domingo, 3 de agosto de 2014

CAMBALACHE

Este artículo lo escribí en octubre de 2008. Faltaba poco para que fuéramos a votar y, aunque muchos no se acuerden, el escándalo y la inmundicia hacían también campaña. He pensado que a lo mejor les interesa leerlo, como yo he hecho esta mañana.

Y además, escuchen el tango. Es genial

Buenas vacaciones


Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
¡da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón!...

Es muy posible que la visión desgarrada de la vida, sea uno de los mayores atractivos del tango, ese tesoro que los argentinos supieron crear mirando lo que ocurría alrededor y que, sumando letras de intención y buen manejo de bandoneón, metía vía venosa emociones de nostalgia y drama.

Tal es el caso de Cambalache, todo un emblema porque, además, fue prohibido por todas las dictaduras militares que hubo en Argentina desde los años cuarenta hasta la que acabó en 1982, tras la Guerra de las Malvinas y la elección de Ricardo Alfonsín como presidente. El mítico tango describía un escenario de corruptelas del Partido Radical, pero la universalidad de su letra levantó muchas ampollas durante más de setenta años, incluso después de la muerte de su autor, Enrique Santos Discépolo, en 1951.

Puede que Cambalache haya sido el poema o la canción –Discépolo fue siempre venerado por Camilo José Cela y Ernesto Sábato- que peores conciencias haya despertado en la historia argentina. De ahí, posiblemente, su persecución.

Pero, ¿por qué hablo hoy de Cambalache?

Estamos en vísperas de la llamada jornada de reflexión, previa a las elecciones del próximo domingo y he de reconocer que me siento preso de un desencanto que no me hará desistir, sin embargo, de ejercer mi derecho al voto.

Todo es igual/Nada es mejor , esas dos líneas de la letra de Santos Discépolo, se han quedado clavadas en mis pensamientos cuando asisto, con perplejidad galopante, a los últimos coletazos de este gran espectáculo de la campaña electoral. ¿Todo esto es cierto?, ¿Es así el mundo real, el que interesa a los ciudadanos?, ¿Están las respuestas a las inquietudes ciudadanas en esos grandes cartones de barras estadísticas que los grandes líderes usan en los debates para escupir al contrario?...

¿Tanto cuesta decir –los votantes siempre acaban premiando la verdad- que aquello de Irak, decidido por un político que ya no podía perder porque había anunciado que se marchaba, fue una pifia garrafal?, ¿Y reconocer que se ha mentido –con candor irresponsable-pero mentido al fin y al cabo, cuando decía que ya no negociaba con quienes querían réditos políticos a cambio de no matar?.

¿Hemos visto unos debates o –como decía anteanoche la quijotesca Rosa Diez en una entrevista en CNN+- podíamos habernos ahorrado 200 millones de euros de atrezzo enviando las intervenciones enlatadas desde las sedes de los partidos?. ¿No sería mejor hablar de pelea de gallos?, ¿O tal vez basta hablar de muñecos teledirigidos con mercadotecnia desde los mandos de la play-station política?

¿Es todo esto auténtico?, ¿Y libre?

¿Cómo se pueden suspender gubernativamente actos de campaña invocando razones de seguridad para un político que sólo quiere explicar su programa?, ¿Cómo los partidos y los gobernantes guardan silencio cómplice cuando se arremete contra políticos estigmatizados, acorralados y privados de su pedigree de pertenencia a la tierra en la que nacieron?, ¿A cuántos extremistas se ha detenido y al menos multado por interrumpir o intentar agredir a candidatos durante la campaña?, ¿Por qué llama la atención escuchar que alguien haga alarde de sinceridad y diga que se siente español sin complejos?

Creo, como decimos aquí en Cataluña, que después de las elecciones nos lo tendríamos que hacer mirar, reflexionar no sobre nuestro voto, sino acerca de nuestro nivel de tolerancia, de responsabilidad y del grado de ciudadanía de este país. Porque la rivalidad política, sana, no debería eclipsar la responsabilidad que todos tenemos de dejar a nuestros hijos un país mejor que el que recibimos y que no pertenece a quien gobierna sino a los gobernados.

Porque eso de que aquí vale todo con tal de ganar, el anuncio irritante, el escarnio fácil del histrión vulgar sin mayores recursos, o la dialéctica del degüello, acaban formando un caldo de cultivo que sólo sirve para deshacer la convivencia de vecinos, compañeros, amigos y si me apuran de familiares.

Hasta hace poco, América nos llegaba a los españoles a través del cine pero hoy la tenemos en directo a diario gracias al satélite o a Internet. No hace muchos días pudimos ver a Obama y Hillary Clinton en Austin, Tejas, frente a cuatro pesos pesados del periodismo que sin cronómetros ni tanto ceremonial, preguntaban lo que creían interesante a los dos precandidatos demócratas, que estaban sentados codo con codo, con sonrisas y sin interrumpirse ni embestirse.

Más o menos lo mismo que aquí, en donde falta naturalidad, todo se ensaya, no hay cosas nuevas que ilusionen. Nuestra política es aburrida y bastante desesperante y debe ser cosa de ciclos históricos y puede que el paso del tiempo haga cambiar las cosas, una vez surjan nuevas caras y el vitriolo se guarde con un buen cerrojo.


¡Siglo veinte, cambalache
problemático y febril!...
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil!
¡Dale nomás!
¡Dale que va!
¡Que allá en el horno
nos vamo a encontrar!
¡No pienses más,
sentate a un lao,
que a nadie importa
si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley...
Así acaba Cambalache cuya letra puede el lector encontrar en la línea inferior y con un enlace para poder escuchar, si quiere, aquel inolvidable tango.

Que ustedes reflexionen bien




Javier Zuloaga