domingo, 7 de agosto de 2016

ME ESTOY HACIENDO MAYOR


Sí, ya lo sé… como todos los demás... me estoy haciendo mayor.

Dicen, o he leído en algún lugar, que la evidencia de lo que acabo de escribir reside en el mismo hecho de hacerlo y que todos constatamos que así es en sucesivas ocasiones, aunque la  tolerancia o generosidad con nosotros mismos nos inclina a mirar hacia otro lado hasta que la contundencia de los hechos nos lleva finalmente a rendirnos.

A mí me ha venido ocurriendo en los últimos tiempos y desde no hace muchos días siento que no tengo mayores argumentos para rebatir que he vivido casi 65 años. No, no es aritmética, sino evidencias.

La primera es que vienen a mi cabeza los recuerdos  de mi adolescencia, cuando en casa celebrábamos que mi padre, que nació en 1920 –los de la quinta del biberón de la postguerra española- había cumplido cincuenta años. Mi hermano y yo nos mirábamos de reojo y sabíamos, cómplices, qué era lo que estábamos pensando los dos, “¡Qué mayor se está haciendo el Aita!”.

No rascábamos, sin embargo, en otros pensamientos y comportamientos en los que, al menos yo, he recabado al llegar al umbral que recibe al que se aproxima a los sesenta y cinco años.

Sí, lo de las canas en avance insolente, lo doy por descartado, pero hay comportamientos  que me llevan a relativizar problemas endiablados que tiempo atrás me acorralaban contra mi mismo y otros que me dicen que no, que a mí no me las dan con queso, porque dos y dos, incluso en tiempos convulsos, siguen siendo cuatro. Vamos, que las cosas son como son y no como nos las pintan.

¿Por dónde va Zuloaga?

Pues miren: la pachorra veraniega, la indiferencia  y el relativismo que te asalta cuando no tienes nada que te acucie, las buenas compañías, o ver algo tan deslumbrante como el nacimiento –muy cerca de mí- de un nuevo contribuyente español, están consiguiendo que queden a un lado las obsesiones que nos acucian durante el curso. Y los problemas seguro que siguen siendo los mismos aunque no haya tertulianos vociferantes que cobren según su capacidad para imponerse insolentemente  a los demás.

La vida c.ontnúa aunque en el zapping del mando a distancia no encuentres nada electrizante que te meta en la albarda de la crispación general.

Pero los problemas siguen y nos volverán a arrinconar, tanto porque es así, porque no han sido resueltos, como porque son el alimento de un sistema que vive más de las apariencias que del fundamento de las cosas.

Sí, el mundo, cuando se acabe la tregua de agosto, volverá a caminar más de puntillas; a ver de qué manera se vive más sobre los malos recuerdos o los tópicos que sobre la realidad; o cómo la irritación tiene más empuje  que el sentido común.

Sí, el sentido común, el “seny” de los catalanes, la nobleza  de los vascos, la sobriedad magnífica de los castellanos, la chispa genial de los andaluces, o la cintura calculadamente equilibrada de los gallegos, por recorrer tan sólo algunos territorios.

Ya lo verán…hasta entonces, si pueden, sigan con su pachorra.


Javier ZULOAGA