“Mientras millones de
ciudadanos miran incrédulos, perplejos, escépticos, a remolque de su escasa
autoestima…preguntándose qué carajo han hecho para merecer tanta tozudez, tan
poca claridad de ideas y una ausencia tan clamorosa de madurez política, los
padres y madres de la patria, ¿servidores públicos? siguen sin ventilar sus
inamovibles principios ideológicos al tiempo que remachan sus líneas rojas del “por
aquí no pasarán.”
No busquen en su memoria, ni remuevan en la antología
inacabable de frases para la posteridad, porque las líneas de arriba son mías,
de la misma manera que podrían haber nacido en la cabeza de cualquiera que
anoche o anteanoche apagara el televisor tras ver que la desorientación ha
acabado instalándose también en la cabeza de buena parte de los brillantes
opinadores que sentencian, para todos los gustos, sobre lo que está ocurriendo
en España.
Esta mañana he decidido descomprimir mi desazón, mirar a
nuestra tropa política y sin hacer demasiadas distinciones decir: “Y a ustedes…¿para
qué les pagan?”, recuperando así aquella pregunta que, en el lenguaje más
coloquial, se les hacía a los que de forma descarada no daban un palo al agua
y el jefe les llamaba la atención.
No se espanten porque no quiero adjudicar de forma general a
nuestros políticos la condición de vagos, aunque de todo habrá, sino
simplemente tratar de ordenar mis propias ideas y, creo que también la de
muchos ciudadanos, que no alcanzan a entender por qué aquí no son válidas las grandes
verdades de la teoría política ni resultan extrapolables los buenos ejemplos de
responsabilidad que se dan más allá de nuestras fronteras.
Cameron en 2010 uniendo a sus conservadores con los liberal
demócratas y Merckel en 2005 haciendo otro tanto entre sus democristianos y los
socialdemócratas alemanes, son las estampas más socorridas para invocar al
sentido de estado. “Mira, así de fácil, con los tuyos y los míos salimos
adelante” se dice reduciéndolo todo a
una cuestión aritmética, al tiempo que se pone en la picota al que no quiere
sumar sus votos, o su abstención para que todo sea fácil.
Pues lo cierto es que a nuestros tribunos no les eligen
simplemente para que sumen, que también, sino para que conjuntamente y de
acuerdo con el reparto que hayan realizado el conjunto de los ciudadanos que
han votado, las cosas sigan funcionando y si es posible mejorando. Les eligen
para esto y por ello les pagan un sueldo digno. Y no les eligen para que
devuelvan la pelota a los votantes diciéndonos, más o menos, que nos hemos
equivocado y volvamos a poner la papeleta a la urna con un poco más de cabeza.
Nos lo dicen ellos, los padres de la patria, los servidores
públicos, aunque sería injusto meter en el mismo saco a todos, si los juzgamos
por sus actitudes públicas.
Porque si esos salarios pudieran fragmentarse y el plus más
importante fuera el de la capacidad y la disposición para el acuerdo, posiblemente
nuestra clase política comenzaría a parecerse un poco más a la de los británicos
o los alemanes. Ellos, individual y colectivamente, han vivido y crecido en la
cultura del entendimiento, seguramente porque les han explicado que su tierra y
su país no son patrimonio de nadie en particular y por ello quien gana unas
elecciones no pueden hacer y deshacer a
su antojo ideológico, echar abajo o levantar nuevos modelos de estado. Pienso
que ellos lo tienen muy interiorizado y por ello los resultados electorales,
cuando no arrojan mayorías, no son un obstáculo para que el país siga adelante.
Pero aquí seguimos sin llegar al fondo de nuestras carencias,
no renunciamos a nuestros principios más electrizantes o nos llenamos los
pulmones de furia revolucionaria tratando de convencer a todo el personal que
lo importante es el cambio…y punto
Javier ZULOAGA
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