miércoles, 13 de agosto de 2008

EL HUMOR CATALÁN

El desconocimiento sobre cómo son realmente las personas, la tentación o la comodidad de caer en la generalización facilona y, en no pocas ocasiones, la malicia, suelen formar un buen abono para que aparezcan tópicos erróneos acerca de los grandes colectivos.

Hay, sin embargo, rasgos que unen a los habitantes de un mismo círculo. Ocurre en la escuela, en la que el estilo y los valores que en ella se imparten, acaban marcando la personalidad –que no el carácter- de los estudiantes que han pasado por sus aulas. Hace poco hablaba con una antigua alumna del Institut Escola de Barcelona, (Barcelona 1932), nacida a la sombra de la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos y se veía en ella un estilo distinto, más pleno de tolerancia y curiosidad por la vida, muy diferente al de sus coetáneos de otros centros educativos de la época, aquellos que nacieron en torno a los años veinte y que tuvieron que vivir la Guerra Civil.

Ocurre también ahora en las universidades y no creo que sea ningún disparate decir que existen las improntas de Deusto, Navarra, Harvard, Stanford, Humbold o el MIT. Los valores que fundamentaron su nacimiento y las hicieron seguir vivas pasados los años, acaban entrando, quieran o no, por los poros intelectuales de quienes han tenido el privilegio de escuchar a sus profesores.

Y podría decirse otro tanto de la coincidencia de las personas en determinados acontecimientos de la historia del mundo. Pienso en las grandes revoluciones, que marcan el perfil de quienes las vivieron y que pasan después a las siguientes generaciones, casi siempre magnificadas por esa humana tendencia a idealizar las gestas que los padres cuentan a sus hijos cuando aún son pequeños.

Pero en este último caso, los lazos comunes que unen a los individuos perduran poco en el tiempo y acaban siendo simplemente un símbolo o nada más que unas páginas de historia. La culpa no es de otro que del paso del tiempo o el mal hacer de los relevistas de la antorcha revolucionaria. Pienso en las evidentes diferencias de franceses y rusos, en la grandeur medio mágica que impregna todavía a los primeros, inventores del Estado Moderno y en la salida silenciosa, por la puerta de atrás, de los sucesores de Lenin y Stalin. ¿Se acuerdan de la película "¡Good bye Lenin!?

Lo cierto es que poniendo a salvo aquellos casos en los que determinados escenarios o acontecimientos han sellado con tinta imborrable la memoria de quienes los vivieron, las restantes adjudicaciones de perfiles a personas de un mismo lugar, suelen carecer de fundamento, aunque su repetición haya acabado por convertirlos en válidos.

Los vascos, yo lo soy, no somos tan primitivos como podría deducirse de nuestras irracionales tradiciones, que se han mantenido vivas –como una suerte de souvenir- la competición por levantar enormes piedras, demostrar quien corta más rápido la leña o quien es capaz de convertir en versos, a la sombra de una botella de tinto, las cuestiones más corrientes de la vida.

Ni los andaluces son tan relajados, como a veces se les quiere presentar, filosofando sobre la trascendencia de una copa de manzanilla o una taza de gazpacho ¡Que gran cosa es el gazpacho!. Ni los madrileños tan extrovertidos como inconcretos “Bueno, ¡a ver si nos vemos!”, ni la francachela de los porteños de Buenos Aires tiene nada que ver con el significado textual de algunas de sus expresiones “¡Ché boludo, mirad que sos maricón!”. He viajado en bastantes ocasiones a Andalucia, he vivido dos años en Argentina, más de veinte en Madrid y, en octubre de 2009 hará otros tanto que llegué a Barcelona.

Las gentes no son generalmente como se las cataloga, aunque estén unidas por las tradiciones y los sentimientos que estas producen. Por ejemplo, se cree, más allá al este de Huesca y más al sur de Zaragoza, que los catalanes se prodigan en la tacañería –¿será porque la palabra peseta proviene del catalán?- y que miran con recelo al que viene de fuera.

Quienes llevamos un tiempo aquí, sabemos que no es así –no más que en cualquier otro paraje de España- y que basta rascar un poco para comprobar que tras un comportamiento que es ciertamente reservado y discreto, se esconden enormes dosis de solidaridad, civismo y tolerancia, tantas como de inquietud cultural y curiosidad por las cosas que les rodean. Puede que en todo ello tenga algo que ver su situación en el mapa y la riqueza y el trasiego por su suelo de pueblos muy distintos, de romanos, árabes y fenicios.

Estoy hablando de los catalanes, del pueblo llano, de sus gentes, entre las que, como también ocurre en otros parajes, hay también algún que otro villano, en la peor acepción de la palabra.

Pero hay algo que no cuadra con la rotulación que se hace de ellos. Me refiero a su gran sentido del humor, impropio de la gente malvada y perversa, del que ya escribí en este mismo blog en El Séptimo Sentido


Hace pocos días, con ocasión de los Juegos Olímpicos de Pekín, un diario ofrecía la foto de la llegada de la Marathon de Tricicle, en el acto de clausura de los celebrados en Barcelona en 1992. No creo que exista un solo español – ni ningún ciudadano de mundo que les viera- que no se quedara pasmado de admiración y vencido por la risa, con las imágenes de la llegada a la meta de Joan Gracia, Paco Mir y Carles Sans, tres catalanes universales

Si alguien tiene unos minutos, que pinche en : Clausura de los JJ.OO. Barcelona 92 y rememorará, también con algo de nostalgia, aquellas delicias de humor…catalán.

Porque hay y ha habido más. Rosa María Sardá, polifacética, gran actora dramática, pero genial en su desgarrado humor televisivo; o el desaparecido Eugenio o, ya más recientemente, Polonia, un espacio al que sólo sus miembros ponen límites a lo que ha de salir y en el que se trata por igual a todos los hombres públicos, estén o no en el gobierno, lleven mitra o corona.

Tal vez unas de las claves del éxito sea que su director, Toni Soler, ha sido articulista de la sección de política en diarios como Avui y El Observador y haya concluido en que lo mejor que se puede hacer con la vida pública es vestirla de chirigota, al menos, un día a la semana.

¿Existe algo parecido en otros parajes de este país?. Creo que no y sin embargo lo que cala en quienes miran a Cataluña desde fuera, además de todo aquello que ocurra en el Nou Camp, es lo de las balanzas fiscales, el asunto de la tercera hora de castellano o los exabruptos de un Rubianes al que un día se le cruzaron los cables.

Pues no, no estoy de acuerdo y como estamos en agosto, pinchen en algunos retales de humor clásico catalán, pequeñas piezas de museo de la sonrisa, que he seleccionado para mis lectores:

1 Polonia: La dimisión de Maleni
2 Eugenio: La Estepa
3 Rosa María Sarda: La Cajera

Que ustedes lo pasen bien

Javier Zuloaga