jueves, 8 de diciembre de 2016

¡MÓJATE JAVIER!


He pasado el año 2016 escribiendo, en este blog, acerca de situaciones que me han hecho reflexionar.

En varias ocasiones, sobre las consecuencias más pedestres de un mundo digital del que ya nadie se escapa; también acerca de la intolerancia religiosa con ocasión del gran sentido común del Papa Francisco; de lo malo que es vivir en el rencor;  acerca del hartazgo que provoca en los ciudadanos la inacción política; de la gran supervivencia de la espontaneidad y chispa humana a través de pintadas con espray…e incluso he pedido a quienes entran en este blog que escuchen y  compren el disco “By Fire”, del grupo CommonPlace, que lidera mi hijo Jorge.

Y les insisto, no dejen de hacerlo porque merece la pena. https://www.youtube.com/watch?v=w65Bg7Q_c1I&feature=youtu.be

Mis escritos no han generado respuestas hostiles, ni siquiera disidencias notables y he pensado hoy que ésto puede deberse sólo a dos razones: a que mi audiencia es discreta y sobre todo a que no me mojo. Es verdad, no lo hago y he aprendido a caminar intelectualmente de puntillas, seguramente por prudencia en tiempos es los que lo que vende es justamente la agresividad. Crispación, demagogia, linchamiento ideológico, manipulación de las emociones colectivas…no pueden ser buenas para la salud física e intelectual, me he dicho en muchas ocasiones. Y por ello me he vuelto discreto…tal vez un poco comodón.

-Zuloaga –me he dicho esta mañana- pero un poco más sí que deberías mojarte, ¿no?.

Y me he respondido de nuevo que no. Porque no quiero mojarme y decir que el pasado verano, cuando leí en un semanario, Regió 7, las declaraciones del  Abad de Montserrat en las que mostraba su preocupación por la división que se ha instalado en la sociedad catalana, esperaba que alguien se diera por aludido, de un lado y también del otro. No, no he querido mojarme en este silencioso asunto.

Y tampoco quiero mojarme al ver de qué manera una actitud más abierta, pero firme en lo más importante, de la jefa de la oposición parlamentaria catalana, Inés Arrimadas, ha sido tomada por algunos de sus compañeros de Ciudadanos como una suerte de traición… ni me mojaré sobre las reacciones del gallinero político y mediático tras las  reuniones de Soraya Sáez de Santamaría en la Delegación del Gobierno en Cataluña, sobre las que algunos piensan que deberían haberse iniciado por el vértice jerárquico de la Generalitat y no desde un nivel menor. ¿Por qué?.

No, no quiero mojarme y caer en el error de escribir que el inmovilismo y la inflexibilidad política son el mejor regalo que se puede hacer a los visionarios y a los excluyentes – a los de un lado y a los del otro- porque de esa manera se mantiene vivo al enemigo, fundamental en todos los conflictos y guerras. No, no quiero caer en ese error.

Ni tampoco decir que no puedo tomarme en serio a quienes piensan que las personas somos la gente. No me mojo ni lo diré porque quienes han decidido llamarnos así, “la gente”, puede que escondan intenciones reales de pastorearnos como a un rebaño. Sí, que gran palabra, ciudadano,  aquella que nació con las revoluciones que de verdad nos hicieron libres.

Seguro que usted, amigo lector, comprenderá mi discreción al escribir.

Javier ZULOAGA             




lunes, 28 de noviembre de 2016

LEER “PATRIA”, DE FERNANDO ARAMBURU


Pertenezco a una generación que, por lo general, veía que el término “Patria” era una especie de monopolio de los vencedores de la Guerra Civil española, además de la leyenda de las puertas de entrada de los  cuarteles de la Guardia Civil, “Todo por la patria”. Lo del patriotismo, el otro,  tenía más que ver con capítulos ejemplares de nuestra historia, como los sitios de Zaragoza, Gerona o el asedio de San Sebastián y era también la proclama general en los procesos de emancipación de las colonias respecto a las metrópolis, ¡Viva la patria!.

El uso del término patria entre aquellos jóvenes de los años setenta resultaba sospechoso y  por ello estigmatizaba. Eso era al menos lo que hemos vivido en España, en la que la patria española, la bandera y su himno crean todavía más conflictos que soluciones. Y no creo que esto cambie, ni tampoco me parece que sea tan dramático.

Pero lo de la Patria está reapareciendo tímidamente con nuevos bríos, esos que surgen como alternativa a los sistemas políticos que fracasan o atraviesan momentos de debilidad.

Aún no hemos acabado de digerir la victoria de Donald Trump, construida  sobre la nostalgia de una Norteamérica en blanco y negro que ha llenado los pulmones patrióticos de sus  votantes  mientras culpabilizaba de casi todo a la globalización y el liberalismo económico, cuando vemos que Pablo Iglesias, el nuestro, defiende que para él la patria es “su gente”.

Sí, la patria al otro lado del Atlántico, en el país de David Crockett, puede estar en un futuro por encima de pactos y alianzas que parecían intocables. Y también aquí, para definir a movimientos  de personas desamparadas, provocando emociones electrizantes que podrían recordar a las que se aprecian en los oprimidos de Los Miserables. Y muchos ejemplos más que, dicen, irán llegando pronto.


Pero cuando acabas de leer “Patria” de Fernando Aramburu, las emociones patrióticas no son ni en blanco y negro, ni se sustentan en nostalgias de conveniencia, ni describen pastoreos emocionales. Lo de esta gran novela es real, duro y lleva al lector, sin contemplaciones, al drama del terrorismo vasco en sus últimos capilares. No, no va de héroes y la ficción te traslada a dos familias unidas y separadas por ETA.

Aramburu, como ya hizo en “Los peces de la amargura” y “Los años lentos”, te lleva a las últimas consecuencias del problema terrorista vasco, a lo que ocurre  en las casas de Bittori y Miren, en las que han vivido la víctima y el terrorista y en las que sabe describir con una gran pluma y enorme sensibilidad, hasta dónde llegan el odio, el rencor, el miedo y la mala conciencia.

Y todo arranca cuando la banda terrorista anuncia que deja las armas y los asesinatos por la espalda, la bomba o los excesos en la lucha antiterrorista, han acabado ya. Empieza el día después de la batalla, con unas heridas que ya no sangran pero que resultará difícil cicatrizar. Hoy el problema es ese, el que se deriva de una sociedad que va a tardar en olvidar, especialmente en los escenarios no urbanos, en esos lugares en los que todos se conocen.

Al acabar “Patria”, me he preguntado si algún día los colegios, vascos y no vascos, enseñarán a los escolares lo que fueron más de cuarenta años de terror. Y me he dicho que no, que será imposible, no ya por la dificultad que tendrán los historiadores para coincidir en el relato, sino por la imposibilidad de medir en un libro de texto la trascendencia humana de aquel drama. Por ello la obra que ha escrito Aramburu - que sólo puede ofender a los fanáticos- es una gran aportación.

Muchas gracias

Javier ZULOAGA             



viernes, 18 de noviembre de 2016

DECIR ADIOS EN EL MUNDO REAL


Escribía en mi anterior artículo acerca de  la calle virtual, un espacio cuyas dimensiones no me atrevo a calcular porque caeré seguramente en el error, ya sea por minimizarla o porque no es equivalente cualitativamente, a lo que conocemos por “la calle”. Sí, esa por la que pasean las personas, extienden su brazo los indigentes, te pegan un tirón los descuideros, te puedes tomar un café o una caña gracias a la ley antitabaco, te hacen una encuesta, pasean bombones, chicas normales y feas o…como me pasó a mi hace unos días, te sorprendes al comprobar que aún existe un mundo en el que las emociones tienen un gran peso.

Pues iba caminando por la calle Sabadell en Sant Cugat del Vallés, una vía casi peatonal que lleva al viejo y restaurado Mercat Vell , una buena joya, junto con El Celler, que el modernismo catalán dejó detrás de las montañas de la Collserola, las que sirven tanto para resguardar a la capital catalana de los vientos de poniente como para salvar,  a los que estamos a este lado, del barullo de una Barcelona cada día más invadida por las hordas turísticas.

Sí. No había dado ni media docena de pasos y vi que un restaurante al que hacía tiempo no había acudido- y del que guardo muy buenos recuerdos por ese trato amable y próximo que no figura en la carta pero que suele arraigar en la memoria del comensal con más fuerza que un buen vino- había cerrado. Ocurre a menudo, me dije, pero no suele ser corriente que quien echa el cierre tenga fuerzas para poner todo el corazón en una hoja de papel para que sea leida dentro de la pequeña vitrina que durante muchos años ha resguardado  los menús. los platos de la carta y los precios, de la intemperie.

Sí, lean lo que sale en la foto. Gracias, dice, muchas gracias por la compañía, por apreciarnos, por haber convivido, por la comprensión…y buenos deseos para el futuro.

¿Qué raro, no?, ¿Vulgar?, ¿Blandiblú?, ¿Demodé?, ¿Noño?...seguro que es un abuelete de lágrima fácil.. o soy yo que me estoy volviendo cada día más tierno. Añadan ustedes las apreciaciones facilonas que les vengan a la cabeza porque todas pueden resultar posibles, aunque  nos quedaremos con ganas de saber qué pasaba por el ánimo de quien escribió esas líneas de despedida.

Las dudas serían menores, sin embargo, si nos moviéramos en la calle digital a la que me refería al comienzo, porque en ella todo se mueve  en la inmediatez y con presunta claridad. No hay un político, que se precie de su condición, que no anteceda o suceda alguna aparición pública suya con 140 caracteres de Twitter para decir algo que sus equipos de comunicación entiendan que conviene decir. O para responder a lo que otros han dicho…o para sumarse a algo que estratégicamente conviene…o para negar la mayor pese a que sea evidente. Y también para decir verdades. Lo hacen presidentes y hasta el mismo Papa Francisco.

En esa calle digital nuestro amigo del restaurante Casablanca de Sant Cugat, habrían diluido su mensaje de despedida en una corriente vertiginosa, una suerte de Amazonas compulsivo y casi efímero que les habría llevado en pocos segundos casi a la inexistencia y ni la alcaldesa de la ciudad, ni el vecino de la casa contigua, ni tampoco los paseantes, hubieran sabido que  estaba tan agradecido a quienes durante más de treinta años habían entrado a comer o cenar.

El papel -¿quién ha dicho que está en crisis?- sigue ahí, aunque los diarios  tengan cada vez menos páginas y algunos quioscos desaparezcan  o vendan de casi todo para sobrevivir. Si de lo que se trata es de que algo quede escrito o impreso, no hay otra salida. Aunque sea sólo un folio para decir adiós.

Javier ZULOAGA

lunes, 17 de octubre de 2016

CommonPlace, (Jorge Zuloaga) debuta con su disco "By Fire"


vía


https://open.spotify.com/user/javierzuloaga/playlist/60pRrjbFRy42LiJfHiqYC3






Barcelona, 14 oct (EFE).- El cantante y compositor Jorge Zuloaga jamás había pensado en dedicarse a la música, una idea que consideraba "loca y arriesgada" hasta que decidió abandonar la carrera de Derecho para instalarse en México, sitio donde empezó a componer las canciones que ahora presenta con el grupo CommonPlace.

En la capital mexicana el músico comenzó a colaborar con artistas de Argentina y Venezuela, durante una época "que me sirvió para curtirme", ha indicado en una entrevista con Efe, y a componer las canciones que serían la semilla del EP homónimo que hoy mismo estrena con su banda.

A los pocos meses en México DF, Zuloaga se puso bajo las órdenes de Rodrigo Vallado en la productora Westwood Entertainment (una división de Sony Music), donde "componíamos todo tipo de géneros para artistas muy diversos y realizábamos todo tipo de labores para sumergirnos a fondo en la música".

Tras su experiencia mexicana, Zuloaga decidió empezar a cerrar su propio proyecto de folk con la intención de regresar a España, donde se sometió a una "larga formación", volviendo a su Barcelona natal para estudiar piano en la escuela Coco Comín y dar clases de canto con Raquel Soto y de guitarra con Paco Cinta y Jorge Cavadas en Madrid, ciudad donde creció y donde ahora reside.

Sergio Delgado a la guitarra y los teclados, Gonzalo Bosque a la batería y Manu Portero al bajo completan el proyecto de CommonPlace bajo el liderazgo de Zuloaga.

"Suelo llevar las canciones muy desarrolladas y luego ponemos pequeñas cosas en común, pero me ayudan mucho porque tienen mucho talento", ha dicho el artista al respecto de su banda.

El EP que hoy estrenan se financiará mediante una campaña de Verkami para recuperar los fondos invertidos, ya que "preparar un disco es un agujero sin fondo si no tienes un buen soporte económico", ha lamentado el artista.

Todas las piezas del trabajo son originales del grupo, aunque "en directo y en nuestro canal de Youtube hay muchas versiones de artistas que me guían mucho y a los que queremos parecernos".

Entre sus influencias se encuentran los grupos Mumford and Sons, The Lumineers, James Bay o Ed Sheeran, y "entre los artistas españoles que me gustan mucho está Ramon Mirabet" -como el catalán, Zuloaga compone y canta siempre en inglés-.

"Desde pequeño toda la música que he escuchado ha sido en inglés, por lo que inconscientemente me sale componer en este idioma", explica el artista.

"Una vez intenté empezar un proyecto en español, pero no me gustaba cómo quedaba mi voz, aunque no descarto probar otra vez en el futuro", añade.

En el EP CommonPlace hace gala de un folk muy dispar, con canciones reposadas y otras más guitarreras. "Nos movemos en un espectro muy amplio, ya que todavía estamos buscando nuestro sonido y nuestro posicionamiento creativo. Hemos hecho canciones que se pueden escuchar en la playa con una cerveza y otras que son baladas más intensas, con líneas más oscuras y que tienen más profundidad", ha explicado el músico.

En cuanto al nombre del grupo, Zuloaga explica que salió "poniendo en común algunas ideas". "Mi hermano siempre escuchaba 'Common People' de Pulp, que me gustaba muchísimo, y me inspiré en la canción".

A los pocos meses se le ocurrió buscar el significado de la palabra 'commonplace' en inglés, que tiene una acepción que significa 'vulgar', pero ya no quiso cambiarlo. "Uno tiene que pasar por muchas cosas, pero siempre dejando claro lo que eres", ha afirmado el cantante. EFE
ar/rq




lunes, 10 de octubre de 2016

UN BURRO, CONECTADO A INTERNET, SIGUE SIENDO UN BURRO


Sí, amarré a mi memoria la frase que acaban de leer cuando viajaba ayer, al volante, desde Bilbao a Barcelona, después de haber pasado dos días en Ochagavía, en el valle navarro de Salazar y haberme acercado a la Selva de Irati. Mi coche devoraba kilómetros, quemaba litros de gasolina y se iba acercando, poco a poco, al peaje de la autopista.

Escuchaba "No es un día cualquiera", el programa de Pepa Fernández en RNE, en el que hacían tertulia sobre “aprender y desaprender”. Oí a Andres Aberasturi, compañero en mis estudios de periodismo, que ironizaba sobre la inutilidad de los conocimientos que adquirimos a lo largo de nuestra  vida, “Yo, cuando me tiro a la piscina no razono sobre el principio de Arquímedes, ni calculo sobre lo larga que debe ser la hipotenusa de un terreno triangular que me he comprado”, decía más o menos este periodista vasco.

José Antonio Marina, profesor de filosofía, pensador potente, se ponía sin embargo mucho más serio y decía a los oyentes que si sólo aprendiéramos las cosas útiles, correríamos el riesgo de caer en el analfabetismo y defendía que una persona culta es una persona más preparada para la vida. Y fue cuando lanzó su frase de órdago “Un burro conectado a internet sigue siendo un burro”. 
Suscribo lo dicho por Marina –lo digo sin ánimo de ofender a nadie- porque la frase me ha animado a reflexionar conmigo mismo sobre algunas cosas complejas que rodean al mundo del conocimiento y la cultura.

Vivimos en un mundo global y digital. Seguramente estos conceptos marcan el inicio de una nueva era y el fin de la Edad Contemporánea, en la que más rápida y drásticamente están cambiando las cosas en todos los órdenes de nuestra vida. Han caído las fronteras en las comunicaciones y un nuevo orden, principalmente económico, está creciendo como la espuma desde los ratones de los ordenadores y las Apps de tabletas y móviles para hacer de todo en Internet. Comprar y vender, hacer banca, comprar diarios digitalizados  por unos pocos céntimos el ejemplar, ir a la zapatería y devolver los zapatos porque no te quedan bien, comprarlo todo, comida en una tienda digital que comenzó vendiendo libros, ropa… Alquilar todas las canciones que quieras escuchar por 9,99 euros al mes…Piratear películas… Conocer a una chavala impresionante…¡Inacabable!.

Y también vivir la vida en las redes sociales. Ahí es nada. Es la calle virtual en la que la gente vive para dar a conocer lo que escribe, lo que piensa, lo que le entusiasma o el rechazo que siente hacia algo o alguien…con buenas o malas formas. Elegantemente, con educación, o de cualquier manera, groseramente y con hostilidad sin corsés.

Y además todo se mide en esa calle, de tal manera que  las redes sociales pueden hacer saltar por los aires la imagen de un ciudadano o ciudadana que tiempo después será, o no, culpable de lo que unos cientos o miles de twitteros han afirmado. O tergiversar las razones por las que un excelente futbolista decidió cortarse las mangas de la camiseta para jugar más cómodo, hasta el punto de hacerle tirar la toalla y anunciar que no vuelve a la Selección Española.

No, el problema no son ellos, sino que la coincidencia de actuaciones en esas redes sociales se ha convertido en una vara de medir -las redes van llenas se dice con preocupación- como si fuera un termómetro. Es decir, como si por la calle en la que vive el jugador que se cortó las mangas de la camiseta se llenara de manifestantes…virtuales.

Y como compañeros de viaje de esa algarabía estamos todos. Políticos, periodistas, empresarios, buenos opinadores, pensadores, cantantes, revolucionarios, y conservadores. Todos juntos en ese nuevo universo.

Y los burros que siguen siendo burros, a los que se refería José Antonio Marina, también.

Javier ZULOAGA



jueves, 25 de agosto de 2016

EN EL NOMBRE DE DIOS

Al regresar hace pocas semanas de su viaje a Cracovia, el Papa Francisco lanzaba a quienes le siguen con interés por la claridad de sus palabras –cada día más- un mensaje que contenía, así lo vi yo, cierta desesperación. Decía en el vuelo de vuelta a Roma, que no es justo identificar al Islam con la violencia, recordaba a los periodistas que le escuchaban su último encuentro con el gran imán de la universidad islámica de El Cairo, al Azhar Ahmed al Tayeb, con el que compartió idénticas aspiraciones de paz, e ilustró con su elocuencia argentina que las religiones son una suerte de “macedonia”, porque en ellas hay de todo.

Leanse el enlace del comienzo de este artículo, porque merece la pena en un verano en el que hemos podido seguir de cerca de qué manera se desataba una polémica importante por el uso o prohibición  de los atuendos de uso generalizado entre los seguidores del Islam. Sí, el burkini, ese bañador cuya promoción comercial  estamos regalando a más de un fabricante de ropa y que posiblemente no sea ni musulmán ni católico… a lo mejor camboyano…o chino.

Sí, las palabras de Francisco parecen una voz en un desierto en el que todos nos movemos sin  mucho sentido común y demasiadas emociones.

La masacre de Niza, como los atentados de París y Bruselas han encendido las alarmas del mundo libre y despertado, al mismo tiempo, sentimientos de rabia. A mí por lo menos bastante y reconozco que  me he dicho ¡Basta! mientras me situaba del lado de quienes piensan que aquí se ha acabado lo que se daba, que ni chilabas ni burkas y que fuera de las iglesias o las mezquitas todos debemos ir vestidos de ciudadanos o ciudadanas y que, en las escuelas, más de lo mismo.

He tenido tiempo para leer a quienes rascan en la historia desde su propia óptica, en “El Confidencial, a  Ilya Topper:De Algeciras a Estambul, titulado "El burkini, la traición" , una pieza que te sitúa bien en los orígenes del problema de los atuendos musulmanes. Échenle una ojeada, porque es la opinión de muchos y porque, al mencionar a la defensa de los velos en mujeres occidentales convertidas al Islam, el autor describe el  feminismo islámico como una postura que da a la mujer plena libertad de someterse a la doctrina religiosa elaborada por teólogos para proteger al varón contra la perniciosa influencia de la fémina.

Hay ríos de opiniones sobre este asunto y multitud de opinadores más expertos que yo, simple observador del asunto.

Vuelvo a lo que dijo el Papa Francisco en su vuelo desde Cracovia porque me parece finalmente lo más realista. Somos muchos millones de personas de rasgos y convicciones muy diversas. La evolución del mundo, sus guerras y sus miserias ha acabado por globalizarlo todo…como si de una macedonia se tratara y cuyas diferentes frutas, además, ya no se pueden separar. Aquí estamos todos, bien juntos y bien revueltos… nos guste más o nos guste menos.

Pienso que no es bueno trazar líneas en el suelo, ni hacer de la intolerancia el mejor regalo a quienes se han colado por la puerta de atrás de las creencias religiosas. Hay que hacer un esfuerzo.

Por eso me ha llamado la atención lo que la Obra Social de “la Caixa” editó, hace ya dos años y que ahora he venido a parar a mis manos, dentro de su programa de atención a enfermos terminales, que lleva a cabo desde 2008. Atención religiosa al final de la vida, es un canto y un homenaje a la diversidad de las religiones. Una guía para quien quiera saber cuáles son las creencias de quienes están dejando esta vida, ya se trate de un católico, un sunita, un chiita, un hindú o un ateo.

Nunca es tarde, ¿verdad?.

Javier ZULOAGA

  

domingo, 7 de agosto de 2016

ME ESTOY HACIENDO MAYOR


Sí, ya lo sé… como todos los demás... me estoy haciendo mayor.

Dicen, o he leído en algún lugar, que la evidencia de lo que acabo de escribir reside en el mismo hecho de hacerlo y que todos constatamos que así es en sucesivas ocasiones, aunque la  tolerancia o generosidad con nosotros mismos nos inclina a mirar hacia otro lado hasta que la contundencia de los hechos nos lleva finalmente a rendirnos.

A mí me ha venido ocurriendo en los últimos tiempos y desde no hace muchos días siento que no tengo mayores argumentos para rebatir que he vivido casi 65 años. No, no es aritmética, sino evidencias.

La primera es que vienen a mi cabeza los recuerdos  de mi adolescencia, cuando en casa celebrábamos que mi padre, que nació en 1920 –los de la quinta del biberón de la postguerra española- había cumplido cincuenta años. Mi hermano y yo nos mirábamos de reojo y sabíamos, cómplices, qué era lo que estábamos pensando los dos, “¡Qué mayor se está haciendo el Aita!”.

No rascábamos, sin embargo, en otros pensamientos y comportamientos en los que, al menos yo, he recabado al llegar al umbral que recibe al que se aproxima a los sesenta y cinco años.

Sí, lo de las canas en avance insolente, lo doy por descartado, pero hay comportamientos  que me llevan a relativizar problemas endiablados que tiempo atrás me acorralaban contra mi mismo y otros que me dicen que no, que a mí no me las dan con queso, porque dos y dos, incluso en tiempos convulsos, siguen siendo cuatro. Vamos, que las cosas son como son y no como nos las pintan.

¿Por dónde va Zuloaga?

Pues miren: la pachorra veraniega, la indiferencia  y el relativismo que te asalta cuando no tienes nada que te acucie, las buenas compañías, o ver algo tan deslumbrante como el nacimiento –muy cerca de mí- de un nuevo contribuyente español, están consiguiendo que queden a un lado las obsesiones que nos acucian durante el curso. Y los problemas seguro que siguen siendo los mismos aunque no haya tertulianos vociferantes que cobren según su capacidad para imponerse insolentemente  a los demás.

La vida c.ontnúa aunque en el zapping del mando a distancia no encuentres nada electrizante que te meta en la albarda de la crispación general.

Pero los problemas siguen y nos volverán a arrinconar, tanto porque es así, porque no han sido resueltos, como porque son el alimento de un sistema que vive más de las apariencias que del fundamento de las cosas.

Sí, el mundo, cuando se acabe la tregua de agosto, volverá a caminar más de puntillas; a ver de qué manera se vive más sobre los malos recuerdos o los tópicos que sobre la realidad; o cómo la irritación tiene más empuje  que el sentido común.

Sí, el sentido común, el “seny” de los catalanes, la nobleza  de los vascos, la sobriedad magnífica de los castellanos, la chispa genial de los andaluces, o la cintura calculadamente equilibrada de los gallegos, por recorrer tan sólo algunos territorios.

Ya lo verán…hasta entonces, si pueden, sigan con su pachorra.


Javier ZULOAGA

sábado, 2 de julio de 2016

VIVIR EN EL RENCOR


Cuando era niño y llegaba a las manos con mi hermano el mayor, mi madre nos agarraba a los dos del brazo y nos decía contundentemente mientras nos apretaba con sus manos: “Pediros perdón, ¡ahora mismo!”. Y los dos, aunque fuera rumiando palabras casi ininteligibles, nos pedíamos perdón y volvíamos a andar juntos por la vida…hasta la siguiente agarrada.

Muchos años después, cuando le quedaba poco tiempo de vida, mi madre, una bilbaína de pocas palabras, aunque muchas veces elocuentes, me dijo que el rencor era peor que el cáncer. Aquella convicción vino a cuento de las historias complicadas  con que se cruzan las personas a lo largo de su vida y que, como ella bien pensaba, tienen o no tienen solución dependiendo de que arrastren o no arrastren rencor.

Me quedé con la copla, hice su frase mía y la incorporé a mis convicciones personales más arraigadas. Y además pienso que ella tenía razón no sólo por lo que se refiere a las relaciones personales, sino en no pocas situaciones que podemos presenciar cuando nos asomamos a la ventana de la vida que nos rodea.

Sí, ya sé que el rencor no suele ser más que la resaca del dolor que, por profundo, no se puede dejar a un lado y que son muchas veces las que no tiene remedio para pasar al olvido. Hasta ahí no descubro nada, como tampoco lo hizo mi madre cuando diagnóstico el problema dándole una pátina oncológica.

Pero, mirando por esa ventana de la vida a la que antes me refería, he llegado a pensar que existe un rencor colectivo cuya mayor o menor virulencia y descontrol hacen que las relaciones de los grupos y de los territorios acaben mal, peor, o fatal. Es cuando lees en un diario o escuchas en un informativo que las decisiones  acaban estando supeditadas a que desaparezca de escena un determinado personaje de la vida pública, o que con aquellos que tienen ideas y proyectos propios no hay nada de lo que hablar hasta que dejen de pensar y aspirar como lo hacen. O que, como respuesta a lo que acabo de escribir, estos últimos deciden demonizar a todo lo que venga de quienes no les escuchan.

Sí, más o menos como si mi hermano y yo, cuando éramos niños, hubiéramos decidido no hacer caso de lo que mi madre nos pedía y hubiéramos crecido cargando, una vez tras otra, las alforjas  de los agravios. Hubiera sido un mal asunto.

Pues desde todos estos simplismos, huyendo de la complejidad y sesudez de los problemas tan serios que nos ocupan a los españoles, me pregunto si no seremos una sociedad profundamente rencorosa, además de otros rasgos perversos que no quiero enumerar para no abundar en la caída de mi autoestima.

Cuando hace pocos días el Brexit hizo sonar las alertas colectivas de medio mundo, nadie dudaba de que el asunto no tenía buena pinta. Y no la tiene. Sin embargo, pasados  la resaca y el sofocón, veo que los británicos no son, a la vista de las actitudes y comportamientos generales que nos llegan a través de los medios, personas excesivamente rencorosas…o que si lo son, saben guardar las apariencias magistralmente.

 ¿Se imaginan ustedes cómo habría sido esa historia en nuestro país? Sí, ya sé que no somos ingleses y que tal vez por ello el rencor se nos ve en ocasiones desde muy lejos.

Javier ZULOAGA



sábado, 7 de mayo de 2016

¡Y NO HA PASADO NADA!, ALCALDE MUSULMÁN EN LONDRES


Acabo de ver las noticias sobre la toma de posesión del ciudadano británico de origen paquistaní –y de profesión religiosa musulmana- Sadiq Khan, como nuevo alcalde de Londres. 

Una vez más, pienso, los británicos caminan muy por delante de nosotros. Y cuando digo nosotros no sólo me refiero a los españoles, que también, sino a quienes formamos parte de la UE y también – y esto no es menos importante – de la mismísima gran colonia de la corona inglesa, EE.UU.

¿Se imaginan a un equivalente de Sadiq Khan asumiendo la alcaldía de Nueva York?, ¿O a un musulmán francés, hijo de magrebíes, al frente del municipio de París?, ¿O de Madrid?, ¿O de Berlín?.

Hace unos meses leí que algo equivalente ocurría en Francia tras una presidenciales, en la novela de Michel Houllebecq, “Sumisión”, en la que el lector se sorprendía –o atemorizaba- ante la llegada de un francés de religión musulmana a la presidencia  francesa. La misma Francia de las revueltas sociales y los atentados radicales.

Pero en Londres los ingleses, nos dicen que no pasa nada, que Sadiq Khan puede ser alcalde de la capital del Imperio Británico y coincidir con la nonagenaria reina Isabel cualquier día de estos. No pasa nada…claro que no, porque en su toma de posesión en la catedral cristiana de Southpark, el nuevo inquilino de la City Hall, ha dicho “Estoy orgulloso de que Londres haya elegido la esperanza antes que el miedo, la unidad antes que la división”.

Tras él, junto al altar, estaban el representante de la comunidad judía, con su kipá y una mujer musulmana con el hiyab…y a su derecha el obispo titular de la catedral anglicana con su faja roja bien a la vista. ¡Y no ha pasado nada!.

Cuando he viajado a Londres, un par de veces, me ha llamado la atención la normalidad con que los habitantes de aquella capital aplican a su convivencia con los indios, paquistaníes, árabes o maorís, entre otros, que han echado sus raíces allí y mantienen sus señas de identidad –y sus religiones- tres generaciones después.

Son admirables, aunque también es cierto que lo de ellos ha sido menos compulsivo, poco a poco, al tiempo que se independizaban sus colonias, al tiempo que mantenían, casi siempre, sus intereses económicos en aquellos territorios que un día pertenecieron a la Commonwealth.

Puede que algo tenga que ver su insularidad, la que la mantuvo más a resguardo de las beligerancias imperialistas, salvo de la de los vikingos que llegaban de los países nórdicos.

Javier ZULOAGA

martes, 3 de mayo de 2016

LOS UNOS Y LOS OTROS …Y ALMUDENA GRANDES


A veces ocurre que, tras leer un buen libro, se te refresca la memoria y vuelven, a la antesala de tus recuerdos, esas sensaciones que un tiempo atrás removieron lo mejor de ti como persona y que habían quedado diluidas  en la sobreabundancia de las cosas nuevas. Creo que nos ocurre a todos y que si hurgáramos un poco más en  en el gran caldero de las cosas vividas, nuestra sensibilidad mejoraría bastante.

Dicho de otra manera, que rebuscar en nuestro pasado y pinzar aquellos momentos que aún nos emocionan, nos devuelve parte del calor humano que perdemos cada día… aunque sea volviendo a historias pasadas, a caballo de la nostalgia.

Por eso es bueno leer buenos libros, porque los grandes escritores, en este caso escritora, hacen de su ficción una gran copia de seguridad de lo que, casi sin darnos cuenta, hemos acabado olvidando y…ahí es nada, nos abren los ojos para que veamos que lo que está ocurriendo a nuestro alrededor tiene tantos y tan dramáticos rasgos como aquellas historias que nos erizaban el vello años atrás y aún hoy nos emocionan.

Sí, he leído Los besos en el pan, de Almudena Grandes, sobre la que más adelante escribiré para compartir con ustedes qué emociones ha resucitado en mi cuando he pasado la última página.

La música clásica, la gran música, me fue indiferente hasta el comienzo de los ochenta. Yo había sido educado en una familia en la que únicamente mi madre se encargaba, con sus discos de La Verbena de la Paloma, Los Gavilanes y El Caserío, de recordarnos lo que era una gran orquesta. Pero los ojos –además de los oídos- se me comenzaron a abrír cuando fui al cine a ver Los Unos y los Otros, una emotiva película en la que varias familias viajaban a lo largo del tiempo, desde los momentos de mayor crudeza de la Segunda Guerra Mundial hasta la resaca de toda la barbarie que produjo en cada una de ellas. Sí, como lo de la trilogía Century  de Ken Follett, pero treinta años antes de que el maestro galés nos hiciera su gran regalo.

En Los Unos y los Otros de Claude Lelouch, que también dirigio Un hombre y una mujer, aparece la vida de cuatro familias, la de una bailarina rusa, un pianista alemán, otro judío que se enamora de una violonista francesa y el líder de una banda da jazz. Nos hizo viajar por el drama de sus vidas y nos llevó, veinte años de celuloide después, a un espectáculo de música y danza en el que quienes estábamos sentados en la butaca del cine, sentíamos que los pelos de la emoción se nos ponían de punta al escuchar El Bolero de Maurice Ravel.

 No sé a otros, pero a mí se me abrió el apetito por algo que –lo digo sin complejos- no me había ocupado ni preocupado. Lo de lo apoteosis final de aquella película, así lo veo hoy, treinta y cinco años después, despertó el interés de muchos millones de palurdos musicales como yo, que no habíamos tenido ocasión de cruzarnos, ni de detener nuestra atención en la mejor música, en la que varias decenas de instrumentos acaban uniendo sus notas de forma maravillosa.

Y ayer, como decía líneas arriba, acabé de leer Los besos en el Pan y sentí algo parecido pero con matices. Había leído, no hace mucho, Las tres bodas de Manolita, un relato descarnado y auténtico de lo que pasó entre los perdedores de la Guerra Civil española cuando el franquismo echó a andar. No fue un descubrimiento como el de la música en el cine, porque a nadie que naciera en los años cincuenta y fuera mínimamente ilustrado y curioso se le podía escapar el drama de aquella postguerra.

Pero Almudena Grandes te pone delante de los ojos un relato que engancha por su gran calidad narrativa y la crudeza de todo lo que vas leyendo. Al acabar, lo reconozco, resoplé mientras me decía que los españoles somos unos bárbaros y que puede que no tengamos remedio.

Y ahora, tras leer Los besos en el pan pienso que además, vivimos al margen de lo que ocurre a nuestro alrededor, o que simplemente no queremos abrir los ojos para que las cosas duras no nos corten la digestión. Almudena Grandes, como me ocurrió con la apoteosis musical final de Los unos y los otros, me ha ofrecido una antología del drama social que se vive en las calles por las que esta mañana he paseado.

El libro es la suma de muchas historias tiernas y duras, algunas durísimas, que se pueden dar en un bar de una calle de nuestra ciudad, o en un centro de salud de un barrio que va a cerrar para optimizar, alejándola, la atención médica a los ciudadanos, o la soledad de quien decide quitarse de en medio porque no ha encontrado mejor compañero que una botella… o unas historias de solidaridad entre ciudadanos auténticos, o  de amor de dos jóvenes revolucionarios.

No destriparé más el contenido porque sería un mal agradecimiento a un libro al que le debo algo importante y que merece la pena ser leído. Se lo recomiendo.


Javier ZULOAGA 

sábado, 19 de marzo de 2016

Y A USTED…¿PARA QUÉ LE PAGAN?


“Mientras millones de ciudadanos miran incrédulos, perplejos, escépticos, a remolque de su escasa autoestima…preguntándose qué carajo han hecho para merecer tanta tozudez, tan poca claridad de ideas y una ausencia tan clamorosa de madurez política, los padres y madres de la patria, ¿servidores públicos? siguen sin ventilar sus inamovibles principios ideológicos al tiempo que remachan sus líneas rojas del “por aquí no pasarán.”

No busquen en su memoria, ni remuevan en la antología inacabable de frases para la posteridad, porque las líneas de arriba son mías, de la misma manera que podrían haber nacido en la cabeza de cualquiera que anoche o anteanoche apagara el televisor tras ver que la desorientación ha acabado instalándose también en la cabeza de buena parte de los brillantes opinadores que sentencian, para todos los gustos, sobre lo que está ocurriendo en España.

Esta mañana he decidido descomprimir mi desazón, mirar a nuestra tropa política y sin hacer demasiadas distinciones decir: “Y a ustedes…¿para qué les pagan?”, recuperando así aquella pregunta que, en el lenguaje más coloquial, se les hacía a los que de forma descarada no daban un palo al agua y el jefe les llamaba la atención.

No se espanten porque no quiero adjudicar de forma general a nuestros políticos la condición de vagos, aunque de todo habrá, sino simplemente tratar de ordenar mis propias ideas y, creo que también la de muchos ciudadanos, que no alcanzan a entender por qué aquí no son válidas las grandes verdades de la teoría política ni resultan extrapolables los buenos ejemplos de responsabilidad que se dan más allá de nuestras fronteras.

Cameron en 2010 uniendo a sus conservadores con los liberal demócratas y Merckel en 2005 haciendo otro tanto entre sus democristianos y los socialdemócratas alemanes, son las estampas más socorridas para invocar al sentido de estado. “Mira, así de fácil, con los tuyos y los míos salimos adelante” se dice reduciéndolo todo  a una cuestión aritmética, al tiempo que se pone en la picota al que no quiere sumar sus votos, o su abstención para que todo sea fácil.

Pues lo cierto es que a nuestros tribunos no les eligen simplemente para que sumen, que también, sino para que conjuntamente y de acuerdo con el reparto que hayan realizado el conjunto de los ciudadanos que han votado, las cosas sigan funcionando y si es posible mejorando. Les eligen para esto y por ello les pagan un sueldo digno. Y no les eligen para que devuelvan la pelota a los votantes diciéndonos, más o menos, que nos hemos equivocado y volvamos a poner la papeleta a la urna con un poco más de cabeza.

Nos lo dicen ellos, los padres de la patria, los servidores públicos, aunque sería injusto meter en el mismo saco a todos, si los juzgamos por sus actitudes públicas.

Porque si esos salarios pudieran fragmentarse y el plus más importante fuera el de la capacidad  y  la disposición para el acuerdo, posiblemente nuestra clase política comenzaría a parecerse un poco más a la de los británicos o los alemanes. Ellos, individual y colectivamente, han vivido y crecido en la cultura del entendimiento, seguramente porque les han explicado que su tierra y su país no son patrimonio de nadie en particular y por ello quien gana unas elecciones  no pueden hacer y deshacer a su antojo ideológico, echar abajo o levantar nuevos modelos de estado. Pienso que ellos lo tienen muy interiorizado y por ello los resultados electorales, cuando no arrojan mayorías, no son un obstáculo para que el país siga adelante.

Pero aquí seguimos sin llegar al fondo de nuestras carencias, no renunciamos a nuestros principios más electrizantes o nos llenamos los pulmones de furia revolucionaria tratando de convencer a todo el personal que lo importante es el cambio…y punto


Javier ZULOAGA   

sábado, 27 de febrero de 2016

UNA VIDA DE PELÍCULA……Y TELEVISADA


Los de mi generación y otras próximas a los años cincuenta, escuchábamos que algo era o había salido “de película” cuando se rozaba la perfección. Valía lo mismo para expresar que la chavala a la que habías conocido no tenía defectos –era guapa, iba sobrada de talento, era muy lista y además no se le notaba porque era discreta- o cuando en aquel proyecto de viaje que habías organizados con unos buenos amigos se habían confabulado el buen tiempo, la gastronomía y la noche de copas con gente del lugar.

Vivir de película valía también para explicar que no te faltaba nada en el orden material, o para describir que flotabas de felicidad con la persona a la que habías rendido tu corazón. Y como no eran películas, aquellos momentos mágicos se iban desdibujando porque las cosas comenzaban a complicarse o también porque la prolongación de tu éxtasis en el tiempo desinflaba el encanto del arranque, del relumbrón y del descubrimiento.

En alguna ocasión me he preguntado de donde venía aquello de adjudicar la categoría “de película” a una persona, cosa o proyecto perfecto, cuando la historias que se podían ver en los cines tras pasar por taquilla no siempre tenían un final feliz, sus personajes eran en ocasiones  perversos y la película resultaba alguna vez insufrible.

De mis años adolescentes y juveniles vienen a mi cabeza “El Golpe”, “Papillón”, “Kramer contra Kramer”, “El último tango en París”, “Cabaret”, “Sérpico”, “Annie Hall”, “Los hombres del Presidente”…y pienso entonces que lo de colgar la etiqueta “de película” a algo perfecto viene de la magia del séptimo arte, de todo aquello que envolvía  a los buenos guiones, a los artistas iconos, a aquella música que te removía en la butaca y de un bien estudiado final que no te dejara indiferente al salir del cine.

Aquello nos llevaba a idealizar nuestras historias felices y a compartirlas con las personas que teníamos más cerca, como si de una película se tratara.

Pero ya no es igual porque el cine, aunque está ahí y goza de buena salud, ha sido arrinconado por las audiencias televisivas que, sin pagar en taquilla, te ponen en el mando a distancia del televisor una oferta muy variada en la que también está el cine, pero que ha dejado que se cuelen de rondón malvado e interesado, contenidos de muy distinta especie, con mayor éxito y audiencia para aquellos que nos dicen que todo es un desastre, que no hay nada decente en lo que nos rodea y que usan los planteamientos destructivos y los tonos corrosivos para contar algo que, en aquel periodismo clásico, más pausado y constructivo, se trataba de una manera más tranquila…o así lo he idealizado yo, como si se tratara de una película.

Arrinconar a un hombre público presentándolo como un histrión mediante el uso de lenguajes zafios y enervar la salud y el equilibrio emocional de quienes miran la pantalla es muchas veces el arranque, sólo el arranque, de un frenesí en el que los contenidos se miden por los trending topics, las tertulias desbocadas y los presentadores con ademanes de pistoleros que apuntan con su dedo índice a la cámara diciendo a los espectadores –con rictus malvado- que se preparen, porque lo que van a saber en pocos segundos va a ser muy muy escandaloso. Sí, el escándalo vende y además no hay que pasar por taquilla para saborearlo. Existe, claro está, pero ya no es sólo una materia informativa que habría que tratar con especial cuidado, sino que es más provechoso ventilarla con intención para ganar audiencia y que la publicidad arrope después la cuenta de resultados.

Sí, la vida ha cambiado una barbaridad y si yo fuera un náufrago que hubiera vivido aislado quince o veinte años, tendrían que reciclarme antes de andar solo por la calle. Ir en contra de lo que está pasando, además de absurdo, es poco inteligente. Vivimos abrumados por una suerte de ciclón que no tiene vuelta atrás, aunque tal vez algún día se imponga, poco a poco una forma más plácida de informar.

Mientras tanto y para sumergirme en aquella magia del cine, he comprado, en la televisión de pago, “Truman”, porque ya ha sido retirada de las pantallas de cine de Sant Cugat, donde yo vivo.


Javier ZULOAGA   

martes, 12 de enero de 2016

¡ME MUERO POR TUS HUESOS!

No se asusten, no me estoy muriendo, ni piensen tampoco que me están asaltando instintos devoradores peligrosos. El titular de este artículo es un piropo que, hace ya muchos años, escuche o leí en Madrid. Un diario había convocado entre sus lectores un concurso para recopilar buenos ejemplos de ese género de dichos populares en los que el hombre se rinde, a pecho descubierto, ante la belleza y la clase de una mujer con la que se cruza en la calle.

Y ha sido ese el que ha venido a mi memoria cuando hace unos días pasaba, al volante de mi coche, por una de las rotondas cercanas a Sant Cugat, donde vivo. En un rápido reojo, para no hacer dejadez de mi responsabilidad como conductor, pude ver la pintada que ilustra lo que ahora les estoy contando.

“Algún día te escribiré un mensaje de amor en esta pared… para que mi pequeña recuerde siempre que sin ella no puedo vivir…”

Di tres o cuatro giros más para verlo mejor y el día siguiente le pedí a mi mujer, que no conducía, que con la cámara de su teléfono sacara una buena imagen de aquel ¿piropo?, o tal vez apasionada y anónima declaración de amor. “Zuloaga –me dije- ¿te das cuenta lo que has visto?”, dejándome llevar a continuación por las reflexiones que ahora comparto con ustedes.

Aquella misma mañana me había dado un paseo digital por esa imparable resaca que las cosas que están pasando proyectan a través de las redes sociales. Pensé también en esos curiosos reportajes que hemos visto tras las últimas elecciones generales, en las que nos explicaban cómo los community managers van pisando los talones de sus líderes multiplicando sus mensajes entre sus seguidores. Sí… y también pensé en los trending topics, esa suerte de medalla que la autocomplacencia de algunos comunicadores se cuelga para decir que son los más oídos o vistos del mundo mundial.

“Que sepa usted que yo estoy en Twitter desde el año de la Chelito y que, para su información, tengo….miles de followers”, le decía hace unos días un político a otro durante un debate trascendental.

Que en los tiempos de esta nueva pero imparable jerga de la comunicación digital, haya alguien que con decisión y sobre todo por pasión, se compre un buen spray de tinta negra y se vaya a la curva por donde cada día pasa, al volante de su coche, la mujer a la que quiere con toda su alma y escriba ese mensaje en el que no aparecen ni el nombre de ella, ni tampoco el suyo propio es emocionante. Bueno, o lo es, o yo me estoy volviendo mayor.

Es una historia secreta, que no sé desde cuando está en esa pared, pero que, fíjense ustedes bien, los graffiteros han respetado pese a que sus trazos y su mensaje no tienen nada que ver con los que ellos rellenan los pocos espacios que quedan libres  en las vallas de las carreteras o en las paredes que se pueden ver cuando viajas al centro de Barcelona desde el Vallés Occidental.

Me pregunto si este artículo no será contraproducente y despertará el arraigado sentido del deber de los funcionarios municipales de Sant Cugat o de los responsables de carreteras de la Generalitat y cualquier día veremos que lo han borrado todo sin piedad, con la excusa de que los conductores no se distraigan con cosas tan inusuales.

Yo…y ustedes también, tenemos por lo menos la foto.


Javier ZULOAGA