jueves, 13 de agosto de 2015

¡TIERRA, TRÁGAME!


Creo que fue el 4 de agosto, cuando extendía mi silla sobre la arena de la playa de Estartit. Lo llevaba todo, el protector solar, las gafas de sol, mi libro y sobre todo esa sensación de confort que te invade al echarle una ojeada a la línea del horizonte del mar y mirar el reloj para pensar que ese momento y los que vendrán después son realmente tuyos.

 Me siento, respiro una bocanada de tranquilidad y miro a mi alrededor para ver si hay algo que se salga de la rutina, pero veo que no, que los hombres son más iguales cuando están en bañador… aunque algunos tienen más barriga cervecera que otros y seguramente los que lucen un tatuaje, un “tatu”, no deben ser consejeros delegados, ni directores generales…aunque tampoco pondría la mano en el fuego porque las cosas están cambiando una barbaridad.

Como muchos otros días, hay señoras que pasean en pareja, como si fueran de la Guardia Civil y que tras sus gafas de sol  pasan revista a los que nos curtimos al sol mientras se confiesan sus grandes problemas, que lo de su marido siempre en el chiringuito pegándole tragos a la birra y repasos a los culos de esas nenas que bien podrían ser sus hijas ella ya no lo aguanta más…”…que no Churri, que no, que yo le pido la separación cuando vuelva a Barcelona” .

O que va a pedir al traslado de departamento cuando vuelva a trabajar  porque al americano que fichó la compañía para que todos fueran más eficientes, lo va a aguantar su tía la de Illinois, porque ella ya no está para cambiar pañales.

Todo era, más o menos, como un año atrás, pero ese día, ese 4 de agosto, me sorprende la estampa que ilustra este artículo. Sí, fíjense bien y verán que no tiene desperdicio. No, no es un niño que ha escarbado en la arena para construir un castillo o ver cómo se filtra el agua de mar; es un chaval de unos diez años que ha hundido el culo en una suerte de butaca a la medida para refugiarse a leer su libro, “Donald Duck”. Sí, un comic como aquellos que nosotros suplicábamos a nuestros padres cuando les acompañábamos al quiosco al comprar el periódico del domingo.

Los padres son british  y están acomodados en dos butacas impecables, colocadas en simetría perfecta cara al mar, bajo dos sombrillas de última generación, de esas que te permiten subir o bajar a placer el parasol, como si se tratara de un periscopio. Él leía un libro digital y  ella ojeaba una revista de modas. Junto con el niño al que medio se había tragado la tierra, formaban una estampa de postal.

Pasé un buen rato comparándolos con los grupos que se van creando en las playas a medida se acerca el mediodía y vi que no, que no había diarios. Palas, cubos, rastrillos, raquetas playeras, incluso libros -sobre todo en manos de mujeres- y pensé que la ausencia de diarios en manos de los y las bañistas podría significar que existen personas que pueden dar vacaciones a las  pesadillas que, en buena medida, nos ofrecen los medios de comunicación. Ojo, esto no va por mis colegas periodistas, hablo del escenario público, ese de “cuanto peor, mejor”.

Y al volver a casa desde la playa rescaté mi último artículo en Diari de Sant Cugat, el periódico del pueblo en el que vivo, Un verano inquietante. Y pensé que ójala yo no tuviera razón, aunque al conectar los informativos de la televisión me digo que sí, que lo de la playa es sólo una postal. Aquí les dejo unos párrafos, por si les interesa.

“Sí, nunca podré olvidar este verano porque va a ser muy muy inquietante. Cuando escribo este artículo y leo las noticias, se me enarcan aún más mis cejas: cada día el enconamiento es mayor, las grandilocuencias innecesarias más frecuentes y la sensación de estar próximos a algo malo para todos, más arraigada.

La sensibilidad se entiende ahora de forma especialmente agresiva, para ver de qué manera se puede tocar la fibra de quien no está de acuerdo con lo que cada uno defiende y ya es prácticamente imposible pensar que aquello del diálogo es la vía adecuada, aunque en teoría lo sea.

Si, el examen es el 27 de septiembre y sus vísperas van a ser convulsas, de crispación creciente, de disparates, de tensiones que no llevan a ninguna parte y que únicamente crean barreras en las relaciones de las personas.

Sí, pónganle ustedes los nombres que quieran, aunque yo, soy vasco, tengo evidentemente los míos y lo cierto es que no veo en el horizonte catalán la reedición del Abrazo de Vergara, el que el general Espartero y el carlista Maroto, se dieron tras el acuerdo firmado en Oñate para acabar con la Primera Guerra Carlista en 1839. Y aquí, aunque no hay batallas en las calles, la tensión es tan espesa, que se puede cortar”.

Javier ZULOAGA