miércoles, 18 de junio de 2008

¿ESTÁ NACIENDO UNA NUEVA SOCIEDAD?

La periodista catalana Ariadna Trillas explicaba el pasado viernes en “El País”, la gran perplejidad que está produciendo en el Viejo Continente –ese que fue escenario de las grandes conquistas sociales de la clase trabajadora, que cambiaron sistemas políticos y echaron abajo a más de un gobierno- como consecuencia de las contradicciones sobre la dedicación laboral.

En concreto, las múltiples proclamas sobre la necesidad de que el profesional pueda encontrar el equilibrio para ser también persona, la manida conciliación familia-trabajo, casi al tiempo de conocerse la muy posible ruptura de los moldes horarios de las 40 horas semanales como consecuencia de la competencia global. Este último asunto ronda por el Parlamento Europeo y aunque con matices, apunta a que mucho están cambiando, o van a cambiar, las cosas.

Hace 90 años, recuerda ahora la periodista, la OIT (Organización Internacional de Trabajo) estableció las 48 horas semanales como frontera digna para el trabajador y esa misma organización ha venido poniendo el dedo en la llaga de las secuelas del estrés y el deterioro general de la salud por un trabajo desproporcionado.

El reportaje coincidía en el tiempo con el sabotaje –creo que es más correcto llamarlo así- de los transportistas españolas con una huelga que aplastaba, una vez más, la libertad de quienes no querían secundarla.

Al hilo del desabastecimiento de mercados y fábricas, han llegado después los recortes parciales de plantillas y el desbocamiento de los precios por la escasez y la muy hispana especulación. Todo ello en un marco, eso sí, de grandes libertades y no menores desamparos de los ciudadanos corrientes.

¿Qué está pasando?, me he preguntado al ver que, como si de un guión se tratara, se ha metido presión simultánea a la inmigración y hasta la misma España, reacia ante la contundencia expeditiva de franceses e italianos, ha comenzado a hablar con la boca más pequeña.

Celestino Corbacho, tal vez el ministro políticamente menos correcto pero más claro al hablar, anunciaba el viernes hasta donde va a abrir España sus puertas a los que vienen a quedarse. A saber: los inmigrantes no tendrán el derecho a traer a sus padres, los menores entre 16 y 18 años deberán tener una oferta previa de trabajo y se establecerán unas fechas concretas para la llegada de menores en edad escolar.

Se estrecha el cerco y el paro amenaza más a los trabajadores menos cualificados, buena parte de ellos inmigrantes que llegaron con el aluvión que vino para poner un ladrillo encima de otro y ahora, según hemos leído y oído estos días, comienzan a padecer El Mal de Ulises que es, en jerga abreviada y simbólica, como se denomina a lo que médicamente es el Síndrome del Emigrante con Estrés Crónico. Soledad, separación forzada de los seres queridos, fracaso del proyecto migratorio, lucha por la supervivencia y el miedo físico y psíquico a la detención o expulsión, están en el origen de esta enfermedad mental que sólo la sanidad catalana calcula en más de 200.000 casos pero que, con toda seguridad, serán muchos más.

Lo habitual ante los problemas suele ser buscar culpables, pero parece más justo y sobre todo más útil retroceder a los orígenes y luego mirar al horizonte del futuro. He acabado hace unos días el Master de la Sociedad de la Información y el Conocimiento en la Universidad Abierta de Cataluña, UOC, y una de las materias del segundo semestre ha sido precisamente “El Trabajo y las TIC,s” (Nuevas Tecnologías).

Como libro principal hemos tenido “El Trabajo Flexible” del profesor de la Universidad de Stanford, Martin Carnoy. Sostiene el autor que el mundo se está reconceptualizando y que la búsqueda general del mundo empresarial para reducir costes y ganar en productividad, se basa en la flexibilidad del trabajo y en la interconexión del trabajo en red, entre compañías o entre individuos/as.

Es decir, que la mano de obra oscilará en función de la demanda de bienes y servicios y el individuo o los emprendedores mejor preparados, lo que podríamos llamar materia gris de los procesos, ofrecerán o aceptará ofrecer sus servicios desde su pequeña empresa o desde su misma casa y en pijama.

Bastará a que esperen a que llamen a su puerta, aunque cuando lo hagan, deberá responder claramente porque, si no, pulsarán el timbre de la casa contigua. Es decir, que te dirán que vengas o que te vayas, porque el mercado es el mercado y te comprarán –pongamos un ejemplo- cien horas de tu tiempo y de tu conocimiento. Si esto va a ser así y lo de Carnoy y otros eruditos se cumple, el asunto va a traer mucha más cola de la que podemos imaginar.

¿No acabaremos buscando la forma de desconciliar la vida familiar y la profesional porque su coincidencia entre cuatro paredes se convertirá en algo pernicioso para la concordia de las familias?.

La sociedad está cambiando con pasos de gigante y me parece que no nos damos cuenta de ello. Casi mejor.

Javier Zuloaga