sábado, 15 de diciembre de 2018

MIRAR POR EL RETROVISOR



“Me gustaría viajar al futuro, como en la película y mirar por el retrovisor a la España de 2020…¡¡¡UFFF!!!!”.

Si, este ha sido uno de esos “whats” que te salen de lo más profundo  y que, hace ya un par de días, envié a algunos amigos y amigas con los que comparto preocupaciones en los últimos tiempos. Cuando lo escribí, me asaltaban la incertidumbre, la preocupación y no poca inquietud… si… y algo de angustia

Como a muchos catalanes y españoles que vivimos en Cataluña.

Si. Hubo quien me dijo que no me lo tomara tan dramáticamente, seguramente con razón y también quien me comprendió enviándome un emoticono expresivo. Así fue, con muy pocas palabras, telemáticamente, adaptándome desde mi móvil a estos nuevos tiempos de la sociedad de la información. Si, sin prosas largas, yendo al grano emocional. Por eso escribo estas líneas.

He leído mucho, ¿quién se escapa? –y escrito bastante- sobre lo que ya todos coinciden en llamar “conflicto catalán” porque puede que sea en este término, en lo del conflicto, en lo que casi todos coincidimos, aunque, según nuestras ideas, lo hagamos desde ópticas diferentes  y también opuestas…y a veces enfrentadas.

¿Y cómo salimos de esta?, me pregunto. Y miro a la historia y –es de cajón- que todo lo que está ocurriendo evolucionará hacia una dirección y que, si miramos al relato de lo pasado en nuestro país tiempo atrás, resultará muy probable que se vuelva a repetir aquello de vencedores y vencidos y que, cuando se de carpetazo a este problema, se siga escribiendo y viviendo la historia desde el rencor y la gloria. No, no somos un ejemplo de grandes concordias ni de concesiones generosas a quienes no piensan como tú.

Sí, hace casi un año y medio publiqué en este blog, “Vivir en la épica” https://javierzuloaga.blogspot.com/2017/07/cataluna-vivir-en-la-epica.html. Si tienen tiempo se lo recomiendo porque no es más que una reflexión acerca del protagonismo que las emociones y su acertado o malvado manejo, pueden llegar a tener en la vida y en la deriva social. 

Lo que pensaba en julio de 2017, lo sigo pensando ahora. De la misma manera que esa inquietud nacía en mi cuando escribí y publiqué “La Isla de los Rebeldes” (El Aleph 2009) https://www.planetadelibros.com/libro-la-isla-de-los-rebeldes/200739.

Vivimos en un panorama de desasosiego y de bastante desconcierto. Dentro de seis días, Barcelona volverá a abrir los informativos y  -el día siguiente- las portadas de los diarios, con relatos de difícil comprensión. Las calles, las autopistas, los nudos de comunicación estarán colapsados porque se habrán echado de nuevo a la calle grupos activistas de perfil expeditivo que no lo tendrán muy difícil, si no se lo ponen . 

Manifestaciones de algunas instituciones de la sociedad civil catalana –otras no esconden su preocupación- que una vez más demostrarán como se moviliza al independentismo…Todo mientras se produce, o no, una foto de familia entre el los presidentes del Gobierno y la Generalitat que no tendrá  mayor trascendencia que la testimonial… aunque a veces son los pequeños gestos los que consiguen hacer virar el timón de la vida pública.

Por eso me gustaría viajar en el tiempo y mirar por el retrovisor para ver que ocurre en 2020. Hoy no lo veo nada claro.

Javier ZULOAGA

miércoles, 3 de octubre de 2018

¡INSENSATOS!



“Falta de buen juicio, prudencia y madurez antes de actuar”. Esto es lo que Google te dice  que es la insensatez, si bien la Real Academia Española concreta en “Necedad, falta de sentido o de razón”.

Esta mañana, al despertar, han venido a mi cabeza aquellas desesperadas llamadas al sentido común que mi madre nos hacía a mis hermanos y a mi cuando actuábamos de forma inconsciente y poco civilizada…si, recuerdo cómo lo hizo cuando mi hermano mayor y yo, con dos amigos - el hijo de un radiólogo de Bilbao y el de un farmacéutico- hicimos saltar en mil trozos los cristales de una casa que colindaba con nuestro jardín.

-¡Insensatos…sois unos insensatos!, nos decían nuestros padres antes de ir a ver a los vecinos espantados por nuestra insensatez, ¿salvajismo?, pedir mil disculpas y convenir cuando iría el cristalero para arreglarlo todo.

Si, fue así, pero teníamos entre diez y doce años y aquello no volvimos a hacerlo nunca más porque vimos claras las consecuencias de desastre.

Si, Ustedes intuyen bien, este recuerdo ha venido a mi cabeza cuando he pensado en lo que estamos viviendo aquí, en Cataluña, a donde llegué a vivir hace casi treinta años. Y lo he hecho al reflexionar que la insensatez, desde diferentes ópticas y con distintos niveles de responsabilidad –irresponsabilidad- es común en el reparto de este gran guión del denominado Proces, que ha sido escrito entre todos. Si, entre todos, porque nadie se salva.

Es insensato avanzar hacia delante dejando atrás tierra quemada. Hacerlo al aprobar leyes y proclamar independencias que pisotean las leyes propias, el Estatuto que exige dos tercios para cambiar una sola letra y una Constitución que en 1978 aunó los acuerdos de los herederos de las Cortes franquistas, socialistas, comunistas, nacionalistas catalanes y partidos de nuevo cuño. Ha sido una insensatez.

De la misma manera que a medida el problema crecía, según seguía rodando por el plano inclinado de la vida, quienes podían dar el alto al disparate –y así lo hicieron- pensaban que, sólo con el imperio de la ley, ya todo volvía al lugar de donde había partido. Fueron, han sido, unos insensatos al ignorar o no querer ver que todo lo que estaba extendiéndose  entre la sociedad catalana se llama malestar, frustración, ofensa, indignación… sí, de una parte importante de la población, lo suficiente, como para ir a las raíces del asunto. Con el cumplimiento de las leyes no bastaba, ni bastará, aunque han de cumplirse, faltaría más.

Son unos insensatos quienes  reducen  la solución del problema en la independencia de Cataluña, como si de su mano nos fueran a llegar  soluciones a los múltiples problemas ciudadanos. Si, como si fuera una panacea. Es una insensatez, tal vez calculada, no querer salirse del guión épico, de la provocación y manipulación mediática de emociones colectivas y de la irrupción en la vida ciudadana de la simbología cromática.

Y lo es también ignorar a quienes son  algo más numerosos aunque entre ellos conviven desde diferentes posturas y  matices. Es insensato, aunque soy benevolente al no aplicar otro calificativo, ningunear, despreciar…y tratar a esa gran parte de la sociedad como si no existiera o si su voluntad no contara.

Quienes vivimos aquí y nos sentimos ignorados, como quienes desde otros territorios españoles tampoco entienden que los políticos se ganen la vida lanzándose los trastos  a la cabeza -yo por lo menos así lo veo- creemos que solo desde la cordura, de la prudencia y del buen juicio, de la sensatez en suma, todo este embrollo catalán –y por extensión español- podría comenzar a solucionarse.

Sueño con un día en el que cuando me despierte y descargue mis diarios digitalizados, aparezcan relatos de comportamientos responsables y menos arengas a los radicales para que sigan presionando y , en sentido contrario, muestras de lealtad patriótica que, para ser ciertas, no necesitan evocar el 2 de mayo de 1808.

Sensatez y un poco de sosiego no nos irían nada mal.

Javier ZULOAGA


lunes, 27 de agosto de 2018

EL INDIVIDUO ES ESTÚPIDO CUANDO PIENSA EN MASA



Hace poco más de un año, publiqué en este blog un artículo que se titulaba “¡Tierra trágame!”, en el que describía con bastante desenfado las estampas que veía en la playa de Estartit, imaginaba que habría detrás de la fauna de personajes que me rodeaban y me dejaba finalmente llevar por el realismo al profetizar la que se iba a armar en Cataluña en septiembre de 2017…como así fue.

Léanlo, de verdad que merece la pena:


Ayer era 26 de agosto, estaba sentado en la playa y entraba en el final de la lectura de “La sinfonía del tiempo”, de Álvaro Arbina, una gran novela, sin desperdicio, en la que el lector sigue una trama de mucha enjundia al tiempo que se pasea por la historia de Europa, viaja a África y al Caribe y coincide con acontecimientos históricos y personajes trascendentales. De la mano de Elsa, que busca a su padre real, viajas por el mundo… Londres, París... y al llegar a Viena lees incluso unos diálogos con Sigmund Freud que te hacen pensar, ¡qué menos!

Me he traído un par de frases subrayadas. La primera “La vida es aquello que pasa cuando miras a otro lado” viene a decir, con palabras sencillas pero elocuentes, lo que muchas veces he pensado…que vivimos sin darnos cuenta de por donde van realmente las cosas en el mundo… que a los humanos siempre nos faltará esa visión real del alcance de lo que estamos viendo o nos cuentan que está ocurriendo.

Este pensamiento reaparece en mi cabeza cuando faltan pocos días para que regresemos a la vida “oficial”…que no la real. Sí, esa que nos visten de una manera determinada para que parezca lo que parece ser…o posiblemente para lo contrario, para que no parezca lo que realmente es.

Sí, quienes me leen desde hace tiempo ya saben que vivo en Cataluña y que en los dos últimos años he procurado, sobre todo, que se me entendiera. Algunos buenos amigos me han dicho sin embargo que, a fuerza de ser tan prudente, no me mojo casi nada y que debería ir más a la vena de los problemas, al nervio del asunto…No he seguido sus consejos y  me alegro porque  la prudencia es algo que no quiero perder, lo cual no quita que  pueda hurgar en el problema auténtico de quienes vivimos en esta gran tierra catalana.

Y las páginas de “La sinfonía del tiempo”, me han regalado una gran frase para decirle adiós a estos dos meses de playa.

“El individuo se vuelve estúpido cuando piensa en masa”, estas palabras las sitúa Álvaro Arbina en la boca de Sigmund Freud cuando recibe la visita de Elsa Craig, la protagonista de la novela, en su despacho de Viena. No he podido evitarlo y me he sentido aludido, porque creo que vivimos bajo el significado de esas palabras, sí, que nos volvemos estúpidos y que nos ocurre porque nos dejamos llevar por mentes hábiles, frías y a veces torticeras. 

Es más sencillo meternos a todos –los que quepamos- en el saco de la estupidez, que convencernos uno a uno con argumentos individuales…economía de escala. La verdad es que ha venido siendo así desde que el mundo comenzó a concentrarse en núcleos de población y ha ido creciendo de forma descomunal con la modernización de los medios de comunicación y la popularización de la sociedad de la información. 

Ha sido así hasta el punto de que no sumarse a lo que dice o hace una buena parte de la población bajo la batuta mediática, te convierte, por lo menos, en un bicho raro.

Y de esa manera te obligan a reclasificarte intelectualmente y empezar a dudar si realmente eres un “facha” porque defiendes que lo de Cataluña hay que arreglarlo… pero dentro de España y tener que aceptar aberraciones como que  la Constitución de 1978, la que nos dimos los españoles (en Cataluña un 90% de los votantes del referéndum), es un “Régimen” al que hay que sustituir por una república.

¿Saben que les digo?...pues que voy a seguir leyendo.

Javier ZULOAGA

lunes, 18 de junio de 2018

¿CÓMO ERA LA VIDA NORMAL?



Me ha ocurrido en más de una ocasión. Preguntarme cómo coño nos estamos yendo todos al carajo…no recordar cómo empezó el desastre…quién la lió…cómo se llamaba aquel gilipollas que no veía más allá de un palmo de sus narices… y sobre todo como nosotros, ¡sí!, ¡los ciudadanos!, habíamos sido tan cándidos y nos lo habíamos tragado casi todo.

¡Sí!, habíamos aceptado, como verdades inamovibles, afirmaciones con apenas fundamento que, a fuerza de ser compartidas por muchos y muchos y muchos ciudadanos y ciudadanas (o ciudadanas y ciudadanos), dimos como inamovibles. “Por aquí no pasamos”, nos hemos dicho  en más de una ocasión para defender, desde una más que discutible solidez ideológica, lo que sólo eran cuestiones relativas.

Nos ha pasado a nosotros, a vosotros y a ellos, porque finalmente casi todos somos parte de grandes rebaños. Ahora dirigidos desde las redes sociales, sin ese gran recurso que era –aún lo es un poco- la línea editorial de unos buenos diarios que interpretaban con sentido común, conocimiento y responsabilidad, qué era lo que estaba pasando.

Un lema malsanamente electrizante de los valores de tu tierra o de tu historia –leída por mentes perversas que también te sitúan frente a los otros….si, frente a ese enemigo sin el cual no es posible la épica heroica. ¡Caray! Qué pocas luces tenemos o que listos son quienes no andan sobrados de escrúpulos para llevar a los pueblos al desastre. Si, la verdad, es que para seguir ese camino no han tenido más que leer un poco de historia.

Y como no quiero ofender a ningún lector…pues no voy a empezar a enumerar una relación de líderes que viven o que ya han muerto, porque  acabaría siendo injusto. Todos tenemos buenos ejemplos en la cabeza y un prisma para mirar las cosas. ¡Hurguen!.

Sí…y también los tenemos aquí, cada día en los diarios, en los informativos televisivos, acuñando frases lapidarias, sentenciando que los otros son unos facinerosos, fachas…nazis…o deleznables populistas  y que sólo los nuestros, los que piensan como Dios manda, son buenos ciudadanos de aquí o de allí, de esta o de esa gran tierra. Y los otros sobran…así lo dan a entender entre líneas, sutilmente, porque las formas hay que guardarlas y , ¡por favor!, porque los líderes carismáticos no deben ser expuestos a la verdad cruda.

Las historias, cuando son así, acaban mal, a veces muy mal… al llegar a un punto en el que las personas libres que se dejaron embaucar en guerras ideológicas absurdas, comienzan a preguntarse como era de verdad la vida cuando la vida era simplemente normal.

Vivimos en torbellino tras torbellino, aunque, menos mal… que aún tenemos a nuestro alcance la noble sonrisa de un/una pequeñajo/pequeñaja, que todavía no ha comenzado a leer. Tiempo…que ya le llegará 

Javier ZULOAGA

viernes, 4 de mayo de 2018

PAIS VASCO: MIRANDO DESDE CATALUÑA


A lo largo de los dos primeros años del postfranquismo tuve la gran oportunidad de ejercer el periodismo en San Sebastián, dirigiendo un vespertino de la antigua cadena de diarios del Movimiento, “Unidad” (sic), en el que el drama del terrorismo se atenuaba por las pocas páginas de su formato, por la urgencia y poca profundidad en el tratamiento de lo que pasaba y seguramente porque el tiempo de vida de aquel periódico era escaso. Los vespertinos, que ya no existen, vivían a caballo de casi todo, ocupando un espacio que hoy sería imposible por las redes sociales, las ediciones digitales y los “chats”.

Allí coincidí con grandes profesionales, con Javier Aranjuelo Oraá, Josetxu Minondo, Pedro Gabilondo, Mañu Lapuente, Eduardo Ortúzar y otros, a los que he perdido la pista y que, como yo, habrán perdido aquel aspecto insolentemente juvenil que nos correspondía por la edad que realmente teníamos. (Aranjuelo era ya un veterano).

Un día de octubre de 1976, cuando llegué a casa a comer, en la calle Hernani casi esquina con Andía, nos sentamos a la mesa y oímos una detonaciones y muy poco después sirenas que anunciaban que algo había ocurrido. Bajé a la calle y caminé hacia aquel lugar, muy cercano a la sede del Banco Guipuzcoano. Allí estaba el coche del Presidente de la Diputación Foral de Guipuzcoa y dentro el cuerpo de Juan María Araluce Villar, un notario que –en mala hora- había accedido a dejar su oficio de fedatario para meterse en política.

Volví al diario e hicimos una segunda edición de urgencia que yo, en un arranque muy emocional, titulé a cinco columnas “Han matado a un vasco”. Aquel impulso, sin duda intencionado para decir a los que por allí andábamos que ya no se trataba de un guardia civil, o un policía, sino que el asunto comenzaba a afectarnos muy de cerca, sólo me originó problemas puertas adentro de mi vida profesional, porque algunos entendieron que yo, con mi titular y mis líneas creaba una división de honor entre las víctimas de ETA. “Han matado a un vasco” rechinaba mal en los oídos de algunos.

Angel Berazadi, Javier Ybarra y muchos otros murieron asesinados después –antes ya lo habían hecho otros- y fueron diluyéndose en la lista de más de ochocientas víctimas del horror que ha vivido el País Vasco a lo largo de cincuenta años. Hoy, todo eso, forma parte de un relato sordo cuya crueldad sólo conocen bien quienes la han vivido de cerca –yo me marché poco después a Madrid- y que ahora, me digo yo, deben tener una digestión emocional muy compleja. Dura. Sí, lean “Patria”, de Fernando Aramburu y piensen que no es una novela, sino un relato de primera línea, cuyo drama  aún durará mucho en la memoria y las emociones de los vascos. ¡Qué les voy a contar!

Estos recuerdos han venido ahora mi cabeza cuando asistimos al final de la pesadilla y cuando la escenificación del final de una historia terrible, trata de cubrir con pátina de trascendencia el carácter letal del asunto. Si. Es cierto, todas las guerras acaban en un armisticio o en un tratado de paz, pero lo de mi tierra no ha sido una guerra y ha tenido demasiadam enjundia malvada que, a los que saben del asunto, no les lleva a la amnesia, a la confusión mental ni, esto es lo peor, a la confusión en el reparto de papeles.

Vaya por delante que, como vasco, no puedo menos que sentir un gran alivio al ver que, al hecho de que los terroristas ya habían dejado de matar hace ya unos años, se une ahora la constancia de que –dicen-lo dejan para siempre. ¡Qué bien!.

Veo con satisfacción de qué manera nuestros políticos, los de ahora y los que le precedieron, están sabiendo mantener la gravedad de lo ocurrido en su lugar, sin dejarse llevar por alegrías ni parafernalias de tramoya mediática. Como vasco, y no nacionalista, he visto, con sosiego, el equilibrio del lendakari Urkullu en un asunto difícil. Sí, en su lugar, como Dios manda.

Hoy me he puesto a escribir porque cuando, en Barcelona, conecto los informativos o escucho algunos programas de radio, veo con preocupación que el asunto, seguramente como consecuencia de la distancia, se ve con menos trascendencia a como yo –y algunos más- lo vemos.

Me parece que pesa demasiado la épica de lo que hoy se ha solemnizado. Debe ser consecuencia de la atmósfera que aquí vivimos, pero ahí está el drama –y no hay amnesias ni cortinas que lo tapen-de la historia de lo que ha pasado, de la que no parece demasiado honesto dejar a un lado la verdad y mucho menos permitir relatos de leyenda.

Javier ZULOAGA




viernes, 13 de abril de 2018

VIVIMOS EN UNA ATMÓSFERA ELECTRIZADA



¿Realmente sabemos en la que nos hemos metido?. Esta mañana me he hecho esta pregunta al pensar que, tal vez, debería escribir unas líneas acerca de lo que pienso sobre lo que está pasando alrededor de mí. Y he estado a punto de desistir, de dejarlo para más adelante…pero me he dicho que entonces será aún más peliagudo y aquí me tienen. Así que si les apetece…sigan leyendo porque me propongo no andarme con circunloquios.

Sí, vivimos en una atmósfera electrizada que nos atosiga, abruma, inquieta y nos hace temer por lo que nos va a venir en un futuro. Y creo que esa atmósfera es irrespirable para todos, para los independentistas que sobreponen la legitimidad a la legalidad  y a los que, como muchos ciudadanos de Cataluña  que no vamos hacia ninguna separación, no queremos que nos desamparen vulnerando las leyes que democráticamente nos hemos dado.

A esa división nos han llevado quienes no han sabido adelantarse a los acontecimientos, renunciando a las manipulaciones populistas y quienes han hecho de la falta de cintura política una virtud en lugar de una tara, que es lo que realmente es. Dan ganas de llorar porque nos han traído hasta aquí y ahora no tienen ni repajolera idea de cómo sacarnos. Esta historia, la del problema catalán, encaja como anillo al dedo  en nuestra convulsa historia…y cuando hablo de convulsiones y de historias me refiero a las de toda España, incluida, claro está, a la catalana.

¿Pero es que no se dan cuenta?. ¿No ven que aquí abajo- ¡sí, aquí abajo!- estamos siete millones de personas esperando una salida a tanto desastre?

El futuro no se construye sublimando la legitimidad al tiempo que se pasa por encima de la legalidad, ni haciendo de esta última el denominador común para quedarse quieto al tiempo que se traza una raya en el suelo que no se ha de pisar. Sí, ya sé que me repito.

Ni tampoco deformando la historia y concediendo carnets de demócratas o antidemócratas…ni tildando de franquistas a quienes hicieron posible una Constitución en la que  tanto su letra como el apoyo que recibió de millones de ciudadanos –en Cataluña uno de los mayores- no merecen que ahora se hable del Régimen del 78. ¡Qué poco decoro!, ¡Cuánta falsedad!.

Lo de “El Imperio de la Ley”, a fuerza de ser oído por tanto político , comienza a estar algo manido. Debería ser –si fuésemos una sociedad madura y bien cultivada- algo sobrentendido. Es un concepto, sí, me refiero al Imperio de la Ley, que debería estar interiorizado desde la escuela para que después no lo tuviéramos que escuchar tanto en las trincheras políticas. Las leyes, todas, tienen siempre abierta la puerta a los cambios que los escenarios hagan recomendables.

Pero cuando se vulnera la ley aprobando iniciativas traumáticas que aplastan al Estatuto de Cataluña y la Constitución, el resultado no es más que el comienzo de una pesadilla. Como la que ahora vivimos  

Divididos, separados, desesperados, enfrentados y emocionalmente hechos unos zorros. Así estamos, con matices propios, los de un lado y los del otro. Todos, los mismos que hace quince o veinte años, pese a tener posiciones políticas bien distintas, sabíamos convivir. ¡Dios!, cuanta nostalgia la de aquellos tiempos.


Javier ZULOAGA

domingo, 25 de marzo de 2018

¿Y LA LIBERTAD DE LOS OTROS?


Soy español, vasco y desde hace 28 años vivo en una Cataluña que admiro por el talante de sus gentes, por su cultura…y por el cariño que siento hacia  todos ellos. Saben escuchar y ponen el acento casi siempre en la moderación y el entendimiento con aquellos con los  que no coinciden –la entesa- como vía ideal cuando se llega a un acuerdo inviable.

Sin arrogarme una autoridad que no me corresponde, me miro ahora en el espejo y me pregunto qué es lo que nos está pasando a quienes vivimos aquí. Sí, me miro y me detengo cada día con mas detalle en ese entorno que me rodea, cercano, medio y periférico…en todos los órdenes.

Esta mañana he recibido un correo electrónico de una lectora de este blog que vive en Torroella de Montgrí. Me pregunta –con cierto aires de queja- por qué no he escrito desde hace más de medio año…y me pregunta si me encuentro bien. Sí, es verdad que hace más de medio año que no me encuentro con mis lectores, pocos pero selectos, y sí, también, que no me encuentro emocionalmente bien.

No, no es la salud. Es el ánimo.

Hace unas horas todos los que vivimos aquí nos hemos visto sobresaltados por la detención de Carles Puigdemont en Alemania cuando regresaba a Bruselas, a través de Dinamarca, después de haber ido a Helsinki a defender la independencia de Cataluña.

Habían pasado pocas horas desde la tensión emocional con la que habíamos  llevado la investidura incompleta,  procesamiento y prisión de Jordi Turull, el tercer candidato que los movimientos políticos que provienen de aquella Convergencia de Pujol  que mantuvo en el poder a González y Aznar –y Esquerra Republicana- habían presentado para formar un gobierno tras las elecciones autonómicas catalanas celebrada después de la intervención de la Generalitat.

Llovía sobre mojado, de hecho no ocurre otras cosa en Cataluña dese 2010, después de que los votantes catalanes no acabaran de entender –o tal vez no se les explicó como Dios manda- por qué un Estatuto que ellos había votado no contaba con el visto bueno de los magistrados del Tribunal Constitucional. Aún hoy no se conocen bien los detalles, siempre importantes, de lo que ocurrió en aquel año en el que realmente arranco el llamado Proces. Pero lo que los catalanes tienen bien claro es lo que habían votado.

Los que vivimos aquí –yo reparto mi tiempo entre Sant Cugat y el Ampurdán- no seríamos capaces de reconstruir la cadena de emociones  con la que la clase política nos ha mantenido alerta, porque ha sido una sucesión de implicaciones intencionadas, a veces malintencionadas, para hacer de los ciudadanos una suerte de agentes emocionales. Sí, aquello de que la soberanía reside en el pueblo… pero sin pensar demasiado en el resacón que el pueblo arrastra tras tantos revolcones.

Con las últimas detenciones e ingresos en prisión, las emociones  afloran en la epidermis emocional de las personas que vive en Cataluña. En unas por indignación y en otras por temor, por incertidumbre de cara al futuro. La diferencias entre amigos, compañeros o miembros de una misma familia, han pasado a la categoría de sarpullido emocional. La gente se quiere, pero no se entiende. Todos, unos y otros, están sufriendo.

Mientras callamos, nos miramos de reojo o callamos prudentemente mientras  oímos una y otra vez hablar de libertad. Los políticos nos marean con invocaciones a la libertad, con listones fantasmagóricos que separan entre demócratas y no demócratas a quienes lo vienen siendo desde toda la vida y no tienen nada que demostrar…ni regalo que recibir, en ese sentido, de quienes por convertirse en repartidores de esa condición seguramente saben muy poco en que consiste realmente la democracia. Ni tampoco lo que es un facha, aunque la intolerancia frente a los demás sea, precisamente, una señal característica de estos sujetos/as.

Sí, ¿y la libertad de los demás?. No. No me refiero a esa que nos eriza el vello y nos cuaja los ojos de lágrimas cuando nos dejamos diluir entre unos centenares de ciudadanos que repiten lo mismo que otros han repetido y que nosotros repetiremos para que otros hagan otro tanto. Me refiero a esa libertad que no concedemos  e ignoramos para aquellos que piensan distinto o frontalmente a nuestras ideas.

Aquí está el problema, que no nos respetamos y por eso somos incapaces de entendernos. La vida política no es una lucha, sino un escenario de convivencia. Diciendo que España no es una democracia no se arregla nada, sino que abren más heridas, de la misma manera que decir que quienes no compartan el separatismo son unos fachas o unos franquistas. Yo no lo soy.

Ni tampoco lleva a ninguna parte no saber ir al fondo de la cuestión ni refugiarse numantinamente en el cumplimiento de las leyes. Los jueces, ¡faltaría más!, han de hacer cumplir las leyes, pero son los políticos con cabeza quienes han de ajustarlas a los tiempos y las circunstancias. Todas las leyes, desde la más menuda hasta la Constitución.

Y las emociones, por favor, dejen de manipularlas.


Javier ZULOAGA