martes, 3 de junio de 2008

¿SABES EN QUÉ MUNDO VIVES?

Como pregunta o como reproche, la frase que encabeza el artículo la hemos escuchado todos cuando nos íbamos haciendo gente madura, en esa adolescencia en la que llegas a la conclusión que tus mayores son unos simplones. Pero,¿ es que no se dan cuenta de nada? ha pasado por nuestras mentes cuando descubríamos lo que era la libertad, concepto que creíamos desconocido para quienes nos precedían y que vuelve inexorablemente a nuestros pensamientos cuando, pasado el tiempo y desde abajo, nos han ido empujando hacia la primera línea generacional por el paso de los años.

No, realmente no sabemos en que mundo vivimos. Ni en nuestra adolescencia ni en ese meridiano de la vida en el que dejamos de ser maduros y empezamos, a regañadientes, a ser un poco mayores. Ese es el momento en que mejor comprendemos lo que nos decían cuando descubríamos, exultantes, lo que era en realidad el mundo.

Situado ya en este lado del meridiano, he empezado a detenerme en cuestiones que antes despertaban mi atención escasamente . Hoy, sin ir más lejos, he leído el grito de auxilio del Secretario General de la ONU, en la cumbre de la FAO, sobre la crisis alimentaria que arrasa el mundo. Las cifras, pese a ser frías por si mismas, resultan sobrecogedoras. Ha dicho Ban Ki-moon que alrededor de 100 millones de personas están entrando en los umbrales de la hambruna, en los que les esperan 850 millones de humanos más que, desde hace tiempo, no tienen un acceso suficiente a los alimentos.

Cien millones de personas, un doce por ciento más de muertos de hambre sobre el censo global de desarrapados y apenas un 1,5% de la población mundial. Minucia porcentual, vergüenza del mundo avanzado. "No hay nada más degradante que el hambre, especialmente cuando es obra del hombre, puesto que alimenta el odio, la desintegración social, provoca mala salud y un retroceso económico”, ha sentenciado el Secretario General de la ONU, en un mundo que vive abrumado por muchas otras cosas, algunas importantes y otras bastante banales, frívolas e incluso insultantes para la sensibilidad de las personas que aún la mantienen.

El diario “El País” ha ido convirtiendo su segunda y tercera página en una suerte de espejo en el que seguramente no se detienen demasiados lectores, algunos porque han adquirido ese extraño hábito de comenzar a leer por la última página y otros porque los asuntos que en esas planas se exponen les quedan lejos. Ayer ofrecía una interesante información “La ONU reclama el fin del proteccionismo”, en la que el lector puede concluir en que a los hambrientos les han cerrado el paso para sobrevivir y que, a modo de ejemplo, un agricultor de Tanzania paga 55 tipos de impuestos para poder vender sus cosechas.

No hace mucho, la OMS hacía público en Ginebra que 2.700 millones de personas viven con menos de dos dólares diarios. Esas personas no tienen ni para comer, ni para comprar una medicina con la que elevar su esperanza de vida

Cuando, hace casi un año, comencé este “blog”, acababa de leer “El Corazón de las Tinieblas” de Josep Conrard, en cuyo prólogo, el peruano Vargas Llosa sitúa al lector en las monstruosidades de los belgas cuando hicieron del Congo una finca privada del Rey Leopoldo II “una indecencia humana” según el maestro peruano, que no dudaba en situar a aquel monarca en los niveles de inhumanidad de los grandes dictadores europeos, pese a que la sociedad de su tiempo le catapultó y condecoró como gran benefactor de los negros, mientras eran exterminados entre cinco y ocho millones de nativos.

Desde que en la Conferencia de Berlín, en 1884, los belgas, franceses, ingleses, alemanes,daneses, italianos y portugueses, entre otros, trazaron las líneas del reparto loco de África, Occidente no ha dado una puntada con hilo en la tela de aquellas tierras que ahora destacan principalmente por la hambruna. Por ello, hoy pasa lo que pasa, porque el Viejo Continente nunca estuvo en Africa con ánimos colonizadores sino para esquilmar, con óptica rapaz y casi zoológica, todo lo que se encontraba a su paso.

Y de todo esto nos acordamos cuando truena, o en el día del Domund, en el que la solidaridad de pasarela social aligeraba los monederos de las clases medias en España allá por los años sesenta. Pero ahora ya ni siquiera eso.

Tiene más relevancia e impacto la muerte de Yves Saint Laurent, que es importante sin duda alguna; o las trifulcas que enfrentan a Santi Santa María y Ferrán Adriá y que más de un medio ha llegado a decir que hace un daño irreparable al prestigio de la gastronomía. Nos ocupa más la polémica de si es, o no, comestible la metilcelulosa con la que el cocinero del Bulli envuelve sus misteriosos guisos y calienta hasta hacerlas arder las tarjetas de crédito de unos clientes que se pegan por pagar más y padecer listas de espera más largas que las de la Seguridad Social.


Javier Zuloaga