me preparaba para explicárselo a la alta dirección, la profesional que sabía más que todos los demás de qué iba aquello de las TIC,s  – una canaria de curiosidad inacabable- me sugirió que no me entretuviera demasiado en explicar a mis jefes los detalles de lo que era un “streaming”, ya que la única diferencia entre esa maravilla y el directo-directo eran tan sólo unos cuantos segundos. Le hice caso a medias, ya que quería cubrirme las espaldas en un asunto tan peliagudo no fuera a ser que alguien nos descubriera al ver que no coincidían las señales al televisar un concierto en Navidad: la nuestra en “streaming” y la directa-directa de un canal de televisión que decidiera ofrecer a sus espectadores el concierto íntegro o un corte de él. Ocurría hace siete años.

Sin ceremonias y bis a bis, fui explicando a aquellos directivos de que iba aquella novedosa manera de retransmitir las cosas, “es ahora, pero fue hace unos instantes”, “ocurrió hace unos segundos pero es como si fuera ahora”. Recuerdo que alguno me miraba extrañado y me decía que no me preocupara tanto en explicar algo que había salido tan bien. Y le hice caso.

Hoy ya no es novedoso, sino auténticamente real y  habitual. Y para muestra, el botón trascendental de “El País” el pasado 30 de noviembre. Aquella noche tuve la impresión de que los moldes ya se han roto y de que el papel impreso parece cada día más mustio y que el poderío político que supone conceder frecuencias de radio y  televisión será menor en un futuro. Y me alegré mucho.

Y como ya tengo algunos años, mi memoria ha volado a los problemones que teníamos en mi periódico en Burgos cuando perdíamos el correo de Miranda de Ebro a las cuatro de la madrugada. Y a las perforadoras de la cinta del teletipo. Y a aquellas ampliadoras Durst con las que mejorábamos el encuadre de las fotografías y a la irrupción del offset tras la muerte sin piedad de la tipografía y al entierro de las moviolas de 16 milímetros con las que trabajé en TVE.

Todo ha cambiado en un suspiro, sin que nos demos cuenta. Y tenemos la suerte de haberlo visto.

Javier ZULOAGA